viernes, 13 de septiembre de 2019

La posesión de la tierra como bendición de la alianza, L. Cervantes-O.


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15 de septiembre, 2019

Israel conquistó tierras fértiles
y poderosas ciudades;
tomó casas llenas de riqueza,
pozos de agua y viñedos,
olivares y árboles frutales.
Nuestros antepasados
comieron hasta hartarse,
engordaron y disfrutaron
de tu gran bondad.
Nehemías 9.25, TLA

La sección de la oración que aparece en Nehemías 9 relativa a la promesa y conquista de la tierra como parte de las promesas de la alianza, resalta la importancia de ese elemento para la esperanza que tuvo el pueblo hebreo desde la antigüedad en su afán por tener un asentamiento fijo. El esquema del proyecto divino fue bastante claro: liberación, culto libre, tierra, descanso, como parte de las bondades y los compromisos establecidos en la alianza: “La promesa de la posesión de la tierra a Israel, entraña un proyecto cualitativamente diferente: tierra libre para un pueblo libre; o más bien, tierra liberada del cautiverio para un pueblo liberado de la opresión. Así pues, descendencia, tierra y liberación forman parte de una sola y única promesa hecha por Yhwh a Israel”.[1] Desde el Génesis, la promesa de la tierra formaba parte del conjunto de afirmaciones de fe que darían cumplimiento a la elección de que había sido objeto el pueblo. Eso se reforzó durante todo el proceso de liberación en Egipto hasta alcanzar un perfil bien definido en los sucesos posteriores: “La promesa hecha a los antepasados de otorgarles en posesión la tierra —‘la tierra de Canaán’ (Ex. 6.4)—, se actualiza en la promesa de liberación de la esclavitud de la tierra y del pueblo. Sólo un pueblo libre podrá servir a Yhwh en una tierra libre: Yo los haré mi pueblo, y seré su Dios. Y sabrán que Yo soy Yhwh, su Dios, que los sacaré de la esclavitud de Egipto. Yo los introducirá en la tierra que he jurado dar a Abraham, a Isaac y a Jacob, y se las daré en herencia (Ex 6.7-8)”.[2]

El camino hacia la tierra prometida estuvo lleno de problemas, el principal fue que ese territorio estaba ocupado, lo que planteó la necesidad de una (re)conquista violenta dominada por la idea de expulsar o exterminar a los diferentes grupos étnicos que lo habitaban. Ese conflicto aparece expuesto en el periodo de la historia de Josué. El proyecto de una comunidad alternativa se vio exigido, contradictoriamente por un plan de conquista, tal como lo expresa la oración: “Los trajiste a la tierra prometida / para que la conquistaran, / y ellos entraron y la tomaron.” (9.23b-24a), pero el propio texto presenta la visión anti-épica desde la comprensión de la conquista como acción divina: “Tú derrotaste a los pueblos / y a los reyes de Canaán; / los pusiste bajo nuestro poder / para que hiciéramos con ellos /lo que nos pareciera” (24b). “El rescate-liberación y el ingreso-posesión de la tierra, es acción exclusiva de Yhwh, es componente esencial de su mismo nombre, lo define ante su pueblo/familia y ante todos los pueblos del contorno. Israel recibe el rescate/liberación/tierra como un don gratuito”.[3]

El lugar al que llegaron era espléndido, tal como reza la fórmula (“tierra que mana leche y miel”) y las huestes hebreas se sirvieron ampliamente de esos beneficios (v. 25). Los problemas comenzaron cuando se perdió de vista el énfasis teológico de la posesión, el uso y el abuso de la tierra para beneficio de unos cuantos. Con la monarquía se consolidaron la explotación y los latifundios y dejaron de practicarse los valores alternativos: “El rey de Israel no podía ser absolutista como los vecinos; la tierra era invendible. Significa esto que la sociedad israelita debía guardar una estructura en donde todos pudieran vivir de manera fraternal, y nada socavara este ideal. […] Yahwéh se propone arrancar al pueblo de la situación opresora y humillante para ponerlo en su tierra propia, en otra situación totalmente diferente”.[4] De manera muy llamativa, el escritor español Juan Benet (1927-1993, autor de El caballero de Sajonia, sobre Martín Lutero, 1991) se refirió a la realidad de la tierra desde una sólida perspectiva:

La doctrina del Antiguo Testamento sobre la propiedad de Yahveh del suelo y la condición de inquilino del israelí es terminante y no deja el menor espacio para la duda: “Mía es la tierra, vosotros sois solamente forasteros y avecindados”, dice el Levítico [25.23]. Lo que encierra el arca de la alianza no es más que un contrato de arrendamiento, y toda la genialidad de Moisés se puede resumir en una triple invención —propietario, tierra y contrato— suficiente para aglutinar un pueblo de un conjunto diseminado y no emparentado de esclavos. Basta que crean en las tres cosas, lo demás vendrá por añadidura, y será la única manera de manumitir al futuro israelí y extraerle de su ahistórica mansedumbre.[5]

La cita de Lv 25.23-24 es obligada, pues allí Yahvé hace muy explícito su derecho, el fundamento de la propiedad y el conflicto al que llegaría el uso de la tierra como botín y mercancía. Si Él es el único dueño de la misma, nadie podría enajenarla como parte de un patrimonio exclusivo, puesto que estaría infringiendo el derecho divino, nada menos. En la oración de Neh 9, el pueblo recorre el episodio histórico y encuentra que, ante ese regalo de fe, que formaba parte de los compromisos de la alianza antigua, la respuesta fue la desobediencia de la ley y el asesinato de los profetas (26), lo que puso en crisis la posesión de la tierra, enfrascada como estaba la nación en su aceptación del modelo estatal monárquico, con todas sus implicaciones. Sin que el texto se detenga a explicar la transición de Josué a la época de los jueces (la secuencia de la oración recuerda mucho Jue 2) y a la monarquía, se da por sentado que ese desarrollo fue el que complicó la comprensión de la tierra como don de Dios, irrenunciable y no enajenable . Ello puso en crisis la presencia misma del pueblo en la tierra y, así, en el esquema de la alianza, éste no podía habitarla si no cumplía las condiciones éticas y espirituales que le correspondían. Ésa fue la causa profunda del exilio, en el que Yahvé purificaría al pueblo y lo haría volver para habitar el territorio en medio de otra situación política y social, como parte de la nueva hegemonía universal del momento, el imperio medo-persa. Mark J. Boda expone los dos modelos de trato con el pueblo: “El modelo de la Paciencia es utilizado para describir el trato de Yahvé hacia Israel hasta el tiempo en que el pacto abrahámico se cumplió. En ese punto se hace a un lado y el modelo de la Disciplina explica por qué el pueblo perdió esta tierra”.[6]

Sorprendentemente, Benet sigue a Gerhard von Rad, el gran estudioso alemán del Antiguo Testamento y afirma: “En el orden trascendente, la naturaleza del ocupante determina la existencia y el poder del Señor, pues si fue creado para hacer posible una promesa, en tanto no la cumpla no podrá presumir de su título de propiedad. Y si no tiene título de propiedad sobre la tierra, no tiene nada. De que su otorgamiento contenía una considerable proporción de injusticia era perfectamente consciente, como lo reconoció cuando por boca de Josué, en sus últimas palabras a la asamblea reunida en el santuario de Sichem, dijo: ‘Y os di la tierra por la cual nada trabajasteis, y las ciudades que no edificasteis, en las cuales moráis; y de las viñas y olivares que no plantasteis, coméis’ [24.13]”.[7]


[1] Rolando López, “Redención de la tierra y del pueblo”, en RIBLA, núm. 18, 1994, p. 33, www.centrobiblicoquito.org/images/ribla/18.pdf.
[2] Ibíd., p. 34.
[3] Ibíd., p. 35.
[4] José Roberto Arango L., “Dios solidario con su pueblo”, en RIBLA, núm. 18, p. 63.
[5] J. Benet, “La tierra prometida”, en El País, 4 de febrero de 1989, https://elpais.com/diario/1989/02/04/opinion/602550009_850215.html.
[6] Mark J. Boda, Praying the tradition. The origin and use of tradition in Nehemiah 9. Berlín-Nueva York, Walter de Gruyter, 1999, p. 85. Traducción propia.
[7] J. Benet, op. cit. Cf. G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento, I, p. 282: “Dt se dirige a Israel en cuanto comunidad sagrada, pueblo santo, es decir, posesión de Yahvéh, y somete a esta cualidad a su vida y a sus cargos públicos (sacerdotes, reyes, profetas, jueces). Realiza esto poniéndolo todo en función del don salvífico por excelencia: la instalación en la tierra prometida”. Énfasis agregado.

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