1 de agosto, 2021
A
la memoria de Rodolfo Gutiérrez Ortiz
Los mandamientos
de Jehová son rectos, que alegran el corazón;
El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.
Salmo 19.8, RVR 1909
Celebrar la presencia de la
revelación escrita de Dios en el mundo debiera servir a la iglesia para
reconocer su condescendencia hacia la humanidad, dado que gracias a ella es
posible percibir y conocer su voluntad en la medida de lo posible. Las diversas
expresiones al respecto que aparecen en el propio texto sagrado evidencian la
forma en que el pueblo de Dios de todas las épocas ha valorado y apreciado
dicha presencia. En el caso del Salmo 19 (el preferido, por mucho, del escritor Carlos Monsiváis, 1938-2010) estamos delante de una de las más
altas manifestaciones poéticas de exaltación de la Palabra divina, lado a lado
con la alabanza puntual de la gloria del Señor Dios. Ambos temas se entretejen
y complementan profundamente, aun cuando en el texto se distinguen bien las dos
secciones (siendo probablemente dos salmos independientes). Otra forma de
referirse a ellas es relacionarlas como la revelación general (vv. 1-6)
y la revelación especial (vv. 7-11). Lo cierto es que, ante la
impresionante belleza literaria y teológica del canto, es posible reaccionar
como C.S. Lewis, quien afirmó: “Considero que éste es el poema más grande del
Salterio y una de las mejores letras del mundo”.[1]
Proclamación de
la gloria de Dios
La primera sección es un himno de
alabanza a Yahvé por su manifestación en la naturaleza; la segunda es una
glorificación de la Torá, la Ley divina. Sus diferencias son claras y
sorprendentes, en la forma y el fondo, aunque sería improcedente estudiarlas
por separado, debido a que la tradición reunió las dos partes.[2] El versículo inicial anuncia el tema del Salmo, la
revelación de Dios, vista primero en la creación y luego en la instrucción
divina. Así lo explica Walter Brueggeman, uno de los mayores exegetas de
nuestro tiempo: “Bien puede ser que el autor haya tomado elementos poéticos
fácilmente disponibles en alabanza al dios sol para mostrar que el Dios del
antiguo Israel es el creador del sol. El dios del sol babilónico es Shamash;
el hebreo para sol es šemeš. Las palabras usan las mismas raíces
consonantes”.[3]
En
ese nivel, el poema se involucra en la polémica y articula una alabanza al Dios
viviente como creador. Las dos partes del salmo comparten vocabulario y
comúnmente se sugiere que el sol, tan prominente en la primera parte del salmo,
está en el antiguo Cercano Oriente asociado con el orden y la justicia, temas
que concuerdan bien con la segunda parte del salmo. El poema comienza con la
revelación divina en la creación y se reduce a una mayor especificidad con el
sol. La revelación se vuelve aún más específica con la Torá de YHWH. El
salmo luego alcanza un clímax con una oración final, especialmente en su último
versículo familiar. La descripción sugiere que el salmo es una estructura de
intensificación y, por lo tanto, una unidad notable.[4]
El
movimiento va desde los cielos de la creación (“firmamento”, “expansión”, v. 1)
a la instrucción divina y finalmente a quien adora. El espacio celeste y el
“firmamento” son expuestos como poderes vivos que “narran” y “proclaman; rakia,
como concepto cosmológico, designa la plancha (en latín, firmamentum)
que contenía y represaba el mar azul del océano celeste.[5] “Cuando celebramos la creación reconocemos que es un
mundo bien ordenado. Ese orden depende sólo del poder, fidelidad y gratuidad
divinas. Por esa razón, frente a la creación, Israel lo único que puede hacer
es rendirse en alabanza. Pero hay más. El buen orden de la creación se
experimenta concretamente en Israel como la Toráh. La Toráh se entiende no
solamente como los valores morales israelitas, sino como la voluntad y objetivo
de Dios ordenados en la estructura misma de la vida”.[6] Cada día se manifiesta como un testigo (2a) y la noche
también “declara sabiduría” (2b, (“brotar a borbotones”, significa hablar en
éxtasis, a borbotones, con viva emoción[7]). Esta forma de revelación es silenciosa: “No hay
dicho, ni palabras, / Ni es oída su voz” (3). Por toda la extensión de la
tierra “salió su hilo [voz] / Y al cabo [extremo] del mundo sus palabras” (4a).
