LAS DISCÍPULAS DE JESÚS (III)
Ana María Tepedino
Un argumento
frecuentemente utilizado contra ellas se
basa en que los evangelios no
relatan ninguna vocación de mujeres. La forma de relacionarse Jesús con ellas,
respetando su dignidad y tratándolas con ecuanimidad era suficiente para que lo
siguiesen. Es como si Jesús no tuviera que ordenarles “sígueme”. Parece que el
seguimiento de las mujeres se basa en la gratuidad y en la gratitud. Algunos
especialistas hacen hincapié en que el “mensaje de Jesús debió tener un
especial impacto sobre las mujeres de Israel”.
Del mismo modo,
el pueblo que seguía a Jesús no recibe ninguna invitación especial. Su forma de
actuar, su práctica de hacer el bien, su acogida a todos sin prejuicios de
ninguna especie, suponía una invitación más atractiva que cualquier orden.
Jesús, que con
su comportamiento ponía de manifiesto que consideraba iguales a todos los seres
humanos, no ve dificultad en que las mujeres, como los pobres y los pecadores,
sean discípulos y discípulas suyos, como nos revela Marcos. En este sentido,
Schüssler Fiorenza va más allá y dice que las mujeres no eran figuras
marginales en el movimiento cristiano, sino que ejercían un liderazgo como
apóstoles, en pie de igualdad con los Doce. Según ella, ése es el testimonio de
las Escrituras, pues, según las tradiciones de los evangelios, las mujeres
fueron las primeras testigos apostólicas de los acontecimientos fundamentales
de la predicación primitiva: siguieron a Jesús desde el principio, presenciaron
sus padecimientos, así como su sepultura y resurrección.
Nuestro relato
presenta a las mujeres utilizando también el término diakonein que, como vimos antes, tiene diversos significados, desde
servir la mesa hasta el servicio a la comunidad. En nuestro texto, parece que
Marcos no tiene presente el servicio a la mesa, pues emplea dos veces el
término y siempre vinculado al seguimiento19. Parece difícil creer que el
seguimiento y el servicio de las mujeres se narre con tanto énfasis si se trata
de tareas domésticas. El énfasis revela exactamente lo contrario. Es más, si el
autor no pretendiera hablar del discipulado, ¿por qué emplear la misma frase ekolouthoun autó, como la que describe la respuesta de Simón y Andrés, así como
la de Leví, a la llamada de Jesús (cf. Mr 1.18; 2.14)? Para él, diakonein no significa específicamente
servir la mesa, pues su sentido varía con el contexto. El pasaje en el que
aparece más claro este sentido es el de la curación de la suegra de Simón que
habiendo sido sanada, se levantó y se puso a servirle.
En Mc 10,45, en
donde el término “servicio” se aplica al ministerio total de Jesús como
donación de sí mismo al servicio de los demás, aparece con toda claridad lo que
el evangelista pretende decir con dicha palabra. En un contexto en el que dos
apóstoles piden la gloria de estar al lado de Jesús, el narrador de Marcos
muestra a Jesús invirtiendo la forma de actuar del mundo: la finalidad del
poder no es subordinar ni oprimir a los otros (cf. Mr 10.42), sino ser su
servidor (diakonos) y dar su vida por
la libertad de todos (cf. Mr 10.44-45). Cobra aquí una luz nueva la palabra diakonesai, mostrando la esencia del
ministerio mesiánico: poder como servicio a los demás. En este ministerio,
entendido de este modo, los discípulos son llamados a participar. Por tanto, el
servicio a los otros pertenece a la esencia del discipulado.
La
interpretación tradicional que se ha hecho del papel de las mujeres que nos
presenta Mr 15.40-41 ha sido reductora, como si las mujeres siguiesen a Jesús
para servirle en las tareas domésticas. Como ya señalamos, este seguimiento
provocaba extrañeza, hecho que se observa en la suavización del texto que lleva
a cabo Mateo inspirándose en Marcos: “Habían acompañado a Jesús desde Galilea
para servirle” (Mt 27.56).
