domingo, 1 de agosto de 2021

Revelación, Palabra y esperanza en el mundo, L. Cervantes-O.


Rembrandt, Moisés rompiendo las tablas de la Ley (1659)

1 de agosto, 2021

 

A la memoria de Rodolfo Gutiérrez Ortiz

 

Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón;
El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.

Salmo 19.8, RVR 1909

 

Celebrar la presencia de la revelación escrita de Dios en el mundo debiera servir a la iglesia para reconocer su condescendencia hacia la humanidad, dado que gracias a ella es posible percibir y conocer su voluntad en la medida de lo posible. Las diversas expresiones al respecto que aparecen en el propio texto sagrado evidencian la forma en que el pueblo de Dios de todas las épocas ha valorado y apreciado dicha presencia. En el caso del Salmo 19 (el preferido, por mucho, del escritor Carlos Monsiváis, 1938-2010) estamos delante de una de las más altas manifestaciones poéticas de exaltación de la Palabra divina, lado a lado con la alabanza puntual de la gloria del Señor Dios. Ambos temas se entretejen y complementan profundamente, aun cuando en el texto se distinguen bien las dos secciones (siendo probablemente dos salmos independientes). Otra forma de referirse a ellas es relacionarlas como la revelación general (vv. 1-6) y la revelación especial (vv. 7-11). Lo cierto es que, ante la impresionante belleza literaria y teológica del canto, es posible reaccionar como C.S. Lewis, quien afirmó: “Considero que éste es el poema más grande del Salterio y una de las mejores letras del mundo”.[1]

 

Proclamación de la gloria de Dios

La primera sección es un himno de alabanza a Yahvé por su manifestación en la naturaleza; la segunda es una glorificación de la Torá, la Ley divina. Sus diferencias son claras y sorprendentes, en la forma y el fondo, aunque sería improcedente estudiarlas por separado, debido a que la tradición reunió las dos partes.[2] El versículo inicial anuncia el tema del Salmo, la revelación de Dios, vista primero en la creación y luego en la instrucción divina. Así lo explica Walter Brueggeman, uno de los mayores exegetas de nuestro tiempo: “Bien puede ser que el autor haya tomado elementos poéticos fácilmente disponibles en alabanza al dios sol para mostrar que el Dios del antiguo Israel es el creador del sol. El dios del sol babilónico es Shamash; el hebreo para sol es šemeš. Las palabras usan las mismas raíces consonantes”.[3]

 

En ese nivel, el poema se involucra en la polémica y articula una alabanza al Dios viviente como creador. Las dos partes del salmo comparten vocabulario y comúnmente se sugiere que el sol, tan prominente en la primera parte del salmo, está en el antiguo Cercano Oriente asociado con el orden y la justicia, temas que concuerdan bien con la segunda parte del salmo. El poema comienza con la revelación divina en la creación y se reduce a una mayor especificidad con el sol. La revelación se vuelve aún más específica con la Torá de YHWH. El salmo luego alcanza un clímax con una oración final, especialmente en su último versículo familiar. La descripción sugiere que el salmo es una estructura de intensificación y, por lo tanto, una unidad notable.[4]

 

El movimiento va desde los cielos de la creación (“firmamento”, “expansión”, v. 1) a la instrucción divina y finalmente a quien adora. El espacio celeste y el “firmamento” son expuestos como poderes vivos que “narran” y “proclaman; rakia, como concepto cosmológico, designa la plancha (en latín, firmamentum) que contenía y represaba el mar azul del océano celeste.[5] “Cuando celebramos la creación reconocemos que es un mundo bien ordenado. Ese orden depende sólo del poder, fidelidad y gratuidad divinas. Por esa razón, frente a la creación, Israel lo único que puede hacer es rendirse en alabanza. Pero hay más. El buen orden de la creación se experimenta concretamente en Israel como la Toráh. La Toráh se entiende no solamente como los valores morales israelitas, sino como la voluntad y objetivo de Dios ordenados en la estructura misma de la vida”.[6] Cada día se manifiesta como un testigo (2a) y la noche también “declara sabiduría” (2b, (“brotar a borbotones”, significa hablar en éxtasis, a borbotones, con viva emoción[7]). Esta forma de revelación es silenciosa: “No hay dicho, ni palabras, / Ni es oída su voz” (3). Por toda la extensión de la tierra “salió su hilo [voz] / Y al cabo [extremo] del mundo sus palabras” (4a). “Este ‘sonido inaudito’ persiste durante toda la creación y está abierto para todos. El lenguaje poético de los vv. 1-4 podría describirse como excitado. Los versículos alimentan la viva imaginación al confesar que el cielo revela a Dios a todos”.[8]

