sábado, 21 de agosto de 2021

Letra núm. 731, 22 de agosto de 2021

EL LIBRO QUE ME LEE: MANUAL PARA FORMADORES EN EL ESTUDIO DE LA BIBLIA (1996)

Hans-Ruedi Weber

 

El secreto del estudio de la Biblia

L

a biblioteca a la que actualmente denominamos “Biblia” se ha constituido mediante testimonios humanos, se ha comunicado a través de lenguajes humanos y se ha visto marcada por las culturas del próximo Oriente antiguo y del Imperio Romano. Esta dimensión humana de la Biblia nunca debe desdeñarse, del mismo modo que sería un error ignorar la naturaleza humana de Jesús de Nazaret, porque entonces la Biblia se convertiría en un ídolo al que adoramos y se negaría la encarnación de Jesús.

No obstante, cuando escuchamos, leemos, estudiamos e intentamos ver, puede tener lugar una inversión de papeles. Comenzamos siendo los sujetos, y los mensajes bíblicos, en cualquier forma que lleguen hasta nosotros, son los objetos de nuestro estudio. Pero súbitamente podemos empezar a ser conscientes de que detrás y dentro de los relatos, textos y mensajes visualizados hay alguien que nos mira, nos habla y nos guía. Nuestro objeto de estudio se convierte en el sujeto que se dirige a nosotros y nos comprende mejor que nosotros mismos. Nos vemos confrontados con el Dios vivo que actúa en la creación y en la historia, en nuestra vida personal y en el mundo de las naciones. En el estudio de la Biblia podemos experimentar por anticipado algo sobre lo cual el apóstol Pablo escribió a los cristianos de Corinto: “Ahora vemos como enigmas en un espejo, entonces veremos cara a cara. Ahora conozco a medias, entonces conoceré tan bien como soy conocido” [I Cor 13.12]. 

Algunos comentarios sobre los métodos

Esta misteriosa inversión de papeles no pueden desencadenarla los métodos, sino que procede del poder del Espíritu Santo, el comunicador e intérprete. Nosotros podemos y debemos implorar que tenga lugar el misterio del estudio de la Biblia. “¡Ven, Espíritu Creador!”. Y, al mismo tiempo que oramos, debemos utilizar los mejores métodos para posibilitar que los relatos, los textos y las imágenes bíblicas nos hablen. Por eso, tenemos mucho que aprender de los diversos modos en que los propios testigos bíblicos transmitieron los mensajes que recibían y de cómo los imprimieron en las mentes y corazones de las personas a las que se dirigían. […] 

El material de trabajo para el estudio de la Biblia

Suele ser conveniente preparar y distribuir algún material de trabajo a los participantes en un grupo de estudio de la Biblia. Por ejemplo, una o dos páginas que presenten diferentes traducciones del pasaje bíblico elegido. Para un pasaje de un evangelio, puede presentarse una sinopsis, situando los relatos en columnas paralelas, a fin de poner de relieve las diferencias en los modos de reflejar el mismo acontecimiento en dos o más evangelios. Algunas veces resulta útil presentar, junto con el pasaje bíblico, un texto del mundo judío o helenístico en el que se relató o escribió originalmente. Y también puede estimular el debate grupal una fotocopia de una obra de arte antigua o moderna, o de una mapa, o algunas fotografías de un descubrimiento arqueológico importante.

El animador tiene la doble tarea de procurar que los mensajes bíblicos sean el centro de atención y que todos los participantes puedan unirse a la búsqueda común. Los guías son, por tanto, los abogados tanto de la Biblia como de los miembros del grupo más silenciosos y vacilantes. Éste es el único modo de que el estudio bíblico colectivo sea un viaje de descubrimiento. Porque no se puede permitir que degenere en compartir la ignorancia o en repetir los lugares comunes teológicos de los participantes o del animador. Cuando un estudio de la Biblia sólo nos dice lo que ya sabíamos o se limita a confirmar nuestras habitualmente sesgadas creencias, ello puede ser indicio de que nos estamos acercando a la Biblia escuchando únicamente lo que, de hecho, queremos oír, en lugar de dejar que Dios nos hable.

De la boca al oído

En la Biblia, la escucha tiene primacía sobre la lectura o la visión. “Escucha, Israel” es el comienzo de la instrucción que todos los judíos recitan diariamente (Dt 6.4). La inmensa mayoría de los testimonios incluidos en la Biblia se comunicaron oralmente mucho antes de ser fijados por escrito. La Toráh no era un libro de leyes divinas sino la voluntad y las instrucciones del Dios vivo transmitidas de la boca al oído, e incluso después de que los últimos sacerdotes y escribas las hubieran escrito en sus rollos, seguían teniendo que ser proclamadas oralmente. En el 622 a.C., el rey Josías “leyó en voz alta el libro de la alianza encontrado en el templo” (II Reyes 23.2)”, y unos siglos después el sacerdote-escriba Esdras volvió a hacer lo mismo (Neh 8.1-8).

Esta insistencia en la escucha, inherente a los testimonios bíblicos, no tiene como razón fundamental el analfabetismo generalizado, porque los rabinos ilustrados de la época de Jesús tampoco escribían libros, sino que enseñaban mediante el debate con otro rabino y con sus propios discípulos. […] 

Adiestrar la memoria

Tanto en los tiempos bíblicos como en la posterior historia de la iglesia, han resultado obvios los peligros inherentes a la tradición oral. Lo que proporciona a la comunicación de la boca al oído su riqueza constituye también su debilidad: los mensajes que se comunican se van gradualmente modificando. A causa del olvido humano, podáin perderse elementos importantes y magnificarse indebidamente otras partes debido a la inventiva humana. Por eso era esencial que los testimonios bíblicos orales se fijaran por escrito, y que la Biblia se convirtiera también en un documento literario.

