domingo, 29 de diciembre de 2019

Letra 651, 29 de diciembre de 2019


UNA NUEVA VENTANA SE ABRE

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UNA NUEVA VENTANA SE ABRE
como página en blanco
para escribir en ella:
Dios nos conduce otra vez
por el pasadizo del tiempo
hacia horizontes que sólo Él conoce.
Entre el incierto futuro
los pliegues de su mano esconden
lo inaudito, la experiencia insondable
que acecha con un sabor remoto.
Nada que envíe sobre sus hijos será dañino,
apenas la palabra se pronuncie
y venga el sueño sin pesadumbre,
se abrirá el surtidor de sus promesas.
Cada alegría y cada bendición
vendrá envuelta con su nombre
                                                 y hasta el momento aciago
podrá desdoblarse en una nube benéfica
cuando la ensoñación transcurra
y pueda valorarse lo ocurrido.
En esa ventana espera una luz por revelarse,
un nuevo rostro divino que iluminará todo
como una lumbrera interminable.
Dios, el eterno, acompaña la duración,
la espera, la incertidumbre humana natural
para hacer presente su inefable fulgor
                                                                en la pálida mirada de la fe.

(LC-O)

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EL FIN DE AÑO
Francisco Fernández Carvajal

Resultado de imagen para relojes dalí"Hoy, es un buen momento para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para el que comienza. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que no hicimos, por el amor que faltó; buena ocasión para dar gracias por todos los beneficios del Señor. La Iglesia nos recuerda que somos peregrinos. Ella misma está presente en el mundo y, sin embargo, es peregrina. Se dirige hacia su Señor peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios.
Nuestra vida es también un camino lleno de tribulaciones y de consuelos de Dios. Tenemos una vida en el tiempo, en la cual nos encontramos ahora, y otra más allá del tiempo, en la eternidad, hacia la cual se dirige nuestra peregrinación. El tiempo de cada uno es una parte importante de la herencia recibida de Dios; es la distancia que nos separa de ese momento en el que nos presentaremos ante nuestro Señor con las manos llenas o vacías. Sólo ahora, aquí, en esta vida, podemos merecer para la otra. En realidad, cada día nuestro es un tiempo que Dios nos regala para llenarlo de amor a Él, de caridad con quienes nos rodean, de trabajo bien hecho, de ejercitar las virtudes…, de obras agradables a los ojos de Dios. Ahora es el momento de hacer el tesoro que no envejece. Este es, para cada uno, el tiempo propicio, éste es el día de la salud. Pasado este tiempo, ya no habrá otro.
El tiempo del que cada uno de nosotros dispone es corto, pero suficiente para decirle a Dios que le amamos y para dejar terminada la obra que el Señor nos haya encargado a cada uno. Por eso nos advierte San Pablo: “Andad con prudencia, no como necios, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo”, “pues pronto viene la noche, cuando ya nadie puede trabajar”. Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo, por tanto, que lo malgastemos, ni que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la ventana: no podemos desbaratar esta etapa del mundo que Dios confía a cada uno.
San Pablo, considerando la brevedad de nuestro paso por la tierra y la insignificancia que tienen las cosas en sí mismas, dice: pasa la sombra de este mundo. Esta vida, en comparación de la que nos espera, es como su sombra.
La brevedad del tiempo es una llamada continua a sacarle el máximo rendimiento de cara a Dios. Hoy, en nuestra oración, podríamos preguntarnos si Dios está contento con la forma en que hemos vivido el año que ha pasado. Si ha sido bien aprovechado o, por el contrario, ha sido un año de ocasiones perdidas en el trabajo, en el servicio, en la vida de familia; si hemos abandonado con frecuencia la Cruz, porque nos hemos quejado con facilidad al encontrarnos con la contradicción y con lo inesperado.

