LAS DISCÍPULAS DE JESÚS (IV)
Ana María Tepedino
Como ya mencionamos antes, la
presencia femenina en el
movimiento de Jesús provocaba extrañeza. Para disminuir el escándalo que ello
causaba, se procura explicar colocando a las mujeres en el único servicio que
tradicionalmente se les reservaba: hacer la comida. El malestar por el
tratamiento igualitario de Jesús con las mujeres era grande, como lo atestiguan
los evangelios canónicos (cf. Jn 4.27), así como los no canónicos (cf. Evangelio de María Magdalena), pues, en
la época de Jesús, ningún rabí se dejaba acompañar por mujeres. Por eso,
probablemente el peso cultural influye en la relativización que Mateo hace del
servicio de las mujeres, del mismo modo que influyó en Marcos, quien,
conociendo el discipulado de la mujer, sólo lo menciona al final del evangelio.
Podríamos entonces plantear la
siguiente cuestión: si el seguimiento de las mujeres resulta embarazoso, ¿por
qué se menciona? Las opiniones son bastante divergentes: Bultmann declara que
la presencia de las mujeres como testigos en Mc 15.40-41, 47; 16.1-8, no es
histórica, sino que “ellas eran necesarias, porque los discípulos que habían
huido no podían aparecer”.
¿Acaso se colocó en la narración a
las mujeres, aún con los nombres citados, sólo para establecer que había
testigos de la muerte y sepultura de Jesús y del sepulcro vacío? Por lo que
dijimos antes, podemos afirmar que, aunque las mujeres se introduzcan en un
giro típico de Marcos, esto no quiere decir que sean ahistóricas.
Una idea básica de la teología de
Marcos es la de la inversión: los de fuera se convierten en los de dentro, los
últimos serán los primeros (cf. Mc 10.31). En esta perspectiva, con la rotura
del velo del templo dejan de existir las restricciones en contra de la plena
participación tanto de los gentiles, cuyo paradigma es el centurión (cf. Mc 15.39),
como de las mujeres (cf. Mc 15.40), pues, desde el punto de vista del judaísmo
y del judeocristianismo del siglo I, no podría haber nadie tan externo al drama
central de la fe y de la práctica religiosa que un centurión romano o la mujer.
Ciertamente, ellos se encontraban entre los últimos. Pero el comienzo del
evangelio de Jesucristo, hijo de Dios (cf. Mc 1.1) es, según Marcos, “el
principio del fin de aquel orden viejo”.
Concluyendo, los versículos
estudiados son extremadamente pertinentes para poner en evidencia el
discipulado de la mujer, tras presentarlas con toda claridad como seguidoras y
servidoras que, según comprobamos, son términos técnicos para referirse al
discípulo. Además, las presentan como seguidoras de Jesús desde Galilea, desde
el comienzo de la misión, por tanto, en el transcurso de la misma,
acompañándolo hasta Jerusalén, hasta la Cruz. En consecuencia, no sólo
estuvieron cerca de él desde el comienzo, sino que lo acompañaron en su
itinerario de sufrimiento, que es otro argumento para demostrar el discipulado
de la mujer. Y, por último, ellas son las únicas que no huyen cuando lo hacen
los discípulos, permaneciendo fieles y valerosas y convirtiéndose en testigos
de la tortura y de la muerte del Maestro querido.
Este texto nos
revela que las mujeres participaron en el movimiento de Jesús como verdaderas
discípulas y el hecho de que se nombre a tres de ellas demuestra su liderazgo,
así como el colocarlas en paralelo con el círculo menor de los tres discípulos
más allegados a Jesús.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
LA GRACIA CARA
Dietrich Bonhoeffer
Nada
contradiría más profundamente nuestras propias intenciones ni, al mismo tiempo, sería más perjudicial para el anuncio del
Evangelio que el agobiar con pesados preceptos humanos a los que están
fatigados y cansados y que Jesús llama hacia sí; con esto los alejaríamos de
nuevo de Jesús, y el amor de Cristo se convertiría en objeto de burla ante los
cristianos y los paganos.
Pero como en
esto los problemas y las autocríticas generales no sirven para nada, volvámonos
hacia la Escritura, hacia la palabra y el llamamiento del mismo Jesús. Saliendo
de la pobreza y de los estrechos límites de nuestras concepciones y problemas
personales, buscaremos la inmensidad y la riqueza que nos han sido concedidas
en Jesús.
Queremos hablar
de la llamada al seguimiento de Cristo. ¿Imponemos con esto al hombre un nuevo
yugo, aún más pesado? ¿Añadimos a los preceptos humanos, bajo los que gimen las
almas y los cuerpos, otros preceptos aún más duros e incompasivos?
