5 de mayo de 2019
Dios, escucha mi oración y las oraciones de tus servidores que desean adorarte. Haz que el rey me reciba bien y que yo tenga éxito. Nehemías 1.11a, TLA
Esdras, el escriba, el intelectual, el ideólogo. Y Nehemías, el organizador, el pragmático, el hombre de acción.
Juntos simbolizan la esperanza de Israel. La renovación de Israel. Juntos incitarán a sus hermanos de infortunio a arrancarse de su entorno, de la comodidad del exilio, a renunciar a las condiciones familiares de sus domicilios provisionales, y a volver a casa. […] A no asustarse de las ruinas que cubrían la ciudad de Dios, la que Dios había escogido como morada en medio de su pueblo, el pueblo de la memoria y de la fidelidad.[1] E. Wiesel
La historia de la preocupación de Nehemías (nombre que
significa “El Señor consuela”) por Jerusalén y el pueblo, así como de su
traslado desde Susa, una de las capitales del imperio persa (1.2, en ella vivían los reyes
durante los meses de invierno) y las acciones que llevó a cabo como dirigente
de la reconstrucción de las murallas y las puertas de la ciudad israelita
ocupan la segunda parte del libro de Esdras-Nehemías, contada en primera
persona (“Memorias de Nehemías”). “Los hechos que se relatan en estos capítulos
[1-7] comienzan en un informe que le llevó una delegación judía a Nehemías, en
Susa (Neh. 1.1-3), y finalizan con la lista de los deportados que volvieron a
Jerusalén con Zorobabel (Neh. 7.5-73a; cf. Esd. 2.1-70). Se describe el trabajo
de reconstrucción de los muros de la ciudad, se hace referencia a las tensiones
dentro de la comunidad judía, y a la oposición de los vecinos de Judá (Neh.
3-4). La narración pone de manifiesto la relación entre el bienestar de la
ciudad y el del pueblo judío”.[2]
El puesto de Nehemías como
copero del rey Artajerjes I (desde el 465 hasta el 424), encargado de la bodega
y de la bebida (1.11b), le permitió acceder a la posibilidad de acercarse a la
ciudad tan recordada por los judíos de la diáspora. “Personaje prestigioso de
la corte, Nehemías recibió una delegación de Judea, encabezada por su propio
hermano Jananí, en el mes de Kisleu el año vigésimo del rey Artajerjes, es
decir, en noviembre-diciembre del 445 a.C. La conversación trató del mal estado
de las murallas de Jerusalén, ‘destruida y con sus puertas quemadas’” (1.3).[3]
Hay importantes referencias a la labor de Nehemías en los libros deuterocanónicos
de Eclesiástico (49.13) y II Macabeos (1.18-36; 2.13). El entorno político de
la misión de Nehemías era el siguiente: “Desde el año 460 a.C., Egipto se
encontraba en un proceso de revolución nacional respaldada por Atenas. En el
448 a.C. el sátrapa de la provincia de Transéufrates se rebeló contra Persia.
Estas revueltas, que ciertamente traían inestabilidad al imperio persa, ponían
a Judá en una posición de cierta importancia ante el imperio, al que desde la
perspectiva política le convenía mantener su estabilidad y desarrollar las
mejores relaciones recíprocas”.[4]
El contexto de la
reconstrucción ya iniciada no era muy alentador en ese momento: la denuncia del
sátrapa Rejún y de los potentados locales (Esd 4.8) acabó con los primeros
trabajos de reconstrucción (alrededor del 448). Poco después, se dirigió a Susa
una delegación dirigida por Jananí, su hermano, para solicitar a Nehemías que actuara
a favor del proyecto delante del monarca. Algunos piensan que el grupo tenía
una misión diplomática y que evadió a las autoridades samaritanas al llegar
directamente al rey, a través de Nehemías. Otros señalan que la visita fue de
negocios o para tratar asuntos familiares.
