EL SALMO 19: POEMA BÍBLICO MAYOR
Walter Brueggemann, Psalms (Universidad de Cambridge, 2014)
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Considero que éste es el poema más grande del Salterio y una
de las mejores letras del mundo”. La historia de la erudición crítica sobre el
Salmo 19 coincide con esas palabras de C.S. Lewis, ya que muchos eruditos han
dividido el salmo en dos con la sugerencia de que los vv. 1-6 forman un salmo
de la creación y los vv. 7-14 un salmo sobre la Torá. La exposición que sigue
trata las dos partes del salmo, pero el enfoque aquí sugiere que el salmo es
una unidad artística y, al menos, continuará en diálogo con la respuesta de
Lewis al poema.
El versículo inicial anuncia el tema del
Salmo 19: la revelación de Dios, vista primero en la creación y luego en la
instrucción divina. En ese sentido, el salmo está unificado temáticamente y
ofrece a los lectores un apetitoso material de reflexión. Bien puede ser que el
autor haya tomado elementos poéticos fácilmente disponibles en alabanza al dios
sol para mostrar que el Dios del antiguo Israel es el creador del sol. El dios
del sol babilónico es Shamash; el hebreo para sol es šemeš. Las
palabras usan las mismas raíces consonantes.
En ese nivel, el poema se involucra en
la polémica y articula una alabanza al Dios viviente como creador. Las dos
partes del salmo comparten vocabulario y comúnmente se sugiere que el sol, tan
prominente en la primera parte del salmo, está en el antiguo Cercano Oriente
asociado con el orden y la justicia, temas que concuerdan bien con la segunda
parte del salmo. El poema comienza con la revelación divina en la creación y se
reduce a una mayor especificidad con el sol. La revelación se vuelve aún más
específica con la Torá de YHWH. El salmo luego alcanza un clímax con una
oración final, especialmente en su último versículo familiar. La descripción
sugiere que el salmo es una estructura de intensificación y, por lo tanto, una
unidad notable. Esta descripción sugiere la posibilidad de considerar el salmo
en tres partes en lugar de dos. El movimiento es desde los cielos de la
creación a la instrucción divina y finalmente al adorador. Los cielos
despliegan conocimiento; Dios revela la Torá que trae sabiduría; y el orador
pide que las palabras habladas sean agradables a Dios.
Los movimientos son paralelos a las
alusiones del salmo a lo divino como El (Dios), luego YHWH, y luego “mi roca y
mi redentor”. La imaginería poética del salmo también es de una sola pieza.
Dios da el sol que alumbra, y la instrucción de Dios alumbra (v. 8). El sol se
regocija y la instrucción divina también trae regocijo. Nada puede esconderse
del calor del sol, y la oración final busca el perdón de las “faltas ocultas”.
Consideraremos el poema en términos de un viaje en la revelación divina.
El salmo es un himno de alabanza, aunque
con una forma bastante distintiva. Comienza con la alabanza del creador y luego
del dador de la Torá, y concluye con una petición. El Salmo 19 es el segundo
himno de alabanza del Salterio; el Salmo 8 es también un himno a la creación.
Nuestro salmo se coloca entre los salmos reales (18, 20 y 21), quizás
sugiriendo que el rey preste atención a la revelación divina en la creación y
la Torá.
Los vv. 1-6 se centran en la creación.
El verso de apertura describe los cielos y el firmamento (cielo) como reveladores
de la gloria y la obra de las manos divinas. El término usado para Dios es El,
un antiguo término del Cercano Oriente para el dios supremo. La gloria de Dios
tiene que ver con una manifestación de presencia y actividad divinas en el
mundo. En el Salmo 18, la revelación divina vino a través de una teofanía. En
el 19, la revelación es por medio de la creación. El primer verso es un buen
ejemplo de estructura poética hebrea, con la segunda línea haciendo eco de la
primera, sólo que con más especificidad. Las líneas exhiben una relación
quiástica:
Los cielos - están contando - la gloria
de Dios;
y la obra de las manos de Dios -
proclama - el cielo. (v. 1)
Esta revelación divina cubre tanto el
día como la noche. Los vv. 3-4 sugieren una paradoja interesante. Los cielos
proclaman a Dios, pero no hay sonido. Este “sonido
inaudito” persiste durante toda la creación y está abierto para todos. El
lenguaje poético de los vv. 1-4 podría describirse como excitado. Los
versículos alimentan la viva imaginación al confesar que el cielo revela a Dios
a todos.