Al recordar el
seguimiento de Jesús, ¿no clavaremos un aguijón más afilado en las conciencias
inquietas y heridas? ¿Es que vamos a imponer, una vez más en la historia de la
Iglesia, unas exigencias imposibles, vejatorias, excéntricas, cuyo cumplimiento
podrá constituir un lujo piadoso para algunos, pero que el hombre que trabaja y
se preocupa por su pan, su profesión, su familia, debe rechazar como la forma
más impía de tentar a Dios? ¿Pretende la Iglesia establecer una soberanía
espiritual sobre los hombres, instituyendo y ordenando por propia autoridad,
bajo amenaza de sanciones terrenas y eternas, todo lo que un hombre debe creer
y hacer para salvarse? ¿Establecerá la palabra de la Iglesia una nueva tiranía
y violencia sobre las almas? Es posible que muchos hombres anhelen una
esclavitud de este tipo. Pero ¿puede ponerse la Iglesia al servicio de tal
deseo?
Cuando la
sagrada Escritura habla del seguimiento de Cristo predica con ello la
liberación del hombre con respecto a todos los preceptos humanos, con respecto
a todo lo que oprime y agobia, a todo 10 que preocupa y atormenta a la
conciencia. En el seguimiento, los hombres abandonan el duro yugo de sus
propias leyes para tomar el suave yugo de Jesucristo. ¿Significa esto cortar
con la seriedad de los preceptos de Jesús? No; más bien la liberación plena del
hombre para alcanzar la comunión con Jesús sólo es posible allí donde subsiste
el precepto íntegro de Jesús y su llamada a seguirle sin reservas.
Quien obedece
plenamente al precepto de Jesús, quien acepta sin protestas su yugo, ve
aligerarse la carga que ha de llevar, encuentra en la dulce presión de este
yugo la fuerza que le ayuda a marchar sin fatiga por el buen camino. El
precepto de Jesús es duro, inhumanamente duro, para el que se resiste a él.
Pero es suave y ligero para el que se somete voluntariamente. “Sus mandamientos
no son pesados” (I Jn 5.3).
El precepto .de
Jesús no tiene nada que ver con una curación del alma por medio de shocks. Jesús
no exige nada de nosotros sin darnos la fuerza para cumplirlo. El precepto de
Jesús nunca quiere destruir la vida, sino conservarla, robustecerla, sanarla.
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EL SOMETIMIENTO A LA AUTORIDAD EN ROMANOS 13
(2)
X. Manuel Suárez
II
Co 13.10 vuelve a utilizar la misma palabra: “conforme a la autoridad
que el Señor me ha dado” y evidentemente aquí “autoridad” se refiere también a
la capacidad, no a la persona. Este concepto está aún más evidente en Col 1.16:
“Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las
que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean
principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él”; aquí exousía se traduce como “potestades” y
está claro de nuevo que habla de instituciones, no de gobernantes concretos;
podríamos entenderlo mejor con el ejemplo análogo del trono: el trono es la
institución, no la persona que se sienta en él.
Las autoridades
de las que habla Romanos 13 no son personas concretas, sino instancias de
gobierno; de hecho, hace una distinción entre los cargos y las personas que los
ocupan: cuando habla seguidamente de estas personas, no usa el término exousía, sino árjontes (“magistrados”, literalmente “gobernantes”).
Podemos así
comprender Ro 13.1 en estos términos: “Sométase toda persona a las
instituciones superiores de autoridad; porque no hay institución de autoridad
sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas”. Dios
estableció la existencia de la autoridad humana como un elemento de limitación
de los efectos descontrolados del pecado: en ausencia de un principio de
autoridad, los más poderosos aplastarían sin limitación a los más débiles, y
por eso Dios estableció el elemento de la autoridad; la autoridad como
institución es, pues, una instancia para poner límites al ejercicio
incontrolado del poder. Es triste que este concepto haya sido tan mal
interpretado por algunos hermanos, que les lleve a justo lo contrario, a
permitir sin resistencia que los injustos, cuando se sientan en el lugar de
autoridad, hagan ejercicio abusivo del poder que da la institución política.
La Biblia nos
muestra ejemplos de oposición legítima al abuso de poder por parte de quienes
están en autoridad, y no limitados al tema de la predicación del Evangelio,
sino a cuestiones tan materiales como la propiedad privada; es el caso de la
viña de Nabot (1Re 21 y 2Re 9.25-26); cuando Nabot se opuso a Acab, ¿se estaba
oponiendo a la institución de la autoridad? No, sino se oponía a quien usaba
esa institución para abusar de los gobernados: no se oponía a la autoridad,
sino a quien ejercía la autoridad; su oposición era legítima y la Biblia la
apoya.
Dios nos reclama
que nos sujetemos al principio de autoridad, pero no reclama que nos sujetemos
sin juicio crítico a todo gobernante que se sienta en el sillón de la
autoridad. De hecho, Romanos 13.3 dice que “los magistrados no están para
infundir temor al que hace el bien, sino al malo”. Por tanto, los gobernantes
honran la institución de la autoridad y son dignos de ejercerla cuando así
actúan, pero cuando el gobernante infunde temor al que hace el bien, debe ser
destituido y su lugar debe ser ocupado por otro, y los evangélicos debemos
participar activamente en esa destitución, porque no nos estaremos oponiendo a
la institución de la autoridad, al contrario, la estaremos dignificando y
estaremos apoyando los objetivos para los que fue establecida por Dios.
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