A continuación, la figura del sol es fundamental: “En ellos puso tabernáculo para el sol” (4b), que es personificado “como un novio que sale de su tálamo” (5a), alegre “cual gigante para correr el camino” (5b) y cuyo trayecto es desde un extremo de los cielos hasta el otro (6a) y “no hay quien se esconda de su calor” (6b): “La imagen es del sol saliendo de una tienda. El sol sale como un novio de la carpa nupcial y corriendo el transcurso del día como un héroe. El sol cubre toda la creación y con alegría; nada puede esconderse de su calor. Incluso si uno no puede ver la revelación de Dios en el cielo, puede sentir el calor del sol. El sol es parte de la creación de Dios; de hecho, el sol como parte de la creación proclama la gloria de Dios”.[9] 

Celebración de la Ley divina

La alabanza de la torá presupone que la torá es una entidad compleja, codificada por escrito, y de gran autoridad en la vida de la comunidad del Antiguo Testamento. Pero los dos salmos se entonaban probablemente como cánticos de culto en los oficios divinos de Israel: el Sal 19A al glorificar a Yahvé como el Creador (cf. Sal 8; 104; 148), y el Sal 19B se cantaba quizás al procederse a la lectura en público de la torá, que debió ser —según Neh 8— una costumbre en la celebración del culto divino. Los dos himnos de culto pertenecen muy probablemente al ciclo de las fiestas de otoño.[10] 

La torá es, especialmente desde Esdras, la Sagrada Escritura con carácter autoritativo y oficial, es decir, como un conjunto de textos reconocible y aceptado ampliamente. Definir el concepto de torá va más allá de la mera traducción como ley (instrucción divina, guía o dirección para vivir): “La torá es la expresión clemente que Yahvé hace de su voluntad, la cual llega como ‘instrucción’ a los seres humanos y les señala el camino del que ellos no deberán apartarse, ni para desviarse a la derecha ni a la izquierda”.[11] Las grandezas de la torá son enumeradas y resaltadas: es perfecta, vuelve el alma, es fiel, hace sabio al pequeño (7), los mandamientos son rectos, alegran el corazón, el precepto es puro, alumbra los ojos (8). El temor de Jehová es limpio, permanece para siempre, sus juicios, justos completamente (9). “La Torá renueva o restaura la vida. Los decretos divinos también son dignos de confianza y enseñan sabiduría y madurez. Los rectos preceptos de Dios traen gozo y el mandamiento de Dios alumbra. El v. 9 habla del perdurable ‘temor del Señor’. El término sugiere asombro y reverencia por YHWH; a quien se venera, se obedece. Así encaja el término en esta celebración poética de la instrucción divina”.[12] Por todo ello, la torá es más deseable que el oro, el mejor, y más dulces que la miel (10) y el seguidor de Yahvé hace bien en obedecer los mandamientos y amonestaciones (11b).

La última parte (vv. 12-14) tiene un tono de meditación sobre la instrucción divina. “La atención a la instrucción divina tiene consecuencias para la vida de fe. […] El v. final ora para que las palabras y meditaciones del salmista sean ‘aceptables’, el término que se usa con frecuencia para los sacrificios (Lv 22.17-20). Estas palabras y meditaciones se convierten en un sacrificio para YHWH, ‘mi roca y mi redentor’”.[13]



[1] C.S. Lewis, Reflexiones sobre los Salmos. México, Planeta, 2014, p. .

[2] H.-J. Kraus, Los Salmos. I. Salmos 1-59. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1993 (Biblioteca de estudios bíblicos, 53), p. 415.

[3] W. Brueggemann y W.H. Bellinger, Jr., Psalms. Nueva York, Universidad de Cambridge, 2014, p. 101. Versión: LC-O.

[4] Ídem.

[5] H.-J. Kraus, op. cit., p. 407.

[6] W. Brueggemann, El mensaje de los Salmos. México, Universidad Iberoamericana-Colegio Máximo de Cristo Rey, 1998 (Palabra viva, 2), p. 52.

[7] H.-J. Kraus, op. cit., p. 408.

[8] W. Brueggemann y W.H. Bellinger, Jr., op.cit., p. 102.

[9] Ídem.

[10] H.-J. Kraus, op. cit., pp. 406-407.

[11] Ibid., p. 413.

[12] W. Brueggemann y W.H. Bellinger, Jr., op.cit., p. 102.

[13] Ibid., p. 103.

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