martes, 31 de diciembre de 2019

Culto de fin de año

31 de diciembre, 19 hrs.
Dirige: H. Consistorio

Introito                          Salmo 91.1-2
Vivamos bajo el cuidado del Dios altísimo;
pasemos la noche bajo la protección
del Dios todopoderoso.
Él es nuestro refugio,
el Dios que nos da fuerzas,
¡el Dios en quien confiamos!
Preludio al pianoJacobo Núñez C.

Adoramos al Señor

Ministro: El Señor Dios nos ha acompañado hasta aquí, ha derramado sus bendiciones ampliamente y su compañía es lo más cierto que podemos afirmar.
Comunidad: Por encima de los vaivenes y contradicciones del tiempo su fidelidad brilla sobre nosotros con gran luminosidad.
Todos/as: Y gracias a ella es que estamos aquí ahora, agradeciendo su permanente disposición para sostener a su pueblo en medio de cualquier circunstancia. Amén.
* Oración de ofrecimiento
* Himno: “El cielo canta alegría” (387)

Afirmamos su misericordia

Momento de testimonios
* Himno “El Señor es mi fuerza” (146)

Apegados/as a su Palabra siempre

* Lectura del Antiguo Testamento: Salmo 90.11-17
* Lectura del Nuevo Testamento: Juan 15.1-10

Reflexión

TIEMPOS Y COYUNTURAS EN EL DESIGNIO DIVINO (II)

Una comunión renovada

* Himno: “De rodillas partamos hoy el pan” (463)
Celebración de la Santa Cena

Agradecidos/as y solidarios

D: Jesús estaba en el templo, y vio cómo algunos ricos ponían dinero en las cajas de las ofrendas. También vio a una viuda que echó dos moneditas de muy poco valor.
C: Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que esta viuda pobre dio más que todos los ricos. Porque todos ellos dieron de lo que les sobraba; pero ella, que es tan pobre, dio todo lo que tenía para vivir.
Presentación de ofrendas

Su mano nos acompaña fielmente
* Bendición comunitaria, unidos/as
D: Sé que no hemos sido destruidos
porque Dios nos tiene compasión.
Sé que cada mañana se renuevan
su gran amor y su fidelidad.
C: Por eso digo que en él confío;
¡Dios es todo para mí! Invito a todos a confiar en Dios
porque él es bondadoso. Amén.

* Bendición congregacional
   Himno “Grande es tu fidelidad” (50)

Postludio

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Video completo





Culto de desafío y proyección, 29 de diciembre de 2019


domingo, 29 de diciembre de 2019

Letra 651, 29 de diciembre de 2019


UNA NUEVA VENTANA SE ABRE

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UNA NUEVA VENTANA SE ABRE
como página en blanco
para escribir en ella:
Dios nos conduce otra vez
por el pasadizo del tiempo
hacia horizontes que sólo Él conoce.
Entre el incierto futuro
los pliegues de su mano esconden
lo inaudito, la experiencia insondable
que acecha con un sabor remoto.
Nada que envíe sobre sus hijos será dañino,
apenas la palabra se pronuncie
y venga el sueño sin pesadumbre,
se abrirá el surtidor de sus promesas.
Cada alegría y cada bendición
vendrá envuelta con su nombre
                                                 y hasta el momento aciago
podrá desdoblarse en una nube benéfica
cuando la ensoñación transcurra
y pueda valorarse lo ocurrido.
En esa ventana espera una luz por revelarse,
un nuevo rostro divino que iluminará todo
como una lumbrera interminable.
Dios, el eterno, acompaña la duración,
la espera, la incertidumbre humana natural
para hacer presente su inefable fulgor
                                                                en la pálida mirada de la fe.

(LC-O)

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EL FIN DE AÑO
Francisco Fernández Carvajal