Cada año que pasa es una llamada para santificar nuestra vida ordinaria y un aviso de que estaCada año que pasa es una llamada para santificar nuestra vida ordinaria y un aviso de que estamos un poco más cerca del momento definitivo con Dios. “No nos cansemos de hacer el bien, que a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Por consiguiente, mientras hay tiempo hagamos el bien a todos”.
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LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
Jean Meyer
El Universal, 22 de diciembre de 2019

Ultima Cumaei venit iam carminis aetas…

Viene ya el tiempo marcado por la Sibila
Una edad nueva toda, va a nacer una edad grande
Ya nos viene la Virgen, y las leyes de Saturno
Y el cielo nos manda una raza nueva
Bendiga, casta Lucina, un niño que va a nacer
Que la edad de hierro debe transformar en edad de oro…
Vivo, semejante a los dioses, aquel niño…
Él, soberano de un mundo apaciguado por su padre.

Jean MeyerTraduzco torpemente el inicio de la cuarta Bucólica del inmortal Virgilio. Por algo, Dante lo escoge como su guía. Los primeros cristianos interpretaron estos versos como la profecía irrefutable de la venida de la divinidad encarnada en un niño, el niño Jesús.
“Tiempo marcado”, “una edad grande”, es lo que dice Pablo (Gálatas 4, 4): “Mas al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, para redimir…” “Ya nos viene la Virgen”, exclama Virgilio, y con ella el niño que de ella va a nacer… “La plenitud de los tiempos”, esa expresión significa que la creación de lo que sea no es posible en cualquier momento, que el tiempo existe, que la historia existe y de algo sirve. Leía hace poco en Nature que la creación de los primeros seres vivos supone estrellas de la tercera generación, la aparición de sistemas biológicos complejos supone la aparición súper protegida de sistemas sencillos. El paleontólogo Simon Conway Morris defiende el surgimiento de una especie inteligente, consciente y social como algo inevitable (El País, citado por Daniel Mediavilla, 15 de septiembre 2019).
Ese surgimiento es el fruto de una historia que, para los cristianos, ha preparado la llegada tan discreta de Cristo, hace un poco más de 2,000 años, cuando la humanidad se encontró lista para recibir a Cristo. Cristo es, en griego, la traducción del hebreo mashiah, el que recibió la unción. Samuel untó con aceite al futuro rey Saúl, aceite santo relacionado con el Espíritu de Dios; Jesús (Yeshua, con la variante Yeosua/Josué) era un nombre frecuente, nombre de moda en la Palestina de la época. Este nombre, nos dicen los expertos, significa “salvación” y el P. Claude Tresmontant S.J. comenta que corresponde a “una atmósfera inquieta, perturbada, atormentada por angustias, miedos, culpabilidades y aspiraciones escatológicas”. ¿A poco, no es aquella la atmósfera nuestra, tanto en el mundo, como en nuestro México? Decir que Jesús (Salvador) es el Cristo es armar que está habitado por el Espíritu de Dios: “soberano de un mundo apaciguado por su Padre”. Los cristianos escriben “Padre” con P alta, en referencia al “misterio admirable e incomprensible de tu gloriosa Trinidad” (cantan los ortodoxos). Arman que Dios ha colmado, en aquel momento de plenitud, la infinita distancia que separa al creador de la creación, sin fulminarnos, como lo teme Isaías cuando siente que Dios se acerca.
La forma completa del nombre Jesús, siendo Iehoshua, significa “YHWH salva”, “Dios salvador” y subraya el hecho inicial que es el nacimiento de un niño, nacimiento que sigue conmoviendo el espíritu y el corazón de los que ayer, hoy y mañana tienen la convicción que Jesús es verdaderamente el Salvador del Mundo. Sus compañeros, judíos de Galilea y de Judea, hombres y mujeres, muchas mujeres, convivieron con él, vivieron con él como con un hombre con el cual vivir era maravillosamente bueno. Recuerdo, en una película del gran Luis Buñuel (“Soy ateo, ¡gracias a Dios!”), un hermoso Jesús que exclama “¡Tengo hambre!” y baja la loma corriendo. Poco a poco a sus compañeros, les invade la impresión que no era solo un hombre, exclusivamente un hombre, que, en aquel hombre totalmente hombre, había una ciencia, una potencia, una santidad que era de Dios.
Y en la noche del 24 de diciembre, en el seno de su madre, en 270 días, en 39 o 40 semanas, el niño pequeño es el resultado de los 3 000 millones de años de la vida. Que el niño Jesús llegó con la plenitud de los tiempos.


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