La reacción inmediata de
Nehemías fue de tristeza y decepción: “Cuando oí esto, me senté a llorar, y
durante varios días estuve muy triste y no comí nada” (1.4). A partir de ese
momento, el texto recoge su oración como parte de una escena que reproduce lo
que describe Esdras 9.3ss. Este paralelismo relaciona directamente a las dos
grandes figuras de líderes del pueblo. Lo mismo ocurre con la invocación divina
de Dios como “YHWH, Dios del cielo, Dios grande y terrible, fiel a la alianza y
generoso...” (Neh 1.5) que hace eco a la bendición solemne de Neh 8.6. Como la
de Esd 9.6-15, la oración tiene la forma tripartita de un salmo de lamentación
y se inspira en el lenguaje del Deuteronomio: vv. 5-7: invocación a Dios,
introduciendo la confesión de los pecados; vv. 8-9: por contraste, recuerdo de
la palabra confiada a Moisés: fidelidad a los mandamientos y elección; vv.
10-11: imploración a Dios. Esta coloca toda la escena en un contexto de Éxodo,
la vuelta de los “desterrados, aunque sea desde los confines del mundo”, “liberados
por tu gran poder y por tu fuerte brazo” (Neh 11,9-10; cf. Éx 32.11).
La oración de Nehemías es
un acto de intercesión, confesión y solidaridad. Nehemías intercede por el
pecado del pueblo, pero no de ja de incluirse como parte del pueblo pecador. Su
identificación y solidaridad fue tanta que se agregó al grupo que se “había
corrompido contra el Señor” (v. 7). Al confesar el pecado de la comunidad, confesó
el suyo propio y se amparó en las palabras recibidas por Moisés para implorar
el perdón de Dios (vv. 8-9). El pueblo que había pecado es el mismo que Dios
redimió “con gran poder, y con mano poderosa” (v. 10, una frase repetida muchas
veces). Esta última expresión, que se relaciona con la liberación de Israel de
las tierras de Egipto, podía ser una referencia a la terminación del destierro
y al regreso de los deportados. La oración finaliza con una petición de ayuda
específica: ser acepto “delante de aquel hombre”, el rey Artajerjes I. Luego de
escuchar el informe acerca de la situación en Jerusalén, y después de haber orado con esta vehemencia, Nehemías se dispuso,
por fin, a hablar con el rey.
Su
oración es un modelo de oración solidaria e intercesora Frente a la crisis, que
consistía en la humillación del pueblo y la destrucción de la muralla de la
ciudad, Nehemías oró a Dios. En su oración se incorpora al pueblo. Su
identificación con la comunidad judía le hace incluirse en el grupo de los que
necesitan perdón. Su esperanza está en Dios. […]
Un valor importante en la oración de Nehemías es que
ubica en una perspectiva justa la importancia de la intercesión y la
solidaridad. En la crisis, Nehemías oró por el pueblo y se incluyó como parte
de ese pueblo sufriente. Se apropió la crisis de la comunidad judía como si
fuera suya.[5]
El líder “laico” que
habría de ser Nehemías comenzaría a desplegar su labor luego del “purgatorio”
que representó escuchar el informe tan desolador sobre el estado de las cosas. Su
liderazgo se desarrollaría a partir de esa premisa de debilidad y pérdida, no desde
la búsqueda del éxito y el control de todos los aspectos derivados. Releer su experiencia
como un doble trabajo puede ayudar a comprender la dualidad de su situación: comenzó
“desde arriba”, porque aparecería en el escenario autorizado por el rey de Persia
(para servir a sus propios fines), pero las circunstancias lo obligaron también
a actuar con un liderazgo forjado “desde abajo”, es decir, partiendo de las condiciones
no tan positivas que vivía el pueblo al cual se encaminó a servir.
[1] E. Wiesel, Celebración profética. Personajes y leyendas
del antiguo Israel. Salamanca, Sígueme, 2009 (El peso de los días, 73), p. 281.
[2] S. Pagán, Esdras, Nehemías y Ester. Miami, Caribe,
1990, p. 113.
[3] P. Abadie, El libro de Esdras y de Nehemías. Estella,
Verbo Divino, 1998 (Cuadernos bíblicos, 95), p. 50.
[4] S. Pagán, op. cit., p. 114.
[5] Ibíd., p. 118.
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