COMPAÑERO DE NUESTRAS ESPERAS
Dietrich Bonhoeffer
Velas, compañero de nuestras esperas,
tú, visitador escondido por nuestra vida.
Haznos oír tu voz que endereza
cuando cedemos bajo el peso de la desgracia
y abre el horizonte de la ternura
si el temor y el miedo amedrentan nuestros corazones.
Que tu Palabra levante la aurora
de nuestra humanidad transfigurada,
y haga nacer, en todas nuestras opacidades,
un soplo nuevo que cante la alegría de amar.
Bajo nuestros pasos florecerán en nuestra tierra
justicia y paz, amor y verdad,
y de nuestras manos, perlas de luz.
tú, visitador escondido por nuestra vida.
Haznos oír tu voz que endereza
cuando cedemos bajo el peso de la desgracia
y abre el horizonte de la ternura
si el temor y el miedo amedrentan nuestros corazones.
Que tu Palabra levante la aurora
de nuestra humanidad transfigurada,
y haga nacer, en todas nuestras opacidades,
un soplo nuevo que cante la alegría de amar.
Bajo nuestros pasos florecerán en nuestra tierra
justicia y paz, amor y verdad,
y de nuestras manos, perlas de luz.
LA RECONSTRUCCIÓN INTEGRAL DEL PUEBLO DE DIOS
EL TERCER ISAÍAS: 56-66 (II)
Samuel Amsler
Los
últimos profetas. Ageo, Zacarías, Malaquías y algunos otros
Estella, Verbo Divino, 1996 (Cuadernos
bíblicos, 90).
La
vida comunitaria se ha desviado
Las
faltas que sirven al profeta para justificar el
retraso de la salvación se denunciaron previamente en el gran oráculo del juicio
de los capítulos 56.9 a 57.13. El profeta denuncia ahora a los jefes de la
comunidad que no saben ya alertar al pueblo ante el peligro y que no buscan más
que su propio interés. No es que le faIte al pueblo celo religioso; pero es a
los ídolos a los que rinde homenaje, sin “dejar sitio al Señor en su corazón”
(57.11). Nada de todo esto se escapa de la mirada de Dios, que revelará la
inutilidad del activismo de los malvados (57.20s), pero que se acordará de los humillados
para levantarlos (57,18-19).
La
práctica del ayuno le ofrece al profeta la ocasión para denunciar la doblez del
culto que se rinde a Dios (58.2-14): no dejan de consultar a los sacerdotes para
conocer la voluntad del Señor y se multiplica el celo por ayunar con la
esperanza de hacer que les oiga el cielo. Pero, de hecho, se practica el ayuno
como una tapadera para ocultar la avidez de los comerciantes y las violencias
de la vida cotidiana. Por eso el profeta sustituye al sacerdote para enseñar la
verdadera práctica del ayuno, la que el Señor aprueba: no, el ayuno no consiste
en deshacerse en lamentaciones ante Dios, sino en reconocer a cada uno de los
demás su condición de hombre libre, en compartir los bienes, en ofrecer
alojamiento al emigrante, en vestir a los que están desnudos (cf. Mt 25,34-40).
A esta manera de practicar el ayuno es a la que están vinculadas las promesas
de felicidad. Lo mismo ocurre con el respeto al sábado (58.13-14).
La
mano del Señor no es demasiado corta
Como en otras muchas ocasiones,
el profeta comienza evocando la pregunta que se plantean sus oyentes y a la que
desea responder. Se trata de la forma literaria de la «disputa», ampliamente
explotada por Malaquías. Aquí, el profeta pasa inmediatamente al ataque,
oponiéndose a la opinión errónea de los oyentes.
v.
1: El pueblo considera el retraso en el cumplimiento de las promesas de
salvación como un signo de debilidad por parte del Señor; Dios se habría hecho incapaz
de intervenir en el mundo con tanta eficacia como en el pasado. Esta opinión
hace vislumbrar la resignación que se ha instalado en los espíritus. Llegan a
reprocharle a Dios su pasividad y hasta su impotencia. ¡Pero no es así!
vv.
