domingo, 12 de mayo de 2019

Nehemías viaja a Jerusalén con el apoyo del rey, L. Cervantes-O.


James Tissot (1836-1902), Nehemías sirve vino al rey Artajerjes

12 de mayo, 2019

El rey me preguntó: ¿Hay algo que pueda hacer por ti? Yo le pedí ayuda a Dios, y le contesté al rey: Si le parece bien a Su Majestad, y quiere hacerme un favor, permítame ir a Judá, para reconstruir la ciudad donde están las tumbas de mis antepasados. Nehemías 2.4-5, TLA

Neh 2.1-10 es un pequeño relato que describe la manera en que el sirviente judío del rey persa Artajerjes I consiguió: a) autorización para viajar a Jerusalén (2.6b), b) cartas de recomendación para los sátrapas de las provincias por las que pasaría (2.7), c) apoyo material para ese viaje (2.8) y d) protección militar, todo ello casi en un abrir y cerrar de ojos y gracias a que, como subraya el texto, se encomendó a Dios (2.4b). Sólo que los entretelones de la narración esconden, entre sus costuras, algunos aspectos que merecen ser destacados para comprender un poco mejor el proyecto del personaje principal de la historia. “El copero deja pasar cuatro meses dedicados a la oración (como Dn 9.4; Esd 9.5) antes de manifestar en presencia del rey los primeros signos de tristeza”.[1] Ese tiempo transcurrido (entre los meses de Quisleu y Abib), seguramente dedicado a la reflexión y a la búsqueda de alternativas para reaccionar ante la información recibida, es el trasfondo de una decisión que marcaría profundamente esta etapa de la vida del Israel posterior al exilio dentro de los límites impuestos por los intereses del imperio persa, puesto que nada de lo descrito posteriormente escaparía a ello.

El momento inicial es una mirada al trabajo rutinario de Nehemías, que lo retrata en lo más elemental de su labor (2.1a): al momento de servir el vino luego de probarlo, el rey advirtió la tristeza inocultable de su sirviente (2.1b-2) y lo interrogó para conocer sus motivos. El relato correspondiente del historiador Flavio Josefo sobre un suceso reciente en Jerusalén, asociado a los datos que le proporcionó su hermano, expone lo que alentó seguramente a Nehemías para responder y actuar en consecuencia: “Dijeron que las murallas habían sido arrasadas hasta el suelo, y que los pueblos vecinos habían causado muchos males a los judíos, haciendo de día correrías por la región, asaltándolos de noche, llevándose prisioneros del campo y hasta de Jerusalén”.[2]

“Nehemías y el círculo que representaba debían tener muy claro que Jerusalén estaba mal gobernada y que necesitaban hacer algo por la ciudad. […] Al instante, según sus mismas memorias, se presentó ante Artajerjes y obtuvo un amplio mandato para poder reordenar la ciudad (2.5)”.[3] Su percepción sentimental, psicológica y política de los acontecimientos en Jerusalén lo colocaron en una posición en la que experimentó la oportunidad de trabajar delante del rey como la coyuntura obligada para intervenir directamente y actuar para retomar el proceso de reconstrucción dirigido por Esdras y otros líderes, y hacerse cargo ahora de las murallas y las puertas de la ciudad. La petición para trasladarse a Jerusalén, un tanto desproporcionada, da por sentado que existía la capacidad de convocatoria para dirigir la resistencia a las agresiones y encabezar la urgente reconstrucción material. De ahí que el rey pregunte sobre cuánto tiempo duraría ese esfuerzo (2.6), aunque la respuesta no se incluye en el texto.

Y es que, como subraya Sacchi: “Parece imposible establecer una relación entre la decisión de Artajerjes de conceder a Nehemías el permiso de reconstruir las murallas de Jerusalén y cualquier otra política persa”.[4] Las condiciones políticas no eran favorables para una intervención militar directa en la provincia judía del imperio (la guerra con Atenas había concluido en 449 a.C.). La razón más probable, agrega, pudo ser que el rey quisiera recompensar a un siervo que le había sido útil y fiel. Este plano personal es el que subraya el texto y de él se aprovecha Nehemías para solicitar el apoyo legal, logístico y material que requería su misión. Moverse en la más alta esfera del gobierno es algo que se asemeja a la historia de Ester, escrita también en el contexto persa (Jerjes I es Asuero y la presencia de la reina en Neh 2.6a recuerda la de Vasti en Ester 1.9ss), y que fue lo que permitió obtener beneficios duraderos para el judaísmo. Con ello se perfilarían más claramente los objetivos de Nehemías: “Los objetivos de Nehemías se deducen de su obra. Actuó en interés, y ciertamente también con el apoyo, de la comunidad judía de Babilonia. Debía hacer que Jerusalén pasara de capital de Judea a capital del judaísmo de todo el mundo. Estas intenciones habrían tenido como aliados naturales a los segregacionistas, es decir, en concreto, a los propietarios de tierras”.[5]

Las definiciones del proyecto de Nehemías, conocidas inmediatamente después de su llegada a Jerusalén, ocasionarían el posicionamiento de los opositores al mismo, internos y externos:

El enemigo más importante era el sacerdocio con su política universalista, pero actuaba en favor de Nehemías la situación de “abyección” en la que estaba sumida la ciudad, la cual no podía agradar ni siquiera al mismo sacerdocio. […] Nehemías debía reordenar la estructura administrativa del Estado perjudicando de alguna manera a los horim [los “grandes”], a quienes debía ofrecer otras ventajas. Los que de ningún modo habrían sido sus aliados eran los extranjeros y quienes los poyaban desde el interior y el exterior.[6]

