viernes, 27 de agosto de 2021

"Por la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo", Pbro. Hugo Gallardo Duarte

29 de agosto de 2021

En este mes hemos, sin duda, seguido la secuencia de reflexiones en torno a la Biblia que normalmente tenemos presente al refrendar nuestro gusto por leer la palabra de Dios, encontrarla a través de las páginas de la Biblia y dejarnos sorprender por las historias bíblicas, dejarnos también guiar por la instrucción de la palabra. Es un mes sin duda especial y hoy, en este último domingo de mes, concluimos con el día de la Biblia. ¿Cómo se habrán integrado todos esos libros que denominamos Biblia? En realidad, esa palabra es un plural. La castellanización del nombre le puso la Biblia, pero en realidad, la palabra Biblia es un plural neutro. No es femenino, como pareciera para nosotros en español. Y es “los libros”, un conjunto de libros, los que comprenden el Antiguo Testamento y la secuencia que sigue, el Nuevo Testamento. De ahí nosotros nos preguntamos acerca de que hubo toda una historia, un proceso que conformó este volumen que para nosotros es el libro sagrado. Sin duda, la historia fue compleja y de muchos años. Fue una historia que abarcó cientos y hasta miles de años.

En ese proceso en transcurrió el origen de la escritura, por ejemplo, en los procesos de escribir. Antes de la escritura, pues todo era hablado, era oral. Después comenzó a escribirse, se escribía en diversos materiales: en arcilla, después en pieles y poco a poco, comenzó a surgir el papel en los papiros. La mezcla de fibras que se hacían pulpa y después se extendían en un papel al secarse. ¿Era posible escribir en eso? Bueno, eso en cuanto a la escritura. Todavía más complejo fueron las copias. Y considerar esa escritura sagrada también llevó su proceso. Y no fue sino justamente en la vida del pueblo del Antiguo Testamento, como también del pueblo del Nuevo Testamento, la Iglesia. Y grosso modo, hemos de decir que algo que influyó, sin duda, sin poner ningún cuestionamiento al respecto, fue su calidad de palabra. Sobre todo, del Antiguo Testamento, podemos decir que había una serie de requisitos que, cuando los judíos deseaban establecer los límites de qué cantidad de libros eran los que habrían de reconocerse como sagrados pues pusieron múltiples de ellos, por ejemplo, el que los libros sagrados habrían de tener de incluir el nombre de Dios. ya fuera Yahvé o Jehová, según se pronunciara. O el conjunto de las cuatro letras sin vocales para no pronunciar. Pero resulta que, por ejemplo, Esther no lo tiene. No contiene el tetragrama y solamente dice una vez la palabra Dios. Parece más un texto secular.

Otro requisito es que los libros habrían de haber sido escritos por personajes distinguidos y reconocidos en la historia bíblica. Y cuando se estudia eso, pues se da uno cuenta de que no todos los libros fueron escritos. En la actualidad se hacen análisis a conciencia de los autores, pues sinceramente muchos de estos textos no pueden ser acreditados como de la autoría de quien tradicionalmente se han reconocido. Por lenguaje, por precisión de fechas, en un análisis todo eso se descubre que es imposible que lo haya escrito fulano o zutano. Un requisito más será la fecha: que el texto en cuestión habría de haber sido escrito previo a la muerte del último profeta, Zacarías. Aquí digamos, aproximadamente el año 400 antes de Cristo. No es Malaquías sino Zacarías el último profeta. Sobre aquél no sabemos nada, ni su nombre, porque en realidad Malaquías no fue el nombre del profeta, es un nombre que adquirió el texto, un apodo que le pusieron al profeta que lo escribió porque se perdió el dato. Y su época tampoco es fácil precisar. El último de los profetas, Zacarías, murió lapidado. A partir de ahí hay una tradición judía que dice que Dios guardó silencio, un silencio profético y por eso el requisito sería que los libros habrían de ser escritos antes de esa fecha. Pues, resulta que igual cuando se analizan los textos, uno se da cuenta de que muchos de estos textos son bastante más cercanos.

