LAS DISCÍPULAS DE JESÚS (VI)
Ana María Tepedino
El “ángel”
declara que el sepulcro está vacío. Las
mujeres sirven para constatar que en ese sepulcro había sido enterrado Jesús
crucificado. Como vimos, los cuatro evangelios hacen hincapié en la presencia
de las mujeres en cuanto testigos de la muerte de Jesús y del lugar en el que
fue enterrado. De este modo, ellas proporcionan el vínculo indispensable entre
el que había sido enterrado y que ahora ha resucitado.
Ellas establecen
que aquél a quien verán (ópsesthe) en
Galilea (cf. Mc 16.7) el Hijo del Hombre que será visto (ópsotai) bajando de las nubes con gran poder y majestad (cf. Mc
13.26), es el mismo a quien seguían y servían en Galilea, a quien vieron (theoroúsai) muriendo en la cruz (cf. Mc
15.40) y a quien vieron (etheoroún) depositado
en la tumba.
Una vez más,
observamos el énfasis puesto en el ver, que califica a las mujeres como
testigos autorizados, como discípulas que, desde el principio, habían
participado en la misión de Jesús, presenciaron su muerte y darían testimonio
de su Resurrección.
De seguidoras en
la misión y testigos de su muerte, pasan a ser mensajeras de la Buena Nueva
(¡Jesús está vivo!).
¿Por qué fueron
las mujeres las primeras que tuvieron noticia de la Resurrección? Este hecho
las confirma como discípulas y les confiere una gran dignidad. Más adelante,
surge un argumento para devaluarlas: las mujeres estaban allí porque eran las
encargadas de los muertos. ¿Acaso basta esta afirmación para devaluar lo que
hicieron?
Parece que no.
Por la experiencia que Elisabeth Schüssler Fiorenza llama “extático-visionaria”,
las mujeres que permanecieron en Jerusalén llegaron a la convicción de que Dios
había confirmado el valor de la vida, de la misión y de la muerte de Jesús.
Entonces recibieron el poder para continuar el movimiento y el trabajo de
Jesús, el Señor resucitado.
Nuestra autora,
que además de exegeta y teóloga es historiadora, elabora una reconstrucción
históricamente plausible de los acontecimientos después de la muerte y
resurrección de Jesús, a saber: las mujeres galileas fueron las primeras que articularon
su experiencia de la poderosa bondad de Dios, que no dejó a Jesús crucificado
en el sepulcro, sino que lo levantó de entre los muertos. Para reorganizar el
movimiento, procuraron reunir a los discípulos que, probablemente después del
prendimiento de Jesús habían huido de Jerusalén y regresado a Galilea; los
amigos de Jesús que vivían en Jerusalén o sus alrededores; las mujeres
discípulas, como María y Marta de Betania, las mujeres que ungieron a Jesús, la
madre de Juan Marcos, que tenía una casa en Jerusalén, María la madre de Jesús,
así como algunos discípulos como Lázaro, Nicodemo o el discípulo amado. Algunas
de estas mujeres volverían luego a Galilea, su tierra natal. Y Schüssler
Fiorenza concluye diciendo que paras las mujeres discípulas debió ser más fácil
moverse sin que se dieran cuenta las autoridades.
Al tratar de reunir
a todas estas personas, “ellas pudieron continuar el movimiento y la obra de
Jesús”.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
LA GRACIA CARA
Dietrich Bonhoeffer
Para Lutero,
la vocación secular del cristiano sólo se justifica por el hecho de que en
ella se manifiesta de la forma más aguda la protesta contra el mundo. Sólo en
la medida en que la vocación secular del cristiano se ejerce en el seguimiento
de Jesús recibe, a partir del Evangelio, una justificación nueva. No fue la
justificación del pecado, sino la del pecador, la que condujo a Lutero a salir del
convento. La gracia cara fue la que se concedió a Lutero.
Era gracia,
porque era como agua sobre una tierra árida, porque consolaba en la angustia,
porque liberaba a los hombres de la esclavitud a los caminos que ellos habían
elegido, porque era el perdón de todos los pecados.
Era gracia cara
porque no dispensaba del trabajo; al contrario, hacía mucho más obligatoria la
llamada a seguir a Jesús. Pero precisamente porque era cara era gracia, y
precisamente porque era gracia era cara. Este fue el secreto del evangelio de
la Reforma, el secreto de la justificación del pecador.
Sin embargo, en
la historia de la Reforma, quien obtuvo la victoria no fue la idea luterana de
la gracia pura, costosa, sino el instinto religioso del hombre, siempre
despierto para descubrir el lugar donde puede adquirirse la gracia al precio
más barato. Sólo hacía falta un leve desplazamiento del acento, apenas
perceptible, para que el trabajo más peligroso y pernicioso se hubiese
realizado.
Lutero había
enseñado que el hombre, incluso en sus obras y caminos más piadosos, no podría
subsistir delante de Dios porque, en el fondo, se busca siempre a sí mismo. Y,
en medio de esta preocupación, había captado en la fe la gracia del perdón
libre e incondicional de todos los pecados.
Lutero sabía que
esta gracia le había costado toda una vida y que seguía exigiendo su precio
diariamente. Porque, por la gracia, no se sentía dispensado del seguimiento,
sino que, al contrario, se veía obligado a él ahora más que nunca. Cuando
Lutero hablaba de la gracia pensaba siempre, al mismo tiempo, en su propia
vida, que sólo por la gracia había sido sometida a la obediencia total a
Cristo. No podía hablar de la gracia más que de esta forma.