2-8: El profeta opone a este reproche otra explicación: la causa de las
desgracias que se prolongan reside en el comportamiento culpable de la
comunidad. Son sus faltas, y no la impotencia de Dios, las que obstaculizan la
llegada de la salvación. Y el profeta denuncia entonces los actos de injusticia
que se practican en la vida cotidiana. Probablemente los cometen de forma oculta,
pero el profeta los denuncia a la luz del día: los crímenes que dejan huella en
las manos de quienes los cometen, las palabras que se intercambian y que no
sirven más que para engañar...
Los
mismos tribunales se dejan impresionar por falsas acusaciones y pronuncian
sentencias sin fundamento. El comercio es una estafa en donde el comprador no es
más que una víctima: creía que le vendían un huevo y descubre que le han
vendido una serpiente (cf. Lc 11.11s). Se siente preso como una mosca en una
tela de araña. Todos ponen en ello tanto afán que son incapaces de constatar
las consecuencias ruinosas de sus actos para la sociedad. Como se ha abandonado
el derecho, ya no hay shalom, ya no hay esa solidaridad social que contribuye
al bienestar de todos.
vv.
9-15a: En respuesta a las acusaciones del profeta, la comunidad toma entonces
la palabra para constatar su miseria y confesar sus errores. En esta lamentación
colectiva, la comunidad lee de nuevo su situación bajo otra luz. La describe
ahora como la consecuencia de sus propias infidelidades. Esto es lo que la
lleva a apelar directamente a Dios para confesar sus faltas, haciendo suyo el
diagnóstico del profeta.
El
texto de esta plegaria juega con los contrastes entre lo que se esperaba y lo
que de hecho ha sucedido; se contaba con la luz, la lucidez y la salud, pero de
hecho se mueven en la oscuridad, el titubeo de los ciegos y los gruñidos del
oso.
Estas
dos realidades contradictorias llevan a la comunidad a la confesión de su
culpabilidad: ¡son nuestras infidelidades las que retienen la salvación lejos
de nosotros!
vv.
15b-20: ¿Cuál será la reacción del Señor, a cuyos ojos nada se escapa? Lo que
él no puede tolerar por más tiempo es que no haya nadie para poner el mundo en
orden. Se decide por tanto a intervenir personalmente, sin contar con la ayuda
de nadie, sino con sus propias fuerzas y según su sentido de la justicia. El
profeta evoca esta resolución C0n la imagen del soldado que se equipa para la
batalla: hay cuatro piezas del equipo del combatiente que ilustran las
características de la obra de Dios: la justicia que viene en ayuda de los
oprimidos le sirve de coraza; la salvación, que consiste en dar la libertad a
los oprimidos, le sirve de casco; la venganza, que no deja el crimen impune, le
sirve de túnica; y la indignación, que excluye cualquier otro poder que no sea
el suyo, le sirve de manto. Ya sabemos los ecos que esta metáfora militar
recibiría ulteriormente en la tradición bíblica (1 Tes 5,8; Ef 6,14-17).
El
juicio del Señor va a ejercerse sobre la base de los actos de cada uno, primero
para condenar a los que se oponen a su proyecto. Pero para Sión y para todos
los descendientes de Jacob que se hayan arrepentido, se mostrará como su goel, es decir, como el que interviene
para librarlos de la esclavitud (cf. ls 41.14; 44.22s). Su venida será tan
repentina como un torrente encajonado que inunda de pronto el fondo de un valle
estrecho, y tan irresistible como el viento (“el soplo”) que lo arranca todo a
su paso. Porque su proyecto es hacer que lo reconozcan desde un extremo al otro
del universo.
v.
21: Enmarcado por fórmulas de introducción y de conclusión que lo aíslan del
contexto, este breve oráculo se añadió para prolongar la promesa de salvación
hecha a Jacob en el v. 20. El Señor se dirige expresamente a su pueblo para
renovarle solemnemente su compromiso de dirigirlo, asegurándole la presencia de
su Espíritu, que garantizará la perennidad de la enseñanza de sus palabras.
Éste era el privilegio de los profetas (cf. Jr 1.9), que ahora se concederá a
todos los miembros del pueblo de la alianza, convertido de este modo en un
pueblo profético en medio del mundo (cf. Nm 11.29).
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