sábado, 7 de septiembre de 2019

Historia de salvación: historia de liberación y fidelidad, L. Cervantes-O.

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8 de septiembre, 2019

Pero tú no los abandonaste,
pues eres tierno y compasivo,
y siempre estás dispuesto a perdonar.
No te enojas con facilidad,
y es tanto tu amor
que en ti se puede confiar.
Nehemías 9.18b, TLA

La prolongada oración de Nehemías incluye una amplia exposición de la historia de salvación del antiguo Israel. Comienza doblemente, primero, con la vertiente universal de la misma (el llamado de Abram) y después, con la relacionada con el pueblo hebreo (la épica liberación de la esclavitud en Egipto). Allí se describe, como en otras ocasiones, el proceso por medio del cual Yahvé eligió un pueblo e hizo una alianza con él para acompañarlo de manera permanente. En la historia de la salvación, que se inserta conflictiva y dialécticamente con las historias humanas, es en donde Dios se revela: “Los hechos salvíficos son kairói, tiempos propicios escogidos por Dios para su acción a favor del hombre, y su trama constituye una línea temporal ascendente (aufsteigende Linie) que discurre y asciende desde la creación hasta la parusía, dando lugar a una historia de la salvación (Heilgeschichte)”.[1] La concepción griega de la historia es circular, cíclica y repetitiva, en tanto que la salvación constituye la liberación de “la mordedura de este eterno círculo”, contra el cual se lucha en todo el Antiguo Testamento (v. gr. Jueces 2.11-23). La Biblia, por el contrario, manifiesta una “concepción rectilínea del tiempo y de la historia”.[2] Es, ciertamente, una “línea ondulada”, a veces atormentada, por las coyunturas exigentes y complejas, pero además a punta hacia un centro (ausente en el judaísmo) que no puede ser más que Jesucristo. La tensión entre la espera prolongada y el horizonte que a veces parece inalcanzable se vive en el cristianismo como la experiencia del “ya” y del “todavía no”.

Las relaciones de la historia de salvación con la “historia profana” son muy complejas: “El nexo teológico concreto entre historia de la salvación e historia radica en que la historia de la salvación, por su íntima esencia, descansa ciertamente sobre el principio de la elección, de la reducción a línea sutilísima; pero precisamente esta elección y esta reducción se producen para la redención de toda la humanidad, y por eso, en último análisis, llevan a toda la historia a insertarse en esta línea; en otras palabras, a insertar la historia profana en la historia de la salvación”.[3] Gibellini lo resume: “La historia de la salvación es, en relación con la historia del mundo, una franja ‘tenue’ y ‘sutil’, pero obedece a la paradoja de la ‘concentración extrema’ y del ‘universalismo más abierto’, en cuanto que, a pesar de su escasa entidad física, interpreta y salva la historia del mundo. La historia del mundo se desarrolla ‘fuera’ de la historia de la salvación, pero a la vez está destinada a ser progresivamente ‘influida’ por la historia de la salvación e ‘insertada’ en ella”.[4] La historia del mundo sirve, entonces, de “trasfondo” a la historia de la salvación, pero no deja de situarse “en el horizonte” de ésta porque Jesucristo es el “señor del tiempo”, “el centro de toda realidad temporal” y puede irradiar sobre la totalidad de la historia.

“El género de oración penitencial debería distinguirse del ‘lamento comunitario’ en el cual la representación del pasado está más o menos ausente. Esta distinción debería conectarse con el trasfondo histórico tradicional de la oración de confesión”.[5] La tercera estrofa de la oración (vv. 9-12) destaca las intervenciones de Dios para liberar a Israel de la esclavitud de Egipto (Ex. 7-15). La cuarta estrofa (vv. 12-21) presenta “las señales y maravillas” que Dios obró durante la peregrinación de Israel por el desierto (Ex. 13; 16.17; 19; 32; 34; Nm 14; Dt 1), la cual tiene una estructura interna definida:

a. Dios proveyó al pueblo (vv. 12-15):
1. Orientación y guía (v. 12)
2. Leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos buenos (vv. 13-14)
3. Alimentación adecuada (v. 15a)
4. Renovación de la promesa de la tierra (v. 15b)
b. El pueblo actuó con arrogancia, ingratitud e infidelidad (vv. 16-18)
c. Dios actuó con misericordia (vv. 19-21)[6]

