LA RECONSTRUCCIÓN INTEGRAL DEL PUEBLO DE DIOS
LOS PROFETAS DE LA ÉPOCA DEL SEGUNDO TEMPLO
François Castel
Historia de Israel y de Judá desde los orígenes hasta el
siglo II D.C.
Estella, Verbo Divino, 1983.
Hageo
En Jerusalén, el profeta Hageo invita al pueblo a reemprender la
reconstrucción del templo (1.2); no es lícito apelar a la pobreza, a las malas
cosechas; lo primero es levantar el templo de Dios, abrir de nuevo su casa para
que entre en ella el Señor. Entonces volverá la riqueza y todas las naciones
traerán sus dones a Jerusalén. El templo fue reconstruido bajo el impulso del
sumo sacerdote Josué y del gobernador Zorobabel, que no es otro sino el nieto
de Jeconías, es decir un descendiente de David. Hageo anuncia que Zorobabel
será el mesías esperado: “Aquel día —oráculo del Señor de los ejércitos—, te
tomaré, Zorobabel, hijo de Sebatiel, siervo mío; te haré mi sello, porque te he
elegido” (2.23).
Zacarías
La profecía de Zacarías va en este mismo sentido, aunque se interesa
del mismo modo por los dos personajes de Judea: el sumo sacerdote Josué y el
príncipe Zorobabel. Ellos son los dos olivos, los dos ungidos que se mantienen
delante del Señor de toda la tierra. Así, pues, la función mesiánica se
atribuye también al sacerdocio ya aquel que por primera vez lleva el título de
«sumo sacerdote».
En unas circunstancias que
desconocemos, desapareció Zorobabel, sin que se cumpliera en él la profecía
mesiánica, de modo que quedó solamente un ungido, Josué; fue él quien recibió
la corona (Zac 6.11-13). Desde entonces, las esperanzas mesiánicas quedaron
vinculadas a la persona del sumo sacerdote. […]
En
la segunda parte (9-14), este profeta fustiga con severidad a los que han
vuelto del destierro y se creen los únicos en Israel; se pone al Iado de los
habitantes despreciados de Judá y no acepta que los creyentes del norte,
samaritanos u otros judíos que viven en el extranjero, queden olvidados y
rechazados. No acepta la tesis que convierte a todos esos hombres en
sincretistas. Más cercano a la historia, sabe quizás que sólo fue deportada una
parte muy pequeña de la población. El norte no habría perdido, según Sargón,
más que 27 290 habitantes, que hoy se calcula que serían sólo el 3-4% de la
población total de Israel.
Zacarías
anuncia que los pobres de Judá, los habitantes de Samaria, pero también los de
Damasco y hasta los de Jamat tienen que participar en la restauración de Dios.
No basta con reconstruir el templo en toda su pureza. Lo mismo que Ezequiel,
espera la reunificación de todo Israel (9.11-10.12). Lo mismo que Isaías,
espera la conversión de todas las naciones y su venida a Sión para honrar al
Señor. Zacarías espera al buen pastor, pero sabe muy bien que ese pastor es y
será rechazado por los que están bien instalados, por los conductores del
pueblo.
Ese
rey que espera Zacarías no se confunde ya con un personaje histórico. No es
instalado por los hombres, sino por Dios. Es un mesías humilde, humillado, a
imagen del partido que defiende Zacarías: los pobres, los rechazados, los
despreciados.
Isaías III (caps. 56-66)
Durante esta época de desánimo surge en Jerusalén un nuevo
profeta muy dependiente del segundo Isaías, a quien se le conoce como el tercer
Isaías (55-66), por no disponer de otro nombre más adecuado. Viene a consolar a
su pueblo que, a pesar de las promesas de la vuelta, no ve llegar por ninguna
parte la salvación. Este retraso se debe a que no se respetan las leyes de Dios;
el poder está corrompido y no se reconoce el derecho a los más pobres. Pero
llega el juicio de Dios, que hará justicia a los justos y oprimidos y separa de
los idólatras a los que obedecen sus leyes. Esta separación no afectará tan
sólo a los judíos, ya que Dios aceptará a los extranjeros que respeten sus
leyes y les dará acceso a su templo (Is 56.3-7).
