sábado, 21 de agosto de 2021

La palabra divina promueve la esperanza, L. Cervantes-O.


El profeta Jeremías (1508-1512), Miguel Ángel Buonarroti

22 de agosto, 2021

 

Por eso estoy completamente seguro de que el mensaje de Dios que anunciaron los profetas es verdad. Por favor, préstenle atención a ese mensaje, pues les dirá cómo vivir hasta el día en que Cristo vuelva y cambie sus vidas.                                                                       II Pedro 1.19, TLA

 

El testimonio de Pedro y la palabra profética

La Segunda Carta de Pedro continúa en la línea de reforzar la esperanza en la segunda venida del señor. “Tenemos también la palabra profética más segura [permanente, 1909], a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro…”, así comienza, en la revisión Reina-Valera 1960 el v. 19 de II Pedro 1, otra de las menciones más enfáticas sobre la inspiración de las Escrituras antiguas que aparecen en las cartas apostólicas. En este caso, el marco es la refutación del apóstol sobre las burlas acerca de los anuncios (no son “fábulas artificiosas”, 1.16) de la segunda venida del Señor. “Como respuesta Pedro ofrece la mejor prueba forense, su propia experiencia de la comunicación de la profecía acerca de la parusía, la transfiguración de Jesús. […] En los evangelios, la transfiguración se vincula con una venida futura del reino de Dios (Mc 9.l)”.[1] Pedro fue testigo ocular de ese suceso, por lo que sus palabras debían tener alguna autoridad, pero no apela a ella sino a ese acontecimiento superior:

 

Según esto, la transfiguración no sólo hace las veces de ocasión en la cual Pedro recibió instrucción acerca de la parusía de Jesús y el juicio futuro, sino también de predicción de dicho acontecimiento futuro. Es a este sentido de la transfiguración como profecía de la parusía al que el autor recurre en el argumento de 1.17- 18. Profecía más segura todavía: Esta frase se entiende mejor como “tenemos una palabra profética muy confirmada”. Aunque bebaioteros es un adjetivo comparativo, se puede traducir como superlativo, con lo cual resulta que el material de 1.17-18 sobre la transfiguración no se compara con otras profecías (3.3-4), sino que representa la mejor profecía de la parusía.[2]

 

“La profecía que la transfiguración hace de la parusía queda confirmada porque la pronuncia Dios, de manera que puede hacer las veces de luz en la oscuridad para quienes aguardan que la luz definitiva, ‘el lucero del alba’ (Ap 2.28), salga con la parusía de Cristo (I Tes 5.4)”. A diferencia de los falsos maestros, Pedro afirma contar con la inspiración divina tanto en su recepción de la profecía de la parusía, como en su exposición de ella, afirmación que resulta comparable con la tradición de la recepción por parte de Pedro de una revelación acerca de Jesús como ‘Cristo, Hijo de Dios’ (Mt 16.17). Su profecía no está sujeta a nuevas interpretaciones carismáticas, proceso advertido en la reinterpretación de algunos de los dichos y hechos de Jesús (Jn 14.26; 16.12- 14), sino que es la misma profecía para cuya recepción e interpretación recibió él siempre inspiración (véase Hch 3.18-26). Además, es apto para la tarea porque es un testigo ocular inspirado para entender lo que percibió. Esto sirve para contrarrestar insinuaciones de la tradición según las cuales Pedro no entendió lo que vio u oyó (Lc 9.32-33)”.[3]

 

Inspiración e interpretación de la palabra profética

Junto con II Tim 3.16 este pasaje es el más importante del Nuevo Testamento para fijar la doctrina de la inspiración de las Escrituras. No se trataba de una innovación, ya que para entonces “los judíos y los cristianos estaban plenamente convencidos de que los profetas habían hablado bajo la acción del ‘espíritu de profecía’; se trata de una simple indicación para señalar en qué sentido conviene interpretar la Escritura”.[4] Tampoco le interesó al autor la psicología de los profetas, como sucede en I Pe 1.11, ni avala una teoría de la inspiración-dictada, como la expuso Filón de Alejandría. Se limitó a decir que los profetas han hablado de parte de Dios, bajo la acción del Espíritu Santo y no entra en los detalles finos de las modalidades de la revelación. De aquí avanza a decir que “la interpretación de sus textos no puede dejarse al sentimiento personal, a las especulaciones ‘míticas’ que se denunciaban en el v. 16. Hay que apelar a la inspiración del texto leyéndolo en el sentido en que fue compuesto; esto quiere decir en concreto que hay que percibirlo en el seno de una tradición que sea portadora de sentido, que enseña a descubrir en la Escritura al Hijo predilecto de Dios”.[5] Las tendencias interpretativas fantasiosas (también referidas a la comprensión de los textos paulinos: 3.14-16) lo obligaron a deslindar con claridad las características de la acción reveladora de Dios. Ese mensaje es extremadamente atendible precisamente porque enseña cómo se debe vivir hasta la venida del Señor, pero requiere una sólida base para su interpretación y aplicación.