La imagen continúa hasta el v. 6 y se
vuelve más específica con una personificación del sol. La
imagen es del sol saliendo de una tienda. El sol sale como un novio de la carpa
nupcial y corriendo el transcurso del día como un héroe. El sol cubre toda la
creación y con alegría; nada puede esconderse de su calor. Incluso si uno no
puede ver la revelación de Dios en el cielo, puede sentir el calor del sol. El
sol es parte de la creación de Dios; de hecho, el sol como parte de la creación
proclama la gloria de Dios.
La segunda parte del salmo se dirige a
la gloria de Dios en la Torá. Los vv. 7-9 constan de seis líneas
poéticas que describen la instrucción de Dios y sus beneficios. El lector
obtiene una visión amplia y variada de la instrucción de Dios. El efecto de los
vv. 1-6 también sugiere que la Torá tiene una dimensión universal que
llega a toda la creación, al igual que el sol. Esta segunda parte del salmo
sugiere que la revelación divina se vuelve más específica en relación con la
comunidad humana. El término en la primera línea del v. 7 es torá,
instrucción divina, guía o dirección para vivir. La Torá se caracteriza
aquí como completa o perfecta.
La Torá renueva o restaura la
vida. Los decretos divinos también son dignos de confianza y enseñan sabiduría
y madurez. Los rectos preceptos de Dios traen gozo y el mandamiento de Dios
alumbra. El v. 9 habla del perdurable “temor del Señor”. El término sugiere
asombro y reverencia por YHWH; a quien se venera, se obedece. Así encaja el
término en esta celebración poética de la instrucción divina.
La caracterización del “temor del Señor”
es en términos de pureza, un término usado para describir la declaración
sacerdotal de pureza en Levítico. La segunda línea del v. 9 habla de las
instrucciones de Dios como verdaderas y justas. La instrucción de Dios se
convierte en un medio para la justicia: la relación correcta con Dios se desarrolla
en las relaciones humanas correctas. La imagen continúa en el v. 10 con la comparación
de la instrucción divina con lo que es de mayor valor y dulzura. Más adelante
en el Salterio, el Salmo 119 amplía enormemente esta meditación poética sobre
la Torá.
El
versículo final ora para que las palabras y meditaciones del salmista sean “aceptables”,
el término que se usa con frecuencia para los sacrificios (Lv 22.17-20). Estas
palabras y meditaciones se convierten en un sacrificio para YHWH, “mi roca y mi
redentor”. En el Código de Santidad, el redentor es el pariente más cercano que
redime a una persona de circunstancias extremas. En el Salmo 19, el creador del
universo es al final el pariente más cercano del peticionario, quien hace
posible una dirección para la vida. (Versión:
LC-O)
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LA BIBLIA EN CARLOS MONSIVÁIS
E |
n el Principio era el Verbo, y a continuación Casiodoro de
Reyna [sic] y Cipriano de Valera tradujeron la Biblia, y acto seguido
aprendí a leer. El mucho estudio aflicción es de la carne, y sin embargo la
única característica de mi infancia fue la literatura: himnos conmovedores (“Cristo
bendito, yo pobre niño, por tu cariño me allego a Ti, para rogarte humildemente
tengas clemente piedad de mí”). Cultura puritana (“Instruye al niño en su
carrera y aún cuando fuere viejo no se apartará de ella”), y libros ejemplares:
(El progreso del peregrino de John Bunyan; En sus pasos o ¿Qué haría
Jesús?; El Paraíso Perdido, La institución de la vida [sic] cristiana de
Calvino, Bosquejo de dogmática de Karl Barth). Mi verdadero lugar
de formación fue la Escuela Dominical. Allí en el contacto semanal con quienes
aceptaban y compartían mis creencias me dispuse a resistir el escarnio de una
primaria oficial donde los niños católicos denostaban a la evidente minoría
protestante, siempre representada por mí. Allí, en la Escuela Dominical,
también aprendí versículos, muchos versículos de memoria y pude en dos segundos
encontrar cualquier cita bíblica. El momento culminante de mi niñez ocurrió un
Domingo de Ramos cuando recité, ida y vuelta a contrarreloj, todos los libros
de la Biblia en un tiempo récord: Génesiséxodolevíticonúmerosdeuteronomio.