Resultado de imagen para relojes dalí"Hoy, es un buen momento para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para el que comienza. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que no hicimos, por el amor que faltó; buena ocasión para dar gracias por todos los beneficios del Señor. La Iglesia nos recuerda que somos peregrinos. Ella misma está presente en el mundo y, sin embargo, es peregrina. Se dirige hacia su Señor peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios.
Nuestra vida es también un camino lleno de tribulaciones y de consuelos de Dios. Tenemos una vida en el tiempo, en la cual nos encontramos ahora, y otra más allá del tiempo, en la eternidad, hacia la cual se dirige nuestra peregrinación. El tiempo de cada uno es una parte importante de la herencia recibida de Dios; es la distancia que nos separa de ese momento en el que nos presentaremos ante nuestro Señor con las manos llenas o vacías. Sólo ahora, aquí, en esta vida, podemos merecer para la otra. En realidad, cada día nuestro es un tiempo que Dios nos regala para llenarlo de amor a Él, de caridad con quienes nos rodean, de trabajo bien hecho, de ejercitar las virtudes…, de obras agradables a los ojos de Dios. Ahora es el momento de hacer el tesoro que no envejece. Este es, para cada uno, el tiempo propicio, éste es el día de la salud. Pasado este tiempo, ya no habrá otro.
El tiempo del que cada uno de nosotros dispone es corto, pero suficiente para decirle a Dios que le amamos y para dejar terminada la obra que el Señor nos haya encargado a cada uno. Por eso nos advierte San Pablo: “Andad con prudencia, no como necios, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo”, “pues pronto viene la noche, cuando ya nadie puede trabajar”. Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo, por tanto, que lo malgastemos, ni que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la ventana: no podemos desbaratar esta etapa del mundo que Dios confía a cada uno.
San Pablo, considerando la brevedad de nuestro paso por la tierra y la insignificancia que tienen las cosas en sí mismas, dice: pasa la sombra de este mundo. Esta vida, en comparación de la que nos espera, es como su sombra.
La brevedad del tiempo es una llamada continua a sacarle el máximo rendimiento de cara a Dios. Hoy, en nuestra oración, podríamos preguntarnos si Dios está contento con la forma en que hemos vivido el año que ha pasado. Si ha sido bien aprovechado o, por el contrario, ha sido un año de ocasiones perdidas en el trabajo, en el servicio, en la vida de familia; si hemos abandonado con frecuencia la Cruz, porque nos hemos quejado con facilidad al encontrarnos con la contradicción y con lo inesperado.

Cada año que pasa es una llamada para santificar nuestra vida ordinaria y un aviso de que estaCada año que pasa es una llamada para santificar nuestra vida ordinaria y un aviso de que estamos un poco más cerca del momento definitivo con Dios. “No nos cansemos de hacer el bien, que a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Por consiguiente, mientras hay tiempo hagamos el bien a todos”.
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LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
Jean Meyer
El Universal, 22 de diciembre de 2019

Ultima Cumaei venit iam carminis aetas…

Viene ya el tiempo marcado por la Sibila
Una edad nueva toda, va a nacer una edad grande
Ya nos viene la Virgen, y las leyes de Saturno
Y el cielo nos manda una raza nueva
Bendiga, casta Lucina, un niño que va a nacer
Que la edad de hierro debe transformar en edad de oro…
Vivo, semejante a los dioses, aquel niño…
Él, soberano de un mundo apaciguado por su padre.