Aunque el orden de los eventos referidos no sigue exactamente la secuencia bíblica original, la influencia de las narraciones del Pentateuco está marcadamente presente. Se repite, en esencia, el mismo orden recuperado en diversas oportunidades (como en el salmo 78 o en Hch 7.1-53). Al cuidado material enunciado en el v. 12, le sigue el cuidado moral, social y político especificado en la entrega de los mandamientos (13), por medio de Moisés, y la orden del descanso sabático litúrgico (14), una de las mayores novedades comunitarias de la antigüedad, base de una teología sólida acerca del lugar del ser humano ante el trabajo y la divinidad. El revolucionario Dios hebreo de la libertad estableció una ley (“Constitución” teológica y política) para fundar la nación y señalarle los principios y valores por los que debía regirse. La carta a los Hebreos retoma el hilo de esta secuencia y afirma que “cuando se cambia el sacerdocio también debe cambiarse la ley” (7.12), es decir, a toda revolución de la vida del pueblo, le sigue un nuevo conjunto de principios, valores y ordenanzas. Y su conclusión es contundente: “Así que la ley de Moisés ha quedado anulada, porque resultó inútil. Esa ley no pudo hacer perfecta a la gente. Por eso, ahora esperamos confiadamente que Dios nos dé algo mucho mejor, y eso nos permite que seamos sus amigos” (Heb 7.18-19). Algo similar se planteó a México (y a cualquier otro país latinoamericano) al revisar la evolución de sus constituciones, tal como lo sugiere el historiador católico Jean Meyer en relación con la Constitución de 1824,[7] a la que siguieron las de 1857 y 1917, con todo lo que ello implica hasta hoy.

La atención material reaparece con la alimentación milagrosa y el alivio de la sed en el desierto (15a). Allí mismo se plantea el tema de la conquista de la tierra prometida (15b). A partir del v. 16 se expone la actitud de los antepasados: orgullo, terquedad y desobediencia, acrecentados con el olvido de los milagros divinos (17). Su desobediencia los llevó a ignorar el liderazgo de Moisés y a dejarse conducir nuevamente hacia la idolatría que los llevaría a perder la libertad (18a). No obstante, su Dios tierno y compasivo no los abandonó y los perdonó (18b). Esto se expresa en un lenguaje reflexivo y en un instante muy sensible de la oración. Dios los siguió conduciendo por su enorme amor (19) y fue bueno con el pueblo: “les enseñó a vivir” (20a) y no dejó de alimentarlos. Lo hizo así durante 40 años y los sostuvo en su camino (21). En este caso, la historia de salvación se despliega en estrecha relación con los acontecimientos que dieron origen a la existencia del pueblo como nación reconocible en el mundo.


[1] Rosino Gibellini, La teología del siglo XX. Santander, Sal Terrae, 1998 (Presencia teológica, 94), p. 272.
[2] Oscar Cullmann, Cristo y el tiempo. Barcelona, Estela, 1968, pp. 40, 41.
[3] O. Cullmann, La historia de la salvación. Barcelona, Edicions 62, 1967, pp. 185-186.
[4] R. Gibellini, op. cit., p. 274.
[5] Bob Becking, “Nehemiah 9 and the problematic concept of context”, en Ezra, Nehemiah, and the Construction of Early Jewish Identity. Tübingen, Mohr Siebeck, 2011, p. 88.
[6] S. Pagán, op. cit., p. 168.
[7] J. Meyer, “Es como el sol”, en El Universal, 8 de septiembre de 2019, www.eluniversal.com.mx/opinion/jean-meyer/es-como-el-sol: “Las esperanzas de 1824, a la hora del federalismo, eran las de la Primera Transformación; no se realizaron y tampoco las de la Segunda y de la Tercera transformación. La Mañana Auspiciosa que prometían los augurios de la Cuarta se deja esperar”.

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