Carlos Monsiváis. México, Empresas
Editoriales Mexicanas, 1966.
¿Estas notas son biográficas o autobibliográficas? Si son lo
segundo, como creo, menciono de inmediato el libro primordial en mi formación
de lector: la Biblia, en la versión del reformado Casiodoro de Reina,
revisada por Cipriano de Valera. En mi niñez Reina y Valera me entregaron mi
primera perdurable noticia de la grandeza del idioma, de la belleza literaria
que uno (si quiere) le adjudica a la inspiración divina. Dice el salmista
[Salmo 19:1-2]: “Los cielos cuentan la gloria de Dios y la expansión denuncia
la obra de sus manos. El un día emite palabra al otro día, y la una noche a la
otra noche declara sabiduría”. Desde que oí esto maravillado a los ocho o nueve
años de edad, con otras palabras, es decir, con otra perspectiva, es decir,
ajeno a lo que voy a decir, advertí que ese idioma de los Siglos de Oro aislaba
la grandeza de las palabras, y potenciaba el gozo de algo desconocido, ajeno a
lo que oía y leía a diario, distinto por entero de las lecciones de Escuela
Dominical, y de las reivindicaciones y temores de la minoría protestante. La
Biblia de Reina-Valera es una obra maestra del idioma.
Las alusiones perdidas, Barcelona,
Anagrama, 2007, p. 31.
¿Esa
herencia teológica, cultural, judeocristiana, le ayudó a descubrir la vocación
como escritor?
No sé. Lo que es cierto es que, si tengo alguna influencia
imperceptible en mi prosa, y si tengo prosa —las dos cosas—, es la Biblia de
Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera que fue, para mí, el libro más
formativo. Después vinieron muchos otros, pero creo que ninguno me marcó tan
categóricamente como la traducción de la Biblia de Reina y Cipriano de Valera.
Por eso lamenté tanto la versión de 1960 que me parece, literariamente, muy
inferior. […]
Luis Vázquez Buenfil, “El
protestantismo ha hecho progresos, pero todavía tiene zonas conservadoras,
sostiene el escritor Carlos Monsiváis”, en El Faro, mayo-junio de 1994,
pp. 81-83.
La Biblia fue el primer libro que leí, a los 6 años. Y desde
entonces he seguido leyéndola y me he familiarizado con el lenguaje. Sé que
muchas cosas ya exigen un correlato histórico muy distinto en cuanto a épocas,
la época en que se escriben los Evangelios, en fin… […] Me parece que para mí
fue un aprendizaje de la lengua excepcional porque me tocó leer la Biblia en la
versión de Casidoro de Reina y Cipriano de Valera que considero inmejorable y
cuyo uso me parecería todavía necesario. No me gusta la actualización de la
Biblia, la versión actual [de 1960], no porque discrepe de las correcciones,
las anotaciones, las puestas al día de vocabulario, sino porque lo otro era el
caudal de la lengua y la manera inmejorable de decir: “Los cielos cuentan la
gloria de Dios, y la expansión denuncia la obra de sus manos. El un día emite
palabra al otro día, y la una noche a la otra noche declara sabiduría”.
Me parece que allí se ha llegado a una
perfección del idioma tan declarada que buscar equivalentes que sean más comprensibles
es simplemente relegar lo que da de profundidad una versión hecha de una manera
soberbia por Reina y Valera. De modo que continuamos de plácemes, sobre todo
por la continuación del diálogo espiritual y cultural con aquellas producciones
que han definido toda una manera de ser y de pensar en aquellas tierras lejanas
y en las nuestras, emparentadas contra viento y marea por el influjo de la
resistencia teológica rebelde y creativa.
Entrevista
en: www.youtube.com/watch?v=Sa_nFJQ98sQ
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