No obstante, el
marco de referencia no es de servicio doméstico21. Al contrario, la cena
representa un corte con la costumbre usual de la representación que Marcos hace
de las mujeres. Por primera vez se las presenta aquí en un número considerable,
no en la intimidad de la casa, sino en una zona pública, relacionadas con Jesús
y su misión, lo que contradice la interpretación de diakonoun limitada al ámbito doméstico.
En la versión de
este mismo material que aparece en Lc 8.1-3, se nota que Lucas sigue a Marcos,
aunque coloque la perícopa en medio del ministerio en Galilea, pues encajaba
mejor ahí, teniendo en cuenta las palabras “cuando él estaba en Galilea”, de Mr
15.41. La idea de seguimiento aparece también al vincular a las mujeres con los
Doce (cf. Lc 8.1c.2a). Al mismo tiempo, parece que tiene acceso a una tradición
independiente que le permite nombrar a Juana y a Susana, no mencionadas en
ningún otro evangelio canónico, e incluir algunos detalles personales: “Las
mujeres poseen medios y categoría social, con lo que su presencia implica en
cuanto significación moral, así como soporte material. Teniendo en cuenta lo
que nos dice en los Hechos, se percibe que Lucas nos está revelando que al
mensaje de Jesús se habían adherido mujeres de clases media y alta” (E. Schüssler
Fiorenza, En memoria de ella…, p. 187).
La idea que
tiene Lucas del «servicio» nos brinda Hch 6.16, en donde se convierte en
palabra técnica utilizada en relación con el ministerio de la distribución de
alimentos. No obstante, dos de los nombrados en este pasaje (cf. Hch 6.8; 7.60,
en relación con Esteban, y Hch 8.26-40, respecto a Felipe) participaban en las
actividades de predicar, enseñar y bautizar, de modo que su concepción es ambigua.
¿Se trataría, quizá en un primer momento, de la distribución de alimentos,
mientras que, en un segundo momento, evolucionaría hacia un sentido más global?
Parece que sí. Por tanto, la esencia del discipulado consiste en el servicio a
los demás, incluida la distribución de alimentos.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
LA GRACIA CARA
Dietrich Bonhoeffer
La
gracia barata es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy combatimos en
favor de la gracia cara.
La gracia barata
es la gracia considerada como una mercancía que hay que liquidar, es el perdón
malbaratado, el consuelo malbaratado, el sacramento malbaratado, es la gracia
como almacén inagotable de la Iglesia, de donde la toman unas manos
inconsideradas para distribuirla sin vacilación ni límites; es la gracia sin
precio, que no cuesta nada. Porque se dice que, según la naturaleza misma de la
gracia, la factura ha sido pagada de antemano para todos los tiempos. Gracias a
que esta factura ya ha sido pagada podemos tenerlo todo gratis. Los gastos
cubiertos son infinitamente grandes y, por consiguiente, las posibilidades de
utilización y de dilapidación son también infinitamente grandes. Por otra
parte, ¿qué sería una gracia que no fuese gracia barata? […]
La gracia barata
es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina
eclesiástica, la eucaristía sin confesión de los pecados, la absolución sin
confesión personal. La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la
gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado.
La gracia cara
es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene;
es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el
reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es
la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le
siga.
La gracia cara
es el Evangelio que siempre hemos de buscar, son los dones que hemos de pedir, es
la puerta a la que se llama.
Es cara porque
llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al
hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el
pecado, es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, la gracia es cara
porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo —“habéis
sido adquiridos a gran precio”— y porque lo que ha costado caro a Dios no puede
resultamos barato a nosotros. Es gracia, sobre todo, porque Dios no ha
considerado a su Hijo demasiado caro con tal de devolvernos la vida,
entregándolo por nosotros. La gracia cara es la encarnación de Dios.