Lutero había
dicho que la gracia actúa sola; sus discípulos lo repitieron literalmente, con
la única diferencia de que se olvidaron pronto de pensar y decir lo que Lutero
siempre había considerado como algo natural: el seguimiento, del que no
necesitaba hablar porque se expresaba como un hombre al que la gracia había conducido
al seguimiento más estricto de Jesús.
La doctrina de
los discípulos dependía, pues, de la doctrina de Lutero y, sin embargo, esta
doctrina fue el fin, el aniquilamiento de la Reforma en cuanto revelación de la
gracia cara de Dios sobre la tierra. La justificación del pecador en el mundo
se transformó en justificación del pecado y del mundo. La gracia cara se volvió
gracia barata, sin seguimiento.
Cuando Lutero
decía que nuestras obras son vanas incluso en la mejor vida y que, por
consiguiente, nada tiene valor delante de Dios «a no ser la gracia y la
misericordia para perdonar los pecados», lo decía como hombre que, hasta este
momento y en este momento preciso, se sabía llamado siempre de nuevo al
seguimiento de Jesús, al abandono de todo lo que tenía.
El conocimiento
de la gracia supuso para él la ruptura última y radical con el pecado de su
vida, pero nunca su justificación. Significó, cuando él captó la gracia, la
renuncia radical y última a una vida según su propia voluntad, con lo que se
mostró verdaderamente como una llamada seria al seguimiento. Esto fue para él
un “resultado”, pero un resultado divino, no humano. Sin embargo, sus sucesores
convirtieron este resultado en el presupuesto básico de un cálculo. Y aquí está
el fallo.
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MÁXIMO GARCÍA RUIZ PUBLICA 25 ENIGMAS DE LA BIBLIA
Actualidad Evangélica, 16 de julio de 2018
El conjunto de libros que forman la Biblia nos introduce en lo más
destacado de la historia, de la literatura y de la cultura hebrea y es, por
otra parte, el fundamento teológico de la religión cristiana.
Su lectura nos abre los arcanos de un pueblo cuya fortaleza ha consistido
y consiste en sentirse pueblo elegido, protegido y conducido por Dios; un Dios
interpretado por ese pueblo de forma endógena y exclusiva que, finalmente, por
la intervención en la historia de Jesús, el Cristo, hijo y palabra encarnada de
Dios, es proyectado mesiánicamente para alcanzar una nueva dimensión y dar paso
a la creación de un pueblo sin fronteras, con una misión que identifica y da
sentido a la Iglesia cristiana universal. […]
Por ese motivo, en tiempos de gran confusión teológica como los que nos
toca vivir, en los que surgen con profusión “profetas” y “apóstoles” de muy
diversos credos, que se presentan como intérpretes de Dios en base a una
lectura subjetiva de la Biblia, reivindicamos una teología cristocéntrica, que
se apoye en dos axiomas esenciales: 1) Un Dios inmaterial creador de la materia
en todas sus manifestaciones; y 2) Jesucristo como Palabra de Dios encarnada.
Este convencimiento nos lleva a defender la necesidad de aproximarnos a
la Biblia mediante una relectura capaz de extraer de ella la enseñanza que
encierra, para lo cual es preciso separar el grano de la paja, es decir, hay
que saber priorizar unos textos con respecto a otros, aprendiendo a identificar
los mitos y leyendas con los que frecuentemente se arropan determinados
mensajes, dándoles un tratamiento diferente al que se da al contenido básico de
la revelación divina.
Y éste es el propósito del libro que acabamos de publicar, compuesto por 25 historias
bíblicas que sometemos a una reflexión serena, sirviéndonos de la enseñanza que
nos brindan tanto las ciencias naturales como las sociales, sin perder de vista
las ciencias bíblicas y, por otra parte, sin desviarnos en ningún momento del
magnetismo que supone saber que nos encontramos ante un libro, la Biblia, que
al menos un tercio de la población mundial, afirma que pone al ser humano en
comunicación con Dios. […]
Para cumplir el objetivo señalado anteriormente, es necesario redescubrir
la Palabra, lo que es equivalente a decir que hay que aprender a leer la
Biblia, a cuyos efectos nos remitimos a otro de nuestro libro recientemente
publicado Redescubrir la Palabra. Cómo leer la Biblia en el que
ofrecemos algunas claves hermenéuticas que pueden ayudar al lector interesado a
lograr ese objetivo. Lo que pretendemos con ambos ensayos es ofrecer un
homenaje a la Palabra de Dios, liberándola de quienes, consciente o inconscientemente,
la han secuestrado y se han erigido en administradores de su enseñanza y
contenido. Y lo hacemos desde el convencimiento de que la teología, el teólogo,
a fin de cuentas, es como un minero que pica la roca en busca de oro, sabiendo
que esos trozos de metal precioso van a aparecer envueltos en ganga inservible,
por lo que hay que someterlos a un proceso de limpieza y depuración antes de
que aparezcan, luminosos y atractivos, convertidos en refulgentes joyas,
expuestas en los escaparates de una lujosa orfebrería. Dicho con otras palaras,
la misión del teólogo es ofrecer una respuesta razonada, honesta y libre de
prejuicios a las grandes incógnitas que plantea la teología, es decir, la
reflexión en torno a Dios, en un lenguaje común y accesible.
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