James Tissot (1836-1902), Nehemías sirve vino al rey Artajerjes
12 de mayo, 2019
El rey me preguntó: ¿Hay algo que pueda hacer por ti? Yo le pedí ayuda a Dios, y le contesté al rey: Si le parece bien a Su Majestad, y quiere hacerme un favor, permítame ir a Judá, para reconstruir la ciudad donde están las tumbas de mis antepasados. Nehemías 2.4-5, TLA
El rey me preguntó: ¿Hay algo que pueda hacer por ti? Yo le pedí ayuda a Dios, y le contesté al rey: Si le parece bien a Su Majestad, y quiere hacerme un favor, permítame ir a Judá, para reconstruir la ciudad donde están las tumbas de mis antepasados. Nehemías 2.4-5, TLA
Neh 2.1-10 es un pequeño relato que describe la manera
en que el sirviente judío del rey persa Artajerjes I consiguió: a) autorización para viajar a Jerusalén
(2.6b), b) cartas de recomendación
para los sátrapas de las provincias por las que pasaría (2.7), c) apoyo material para ese viaje (2.8) y
d) protección militar, todo ello casi
en un abrir y cerrar de ojos y gracias a que, como subraya el texto, se
encomendó a Dios (2.4b). Sólo que los entretelones de la narración esconden,
entre sus costuras, algunos aspectos que merecen ser destacados para comprender
un poco mejor el proyecto del personaje principal de la historia. “El copero
deja pasar cuatro meses dedicados a la oración (como Dn 9.4; Esd 9.5) antes de
manifestar en presencia del rey los primeros signos de tristeza”.[1]
Ese tiempo transcurrido (entre los meses de Quisleu y Abib), seguramente dedicado
a la reflexión y a la búsqueda de alternativas para reaccionar ante la
información recibida, es el trasfondo de una decisión que marcaría
profundamente esta etapa de la vida del Israel posterior al exilio dentro de
los límites impuestos por los intereses del imperio persa, puesto que nada de
lo descrito posteriormente escaparía a ello.
El momento inicial es una
mirada al trabajo rutinario de Nehemías, que lo retrata en lo más elemental de
su labor (2.1a): al momento de servir el vino luego de probarlo, el rey
advirtió la tristeza inocultable de su sirviente (2.1b-2) y lo interrogó para
conocer sus motivos. El relato correspondiente del historiador Flavio Josefo sobre
un suceso reciente en Jerusalén, asociado a los datos que le proporcionó su
hermano, expone lo que alentó seguramente a Nehemías para responder y actuar en
consecuencia: “Dijeron que las murallas habían sido arrasadas hasta el suelo, y
que los pueblos vecinos habían causado muchos males a los judíos, haciendo de
día correrías por la región, asaltándolos de noche, llevándose prisioneros del
campo y hasta de Jerusalén”.[2]
“Nehemías y el círculo
que representaba debían tener muy claro que Jerusalén estaba mal gobernada y
que necesitaban hacer algo por la ciudad. […] Al instante, según sus mismas
memorias, se presentó ante Artajerjes y obtuvo un amplio mandato para poder
reordenar la ciudad (2.5)”.[3]
Su percepción sentimental, psicológica y política de los acontecimientos en
Jerusalén lo colocaron en una posición en la que experimentó la oportunidad de
trabajar delante del rey como la coyuntura obligada para intervenir
directamente y actuar para retomar el proceso de reconstrucción dirigido por
Esdras y otros líderes, y hacerse cargo ahora de las murallas y las puertas de la
ciudad. La petición para trasladarse a Jerusalén, un tanto desproporcionada, da
por sentado que existía la capacidad de convocatoria para dirigir la resistencia
a las agresiones y encabezar la urgente reconstrucción material. De ahí que el
rey pregunte sobre cuánto tiempo duraría ese esfuerzo (2.6), aunque la
respuesta no se incluye en el texto.