Jean MeyerTraduzco torpemente el inicio de la cuarta Bucólica del inmortal Virgilio. Por algo, Dante lo escoge como su guía. Los primeros cristianos interpretaron estos versos como la profecía irrefutable de la venida de la divinidad encarnada en un niño, el niño Jesús.
“Tiempo marcado”, “una edad grande”, es lo que dice Pablo (Gálatas 4, 4): “Mas al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, para redimir…” “Ya nos viene la Virgen”, exclama Virgilio, y con ella el niño que de ella va a nacer… “La plenitud de los tiempos”, esa expresión significa que la creación de lo que sea no es posible en cualquier momento, que el tiempo existe, que la historia existe y de algo sirve. Leía hace poco en Nature que la creación de los primeros seres vivos supone estrellas de la tercera generación, la aparición de sistemas biológicos complejos supone la aparición súper protegida de sistemas sencillos. El paleontólogo Simon Conway Morris defiende el surgimiento de una especie inteligente, consciente y social como algo inevitable (El País, citado por Daniel Mediavilla, 15 de septiembre 2019).
Ese surgimiento es el fruto de una historia que, para los cristianos, ha preparado la llegada tan discreta de Cristo, hace un poco más de 2,000 años, cuando la humanidad se encontró lista para recibir a Cristo. Cristo es, en griego, la traducción del hebreo mashiah, el que recibió la unción. Samuel untó con aceite al futuro rey Saúl, aceite santo relacionado con el Espíritu de Dios; Jesús (Yeshua, con la variante Yeosua/Josué) era un nombre frecuente, nombre de moda en la Palestina de la época. Este nombre, nos dicen los expertos, significa “salvación” y el P. Claude Tresmontant S.J. comenta que corresponde a “una atmósfera inquieta, perturbada, atormentada por angustias, miedos, culpabilidades y aspiraciones escatológicas”. ¿A poco, no es aquella la atmósfera nuestra, tanto en el mundo, como en nuestro México? Decir que Jesús (Salvador) es el Cristo es armar que está habitado por el Espíritu de Dios: “soberano de un mundo apaciguado por su Padre”. Los cristianos escriben “Padre” con P alta, en referencia al “misterio admirable e incomprensible de tu gloriosa Trinidad” (cantan los ortodoxos). Arman que Dios ha colmado, en aquel momento de plenitud, la infinita distancia que separa al creador de la creación, sin fulminarnos, como lo teme Isaías cuando siente que Dios se acerca.
La forma completa del nombre Jesús, siendo Iehoshua, significa “YHWH salva”, “Dios salvador” y subraya el hecho inicial que es el nacimiento de un niño, nacimiento que sigue conmoviendo el espíritu y el corazón de los que ayer, hoy y mañana tienen la convicción que Jesús es verdaderamente el Salvador del Mundo. Sus compañeros, judíos de Galilea y de Judea, hombres y mujeres, muchas mujeres, convivieron con él, vivieron con él como con un hombre con el cual vivir era maravillosamente bueno. Recuerdo, en una película del gran Luis Buñuel (“Soy ateo, ¡gracias a Dios!”), un hermoso Jesús que exclama “¡Tengo hambre!” y baja la loma corriendo. Poco a poco a sus compañeros, les invade la impresión que no era solo un hombre, exclusivamente un hombre, que, en aquel hombre totalmente hombre, había una ciencia, una potencia, una santidad que era de Dios.
Y en la noche del 24 de diciembre, en el seno de su madre, en 270 días, en 39 o 40 semanas, el niño pequeño es el resultado de los 3 000 millones de años de la vida. Que el niño Jesús llegó con la plenitud de los tiempos.


sábado, 28 de diciembre de 2019

Tiempos y coyunturas en el eterno designio divino (I-II), L. Cervantes-O.


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29 y 31 de diciembre, 2019

A la memoria del Pbro. Abel Clemente Vázquez, pastor, mentor, amigo y promotor, con inmensa gratitud

I

Señor, a lo largo de todas las generaciones,
¡tú has sido nuestro hogar!
Antes de que nacieran las montañas,
antes de que dieras vida a la tierra y al mundo,
desde el principio y hasta el fin, tú eres Dios.
Salmo 90.1-2, Nueva Traducción Viviente

Cuando a la grandeza y profundidad espirituales las acompaña la belleza en la expresión, estamos delante de un portento religioso, estético y afectivo. Entre tantos ejemplos, es el caso del Salmo 90, porque pocas veces ante las Sagradas Escrituras somos capaces de percibir cómo el golpe mortal de la inspiración sagrada coincide con el de la inspiración poética de grandes dimensiones. El recientemente fallecido crítico literario judío estadunidense Harold Bloom (nacido en 1930) se encargó de subrayar durante toda su labor la enormidad de las intuiciones religiosas y humanas de la Biblia Hebrea. Para ello, interrogó hondamente las intenciones de los escritores y encontró que su efectividad literaria, aunada a la intensidad de su reflexión teológica, es la causa de la sobrevivencia de estos monumentos a la fe y a la poesía: “Toda poderosa originalidad literaria se convierte en canónica”.[1] Walter Brueggemann sugiere “que se lea el salmo como si Moisés estuviera ahora en Pisgá (Dt 34). Ha llegado hasta el final. De pie mira la tierra prometida a la que se ha encaminado toda su vida. Ahora cae en la cuenta de que no entrará allí. Abraza esa dolorosa realidad de que su pretensión de toda la vida de fidelidad se parará en seco en su disfrute. Se somete a esa realidad que viene de Dios, pero eso no detiene su anhelo”.[2]

