Marc Chagall (1887-1985), Moisés recibe las tablas de la Ley (1966)
15 de agosto, 2021
Cada
Palabra que Dios pronuncia tiene poder y vida. La palabra de Dios es más
cortante que una espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo de
nuestro ser. Allí examina nuestros pensamientos y deseos, y deja en claro si
son buenos o malos.
Hebreos 4.12, TLA
Desde su inicio mismo, la Carta a los Hebreos se refiere a la palabra divina mediante argumentos muy consistentes que van desde la forma en que Dios ha hablado desde la antigüedad y como lo ha hecho ahora a través de su Hijo, razón de ser de toda la creación (1.1-5). Es un pasaje introductorio monumental, pues plantea las bases mismas de la revelación de Dios entendida como un habla suya continua que se perfeccionó en la persona de su Hijo. “Dios nos ha hablado” es la gran afirmación de fondo (1.2) que abre la carta: a lo largo de toda la historia humana se ha preocupado por entrar en relaciones personales con la humanidad. Y lo ha hecho muchas veces y de diversas formas (1b), incluso a través de los profetas (1c). Esta iniciativa y perseverancia son suficientes para producirnos admiración y hasta confusión, pero sobre todo gratitud. Ello debía despertar también un fuerte sentido de responsabilidad.
Pero el texto subraya que Dios no sólo ha
hablado sino que también ha actuado
activamente en la historia porque su
palabra va ligada íntimamente a su acción.[1] El comienzo de la carta refleja sólidamente esta
realidad: “En adelante, la palabra de Dios llega a nosotros en toda su
plenitud, ya que ha encontrado su forma perfecta gracias a la encarnación del
Hijo de Dios, que es ‘resplandor de su gloria e impronta de su esencia’ (1.3).
[…] Es en Cristo donde Dios nos habla
y es en Cristo donde Dios nos salva”.[2]
Una Palabra incisiva
y penetrante
En el cap. 4.12-13, luego de hacer un recuento sobre las desobediencias del pueblo antiguo que a muchos de sus integrantes no les permitió “entrar en su reposo” (4.5), el texto se ocupa de quienes lo consiguen se cuiden de no caer en desobediencia (4.11) porque la palabra divina es “viva uy eficaz” (4.12a), dos atributos que la definen como algo supremo. Y su poder le permite cortar “como un cuchillo de dos filos” (12b, tal como decía la Biblia del Oso, en 1569).
La tercera parte del v. 12 afirma que penetra hasta lo más hondo y logra “partir el alma y el espíritu” (12c, los componentes humanos esenciales), las “coyunturas y los tuétanos” (12d), y es capaz de “discernir” (de abrir, exhibir o examinar) “los pensamientos y las intenciones del corazón” (12e). En eso consiste la afirmación de que “la Palabra nos lee” a los seres humanos y a nuestras circunstancias. Semejante panorama muestra la capacidad de juicio (y eventual premiación o condenación) que tiene la palabra divina. Ella juzga rectamente, “ya que nada le es desconocido; a su luz serán juzgados los hombres de esta generación para ver si son dignos o no de entrar en el descanso de Dios”.[3] Es viva, porque produce la vida (Dt 32.47) y es eficaz también porque produce lo que Dios quiere, “no vuelve a Él vacía” (Is 55.10-11).
La imagen de la espada de dos filos viene de Isaías (49.2, cántico del Siervo) y Proverbios (5.4), es decir, su poder de cortar hacia todos los extremos, como castigo o gratificación, dada su inmensa capacidad de discernimiento, de poder abrir los espacios más cerrados y reacios a su actuación. La Palabra divina hace todo eso para mostrar los intersticios de todas las realidades en las que el pecado debe ser superado por la obra redentora de Jesucristo.