La gracia cara
es la gracia como santuario de Dios que hay que proteger del mundo, que no
puede ser entregado a los perros; por tanto, es la gracia como palabra viva,
palabra de Dios que él mismo pronuncia cuando le agrada. Esta palabra llega a
nosotros en la forma de una llamada misericordiosa a seguir a Jesús, se
presenta al espíritu angustiado y al corazón abatido como una palabra de
perdón. La gracia es cara porque obliga al hombre a someterse al yugo del
seguimiento de Jesucristo, pero es una gracia el que Jesús diga: “Mi yugo es
suave y mi carga ligera”.
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EL SOMETIMIENTO A LA AUTORIDAD EN ROMANOS 13
X. Manuel Suárez
Romanos 13
ha sido para muchos una barrera
infranqueable para poder presentar posiciones críticas ante gobiernos, para
enfrentarse a decisiones de organismos públicos, para tener una participación
política responsable, o para introducirse siquiera en los caminos de la
política. El razonamiento es: “tenemos el mandato de someternos a los
gobernantes, porque esos gobernantes, sean buenos o malos, corruptos o no,
violentos o no, respetuosos de los derechos humanos o no, justos o injustos,
han sido establecidos por Dios y hay que someterse a ellos, porque si nos
enfrentamos, nos estamos resistiendo a lo establecido por Dios y acarreamos
condenación.”
Lo cierto es que,
en algunos casos, cuando el gobernante del momento abusa de su poder para
imponer la injusticia y la arbitrariedad, esa forma de pensar chirría
insoportablemente y nos crea problemas de conciencia: ¿Debemos entonces
quedarnos de brazos cruzados frente a las violaciones de libertades democráticas
fundamentales por parte del gobernante? Bueno, muchos hermanos siguen diciendo
que sí, que eso está en las manos de Dios y no nos toca a nosotros
cuestionarlo. Pero claro, cuando esas violaciones afectan a la libertad para
predicar el Evangelio, entonces tenemos un problema, y muchos hermanos
entienden entonces que Romanos 13 tiene excepciones y apelan a Hch 5.29: “Es
necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Cuando
reconocemos excepciones surge un problema: ¿Dónde situamos el límite? ¿Qué es
normativo y qué es excepción? ¿Nos quedamos tan tranquilos diciendo que impedir
la predicación del Evangelio es una excepción, pero no lo es el asesinato de
civiles, las humillaciones, las violaciones, la corrupción? ¿Acaso nos repugnan
estos menos? ¿Acaso le repugnan menos a Dios?
Y tenemos otro
problema: ¿A qué autoridad hay que obedecer? Porque hay situaciones en las que
no es fácil decidirlo: En el siglo XIX, ¿cuál era la autoridad establecida por
Dios en Latinoamérica? ¿Acaso no era el gobierno español? ¿Acaso era legítimo
oponerse a aquella autoridad establecida por Dios? ¿Fueron entonces
desobedientes a la Palabra los evangélicos que participaron activamente en las
insurrecciones independentistas?
Y, si hablamos
de la actualidad, ¿acaso el gobierno venezolano no ha sido establecido por
Dios? ¿Deben los hermanos venezolanos someterse a la Asamblea con mayoría de la
oposición o a la Asamblea Nacional Constituyente impuesta por Maduro?
La cosa se
complica, ¿verdad? Ir al texto original de Ro 13 nos puede ayudar. Cuando allí
habla de “autoridades superiores” y “autoridad”, el término que utiliza es exousía, y este término no describe a la
persona, al gobernante que ejerce la autoridad, sino a la institución de la
autoridad. Lo vemos más claro si nos fijamos en otros textos que incluyen la
misma palabra: Ro 9.21 dice “¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro?”,
y aquí aparece otra vez exousía, que
se traduce en este lugar como “potestad”, confirmando que este concepto de
“autoridad” se refiere una capacidad de gobierno, no a la persona concreta que
lo ejerce.
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