Pero decíamos que lo que no podemos dudar es el crédito que los textos tienen como palabra, y como palabra de Dios. Lo mismo sucede en el Nuevo Testamento. Podemos decir que, de manera sencilla, sin profundizar demasiado, que la integración del Nuevo Testamento tiene básicamente ese criterio, el uso que en la Iglesia fueron teniendo los textos. Y como entonces su crédito, su uso, les dio esa categoría de palabra, palabra inspirada. Prácticamente el único texto del Nuevo Testamento que reclama para sí mismo su carácter de revelación es el libro de Apocalipsis, desde un principio. Cuando leemos el versículo uno dice: “La revelación de Jesucristo que Dios le dio para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto y las declaró enviándola por medio de su Ángel a su siervo Juan”. El único texto que realmente reclama para sí ese carácter de revelación es el Apocalipsis, pero en realidad el resto de los libros fueron acreditándose por su uso hasta que se fue definiendo cuáles eran los libros que lo integraban o que habrían de integrar el canon del Nuevo Testamento y así hasta llegar a tener lo que hoy hay: dos cánones, es decir, dos historias. Hay un momento en que la historia se divide y existen dos cánones: el griego, sobre todo el Antiguo Testamento y el canon hebreo con dos contenidos distintos, pero con dos historias respetables y reconocibles. Ojalá algún día mutuamente ambas tradiciones se concilien más y más aún en las iglesias. Que podamos reconocer no como apócrifos a los libros deuterocanónicos como eso, como deuterocanónicos, o sea, parte de otro canon.

Hablar del texto bíblico implica hablar de historias, de experiencias de vida. Ahí es donde se va dando la revelación de Dios. Si pensamos en el Antiguo Testamento, es la experiencia de un pueblo. En el Nuevo Testamento es la vivencia de la Iglesia, su integración, y la predicación del Evangelio. Una de esas experiencias es la que nosotros encontramos justo en Juan de Patmos, aquel Juan que se encuentra en una isla inhóspita. Posiblemente el paralelo a la isla de Patmos serían las islas Marías aquí en México. Una cárcel. Yo no las conozco, pero lo que escuchado de ellas es una referencia a un lugar bonito. Finalmente, unas islas que tienen playas y en las que se puede vivir. En realidad, eso no sucedió en Patmos. Era una isla pedregosa e inhóspita, difícil para la estancia y ahí está. Y es ahí donde recibe esta revelación que, como toda la palabra, habríamos de entenderla así. También como signo, el gran signo, escribe un autor refiriéndose a la vida. Y así es como recibe el vidente de Patmos esta revelación. Eso son los apocalipsis, de hecho. Y los apocalipsis, que son varios.

¿Qué textos apocalípticos tenemos? Uno en el Nuevo Testamento y es nuestro texto de referencia. Y otro en el Antiguo Testamento. El libro de Daniel es el otro texto apocalíptico. Y de ahí tenemos algunos textos sueltos en Isaías, de carácter apocalíptico, Zacarías. Y la apocalíptica se distingue por los signos, por hablar en señales, por hacer referencias simbólicas. Y entonces queda la tarea de quienes atienden a su mensaje, de poder descifrar. Y esa sería una labor de la comunidad, la tarea de leer el texto, de comprender no sólo el apocalipsis, sino el texto bíblico en una labor comunitaria como iglesia. Porque justamente es ahí donde la palabra se hace relevante, donde su autoridad se puede reconocer y se puede vivir a plenitud. Por eso, el texto dice en el versículo 3: “Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas. Porque el tiempo está cerca. Bienaventurado el que lee y los que oyen”. La comunidad encontrándose con la palabra. Esta expresión: “Bienaventurado el que lee y los que oyen”. “Los que oyen” puede estar también haciendo referencia a algo que sucedía allá en los tiempos antiguos y que puede ser que tampoco sea tan lejano de nuestros tiempos. ¿Quién sabía leer? No era tan fácil poder acceder al texto y entonces eran pocos los que sabían leer. Digo, no necesariamente. ¿Habría de sonarnos tan lejano? Porque pienso en mi propia comunidad hay gente adulta que no sabe leer. Hace algunos años platicaba yo con un hermano de la Iglesia y le pregunté por qué no se había hecho miembro, si toda la vida habías estado allí. Y lo que dijo fue eso: “Es que no sé leer”. Y lo hicimos miembro a través de un curso especial para él.