Hans-Ruedi Weber (Suiza, 1923-2020), al exponer la idea básica sobre el estudio comunitario de la Biblia (tarea a la que dedicó largos años) en el manual El libro que me lee (Consejo Mundial de Iglesias, 1995), explica puntualmente:

…cuando escuchamos, leemos, estudiamos e intentamos ver, puede tener lugar una inversión de papeles. Comenzamos siendo los sujetos, y los mensajes bíblicos, en cualquier forma que lleguen hasta nosotros, son los objetos de nuestro estudio. Pero súbitamente podemos empezar a ser conscientes de que detrás y dentro de los relatos, textos y mensajes visualizados hay alguien que nos mira, nos habla y nos guía. Nuestro objeto de estudio se convierte en el sujeto que se dirige a nosotros y nos comprende mejor que nosotros mismos. Nos vemos confrontados con el Dios vivo que actúa en la creación y en la historia, en nuestra vida personal y en el mundo de las naciones. En el estudio de la Biblia podemos experimentar por anticipado algo sobre lo cual el apóstol Pablo escribió a los cristianos de Corinto: “Ahora vemos como enigmas en un espejo, entonces veremos cara a cara. Ahora conozco a medias, entonces conoceré tan bien como soy conocido” [I Cor 13.12].[6]

Esta situación existencial y espiritual hace posible que el encuentro entre la Biblia y los lectores/as se experimente como un auténtico proceso dialéctico, de ida y vuelta, guiado y mediado por el Espíritu Santo (“comunicador e intérprete”), en el que la persona es atraída hacia los textos sagrados y sea capaz de leer la realidad con la mirada divina, y viceversa, que ella misma sea leída para posibilitar su transformación. La tarea interpretativa de las comunidades de fe, agrega, debe ser un verdadero esfuerzo aleccionador para que podamos superar nuestros prejuicios y creencias arraigadas: “Porque no se puede permitir que [el estudio bíblico colectivo] degenere en compartir la ignorancia o en repetir los lugares comunes teológicos de los participantes o del animador. Cuando un estudio de la Biblia sólo nos dice lo que ya sabíamos o se limita a confirmar nuestras habitualmente sesgadas creencias, ello puede ser indicio de que nos estamos acercando a la Biblia escuchando únicamente lo que, de hecho, queremos oír, en lugar de dejar que Dios nos hable”.[7]

Cuando Dios habla a través de su Palabra, es posible esperar que se señalen los pecados humanos y sociales, que se anuncie el juicio sobre ellos, pero también debe esperarse que se promueva y refuerce la esperanza, tal como lo propone esta carta apostólica. Pues, tal como se afirma en I Pe 3.15, debe darse “razón”, explicación firme y sostenida, de la esperanza cristiana: “De forma típica, Pedro invita a dar razón, no ya de la fe, como sería de esperar, sino de la esperanza que hay en nosotros. Por tanto, es esta esperanza, hecha de dignidad y de coraje, la que atrae la atención y provoca un cuestionamiento. Cada uno de los cristianos tiene que estar dispuesto a responder al desafío, con su conducta de cada día más aún que con sus palabras (3.1s)”.[8]



[1] Jerome H. Neyrey, “Segunda Carta de Pedro”, en R. Brown et al., dirs., Nuevo comentario bíblico San Jerónimo. Estella, Verbo Divino, 2004, p. 637.

[2] Ídem.

[3] Ibid., pp. 637-638.

[4] Edouard Cothenet, Las cartas de Pedro. Estella, Verbo Divino, 1984 (Cuadernos bíblicos, 47) p. 57.

[5] Ídem. Énfasis agregado.

[6] H.-R. Weber, El libro que me lee. Manual para formadores en el estudio de la Biblia. Santander, Sal Terrae, 1996 (Sal Terrae Pastoral), pp. 15-16. Énfasis agregados.

[7] Ibid., pp. 21-22.

[8] E. Cothenet, op. cit., p. 48.

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