La Palabra revela
y descubre toda verdad
Heb 4.13 profundiza en la capacidad de la palabra, primeramente, para “tener manifiestas todas las cosas creadas”, esto es, para apreciarlas en su justa realidad y en todas sus dimensiones. Todo ante ella es diáfano y claro (13b) y nada escapa de su visión. Por eso, nada puede ocultarse a sus alcances, percepción y juicio (13c). De ahí que en el inexcusable juicio divino todas las cosas saldrán a la luz (23d), lo cual vuelve a conectar con la idea previa acerca de “obedecer para participar del reposo divino”. La palabra divina evidencia, exhibe, dictamina y pondera todo aquello que acepta o entra en contradicción con la voluntad del Señor, por lo que quienes deseen participar de ese descanso deben vivir en conformidad con la verdad y la justicia todo el tiempo, pues la transparencia total con que se mueve y aplica la Palabra no deja margen para dudas o vacilaciones. El juicio radical de Dios todo lo ve y lo pondrá en evidencia, y la Palabra juega un papel fundamental en eso.
Así como en el caso del verbo “redargüir” (reprender) de II Tim 3.16, el tono de Heb 4.13 se encamina a exhortar y llamar la atención de los creyentes para sumarse al reposo divino. El impacto de la palabra del Señor puede ser valorado e interpretado a partir de postulados muy serios. La respuesta que recibe también puede ser revisada de muchas maneras. Una y otra vez puede apreciarse históricamente, como lo hace en tantas ocasiones el propio texto bíblico, de qué manera ha sido recibido su mensaje.
Un ejemplo fehaciente de ello es lo que acontece con Jueces 19-21 (la trágica historia de la concubina del levita que fue mancillada y descuartizada, y la posterior espiral de violencia en Israel) a partir del extraordinario análisis de la biblista estadounidense Phyllis Trible (1932), quien obtiene conclusiones sistemáticas y contundentes al momento de referirse a las respuestas de que fue objeto ese relato, partiendo de las indicaciones del propio texto: “Considerad esto [volved al corazón] sobre ella, tomad consejo, hablad” (19.30; 20.7).
1. Respuesta de las tribus de Israel: más violencia machista contra las mujeres.
2. Del redactor del libro: “…usa los horrores que acaba de contar para promover una monarquía que pusiese orden y ley en Israel”.
3. De los organizadores del canon: las historias que siguen (Ana, Rut), de la misma época, reivindican a las mujeres.
4. De los profetas: “Dos alusiones [en Oseas 9.9; 10.9] son una escasa remembranza de los crímenes de Gabaa”.
5. Del resto de la Escritura: “un impresionante y opresivo silencio”.
6. De los lectores/as: “…más allá de la mera confesión, debemos tomar una decisión y declarar: ‘¡Nunca más!’”.[4]
Algo similar se puede decir sobre la visión de José Saramago, como lector profundo de las Escrituras (ateo y comunista), al acometer el proyecto que plasmó en El Evangelio según Jesucristo (1991), título que para algunos es bastante sacrílego. Con el epígrafe de Lucas 1.1-4 hizo una potente relectura de los textos evangélicos, capaz de sacudir a los espíritus más maduros. La Palabra de poder y vida nos convoca e interpela para recibir sus efectos bienhechores en nuestra vida en todos los aspectos.
[1] Albert Vanhoye, El mensaje de la carta a los Hebreos. 2ª ed. Estella, Verbo Divino, 1980 (Cuadernos
bíblicos, 19), p. 37.
[2] Ídem.
Énfasis
agregado.
[3] Myles M. Bourke, “Hebreos”,
en Raymond Brown et al., dirs., Comentario bíblico san Jerónimo. IV. N.T.
II. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1972, p. 338.
[4] P. Trible, “Una
mujer anónima: el colmo de la violencia en Jueces cap. 19”, en Texts of
terror. Literary-Feminist
Readings of Biblical Narratives. Filadelfia, Fortress Press, 1984, pp.
90-91. Versión propia.
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