8 de septiembre, 2019
Pero tú no los
abandonaste,
pues eres tierno y
compasivo,
y siempre estás
dispuesto a perdonar.
No te enojas con facilidad,
y es tanto tu amor
que en ti se puede
confiar.
Nehemías 9.18b, TLA
La prolongada oración de Nehemías incluye una amplia exposición
de la historia de salvación del antiguo Israel. Comienza doblemente, primero,
con la vertiente universal de la misma (el llamado de Abram) y después, con la
relacionada con el pueblo hebreo (la épica liberación de la esclavitud en Egipto).
Allí se describe, como en otras ocasiones, el proceso por medio del cual Yahvé
eligió un pueblo e hizo una alianza con él para acompañarlo de manera
permanente. En la
historia de la salvación, que se inserta conflictiva y dialécticamente con las
historias humanas, es en donde Dios se revela: “Los hechos salvíficos son kairói, tiempos propicios escogidos por
Dios para su acción a favor del hombre, y su trama constituye una línea
temporal ascendente (aufsteigende Linie)
que discurre y asciende desde la creación hasta la parusía, dando lugar a una historia
de la salvación (Heilgeschichte)”.[1]
La concepción griega de la historia es circular, cíclica y repetitiva, en tanto
que la salvación constituye la liberación de “la mordedura de este eterno
círculo”, contra el cual se lucha en todo el Antiguo Testamento (v. gr. Jueces
2.11-23). La Biblia, por el contrario, manifiesta una “concepción rectilínea
del tiempo y de la historia”.[2]
Es, ciertamente, una “línea ondulada”, a veces atormentada, por las coyunturas
exigentes y complejas, pero además a punta hacia un centro (ausente en el
judaísmo) que no puede ser más que Jesucristo. La tensión entre la espera
prolongada y el horizonte que a veces parece inalcanzable se vive en el
cristianismo como la experiencia del “ya” y del “todavía no”.
Las relaciones de la historia de salvación con la “historia profana” son
muy complejas: “El nexo teológico concreto entre historia de la salvación e
historia radica en que la historia de la salvación, por su íntima esencia,
descansa ciertamente sobre el principio de la elección, de la reducción a línea
sutilísima; pero precisamente esta elección y esta reducción se producen para
la redención de toda la humanidad, y por eso, en último análisis, llevan a toda
la historia a insertarse en esta línea; en otras palabras, a insertar la
historia profana en la historia de la salvación”.[3] Gibellini lo resume: “La historia de la salvación es,
en relación con la historia del mundo, una franja ‘tenue’ y ‘sutil’, pero
obedece a la paradoja de la ‘concentración extrema’ y del ‘universalismo más
abierto’, en cuanto que, a pesar de su escasa entidad física, interpreta y
salva la historia del mundo. La historia del mundo se desarrolla ‘fuera’ de la
historia de la salvación, pero a la vez está destinada a ser progresivamente ‘influida’
por la historia de la salvación e ‘insertada’ en ella”.[4]
La historia del mundo sirve, entonces, de “trasfondo” a la historia de la
salvación, pero no deja de situarse “en el horizonte” de ésta porque Jesucristo
es el “señor del tiempo”, “el centro de toda realidad temporal” y puede irradiar
sobre la totalidad de la historia.