Las cartas de recomendación del rey (2.7) se vieron complementadas con solicitud de material (madera, 2.8) y de protección militar para el viaje (2.9a). En 8b se destaca la ayuda recibida de Dios para obtener todos esos beneficios, con lo que estaba garantizado su traslado por los 1300 kilómetros que debió recorrer. “Al llegar a la provincia al oeste del río Éufrates” (9b), Nehemías entregó las cartas del rey a los gobernadores, Sambalat (de Samaria) y Tobías (un riquísimo cacique de la Amonítide), los dos emparentados con el sacerdocio de Jerusalén, ante quienes adoptó una actitud despectiva en su descripción, dado que eran funcionarios al servicio del imperio: “Joronita deriva del nombre de la pequeña población de Bet-Jorón, situada en las laderas al noroeste de Jerusalén; ammonita significa extranjero oriundo de la frontera oriental (¡Dt 23,4!)”.[7]

La reacción de ambos, como podía esperarse, fue de rechazo y disgusto ante su presencia (2.10), pues debió causar mucha sorpresa el enorme apoyo del rey para esta empresa nacionalista judía. La oposición a la obra de reconstrucción comenzó a organizarse y a conspirar: primeramente, algunos judíos “grandes” (horim) se negaron a colaborar (3.5), luego, Sambalat y Tobías (a quienes se agregaría Guésem, “el árabe”, 2.19) se burlaron de los avances (4.1-3), ciertos profetas (como Noadías) mostraron su inconformidad (6.10-14), y finalmente, los “grandes”, los horim, abiertamente se pusieron del lado de Tobías, por causa de sus lazos familiares e incluso trataron de atemorizar a Nehemías (6.17-19).

El escenario ya estaba listo para la hazaña reconstructora de Nehemías: “El sostén de su obra había de encontrarlo en la mayoría de los repatriados. Apenas llegado a Jerusalén como enviado del rey para restaurar la ciudad, la obra de Nehemías pudo desarrollarse en una atmósfera de concordia nacional, quizás más aparente que real, pero en conjunto eficaz”.[8] Debió actuar con rapidez, tratando de sorprender a los pueblos vecinos, completamente reacios a que Jerusalén tuviera su propia defensa armada. El apoyo del poder político y militar fue fundamental para él, pero debido a su fe, en todo lo sucedido seguiría viendo la mano de Dios actuando a su favor.





[1] Robert North, “Comentario a Nehemías”, en Raymond Brown, et al., dirs., Comentario bíblico San Jerónimo. II. Madrid, Cristiandad, 1971, p. 260.
[2] Flavio Josefo, Antigüedades judías, 11, 161, cit. por Paolo Sacchi, Historia del judaísmo en la época del Segundo Templo: Israel entre los siglos VI a.C. y I d.C. Madrid, Trotta-Pontificia Universidad Católica del Perú, 2004, p. 151.
[3] P. Sacchi, op. cit.
[4] Ídem.
[5] Ibíd., p. 152.
[6] Ídem.
[7] R. North, op. cit.
[8] P. Sacchi, op. cit., pp. 152-153.

*


Apéndice

MIS HÉROES EN EL LIBRO DE ESDRAS
Jim Winkler, secretario general del Concilio Nacional de Iglesias Cristianas de Estados Unidos (NCC)

I did not go to seminary, and I do not have formal theological training. However, like many, I have engaged in Bible study for years and am a daily Bible reader. There are passages in the Bible I find quizzical, disappointing, infuriating, beautiful, and humorous. One example of Scripture’s multi-faceted appeal is found in the 9th and 10th chapters of the Book of Ezra.
At the outset of the Book of Ezra, King Cyrus of Persia permits the Jews living in exile to return to Jerusalem to “rebuild the house of the Lord in Jerusalem (1:3).” 50,000 or so were permitted to make the journey home. They returned and lived “in dread of the neighboring peoples (3:3).” 
When the “adversaries” heard the returned exiles were building a temple, they asked if they could help, “for we worship your God as you do and we have been sacrificing to him… (4:2).” But the response was, “You shall have no part with us in building a house to our God… (4:3).” Even though they worshiped the same God, they believed their life experience kept them apart. What a lost opportunity!
Oh, how I wish I could have read that the offer was graciously accepted and that dialogue and goodwill helped to lead to an era of peace and tranquility. How many times have we heard the inspiring reports of peoples of different faiths standing together in solidarity in recent years? Some have even offered their sanctuaries as places of worship for those who have other beliefs and practices!
Then, the priest Ezra arrives in Jerusalem and learns the Jews are living among “the peoples of the land with their abominations (9:11)” and have married some of them, had children and raised families so that “the holy seed has mixed itself with the peoples of the lands… (9:2).” Ezra demands they send away these family members. That’s right! He insists they force their own spouses and children to leave. Despite all efforts to spin these verses, they still possess unbearable cruelty.
“Only Jonathan son of Asahel and Jahzeiah son of Tikvah opposed this, and Meshullam and Shabbethia the Levites supported them (10:15).” These are my heroes in the Book of Ezra. Their opposition was such that we know of it to this day, and I am grateful for it.
I am aware of interpretations that emphasize themes such as faithfulness and repentance, restoration, and the need to understand the cultural context. Sure, OK, but to the lay reader, it reads as ugly. I suppose I appreciate that this is included in the Holy Scriptures because it reminds us yet again of how frequently we fall short of our beliefs and seek to exclude “others.” After all, it’s the daily drumbeat that emanates from the White House.
As for me, I desire a faith that draws the circle wide and emphasizes love, grace, mercy, and forgiveness. That’s the faith I try to live out. That’s the faith I believe Jesus is all about.


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