domingo, 22 de julio de 2018

Letra 578, 22 de julio de 2018


LAS DISCÍPULAS DE JESÚS (VI)
Ana María Tepedino

El “ángel” declara que el sepulcro está vacío. Las mujeres sirven para constatar que en ese sepulcro había sido enterrado Jesús crucificado. Como vimos, los cuatro evangelios hacen hincapié en la presencia de las mujeres en cuanto testigos de la muerte de Jesús y del lugar en el que fue enterrado. De este modo, ellas proporcionan el vínculo indispensable entre el que había sido enterrado y que ahora ha resucitado.
Ellas establecen que aquél a quien verán (ópsesthe) en Galilea (cf. Mc 16.7) el Hijo del Hombre que será visto (ópsotai) bajando de las nubes con gran poder y majestad (cf. Mc 13.26), es el mismo a quien seguían y servían en Galilea, a quien vieron (theoroúsai) muriendo en la cruz (cf. Mc 15.40) y a quien vieron (etheoroún) depositado en la tumba.
Una vez más, observamos el énfasis puesto en el ver, que califica a las mujeres como testigos autorizados, como discípulas que, desde el principio, habían participado en la misión de Jesús, presenciaron su muerte y darían testimonio de su Resurrección.
De seguidoras en la misión y testigos de su muerte, pasan a ser mensajeras de la Buena Nueva (¡Jesús está vivo!).
¿Por qué fueron las mujeres las primeras que tuvieron noticia de la Resurrección? Este hecho las confirma como discípulas y les confiere una gran dignidad. Más adelante, surge un argumento para devaluarlas: las mujeres estaban allí porque eran las encargadas de los muertos. ¿Acaso basta esta afirmación para devaluar lo que hicieron?
Parece que no. Por la experiencia que Elisabeth Schüssler Fiorenza llama “extático-visionaria”, las mujeres que permanecieron en Jerusalén llegaron a la convicción de que Dios había confirmado el valor de la vida, de la misión y de la muerte de Jesús. Entonces recibieron el poder para continuar el movimiento y el trabajo de Jesús, el Señor resucitado.
Nuestra autora, que además de exegeta y teóloga es historiadora, elabora una reconstrucción históricamente plausible de los acontecimientos después de la muerte y resurrección de Jesús, a saber: las mujeres galileas fueron las primeras que articularon su experiencia de la poderosa bondad de Dios, que no dejó a Jesús crucificado en el sepulcro, sino que lo levantó de entre los muertos. Para reorganizar el movimiento, procuraron reunir a los discípulos que, probablemente después del prendimiento de Jesús habían huido de Jerusalén y regresado a Galilea; los amigos de Jesús que vivían en Jerusalén o sus alrededores; las mujeres discípulas, como María y Marta de Betania, las mujeres que ungieron a Jesús, la madre de Juan Marcos, que tenía una casa en Jerusalén, María la madre de Jesús, así como algunos discípulos como Lázaro, Nicodemo o el discípulo amado. Algunas de estas mujeres volverían luego a Galilea, su tierra natal. Y Schüssler Fiorenza concluye diciendo que paras las mujeres discípulas debió ser más fácil moverse sin que se dieran cuenta las autoridades.
Al tratar de reunir a todas estas personas, “ellas pudieron continuar el movimiento y la obra de Jesús”.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
LA GRACIA CARA
Dietrich Bonhoeffer

Resultado de imagen para bonhoefferPara Lutero, la vocación secular del cristiano sólo se justifica por el hecho de que en ella se manifiesta de la forma más aguda la protesta contra el mundo. Sólo en la medida en que la vocación secular del cristiano se ejerce en el seguimiento de Jesús recibe, a partir del Evangelio, una justificación nueva. No fue la justificación del pecado, sino la del pecador, la que condujo a Lutero a salir del convento. La gracia cara fue la que se concedió a Lutero.
Era gracia, porque era como agua sobre una tierra árida, porque consolaba en la angustia, porque liberaba a los hombres de la esclavitud a los caminos que ellos habían elegido, porque era el perdón de todos los pecados.
Era gracia cara porque no dispensaba del trabajo; al contrario, hacía mucho más obligatoria la llamada a seguir a Jesús. Pero precisamente porque era cara era gracia, y precisamente porque era gracia era cara. Este fue el secreto del evangelio de la Reforma, el secreto de la justificación del pecador.
Sin embargo, en la historia de la Reforma, quien obtuvo la victoria no fue la idea luterana de la gracia pura, costosa, sino el instinto religioso del hombre, siempre despierto para descubrir el lugar donde puede adquirirse la gracia al precio más barato. Sólo hacía falta un leve desplazamiento del acento, apenas perceptible, para que el trabajo más peligroso y pernicioso se hubiese realizado.
Lutero había enseñado que el hombre, incluso en sus obras y caminos más piadosos, no podría subsistir delante de Dios porque, en el fondo, se busca siempre a sí mismo. Y, en medio de esta preocupación, había captado en la fe la gracia del perdón libre e incondicional de todos los pecados.
Lutero sabía que esta gracia le había costado toda una vida y que seguía exigiendo su precio diariamente. Porque, por la gracia, no se sentía dispensado del seguimiento, sino que, al contrario, se veía obligado a él ahora más que nunca. Cuando Lutero hablaba de la gracia pensaba siempre, al mismo tiempo, en su propia vida, que sólo por la gracia había sido sometida a la obediencia total a Cristo. No podía hablar de la gracia más que de esta forma.
Lutero había dicho que la gracia actúa sola; sus discípulos lo repitieron literalmente, con la única diferencia de que se olvidaron pronto de pensar y decir lo que Lutero siempre había considerado como algo natural: el seguimiento, del que no necesitaba hablar porque se expresaba como un hombre al que la gracia había conducido al seguimiento más estricto de Jesús.
La doctrina de los discípulos dependía, pues, de la doctrina de Lutero y, sin embargo, esta doctrina fue el fin, el aniquilamiento de la Reforma en cuanto revelación de la gracia cara de Dios sobre la tierra. La justificación del pecador en el mundo se transformó en justificación del pecado y del mundo. La gracia cara se volvió gracia barata, sin seguimiento.
Cuando Lutero decía que nuestras obras son vanas incluso en la mejor vida y que, por consiguiente, nada tiene valor delante de Dios «a no ser la gracia y la misericordia para perdonar los pecados», lo decía como hombre que, hasta este momento y en este momento preciso, se sabía llamado siempre de nuevo al seguimiento de Jesús, al abandono de todo lo que tenía.
El conocimiento de la gracia supuso para él la ruptura última y radical con el pecado de su vida, pero nunca su justificación. Significó, cuando él captó la gracia, la renuncia radical y última a una vida según su propia voluntad, con lo que se mostró verdaderamente como una llamada seria al seguimiento. Esto fue para él un “resultado”, pero un resultado divino, no humano. Sin embargo, sus sucesores convirtieron este resultado en el presupuesto básico de un cálculo. Y aquí está el fallo.
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MÁXIMO GARCÍA RUIZ PUBLICA 25 ENIGMAS DE LA BIBLIA
Actualidad Evangélica, 16 de julio de 2018