Este salmo indaga luminosamente en los abismos del tiempo guiado por el faro de la eternidad divina que, a duras penas, podemos concebir como una realidad medianamente comprensible. Desde sus primeras palabras somos llevados por el oleaje de la poesía sagrada que observa a Dios desde la transitoriedad y no puede más que quedar extasiada: “Señor, a lo largo de todas las generaciones / ¡tú has sido nuestro hogar! / De generación en generación. / Antes de que nacieran las montañas, / antes de que dieras vida a la tierra y al mundo, / desde el principio y hasta el fin, tú eres Dios” (1-2; el v. 2 recuerda lo dicho en Job 38.8). El auténtico hogar no es un lugar, es una persona: “Yahvéh es casa. La sed de lugar se resuelve en el don de comunión. Moisés, carente de tierra, puede celebrar tal lugar en una relación”.[3] Estamos, dice el poeta creyente, ante las puertas de la eternidad (ese misterio al que decía Jorge Luis Borges, “no estaba acostumbrado”, porque los seres humanos no podemos acostumbrarnos tan fácilmente a ella…), ante la distancia inconmensurable y prácticamente insalvable de la eternidad divina. Nuestra proverbial finitud marca un sendero solamente superable gracias a la encarnación del Hijo de Dios en el mundo. “Puede haber melancolía, aun desilusión, pero el salmo es una meditación no tanto sobre la futilidad y la muerte como sobre el poder de Dios aun frente a la realidad humana”.[4]

La labor redentora de Dios, como encuentro histórico con la humanidad, es incansable: “Haces que la gente vuelva al polvo con solo decir: / ‘¡Vuelvan al polvo, ustedes, mortales!’” (3). La desproporción entre nuestro lugar en el mundo y en la historia con ese Ser inabarcable es inmensa: “Para ti, mil años son como un día pasajero, / tan breves como unas horas de la noche” (4). Es el misterio del tiempo que tanto desveló a Borges (“El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”[5]). La ligereza con que los seres humanos pasamos por el mundo es como una serie de metáforas que el salmo desarrolla limpiamente y que muestran cómo Dios nos ve transcurrir desde su lenta e imperceptible eternidad: “Arrasas a las personas como si fueran sueños que desaparecen. / Son como la hierba que brota en la mañana. / Por la mañana se abre y florece, / pero al anochecer está seca y marchita.” (5-6). En Mesoamérica, un equivalente para estos versos es, entre muchos otros, el poema de Nezahualcóyotl que dice: “Como una pintura / nos iremos borrando, / como una flor / hemos de secarnos / sobre la tierra, / cual ropaje de plumas / del quetzal, del zacuán / del azulejo, iremos pereciendo. / Iremos a su casa”, que también expresa el sentimiento de limitación y finitud de la especie humana como un todo.[6]

Si la ira de Dios no nos consume, agrega el salmista, sí nos entristece, nos atormenta, nos constriñe: “Nos marchitamos bajo tu enojo; / tu furia nos abruma. / Despliegas nuestros pecados delante de ti / —nuestros pecados secretos— y los ves todos.” (7-8). Nuestras acciones ponen en riesgo siempre nuestra vida ante esa justicia inmarcesible. En aquellos tiempos, el enojo divino era causa de un ostentoso y santo terror: “Vivimos la vida bajo tu ira, / y terminamos nuestros años con un gemido” (9). La finitud se multiplicaba en la conciencia de los creyentes. Pero es allí asonde aparece, precisamente la paradoja de la duración, en una época en que se vivía tan poco: “¡Setenta son los años que se nos conceden! / Algunos incluso llegan a ochenta. / Pero hasta los mejores años se llenan de dolor y de problemas; / pronto desaparecen, y volamos” (10). Justo aquí, en el lugar bíblico que también conmovió a alguien como Carlos Monsiváis, podemos decir con él: “Se vuelven proteicos la furia y la desesperación, la esperanza y el júbilo comunitarios, el deseo y el placer de asir como se pueda las experiencias. Detente, oh momento, eres tan bello por tan imposible de evocar con justeza. ¿Y qué es lo determinante entonces? Aquello donde —por así decirlo— uno ya no distingue entre sentimientos y razonamientos”.[7]

70 u 80 años, aquí, son poco o son mucho, son los que Dios mismo quiere que sean: espacio de gracia, de amor derramado a manos llenas, de la experiencia decantada y asimilada progresivamente en el devenir que cada persona debe experimentar cotidianamente. Allí está Dios presente todo el tiempo, con su ¡No! contenido por la obra de Jesucristo, pero con el ¡Sí! Alentado siempre por la obra del Redentor de por medio:

El No que nos hace frente es el No de Dios. Lo que nos falta es también aquello que nos ayuda. Lo que nos limita, eso es nueva tierra. Lo que elimina toda verdad mundana, eso es también lo que la fundamenta. ¡Porque el No de Dios es total, por eso ese No es también su Sí! De ese modo, tenemos en la fuerza de Dios el panorama, la puerta, la esperanza. […]
Los que cargan con el peso del No divino serán llevados por el Sí divino, que es mayor. […]
El No de Dios es sólo la otra cara del Sí de Dios, vuelta inevitablemente a este hombre en este mundo.[8]
II
“¿Quién puede comprender el poder de tu enojo? / Tu ira es tan imponente como el temor que mereces” (11): situados ante la omnipresencia del furor divino, esa ira que amenaza con disolvernos en la nada, brota del corazón humano, tan limitado y precario, la única posibilidad para situarnos ante esa eternidad incomprensible: tratar de aprender a valorar nuestros días en su justa medianía, sí, pero también en su eventual grandeza dirigida por nuestro Creador, Sustentador y Salvador: “Enséñanos a entender la brevedad de la vida, / para que crezcamos en sabiduría” (12). Porque el único asidero para capear el temporal de la vida y sus vicisitudes es la sabiduría que viene del Eterno, del Absoluto, de Aquel que nos hace vivir siempre a su lado con la esperanza de que la vida es eso, no un valle de lágrimas para condolerse, sino un sendero de luz en el que más vale que cerremos los ojos y mantengamos la fe en las promesas para no perdernos.

Por todo ello, Brueggemann, en su magistral acercamiento al poema, ha escrito:

Sugiero que el “corazón de sabiduría” en el v. 12 no es simplemente el de alguien que es realista acerca de la transitoriedad humana y de la culpa sino el de alguien que sabe que existe “sentimiento de hogar” en el gobierno de Dios. Ese es el carácter esencial y la señal definicional de la situación humana. Una tal lectura de la realidad va contra la evidencia, aun contra la evidencia ofrecida en el salmo mismo. Un “corazón de sabiduría” que no es capturado por la evidencia, que no se impresiona excesivamente por los datos al alcance sino aquel que presta atención a la persistente realidad del señorío de Yahvéh.[9]

Esa búsqueda de conocimiento, de profundización ante la cortedad de la vida es resultado de la influencia del enfoque sapiencial, que se entrecruza creativamente con el tono lírico de la plegaria: “La sabiduría trata de ir al fondo de las cosas y descubrir lo oculto; penetra en lo más recóndito de la vida humana con una sonda inexorable. El Salmo 90 muestra las repercusiones que tienen las ideas sapienciales en un cántico de lamentación de la comunidad:[10]

Una vez que en los v. 1-12 se ha profundizado en lo que es la penitencia y el lamento, prorrumpen las peticiones en los v. 13ss. Nos revelan el hambre de misericordia y bondad que tiene el pueblo de Dios, que lleva sufriendo ya tanto tiempo. Yahvé se ha ocultado. Todas las peticiones le ruegan insistentemente que vuelva a manifestarse; que se muestre como el Señor que es de la historia. Sin la intervención eficaz de Dios, toda actividad humana es vacía y carente de fundamento (v. 16s). Por eso, la comunidad ora encarecidamente para que la bondad de Yahvé vuelva a dar fundamento a toda actividad de la vida.[11]

Hans-Joachim Kraus explica ese trasfondo: “…la situación que dio lugar al Sal 90 no está especificada concretamente. No se habla de opresión por parte de enemigos, de plagas de langostas, de epidemias o de otras cosas por el estilo. Lo único que llegamos a saber es que una grave carga pesa sobre el pueblo (v. 13); que desde hace años no se experimentan más que sufrimientos (v. 15), y que todas las obras humanas se hallan paralizadas sin esperanza (v. 17)”.[12] El poema avanza hacia una súplica imprecatoria de tono comunitario que bien podría corresponder a otras épocas de la historia del pueblo: “¡Oh Señor, vuelve a nosotros! / ¿Hasta cuándo tardarás? / ¡Compadécete de tus siervos!” (13).

