¿RETORNO DEL EXILIO O EVOCACIÓN DEL ÉXODO? (II)
Philippe Abadie y Pierre de Martin de Viviès
Así pues, el retorno se perfila a imagen del éxodo, como lo
confirma, el uso del verbo “subir”. La alusión es totalmente directa en el
inciso "en todos los lugares donde él resida", que evoca el nombre que Moisés
pone a su primer hijo, “Gersón, pues dijo, he sido un residente [hebreo: ger] en una tierra extranjera” (Ex 2,22).
Este mismo verbo gûr, “residir”, es el que se usa para
designar la estancia de los hebreos en Egipto, una tierra extranjera (Ex 23.9;
Dt 26.5; Is 52.4). Como muestran estos datos, el edicto de los vv. 2-4 no
podría emanar de la cancillería persa. Tampoco podemos ver en él un texto “oficial”
redactado por un judío —habría sido censurado—. Se trata más bien de una
relectura teológica de un fenómeno cierto de retorno a la tierra ancestral,
pero sin necesidad para ello de una aprobación real. Siempre y cuando
estuvieran sometidos a la autoridad persa que reinaba desde Irán hasta las
puertas de Egipto, eran posibles los movimientos de población.
Así pues, de la experiencia
dolorosa del exilio unida a la alegría de un retorno posible nace la visión
teológica de un nuevo éxodo, a menos que pueda considerarse lo contrario. Pero
dejemos abierta la cuestión para analizar un último paralelo en la alusión
final a los regalos recibidos: “plata, oro, hacienda, ganado”, que evoca Ex
11,2 (mientras que el cumplimiento de la acción en Esd 1.6 remite a Ex 12.35).
De nuevo, el redactor establece una equivalencia entre el fin del exilio y la
salida de Egipto, aunque añade un hecho importante, puesto que en Egipto
despojaron a los egipcios (Ex 12,36), mientras que el don es ahora voluntario.
Y lejos de la figura hostil del faraón, se describe al rey persa Ciro
positivamente (Esd 1.7).
¿Qué concluimos finalmente? El
carácter positivo dado a la figura de Ciro lo erige en modelo de los reyes del
futuro, al mismo tiempo que se convierte en el contratipo del rey babilónico
Nabucodonosor. Si este aparece en la historia como el destructor de Jerusalén y
de su Templo, Ciro es su restaurador, y es a él a quien se refiere Darío para
permitir la reanudación de los trabajos, largamente interrumpidos, para
reconstruir el Templo (Esd 6.1-12). La visión subyacente no está lejos de los
oráculos del Segundo Isaías, que hacen de la llegada de Ciro al poder el
instrumento de la justicia divina (Is 42.25) y del rey mismo un mesías (Is 45.1-6);
unos oráculos que procede fechar a comienzos del período persa.
La
caravana del retorno
De hecho, el plural se impone aquí, puesto que, a pesar de lo
enunciando en Esd 2.1: “Estos son los hijos de la provincia que han regresado
de la cautividad, de la deportación —aquellos que Nabucodonosor, rey de
Babilonia, había deportado a Babilonia—, y que retornaron a Jerusalén y Judá,
cada uno a su ciudad”, el v. 2 detalla el nombre de once jefes del grupo (el
paralelo en Neh 7.7 añade un duodécimo nombre, Najamaní). La ausencia de
Sesbasar, pese a 1.1, y este número muestran el carácter artificial de la
lista, que, por otra parte, no obedece a una sola regla. Los repatriados son
inicialmente contados por clanes (vv. 3-19), después por lugares de residencia
(vv. 20-25) y, finalmente, por sus posiciones sociales (vv. 36-58). Lo más
importante de todo para comprender la función aparece en los vv. 59-63, donde
se detallan los repatriados de ascendencia dudosa, excluidos por ello del
sacerdocio hasta que se muestra la verdad de sus orígenes. La asamblea se
compone de 42 360 personas, sin contar sus siervos y sus bienes (vv. 64-65), y
la escena concluye con las ofrendas hechas en el Templo por el logro del
regreso (vv. 66-70).
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
Dietrich Bonhoeffer
La
justicia oculta
Una vez que el capítulo 5 nos ha hablado
del carácter visible de la comunidad de los
seguidores de Jesús, culminando en el perisso
(lo “extraordinario”) e indicándonos que lo cristiano debe ser entendido
como lo que sale del mundo, lo supera, como lo extraordinario, el capítulo
siguiente vuelve a recoger esta idea de lo extraordinario y la desvela en lo
que tiene de equívoco. Porque existe un gran peligro de que los discípulos la
interpreten de forma totalmente equivocada, como si debiesen esforzarse en
instaurar, despreciando y destruyendo el orden del mundo, un reino de los
cielos sobre la tierra; como si debiesen esforzarse en realizar y hacer
visible, en una indiferencia de iluminados frente al mundo, lo extraordinario
del mundo nuevo, separándose del mundo con un radicalismo total y una ausencia
completa de compromiso, a fin de forzar el advenimiento de lo cristiano, de lo
conforme al seguimiento, de lo extraordinario.