“El género de oración penitencial debería distinguirse del ‘lamento
comunitario’ en el cual la representación del pasado está más o menos ausente. Esta
distinción debería conectarse con el trasfondo histórico tradicional de la
oración de confesión”.[5]
La tercera estrofa de la oración (vv. 9-12) destaca las intervenciones de Dios
para liberar a Israel de la esclavitud de Egipto (Ex. 7-15). La cuarta estrofa
(vv. 12-21) presenta “las señales y maravillas” que Dios obró durante la peregrinación
de Israel por el desierto (Ex. 13; 16.17; 19; 32; 34; Nm 14; Dt 1), la cual
tiene una estructura interna definida:
a. Dios proveyó al pueblo (vv. 12-15):
1. Orientación y guía (v. 12)
2. Leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos buenos
(vv. 13-14)
3. Alimentación adecuada (v. 15a)
4. Renovación de la promesa de la tierra (v. 15b)
b. El pueblo actuó con arrogancia, ingratitud e
infidelidad (vv. 16-18)
c. Dios actuó con misericordia (vv. 19-21)[6]
Aunque el orden de los eventos referidos no sigue exactamente la
secuencia bíblica original, la influencia de las narraciones del Pentateuco
está marcadamente presente. Se repite, en esencia, el mismo orden recuperado en
diversas oportunidades (como en el salmo 78 o en Hch 7.1-53). Al cuidado
material enunciado en el v. 12, le sigue el cuidado moral, social y político
especificado en la entrega de los mandamientos (13), por medio de Moisés, y la
orden del descanso sabático litúrgico (14), una de las mayores novedades
comunitarias de la antigüedad, base de una teología sólida acerca del lugar del
ser humano ante el trabajo y la divinidad. El revolucionario Dios hebreo de la
libertad estableció una ley (“Constitución” teológica y política) para fundar la
nación y señalarle los principios y valores por los que debía regirse. La carta
a los Hebreos retoma el hilo de esta secuencia y afirma que “cuando se cambia
el sacerdocio también debe cambiarse la ley” (7.12), es decir, a toda
revolución de la vida del pueblo, le sigue un nuevo conjunto de principios,
valores y ordenanzas. Y su conclusión es contundente: “Así que la ley de Moisés
ha quedado anulada, porque resultó inútil. Esa ley no pudo hacer perfecta a la
gente. Por eso, ahora esperamos confiadamente que Dios nos dé algo mucho mejor,
y eso nos permite que seamos sus amigos” (Heb 7.18-19). Algo similar se planteó
a México (y a cualquier otro país latinoamericano) al revisar la evolución de
sus constituciones, tal como lo sugiere el historiador católico Jean Meyer en
relación con la Constitución de 1824,[7]
a la que siguieron las de 1857 y 1917, con todo lo que ello implica hasta hoy.
La atención material reaparece con la alimentación milagrosa y el alivio
de la sed en el desierto (15a). Allí mismo se plantea el tema de la conquista
de la tierra prometida (15b). A partir del v. 16 se expone la actitud de los
antepasados: orgullo, terquedad y desobediencia, acrecentados con el olvido de
los milagros divinos (17). Su desobediencia los llevó a ignorar el liderazgo de
Moisés y a dejarse conducir nuevamente hacia la idolatría que los llevaría a
perder la libertad (18a). No obstante, su Dios tierno y compasivo no los
abandonó y los perdonó (18b). Esto se expresa en un lenguaje reflexivo y en un
instante muy sensible de la oración. Dios los siguió conduciendo por su enorme
amor (19) y fue bueno con el pueblo: “les enseñó a vivir” (20a) y no dejó de
alimentarlos. Lo hizo así durante 40 años y los sostuvo en su camino (21). En este
caso, la historia de salvación se despliega en estrecha relación con los
acontecimientos que dieron origen a la existencia del pueblo como nación
reconocible en el mundo.
[1] Rosino Gibellini, La teología del siglo XX. Santander, Sal
Terrae, 1998 (Presencia teológica, 94), p. 272.
[2] Oscar Cullmann, Cristo y el tiempo. Barcelona, Estela, 1968,
pp. 40, 41.
[3] O. Cullmann, La historia de la salvación. Barcelona, Edicions
62, 1967, pp. 185-186.
[4] R. Gibellini, op. cit., p. 274.
[5] Bob Becking, “Nehemiah 9 and
the problematic concept of context”, en Ezra,
Nehemiah, and the Construction of Early Jewish Identity. Tübingen, Mohr
Siebeck, 2011, p. 88.
[6] S. Pagán, op. cit., p. 168.
[7] J. Meyer, “Es como
el sol”, en El Universal, 8 de
septiembre de 2019, www.eluniversal.com.mx/opinion/jean-meyer/es-como-el-sol:
“Las esperanzas de 1824, a la hora del federalismo, eran las de la Primera
Transformación; no se realizaron y tampoco las de la Segunda y de la Tercera
transformación. La Mañana Auspiciosa que prometían los augurios de la Cuarta se
deja esperar”.
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