“La mañana (v. 14) es el momento en que Dios da su respuesta y presta su ayuda (cf. Sal 46.6; 143.8)”:[13] “Sácianos cada mañana con tu amor inagotable, / para que cantemos de alegría hasta el final de nuestra vida” (14). “¡Danos alegría en proporción a nuestro sufrimiento anterior! / Compensa los años malos con bien” (15). La comunidad solicita que, después de mucho tiempo de desgracias, pueda disfrutar de una época de alegría que dure lo mismo. “Yahvé es convocado a dar un giro. Es trabajo de Yahvéh convertir la miseria en gozo. La siguiente palabra ‘ten piedad’ (naham) es la usada en Is. 40:1 para el término del exilio. Este lenguaje busca un acto transformante de Yahvéh y no duda que se le pueda conceder”.[14] “Permite que tus siervos te veamos obrar otra vez, / que nuestros hijos vean tu gloria” (16): Pero el momento decisivo acontecerá cuando Yahvé actúe visiblemente, pues lo había ocultado, y haga resplandecer su gloria sobre los descendientes. Entonces todo lo que suceda tendrá, gracias a esa acción, nuevos fundamentos y prosperidad. “Y que el Señor nuestro Dios nos dé su aprobación / y haga que nuestros esfuerzos prosperen; / sí, ¡haz que nuestros esfuerzos prosperen!”: la acción humana es proyectada hacia el ámbito del bienestar. La acción humana productiva alcanzará así formas de trascendencia influidas por el impulso divino. La frase final del salmo (“la obra de nuestras manos confirma”, RVR 1960)

seguramente se refiere a los bienes y logros humanos. Israel sabe que Dios puede bendecir el trabajo de nuestras manos […] la petición terminal aquí no es la del que cede al poder majestuoso de Dios (como se podría esperar con un “corazón sapiencial”) sino la de querer que a esta yerba que languidece se le dé durabilidad. Esta última petición, junto con todo el lamento, parece volar contra los clamores de la primera parte del salmo. […]
El autor ha concluido que nuestra situación no se definió finalmente por el polvo y la hierba sino por alguien que nos hace sentir en casa salvos. […]  La entrega testamentaria de la soberanía divina es lo que permite la aserción humana que en otros contextos podría aparecer como presunción prometeica. Pero aquí es una respuesta de fe a Dios. En medio de la realidad el tú de Dios invita al Israel orante a avanzar en la esperanza.[15]

La transitoriedad humana (y de sus obras) puede ser transformada por el toque divino para recibir una orientación que traspase el tiempo. El poeta Rainer Maria Rilke (en traducción de Sergio Cárdenas) se asomó a sus ventanas etéreas para afirmar:

Los años se van
Los años se van... y pues sí, es como en el tren:
Nos adelantamos a todo y los años se quedan
como el paisaje detrás de los cristales de este viaje
que el sol aclaró o empañó la helada.

Cómo se ordenan los sucesos en el espacio:
algo se vuelve prado, algo árbol se vuelve,
algo a construir el cielo se fue a ayudar...
la mariposa y la flor existen, ninguna miente:

la transformación no es una mentira...

(Poemas consumados, 1906-1926)




[1] Cf. H. Bloom, El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas. Barcelona, Anagrama, 1994, p. 35.
[2] W. Brueggemann, El mensaje de los salmos. México, Universidad Iberoamericana, p. 169.
[3] Ibíd., p. 167.
[4] Íbíd., pp. 167-168.
[5] J.L. Borges, “Nueva refutación del tiempo”, en Otras inquisiciones. [1952], Obras completas 1923-1972. Buenos Aires, Emecé, 1974, p. 771.
[6] Nezahualcóyotl, “Como una pintura nos iremos borrando”, en Poemas. Barcelona, Linkgua Ediciones, 2019 (Poesía, 158), pp. 46-47.
[7] C. Monsiváis, “Los días de nuestra edad”, en La Jornada, 4 de mayo de 2008, www.jornada.com.mx/2008/05/04/index.php?section=cultura&article=a03a1cul.
[8] Karl Barth, Carta a los Romanos. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1998, pp. 86, 89, 474.
[9] W. Brueggemann, op. cit., p. 169.
[10] H.-J. Kraus, Los Salmos. II. 60-150. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1995 (Biblioteca de estudios bíblicos, 54), p. 326.
[11] Ibíd., p. 328.
[12] Ibíd., p. 322.
[13] Ídem.
[14] W. Brueggemann, op. cit., pp. 169-170.
[15] Ibíd., pp. 171, 172.

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...