“Este ‘sonido inaudito’ persiste durante toda la creación y está abierto para
todos. El lenguaje poético de los vv. 1-4 podría describirse como excitado. Los
versículos alimentan la viva imaginación al confesar que el cielo revela a Dios
a todos”.[8]
A continuación, la figura del sol es fundamental: “En ellos puso tabernáculo para el sol” (4b), que es personificado “como un novio que sale de su tálamo” (5a), alegre “cual gigante para correr el camino” (5b) y cuyo trayecto es desde un extremo de los cielos hasta el otro (6a) y “no hay quien se esconda de su calor” (6b): “La imagen es del sol saliendo de una tienda. El sol sale como un novio de la carpa nupcial y corriendo el transcurso del día como un héroe. El sol cubre toda la creación y con alegría; nada puede esconderse de su calor. Incluso si uno no puede ver la revelación de Dios en el cielo, puede sentir el calor del sol. El sol es parte de la creación de Dios; de hecho, el sol como parte de la creación proclama la gloria de Dios”.[9]
Celebración
de la Ley divina
La alabanza de la torá presupone que la torá es una entidad compleja, codificada por escrito, y de gran autoridad en la vida de la comunidad del Antiguo Testamento. Pero los dos salmos se entonaban probablemente como cánticos de culto en los oficios divinos de Israel: el Sal 19A al glorificar a Yahvé como el Creador (cf. Sal 8; 104; 148), y el Sal 19B se cantaba quizás al procederse a la lectura en público de la torá, que debió ser —según Neh 8— una costumbre en la celebración del culto divino. Los dos himnos de culto pertenecen muy probablemente al ciclo de las fiestas de otoño.[10]
La
torá es, especialmente desde Esdras, la Sagrada Escritura con carácter
autoritativo y oficial, es decir, como un conjunto de textos reconocible y
aceptado ampliamente. Definir el concepto de torá va más allá de la mera
traducción como ley (instrucción divina, guía o dirección para vivir):
“La torá es la expresión clemente que Yahvé hace de su voluntad, la cual llega
como ‘instrucción’ a los seres humanos y les señala el camino del que ellos no
deberán apartarse, ni para desviarse a la derecha ni a la izquierda”.[11] Las grandezas de la torá son enumeradas y resaltadas: es
perfecta, vuelve el alma, es fiel, hace sabio al pequeño (7), los mandamientos
son rectos, alegran el corazón, el precepto es puro, alumbra los ojos (8). El
temor de Jehová es limpio, permanece para siempre, sus juicios, justos
completamente (9). “La Torá renueva o restaura la vida. Los decretos
divinos también son dignos de confianza y enseñan sabiduría y madurez. Los
rectos preceptos de Dios traen gozo y el mandamiento de Dios alumbra. El v. 9
habla del perdurable ‘temor del Señor’. El término sugiere asombro y reverencia
por YHWH; a quien se venera, se obedece. Así encaja el término en esta
celebración poética de la instrucción divina”.[12] Por todo ello, la torá es más deseable que el oro, el
mejor, y más dulces que la miel (10) y el seguidor de Yahvé hace bien en
obedecer los mandamientos y amonestaciones (11b).
La última parte
(vv. 12-14) tiene un tono de meditación sobre la instrucción divina. “La
atención a la instrucción divina tiene consecuencias para la vida de fe. […] El
v. final ora para que las palabras y meditaciones del salmista sean
‘aceptables’, el término que se usa con frecuencia para los sacrificios (Lv
22.17-20). Estas palabras y meditaciones se convierten en un sacrificio para
YHWH, ‘mi roca y mi redentor’”.[13]
[1] C.S. Lewis, Reflexiones sobre
los Salmos. México, Planeta, 2014, p. .
[2] H.-J. Kraus, Los
Salmos. I. Salmos 1-59. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1993 (Biblioteca de
estudios bíblicos, 53), p. 415.
[3] W.
Brueggemann y W.H. Bellinger, Jr., Psalms. Nueva York,
Universidad de Cambridge, 2014, p. 101. Versión: LC-O.
[4] Ídem.
[5] H.-J. Kraus, op.
cit., p. 407.
[6] W. Brueggemann, El mensaje de los
Salmos. México, Universidad Iberoamericana-Colegio Máximo de Cristo Rey,
1998 (Palabra viva, 2), p. 52.
[7] H.-J. Kraus, op.
cit., p. 408.
[8] W.
Brueggemann y W.H. Bellinger, Jr., op.cit., p. 102.
[9] Ídem.
[10] H.-J. Kraus, op.
cit., pp. 406-407.
[11] Ibid., p. 413.
[12] W. Brueggemann y
W.H. Bellinger, Jr., op.cit., p. 102.
[13] Ibid., p. 103.
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