Pero la presencia de manuscritos no significa que el proceso de comunicación oral se detuviera. Durante los primeros siglos cristianos hubo ya una cantidad considerable de lectura de la Biblia; sin embargo, en la antigüedad, la lectura significaba leer en voz alta: del texto al ojo y, mediante la boca, al oído. Por ejemplo, Felipe oyó al eunuco etiope leyendo el rollo de Isaías (Hch 8, 28, 30). La lectura y la recitación en voz alta se utilizaban para la memorización, pero no simplemente para aprender de memoria, sino para apropiarse internamente del mensaje, para trasladar el texto de la escritura al corazón. Una bienaventuranza del Nuevo Testamento dice: “Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía y observen lo escrito en ella” (Ap 1.3). Los manuscritos funcionan como un aide-mémoire: eran ayudas para recordar, para comprobar el mensaje memorizado, para reflexionar sobre él e interiorizarlo. De este modo, los mensajes recibidos podían aprenderse, celebrarse en el culto, enseñarse y proclamarse a los demás.

En las escuelas de las sinagogas, los alumnos aprendían, no simplemente cómo leer, sino algo que era mucho más importante: cómo memorizar. Se les enseñaban diversas técnicas, por ejemplo: cómo utilizar los movimientos corporales rítmicos para la memorización, y también aprendían la importancia de la primera palabra y del término clave de un pasaje o libro bíblico para memorizarlo. De hecho, los judíos designan los libros de la Escritura hebrea por la primera palabra de su primera frase: así, por ejemplo, al libro del Génesis se le denomina bereshîth (“En el principio”). Los alumnos aprendían también a reconocer y utilizar los pasajes-enlace para recordar y recitar en la secuencia correcta una serie completa de relatos o instrucciones. […]

En una época en que tenemos con tanta facilidad a nuestro alcance la Biblia impresa, y los ordenadores poseen unas memorias tan potentes, adquiere nueva importancia esta acertada advertencia. Al no ejercitar nuestras memorias vivas y recibir a la vez tanta información inasimilable cada día, se incrementa esa superficial apariencia de “conocimiento”. Al mismo tiempo, se está generalizando la incultura bíblica. Por eso el redescubrimiento de la Biblia como tradición oral es un buen antídoto contra esta moderna pérdida de memoria y esta superficialidad de conocimiento. Y su estudio, que incluye a la vez la escucha, la memorización y la expresión oral, puede convertirse en una verdadera meditación en la que el mensaje escuchado se traslade al corazón. Entonces los testimonios bíblicos se integrarán en nuestro marco de referencia: informarán nuestro entendimiento y modelarán nuestras vidas. 

Contar la historia

Los grandes relatos bíblicos han sido transmitidos para ser narrados. Pero para contar una historia se necesita un contacto visual directo, no unos ojos fijos en unas notas. El relato debe aprenderse de memoria, lo cual no significa que haya de memorizar la pie de la letra las palabras exactas del texto escrito, sino que hay que discernir los términos clave y recordar y repetir bien la secuencia exacta de las subescenas y los movimientos y pronunciamientos más significativos de los protagonistas de la historia. Una buena narración exige, pues, un grado considerable tanto de comprensión del significado de la historia como de memorización.

Los narradores deben entrar emocionalmente en la historia y captar su trama, de manera que, al mismo tiempo que la relatan, perciban interiormente lo que está sucediendo. Esta participación en la historia modulará adecuadamente la fuerza o la suavidad del timbre de voz y dictará los momentos de la rapidez, lentitud o silencio que jalonen el relato, al mismo tiempo que ayudará a encontrar la mirada y los gestos más adecuados. Todos estos aspectos no literarios de la comunicación faltan cuando el texto se lee en silencio. Pero, al narrar, son tan esenciales como lo que se dice.

Muchas historias bíblicas son “contra-historias”, en las que suceden o se dicen cosas que no concuerdan con las que, en buena lógica, cabría esperar. Con frecuencia hay giros o inversiones repentinos y conclusiones asombrosas, como en la mayoría de las parábolas de Jesús. Para ser un buen narrador, es muy importante ser sensible a todo lo que no encaje en el desarrollo previsible, porque es frecuente que sea en esos sorprendentes cambios donde aparezca el significado auténtico de la historia. […]

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BIBLIA

Gioconda Belli (Nicaragua, 1948)

 

S

ean mis manos como ríos

entre tus cabellos.

 

Mis pechos como naranjas maduras.

 

Mi vientre un comal cálido para tu hombría.

 

Mis piernas y mis brazos sean como puertas,

como puertos para tus tempestades.

 

Mi pelo como algodón en rama.

 

Todo mi cuerpo sea hamaca para el tuyo,

y mi mente tu olla

tu cañada.


Y DIOS ME HIZO MUJER 

Y

 Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.


SOY LLENA DE GOZO 

S

oy llena de gozo,
llena de vida,
cargada de energías
como un animal joven y contento.
Imantada mi sangre con la naturaleza,
sintiendo el llamado del monte
para correr como venado desenfrenadamente,
sobando el aire,
o andar desnuda por las cañadas
untada de grama y flores machacadas
o de lodo,
que Dios y el Hombre me permitieran volver
a mi estado primitivo,
al salvajismo delicioso y puro,
sin malicia,
al barro, a la costilla,
al amor de la hoja de parra, del cuero,
del cordero a tuto,
al instinto.

 

México, Diana, 1989.

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