1 de septiembre, 2019
Después de apartarse
de todos los extranjeros, se pusieron de pie, confesaron sus pecados y
reconocieron la maldad de sus antepasados. Durante tres horas permanecieron en
ese mismo lugar, mientras se les leía el libro de la Ley de Dios. Nehemías 9.2-3, TLA
En Nehemías 9 aparece la oración más grande de toda la
Biblia. Su filiación con otras oraciones, como las recogidas en Esdras 9.6-15,
Isaías 59.1-15 y Daniel 9.4-19 (también de confesión de pecados, sin olvidar
los salmos 32 y 51), y con extensos recuentos históricos tales como los Salmos
44 y 78, hacen de ella un gran resumen de la historia de la salvación en una época
marcada por la crisis y la ausencia de los asideros concretos con los que contó
el pueblo en otro tiempo. Ya sin territorio ni monarquía propios, sin independencia
y en pleno proceso de reconstrucción religiosa, cultural y social, esta plegaria
se presenta como parte de ese mismo proceso y en camino a la consolidación de
una nueva visión presente y futura acerca de la vida del pueblo en consonancia
con la voluntad de Dios. La confesión, entendida como la condición
indispensable para toda expresión litúrgica bien fundamentada en las condiciones
de la alianza, representaba siempre un momento de concentración espiritual máxima
en la que las personas y las comunidades debían recapitular las acciones concretas
de desobediencia y, a partir de tales recuentos, para renovar la existencia y
relanzar la fe hacia el futuro inmediato. Lv 16.30 explica el proceso de santificación como una actividad sacerdotal
autorizada por Yahvé. “La tradición de la justicia se refiere a la vida
político-económica de la comunidad y urge una drástica actividad de
trasformación y rehabilitación. La tradición de la santidad se centra en la
vida cultual de la comunidad, buscando la restauración de una santidad perdida,
en virtud de la cual se pueda contar de nuevo con la presencia de Dios y
disfrutar de ella”.[1]
El capítulo puede
dividirse en dos secciones. La primera relata los detalles de un acto solemne de
confesión, arrepentimiento y penitencia (vv. 1-5); la segunda es la prolongada oración
de confesión como tal, que sintetiza las relaciones entre Dios e Israel en el
marco de la alianza antigua (vv. 6-37). Ambas secciones están unidas, aunque
pueden proceder de una redacción independiente. El redactor, en su faceta de
cronista, las juntó para mostrarlas como partes de las reformas y actividades
de Esdras, así como “para relacionar la confesión de pecados y el
arrepentimiento del pueblo con el programa de restauración nacional. La oración
enfatiza la infidelidad del pueblo y la misericordia de Dios”.[2] Es
muy importante advertir el propósito teológico de estas dos secciones, y su
cercanía con las reformas específicas de Esdras (Neh 7.73b-10.39). La
estructura de toda esta sección muestra la proyección de lo logrado hasta ese momento
y la consecución de los aspectos espirituales de la reconstrucción del pueblo: a) lectura de la ley; b) celebración de la fiesta; c) culto de arrepentimiento; d) confesión de pecados; y e) renovación del pacto.
Esta manera de exponer la
renovación religiosa del pueblo está en sólida consonancia con la restauración
física de la ciudad y los demás aspectos de la reedificación integral del
pueblo, la ciudad y lo que podía considerarse aún como nación. Según el relato, el día de arrepentimiento y confesión se
celebraba durante el séptimo mes (v. 1): la expresión visible del dolor por el
pecado está a la vista. La fiesta de los tabernáculos comenzaba el día 15º y
duraba 7 días (Lv 23.33), a lo que le seguía en el día 24 día del mismo mes, el
día de confesión. “En el culto hay demostraciones de duelo nacional y el pueblo
confiesa no sólo sus pecados, sino el de sus antepasados [v. 2]. Es importante
notar que el tema de la solidaridad con los antepasados es importante en los
libros de Esdras-Nehemías. El mismo se desarrolla como el tema principal en la
oración que se presenta en la próxima sección”.[3]
El acto de confesión como
tal duró tres horas, mientras se leía nuevamente la ley (v. 3). Los ayudantes
de Nehemías que estaban en la plataforma “oraron a Dios en voz alta” y
expresaron la celebración doxológica que el momento exigía (vv. 4-5).
Llama
la atención que en el análisis de esta sección no se menciona a Esdras. La
narración únicamente enfatiza la labor educativa y litúrgica de los levitas. Para
el autor-cronista la referencia a Esdras en el capítulo anterior (Neh 8.1-2, 4-6a,
l8) era suficiente para indicar la importancia de su contribución en la
renovación del pueblo. […]
Los levitas, cuya labor era muy importante para el autor-cronista (II
Cr. 20.21), no sólo ayudaban al pueblo a entender la ley (véase 8.7-9), sino
que participaban y contribuían en la liturgia. Posiblemente, durante el culto,
el primer grupo (v. 4) hacia algún tipo de gesto o grito de dolor, el segundo,
recitaba alguna oración de confesión. La segunda parte del v. cinco relaciona
la labor de los levitas con la oración de confesión que se presenta en vs.
6-37.[4]
La oración del pueblo
comienza en el v. 6 con un reconocimiento de Dios como creador de todas las
cosas y de su dignidad eterna para la adoración. En el v. siguiente se subraya
el inicio mismo de la historia de salvación en la figura de Abraham, de quien
se dice que era una persona confiable (8). Se incluye la promesa de la tierra
que, estando habitada, sería desalojada para ocuparla (8b). A continuación, se narra
el segundo gran momento del relato salvífico, la liberación de Egipto, el
acontecimiento fundador de la nación hebrea (9-12), en el que se configuró como
un pueblo forjado por el propio Yahvé. Las acciones épicas de Dios para liberar
al pueblo son descritas tal como aparecen en los relatos más antiguos, pues el
apego a la tradición es evidente para consolidar la memoria y la identidad de
las nuevas generaciones en medio de circunstancias sumamente complejas e
imprevistas. Al subrayar el clásico episodio de la presencia de Dios en el
desierto (12), el pueblo debía recordar la forma en que Él siguió acompañando
al pueblo a pesar de sus fuertes inclinaciones hacia la desobediencia.
Quizá una de las grandes
lecciones del inicio de Neh 9 se la necesidad de conectarse de manera muy consistente
y clara con la historia de la salvación, es decir, con todos los procesos
divino-humanos en los que la alianza se desdobló en episodios muy concretos en
los que nuevamente hubo conflictos y crisis, pero que finalmente sirvieron para
destrabar las relaciones de Dios con su pueblo. El marco de la alianza era
insustituible para la comprensión nueva de lo sucedido: cada vez que el pueblo,
en sus diversos momentos, estuvo al borde de la destrucción total, la memoria
activa y vivificante de esa alianza eterna debía contribuir a recuperar el
proyecto original de Dios que seguía vigente: ser bendición efectiva para todos
los demás pueblos de la tierra. Ése fue el sentido de la conclusión a la que se
llegará al final de la oración de confesión comunitaria: “Por todo esto que nos
ha pasado, nosotros los israelitas nos comprometemos firmemente a obedecer a
nuestro Dios. Este compromiso lo ponemos por escrito, sellado y firmado por
nuestros jefes, los sacerdotes y sus ayudantes” (38).
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