8 de julio de 2018
Dios mismo
los sacó de la oscuridad del pecado, y los hizo entrar en su luz maravillosa.
Por eso, anuncien las maravillas que Dios ha hecho.
I Pedro 2.9b, Traducción en Lenguaje Actual
En la primera de sus dos
cartas, el apóstol Pedro explora con gran profundidad el surgimiento de un
nuevo pueblo de Dios, “pueblo de sacerdotes”, hombres y mujeres, “sacerdotes
especiales” (2.5, como se lee en la TLA) enviados por Dios a proclamar las
obras maravillosas de Dios para salvación. Todos los creyentes, afirma en 2.4,
son “piedras vivas” (líthoi zontes) e
integrantes del gran edificio (“templo espiritual”) que se ha empezado a construir
sobre la base de la persona de Jesucristo, la piedra más valiosa, la “piedra
del ángulo”. Cuántas etapas tuvo que atravesar Pedro, primero como discípulo,
luego como apóstol y, finalmente, como candidato a mártir que fue, lamentablemente,
para llegar a esas magníficas conclusiones acerca de la naturaleza y misión de
la iglesia, pues el retrato que propone de ella es, por un lado, el de su
conformación por personas con una gran dignidad (sin separación entre laicos y
clero en la línea del sacerdocio universal)
y por el otro, el de una comunidad con una misión concreta e interminable.
“El
discípulo llama a Jesucristo ‘piedra viva’ rechazada por los constructores,
pero escogida y apreciada por Dios (4), en alusión a su pasión, muerte y
resurrección. Sobre esta piedra viva se construye el ‘nuevo templo’ que acoge
la verdadera y definitiva presencia de Dios” (Biblia de Nuestro Pueblo). Estas “piedras vivas” son los integrantes
de la comunidad con quienes se construye dicho templo “espiritual”, no para
indicar una realidad que perteneciera a otro mundo, sino para afirmar que, al
contrario del templo “material” de Jerusalén (o cualquier otro templo), este
nuevo edificio lo forman las personas mismas, aquellas que están reunidas por
el bautismo en una comunidad de fe. Éste es el nuevo pueblo de Dios, “la
Iglesia que debe caminar con los pies bien plantados en la sociedad en que vive”.
¿Qué
significa que todos y cada uno de los cristianos formemos un “sacerdocio santo”
(5)? Se explica dos veces en este apartado: primero, significa ofrecer continuamente
“sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (5). En
eso consistió el sacerdocio de Cristo, y en eso debe consistir el sacerdocio de
cada cristiano. En segundo lugar, significa “anunciar las maravillas del que los
sacó de la oscuridad del pecado, y los hizo entrar en su luz maravillosa”
(9). La primera maravilla fue el testimonio de vida; la segunda, el anuncio, la
proclamación de la palabra viva de la Buena Noticia portadora de la luz de la
liberación. Estas inmensas realidades de salvación deben producir permanentemente
asombro, gratitud, sorpresa, en el seno de la comunidad creyente para así
compartirla como se merece: con solemnidad, pero con enorme alegría y esperanza,
con todo y que, como señala el v. 8, la confrontación con la persona de Jesucristo,
siguiendo con la figura de la piedra, puede ser hasta “escandalosa”, esto es,
que “muchos tropezarán en esa roca” si no atienden positivamente el mensaje
liberador del Evangelio.
Según
esta gran afirmación apostólica, “todo cristiano es o debe ser misionero de la
Palabra de Dios”, pues la predicación y proclamación del Evangelio no está
reservada para unos cuantos expertos, como los obispos y presbíteros. Todo
cristiano tiene el derecho y la obligación de anunciar a Jesús, el Salvador,
con sus palabras y con el testimonio de su vida. Anunciar las bondades y las
grandezas de Dios debe ser una tarea grata y esperanzadora para quienes la
realizan a fin de que quienes escuchan se contagien, invadan y compartan la fe
que se proclama: “Al igual que Israel en el Antiguo Testamento, el privilegio
de ser el pueblo de Dios conlleva una misión y responsabilidad enormes. Los
creyentes como pueblo escogido deben proclamar las obras maravillosas de Dios
que ellos ya han experimentado”.[1]
[1] Carlos Raúl Sosa Siliézar, “La salvación
de Dios según las cartas de Pedro”, en Teología
y Cultura, año 6, vol. 11, 2009, p. 52, www.teologos.com.ar/arch_rev/vol_11/raul_sosa_cartas_pedro.pdf.
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