sábado, 7 de julio de 2018

Letra 576, 8 de julio de 2018


LAS DISCÍPULAS DE JESÚS (IV)
Ana María Tepedino

Resultado de imagen para ana maria tepedinoComo ya mencionamos antes, la presencia femenina en el movimiento de Jesús provocaba extrañeza. Para disminuir el escándalo que ello causaba, se procura explicar colocando a las mujeres en el único servicio que tradicionalmente se les reservaba: hacer la comida. El malestar por el tratamiento igualitario de Jesús con las mujeres era grande, como lo atestiguan los evangelios canónicos (cf. Jn 4.27), así como los no canónicos (cf. Evangelio de María Magdalena), pues, en la época de Jesús, ningún rabí se dejaba acompañar por mujeres. Por eso, probablemente el peso cultural influye en la relativización que Mateo hace del servicio de las mujeres, del mismo modo que influyó en Marcos, quien, conociendo el discipulado de la mujer, sólo lo menciona al final del evangelio.
Podríamos entonces plantear la siguiente cuestión: si el seguimiento de las mujeres resulta embarazoso, ¿por qué se menciona? Las opiniones son bastante divergentes: Bultmann declara que la presencia de las mujeres como testigos en Mc 15.40-41, 47; 16.1-8, no es histórica, sino que “ellas eran necesarias, porque los discípulos que habían huido no podían aparecer”.
¿Acaso se colocó en la narración a las mujeres, aún con los nombres citados, sólo para establecer que había testigos de la muerte y sepultura de Jesús y del sepulcro vacío? Por lo que dijimos antes, podemos afirmar que, aunque las mujeres se introduzcan en un giro típico de Marcos, esto no quiere decir que sean ahistóricas.
Una idea básica de la teología de Marcos es la de la inversión: los de fuera se convierten en los de dentro, los últimos serán los primeros (cf. Mc 10.31). En esta perspectiva, con la rotura del velo del templo dejan de existir las restricciones en contra de la plena participación tanto de los gentiles, cuyo paradigma es el centurión (cf. Mc 15.39), como de las mujeres (cf. Mc 15.40), pues, desde el punto de vista del judaísmo y del judeocristianismo del siglo I, no podría haber nadie tan externo al drama central de la fe y de la práctica religiosa que un centurión romano o la mujer. Ciertamente, ellos se encontraban entre los últimos. Pero el comienzo del evangelio de Jesucristo, hijo de Dios (cf. Mc 1.1) es, según Marcos, “el principio del fin de aquel orden viejo”.
Concluyendo, los versículos estudiados son extremadamente pertinentes para poner en evidencia el discipulado de la mujer, tras presentarlas con toda claridad como seguidoras y servidoras que, según comprobamos, son términos técnicos para referirse al discípulo. Además, las presentan como seguidoras de Jesús desde Galilea, desde el comienzo de la misión, por tanto, en el transcurso de la misma, acompañándolo hasta Jerusalén, hasta la Cruz. En consecuencia, no sólo estuvieron cerca de él desde el comienzo, sino que lo acompañaron en su itinerario de sufrimiento, que es otro argumento para demostrar el discipulado de la mujer. Y, por último, ellas son las únicas que no huyen cuando lo hacen los discípulos, permaneciendo fieles y valerosas y convirtiéndose en testigos de la tortura y de la muerte del Maestro querido.
Este texto nos revela que las mujeres participaron en el movimiento de Jesús como verdaderas discípulas y el hecho de que se nombre a tres de ellas demuestra su liderazgo, así como el colocarlas en paralelo con el círculo menor de los tres discípulos más allegados a Jesús.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
LA GRACIA CARA
Dietrich Bonhoeffer