Malaquías
Fue sin duda
durante el reinado de Jerjes cuando profetizó Malaquías. Estamos lejos de los
tiempos de exaltación de Hageo y de Zacarías: ya no hay ninguna perspectiva
escatológica. Malaquías denuncia a un sacerdocio que carece de celo, a un
pueblo que se ha hecho escéptico y ha negado su confianza en Yavé.
Ataca
los desórdenes sociales, los impuestos para el templo que quedan sin pagar, los
divorcios por motivos fútiles y los matrimonios con mujeres extranjeras incluso
por parte de los sacerdotes. Ni siquiera se respeta el sábado. Malaquías
anuncia, lo mismo que sus predecesores, la venida del Señor, que estará sin
embargo anticipada por un precursor. Esta figura enigmática ¿es celestial o
histórica? ¿Se trata del propio profeta? ¿O quizás de Elías que en otros
tiempos fue arrebatado al cielo y que podría regresar ahora?
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ARTURO FARELA, EL CAPELLÁN DE LA 4T
Juan Carlos Rodríguez
Eje Central, 2 de agosto de 2007
Después de la Biblia, hay un libro que Arturo Farela atesora con
especial afecto. Es un ejemplar del texto 2018.
La salida. Decadencia y renacimiento de México, de Andrés Manuel López
Obrador, que tiene la siguiente dedicatoria: “Para Arturo Farela, mi amigo de
siempre. Cristiano auténtico y demócrata sincero”.
¿Cómo valora esas palabras? —se le pregunta al presidente de la
Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Confraternice), el
líder religioso más cercano y con mayor influencia en el Presidente de la
República y quien el pasado 27 de julio aseguró que que se debe modificar el
artículo 130 constitucional para que los ministros de culto sean votados y así
ocupen cargos públicos, algo que le propondrá al presidente López Obrador.
—¡Pues yo le creo! —exclama el
hombre que en febrero pasado detonó un debate a escala nacional sobre las
amenazas al Estado laico, al plantearle al jefe del Ejecutivo la necesidad de
reformar la ley para que las asociaciones religiosas accedan a concesiones de
radio y televisión.
“Me honra que un hombre de la
estatura de Andrés Manuel López Obrador diga que soy su ‘amigo de siempre’, o
sea, ¡no soy su amigo de los últimos siete meses!”, vuelve a exclamar Farela,
pastor de 65 años, de complexión gruesa y voz de tenor. Él es el “general” de
los soldados que han salido a las calles a repartir la Cartilla Moral, el
marco ideológico con el que se pretende dejar los valores sobre los que se
finca la Cuarta Transformación.
Y lanza: “¿Estarías dispuesto a
ir a la cárcel por alguien que no es de tu familia? Pues yo sí, por Andrés
Manuel López Obrador […] se me hace muy digno”.
La
conversión
Nacido en 1953 en Ciudad Frontera, Coahuila, Arturo Farela
Gutiérrez fue un “pecador católico” —como él mismo lo ha dicho— durante toda su
juventud, hasta que conoció a Genoveva Pacheco, la mujer que lo encausó hacia
el cristianismo y, posteriormente, se convirtió en su esposa.
La primera congregación a la que
acudió Farela tras dejar el catolicismo fue la Iglesia Bautista, luego se
adhirió a la Iglesia Cristiana Interdenominacional (ICIAR), cuyo templo
principal se localiza en la colonia Portales de la Ciudad de México.
Antes de las reformas de 1992,
que dieron origen al reconocimiento jurídico a iglesias, Farela era pastor de
un pequeño templo al oriente de la Ciudad de México. Entonces ya se había
licenciado como teólogo en el Instituto Bíblico San Pablo y había cursado la carrera
de Derecho en la UNAM, aunque no hay constancia de que se haya titulado.
El vehículo para que Farela se
diera a conocer entre la élite cristiana fue Alberto Montalvo, entonces pastor
de las Asambleas de Dios y fundador del Foro Nacional de Iglesias Cristianas
Evangélicas (Fonice), creado a principios de los años 90, luego de que el
presidente Carlos Salinas invitara a todos los grupos religiosos a organizarse
y presentar propuestas para reformar la Constitución y redactar la primera Ley
de Asociaciones Religiosas y Culto Público.
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