Y es que, como subraya
Sacchi: “Parece imposible establecer una relación entre la decisión de Artajerjes
de conceder a Nehemías el permiso de reconstruir las murallas de Jerusalén y
cualquier otra política persa”.[4]
Las condiciones políticas no eran favorables para una intervención militar directa
en la provincia judía del imperio (la guerra con Atenas había concluido en 449
a.C.). La razón más probable, agrega, pudo ser que el rey quisiera recompensar
a un siervo que le había sido útil y fiel. Este plano personal es el que
subraya el texto y de él se aprovecha Nehemías para solicitar el apoyo legal, logístico
y material que requería su misión. Moverse en la más alta esfera del gobierno
es algo que se asemeja a la historia de Ester, escrita también en el contexto
persa (Jerjes I es Asuero y la presencia de la reina en Neh 2.6a recuerda la de
Vasti en Ester 1.9ss), y que fue lo que permitió obtener beneficios duraderos para
el judaísmo. Con ello se perfilarían más claramente los objetivos de Nehemías: “Los
objetivos de Nehemías se deducen de su obra. Actuó en interés, y ciertamente también
con el apoyo, de la comunidad judía de Babilonia. Debía hacer que Jerusalén
pasara de capital de Judea a capital del judaísmo de todo el mundo. Estas intenciones
habrían tenido como aliados naturales a los segregacionistas, es decir, en
concreto, a los propietarios de tierras”.[5]
Las definiciones del
proyecto de Nehemías, conocidas inmediatamente después de su llegada a
Jerusalén, ocasionarían el posicionamiento de los opositores al mismo, internos
y externos:
El
enemigo más importante era el sacerdocio con su política universalista, pero
actuaba en favor de Nehemías la situación de “abyección” en la que estaba
sumida la ciudad, la cual no podía agradar ni siquiera al mismo sacerdocio. […]
Nehemías debía reordenar la estructura administrativa del Estado perjudicando
de alguna manera a los horim [los
“grandes”], a quienes debía ofrecer otras ventajas. Los que de ningún modo habrían
sido sus aliados eran los extranjeros y quienes los poyaban desde el interior y
el exterior.[6]
Las cartas de recomendación
del rey (2.7) se vieron complementadas con solicitud de material (madera, 2.8)
y de protección militar para el viaje (2.9a). En 8b se destaca la ayuda
recibida de Dios para obtener todos esos beneficios, con lo que estaba
garantizado su traslado por los 1300 kilómetros que debió recorrer. “Al llegar
a la provincia al oeste del río Éufrates” (9b), Nehemías entregó las cartas del
rey a los gobernadores, Sambalat (de Samaria) y Tobías (un riquísimo cacique de
la Amonítide), los dos emparentados con el sacerdocio de Jerusalén, ante
quienes adoptó una actitud despectiva en su descripción, dado que eran
funcionarios al servicio del imperio: “Joronita deriva del nombre de la pequeña
población de Bet-Jorón, situada en las laderas al noroeste de Jerusalén;
ammonita significa extranjero oriundo de la frontera oriental (¡Dt 23,4!)”.[7]
La
reacción de ambos, como podía esperarse, fue de rechazo y disgusto ante su
presencia (2.10), pues debió causar mucha sorpresa el enorme apoyo del rey para
esta empresa nacionalista judía. La oposición a la obra de reconstrucción
comenzó a organizarse y a conspirar: primeramente, algunos judíos “grandes” (horim)
se negaron a colaborar (3.5), luego, Sambalat y Tobías (a quienes se agregaría Guésem,
“el árabe”, 2.19) se burlaron de los avances (4.1-3), ciertos profetas (como Noadías)
mostraron su inconformidad (6.10-14), y finalmente, los “grandes”, los horim, abiertamente se pusieron del lado
de Tobías, por causa de sus lazos familiares e incluso trataron de atemorizar a
Nehemías (6.17-19).