Resultado de imagen para bonhoeffer sermonsNada contradiría más profundamente nuestras propias intenciones ni, al mismo tiempo, sería más perjudicial para el anuncio del Evangelio que el agobiar con pesados preceptos humanos a los que están fatigados y cansados y que Jesús llama hacia sí; con esto los alejaríamos de nuevo de Jesús, y el amor de Cristo se convertiría en objeto de burla ante los cristianos y los paganos.
Pero como en esto los problemas y las autocríticas generales no sirven para nada, volvámonos hacia la Escritura, hacia la palabra y el llamamiento del mismo Jesús. Saliendo de la pobreza y de los estrechos límites de nuestras concepciones y problemas personales, buscaremos la inmensidad y la riqueza que nos han sido concedidas en Jesús.
Queremos hablar de la llamada al seguimiento de Cristo. ¿Imponemos con esto al hombre un nuevo yugo, aún más pesado? ¿Añadimos a los preceptos humanos, bajo los que gimen las almas y los cuerpos, otros preceptos aún más duros e incompasivos?
Al recordar el seguimiento de Jesús, ¿no clavaremos un aguijón más afilado en las conciencias inquietas y heridas? ¿Es que vamos a imponer, una vez más en la historia de la Iglesia, unas exigencias imposibles, vejatorias, excéntricas, cuyo cumplimiento podrá constituir un lujo piadoso para algunos, pero que el hombre que trabaja y se preocupa por su pan, su profesión, su familia, debe rechazar como la forma más impía de tentar a Dios? ¿Pretende la Iglesia establecer una soberanía espiritual sobre los hombres, instituyendo y ordenando por propia autoridad, bajo amenaza de sanciones terrenas y eternas, todo lo que un hombre debe creer y hacer para salvarse? ¿Establecerá la palabra de la Iglesia una nueva tiranía y violencia sobre las almas? Es posible que muchos hombres anhelen una esclavitud de este tipo. Pero ¿puede ponerse la Iglesia al servicio de tal deseo?
Cuando la sagrada Escritura habla del seguimiento de Cristo predica con ello la liberación del hombre con respecto a todos los preceptos humanos, con respecto a todo lo que oprime y agobia, a todo 10 que preocupa y atormenta a la conciencia. En el seguimiento, los hombres abandonan el duro yugo de sus propias leyes para tomar el suave yugo de Jesucristo. ¿Significa esto cortar con la seriedad de los preceptos de Jesús? No; más bien la liberación plena del hombre para alcanzar la comunión con Jesús sólo es posible allí donde subsiste el precepto íntegro de Jesús y su llamada a seguirle sin reservas.
Quien obedece plenamente al precepto de Jesús, quien acepta sin protestas su yugo, ve aligerarse la carga que ha de llevar, encuentra en la dulce presión de este yugo la fuerza que le ayuda a marchar sin fatiga por el buen camino. El precepto de Jesús es duro, inhumanamente duro, para el que se resiste a él. Pero es suave y ligero para el que se somete voluntariamente. “Sus mandamientos no son pesados” (I Jn 5.3).
El precepto .de Jesús no tiene nada que ver con una curación del alma por medio de shocks. Jesús no exige nada de nosotros sin darnos la fuerza para cumplirlo. El precepto de Jesús nunca quiere destruir la vida, sino conservarla, robustecerla, sanarla.
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EL SOMETIMIENTO A LA AUTORIDAD EN ROMANOS 13 (2)
X. Manuel Suárez

Resultado de imagen para barth comunidad civilII Co 13.10 vuelve a utilizar la misma palabra: “conforme a la autoridad que el Señor me ha dado” y evidentemente aquí “autoridad” se refiere también a la capacidad, no a la persona. Este concepto está aún más evidente en Col 1.16: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él”; aquí exousía se traduce como “potestades” y está claro de nuevo que habla de instituciones, no de gobernantes concretos; podríamos entenderlo mejor con el ejemplo análogo del trono: el trono es la institución, no la persona que se sienta en él.
Las autoridades de las que habla Romanos 13 no son personas concretas, sino instancias de gobierno; de hecho, hace una distinción entre los cargos y las personas que los ocupan: cuando habla seguidamente de estas personas, no usa el término exousía, sino árjontes (“magistrados”, literalmente “gobernantes”).
Podemos así comprender Ro 13.1 en estos términos: “Sométase toda persona a las instituciones superiores de autoridad; porque no hay institución de autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas”. Dios estableció la existencia de la autoridad humana como un elemento de limitación de los efectos descontrolados del pecado: en ausencia de un principio de autoridad, los más poderosos aplastarían sin limitación a los más débiles, y por eso Dios estableció el elemento de la autoridad; la autoridad como institución es, pues, una instancia para poner límites al ejercicio incontrolado del poder. Es triste que este concepto haya sido tan mal interpretado por algunos hermanos, que les lleve a justo lo contrario, a permitir sin resistencia que los injustos, cuando se sientan en el lugar de autoridad, hagan ejercicio abusivo del poder que da la institución política.
La Biblia nos muestra ejemplos de oposición legítima al abuso de poder por parte de quienes están en autoridad, y no limitados al tema de la predicación del Evangelio, sino a cuestiones tan materiales como la propiedad privada; es el caso de la viña de Nabot (1Re 21 y 2Re 9.25-26); cuando Nabot se opuso a Acab, ¿se estaba oponiendo a la institución de la autoridad? No, sino se oponía a quien usaba esa institución para abusar de los gobernados: no se oponía a la autoridad, sino a quien ejercía la autoridad; su oposición era legítima y la Biblia la apoya.
Dios nos reclama que nos sujetemos al principio de autoridad, pero no reclama que nos sujetemos sin juicio crítico a todo gobernante que se sienta en el sillón de la autoridad. De hecho, Romanos 13.3 dice que “los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo”. Por tanto, los gobernantes honran la institución de la autoridad y son dignos de ejercerla cuando así actúan, pero cuando el gobernante infunde temor al que hace el bien, debe ser destituido y su lugar debe ser ocupado por otro, y los evangélicos debemos participar activamente en esa destitución, porque no nos estaremos oponiendo a la institución de la autoridad, al contrario, la estaremos dignificando y estaremos apoyando los objetivos para los que fue establecida por Dios.

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