Era muy fácil caer en el error de
pensar que lo que aquí se les predicaba era, de nuevo, una forma, una
configuración piadosa de la vida —ciertamente libre, nueva, entusiasta— y qué
dispuesto estaría el hombre piadoso a cargar con esto extraordinario, con esta
pobreza, con esta veracidad, con este sufrimiento, e incluso a buscarlo, con
tal de que fuese al fin satisfecho el deseo de su corazón, el deseo de ver algo
con los propios ojos, y no tener que contentarse con creer. Se habría estado
dispuesto, ciertamente, a realizar aquí un pequeño desplazamiento de los
límites, acercando demasiado una forma piadosa de vida y la obediencia a la
palabra, para terminar no pudiendo mantenerlas separadas. Así se hizo con el
fin de que lo extraordinario fuese puesto en práctica.
No, no es precisamente lo extraordinario,
sino lo cotidiano, lo habitual, lo oculto, lo que constituye el signo de la
verdadera obediencia y de la auténtica humildad. Si Jesús hubiese indicado a
sus discípulos el camino de su pueblo, de su profesión, de su responsabilidad
en la obediencia a la ley, tal como lo explicaban al pueblo los escribas,
habría aparecido como un hombre piadoso, verdaderamente humilde y obediente.
Habría dado un poderoso impulso a una piedad más seria, a una obediencia más
estricta.
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GRACIA, MISTERIO, BELLEZA Y LIBERTAD: CUATRO
AFIRMACIONES DE LA TEOLOGÍA REFORMADA (II)
Cynthia Rigby
Siguiendo las Escrituras, la teología reformada no enseña que
Dios nos da más de lo que merecemos o algo que no merecemos en absoluto, sino
que Dios nos ha reclamado como suyos completamente aparte de nuestro valor o
indignidad.
En un mundo económicamente
precario en el que a menudo se nos recuerda que nadie es insustituible, la
realidad de la gracia de Dios puede tranquilizarnos y transformarnos. El reto
es, sin embargo, vivir con una percepción de ello. Para vivir cada día con el
conocimiento de que uno se salva por la gracia y la gracia sólo se requiere
atención y práctica. También se necesita el apoyo de una comunidad. Orar y
adorar, estudiar y discutir en comunión con otros miembros de una congregación
reformada nos ayuda para ser cada vez más conscientes de nuestra identidad
inalterable como hijos de Dios.
Cuando sabemos que somos hijos
amados e irremplazables de Dios, no sólo podemos sobrevivir a un mundo que mide
sin descanso nuestro valor, sino que también podemos trabajar para convertir
este mundo en un lugar que manifieste más claramente el Reino de Dios. Podemos,
cada vez más, llegar a ver a los demás también como insustituibles, tratándolos
en consecuencia, viviendo de manera diferente juntos como miembros de la
comunidad de amor.
Mente
y corazón unidos
En un momento político, social y ambiental en el que nos estamos
volviendo cada vez más escépticos acerca de la religión organizada y, al mismo
tiempo, estamos desesperados por extraer de la sabiduría creativa que se
encuentra más allá de nosotros mismos, la teología reformada insiste en unir la
palabra y el sacramento, la interpretación y el misterio. Lo metafísico y lo
místico.
En La muerte de Adán, la novelista y académica calvinista Marilynne
Robinson destaca este enfoque, argumentando que “para Calvino... la metafísica
... [es] un vuelo apasionado del alma” y “el misticismo [es] un método de
investigación rigurosa”. En esta línea, los miembros de las congregaciones que
participan en la adoración reformada están practicando la integración de la
mente y el corazón.
Escuchamos el sermón, y nuestro
conocimiento de Dios viene no sólo a través de los conocimientos que recibimos,
sino también a través de la conexión de la Palabra proclamada con lo que vendrá
después: nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Jesucristo en la
mesa. Y participamos del pan y la copa no como aquellos que hemos puesto
nuestro intelecto, análisis y escepticismo a un lado, sino como quienes todavía
están escuchando la Palabra por medio de palabras ordinarias y extraordinarias.
Y, entonces, estamos invitados a seguir usando nuestro cerebro y nuestro
corazón mientras comemos y bebemos, considerando lo que Dios está haciendo y
cómo podemos participar en la obra.
The Presbyterian Outlook, 7 de enero de 2019