20180716 2El conjunto de libros que forman la Biblia nos introduce en lo más destacado de la historia, de la literatura y de la cultura hebrea y es, por otra parte, el fundamento teológico de la religión cristiana.
Su lectura nos abre los arcanos de un pueblo cuya fortaleza ha consistido y consiste en sentirse pueblo elegido, protegido y conducido por Dios; un Dios interpretado por ese pueblo de forma endógena y exclusiva que, finalmente, por la intervención en la historia de Jesús, el Cristo, hijo y palabra encarnada de Dios, es proyectado mesiánicamente para alcanzar una nueva dimensión y dar paso a la creación de un pueblo sin fronteras, con una misión que identifica y da sentido a la Iglesia cristiana universal. […]
Por ese motivo, en tiempos de gran confusión teológica como los que nos toca vivir, en los que surgen con profusión “profetas” y “apóstoles” de muy diversos credos, que se presentan como intérpretes de Dios en base a una lectura subjetiva de la Biblia, reivindicamos una teología cristocéntrica, que se apoye en dos axiomas esenciales: 1) Un Dios inmaterial creador de la materia en todas sus manifestaciones; y 2) Jesucristo como Palabra de Dios encarnada.
Este convencimiento nos lleva a defender la necesidad de aproximarnos a la Biblia mediante una relectura capaz de extraer de ella la enseñanza que encierra, para lo cual es preciso separar el grano de la paja, es decir, hay que saber priorizar unos textos con respecto a otros, aprendiendo a identificar los mitos y leyendas con los que frecuentemente se arropan determinados mensajes, dándoles un tratamiento diferente al que se da al contenido básico de la revelación divina.
Y éste es el propósito del libro que acabamos de publicar, compuesto por 25 historias bíblicas que sometemos a una reflexión serena, sirviéndonos de la enseñanza que nos brindan tanto las ciencias naturales como las sociales, sin perder de vista las ciencias bíblicas y, por otra parte, sin desviarnos en ningún momento del magnetismo que supone saber que nos encontramos ante un libro, la Biblia, que al menos un tercio de la población mundial, afirma que pone al ser humano en comunicación con Dios. […]
Para cumplir el objetivo señalado anteriormente, es necesario redescubrir la Palabra, lo que es equivalente a decir que hay que aprender a leer la Biblia, a cuyos efectos nos remitimos a otro de nuestro libro recientemente publicado Redescubrir la Palabra. Cómo leer la Biblia en el que ofrecemos algunas claves hermenéuticas que pueden ayudar al lector interesado a lograr ese objetivo. Lo que pretendemos con ambos ensayos es ofrecer un homenaje a la Palabra de Dios, liberándola de quienes, consciente o inconscientemente, la han secuestrado y se han erigido en administradores de su enseñanza y contenido. Y lo hacemos desde el convencimiento de que la teología, el teólogo, a fin de cuentas, es como un minero que pica la roca en busca de oro, sabiendo que esos trozos de metal precioso van a aparecer envueltos en ganga inservible, por lo que hay que someterlos a un proceso de limpieza y depuración antes de que aparezcan, luminosos y atractivos, convertidos en refulgentes joyas, expuestas en los escaparates de una lujosa orfebrería. Dicho con otras palaras, la misión del teólogo es ofrecer una respuesta razonada, honesta y libre de prejuicios a las grandes incógnitas que plantea la teología, es decir, la reflexión en torno a Dios, en un lenguaje común y accesible.

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