El escenario ya estaba listo
para la hazaña reconstructora de Nehemías: “El sostén de su obra había de
encontrarlo en la mayoría de los repatriados. Apenas llegado a Jerusalén como
enviado del rey para restaurar la ciudad, la obra de Nehemías pudo
desarrollarse en una atmósfera de concordia nacional, quizás más aparente que
real, pero en conjunto eficaz”.[8]
Debió actuar con rapidez, tratando de sorprender a los pueblos vecinos,
completamente reacios a que Jerusalén tuviera su propia defensa armada. El
apoyo del poder político y militar fue fundamental para él, pero debido a su
fe, en todo lo sucedido seguiría viendo la mano de Dios actuando a su favor.
[1] Robert North, “Comentario
a Nehemías”, en Raymond Brown, et al.,
dirs., Comentario bíblico San Jerónimo. II.
Madrid, Cristiandad, 1971, p. 260.
[2] Flavio Josefo, Antigüedades judías, 11, 161, cit. por
Paolo Sacchi, Historia del
judaísmo en la época del Segundo Templo: Israel entre los siglos VI a.C. y I
d.C. Madrid, Trotta-Pontificia Universidad Católica del Perú, 2004, p. 151.
[3] P. Sacchi, op. cit.
[4] Ídem.
[5] Ibíd., p. 152.
[6] Ídem.
[7] R. North, op. cit.
[8] P. Sacchi, op. cit., pp. 152-153.
*
Apéndice
MIS HÉROES EN EL
LIBRO DE ESDRAS
Jim Winkler, secretario general del Concilio Nacional
de Iglesias Cristianas de Estados Unidos (NCC)
I
did not go to seminary, and I do not have formal theological training. However, like
many, I have engaged in Bible study for years and am a daily Bible reader.
There are passages in the Bible I find quizzical, disappointing, infuriating,
beautiful, and humorous. One
example of Scripture’s multi-faceted appeal is found in the 9th and 10th
chapters of the Book of Ezra.
At the outset of the Book of Ezra, King
Cyrus of Persia permits the Jews living in exile to return to Jerusalem to
“rebuild the house of the Lord in Jerusalem (1:3).” 50,000 or so were
permitted to make the journey home. They returned and lived “in dread of the
neighboring peoples (3:3).”
When the “adversaries” heard the returned
exiles were building a temple, they asked if they could help, “for we worship
your God as you do and we have been sacrificing to him… (4:2).” But the
response was, “You shall have no part with us in building a house to our God…
(4:3).” Even though they worshiped the same God, they believed their life
experience kept them apart. What a lost opportunity!
Oh, how I wish I could have read that the
offer was graciously accepted and that dialogue and goodwill helped to lead to
an era of peace and tranquility. How many times have we heard the inspiring reports of
peoples of different faiths standing together in solidarity in recent years?
Some have even offered their sanctuaries as places of worship for those who
have other beliefs and practices!
Then, the priest Ezra arrives in Jerusalem
and learns the Jews are living among “the peoples of the land with their
abominations (9:11)” and have married some of them, had children and raised
families so that “the holy seed has mixed itself with the peoples of the lands…
(9:2).”
Ezra demands they send away these family members. That’s right! He insists they
force their own spouses and children to leave. Despite all efforts to spin
these verses, they still possess unbearable cruelty.
“Only Jonathan son of Asahel and Jahzeiah
son of Tikvah opposed this, and Meshullam and Shabbethia the Levites supported
them (10:15).” These are my heroes in the Book of Ezra. Their opposition was such that
we know of it to this day, and I am grateful for it.
I am aware of interpretations that
emphasize themes such as faithfulness and repentance, restoration, and the need
to understand the cultural context. Sure, OK, but to the lay reader, it reads as ugly. I
suppose I appreciate that this is included in the Holy Scriptures because it reminds
us yet again of how frequently we fall short of our beliefs and seek to exclude
“others.” After all, it’s the daily drumbeat that emanates from the White
House.
As for me, I desire a faith that draws the
circle wide and emphasizes love, grace, mercy, and forgiveness. That’s the faith I
try to live out. That’s the faith I believe Jesus is all about.
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