Pero sin duda que, en el contexto histórico de la Iglesia naciente, eso sería recurrente. ¿Y entonces? “Feliz es el que lee, pero también felices son los que oyen”. Y ahí se da el intercambio, el diálogo y ahí se da que la comunidad lee la palabra. La palabra es motivación, sin duda. Porque en la palabra nosotros hallamos justo lo que deseamos. Hallamos revelación, revelación de ese Dios que se aproxima a la humanidad y que está cerca. Que en Jesucristo se encarna. Y ahí encontramos al testigo fiel. el primogénito de los muertos. el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó y nos lavó nuestros pecados con su sangre y ahí hallamos, revelado en Jesús, al Dios cercano. Ese Dios que es próximo, que es el que se nos revela a lo largo del libro sagrado que es la Biblia toda.

Es, entonces, un Dios presente, es el que se revela en la zarza ardiente a Moisés. Que al cuestionamiento, a la duda: “Bueno, ¿quién les digo que me manda? Pues Yo Soy el que te manda. Yo soy el que estoy, el presente. Yo soy el que acompaña, que libera, que sustenta”. Y es lo que acontece en la historia del éxodo: ese Dios que está. Ese Dios que hace presencia es el que lidera y que los acompaña y que se hace presente después en el tabernáculo y se muestra en aquella nube que se manifestaba en el tabernáculo y que en las noches se hacía luminiscente. Se veía como la luz y como fuego, y que se manifestaba justo en el Tabernáculo. Cuando desaparecía era que se tenían que mover y les iba guiando. Y ese Dios se hacía presente y los sustentaba. Ese Dios presente, de relación íntima, de compañía. Nos queda mucho más claro en Jesús, ese testigo fiel que muestra no sólo compañía sino amor pleno, dando su vida por nosotros. Así que decir Palabra no solamente es decir algo por decirlo. Es decir, una palabra que revela, que motiva, que alienta, que da esperanza. Y podemos entonces, entender la expresión que Juan de Patmos hace cuando dice que estaba en esa isla por causa de la palabra y el testimonio de Jesús. Ahí está la motivación, pero también la experiencia. Quienes hemos recibido esa palabra tenemos experiencia. Y ése es el texto. Lo que nos ha acontecido, lo que hemos vivido, las experiencias de fe que tenemos. Si bien en el caso de Juan, aquí en el Apocalipsis, se nos describen como algo extremo. Sin embargo, cada una, cada uno, podemos hablar. Que el testimonio propio a partir del encuentro, de la motivación que da la palabra.

¿Cómo es que Dios se nos ha hecho presentes? ¿Cómo es que Dios se nos ha revelado? Y se nos ha revelado también cuando nos encontramos con ese Dios. A veces las experiencias no son sencillas, no son fáciles, pero Él siempre está presente. Estamos acostumbrados a leer el salmo 23 sólo en su primera parte. Cuando todos nos representa delicados pastos y aguas de reposo. Y no leemos la secuencia: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”. Nos quedamos con la parte bonita y la parte que dice: “Cuando me vaya de espanto, entonces, no temeré, porque tú vas a estar conmigo”, y así. Cuando nosotros nos encontramos con el Dios de la Escritura, no con las promesas falsas de algunos predicadores, no, sino con el Dios de la Escritura. Sabemos que, cuando nos va bien, Dios está presente y cuando es complicada la situación, también Dios está presente. Y eso es lo que nosotros podemos decir por testimonio, y eso es lo que también nos está comunicando Juan de Patmos. Al compartir su experiencia, experiencia de la Iglesia.

Y aquí voy a hacer una maroma, discúlpenme. Este porque me habría de someter sólo al versículo hasta el versículo 11. Pero enseguida está lo que ve el apóstol. ¿Qué ve? En medio de los siete candeleros a uno semejante al hijo del hombre vestido de una ropa que llegaba hasta los pies y ceñido por el pecho con un cinto de oro, una ropa sacerdotal. En una manifestación divina. Y me salto hasta el versículo 16 en donde dice que tenía en su diestra siete estrellas y de su boca salía una espada aguda de dos filos y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. La majestad manifestada en él. La espada es la palabra que también sale de su boca. Con un rostro resplandeciente que sólo puede ser divino. Y entonces le es revelado el mensaje, el signo de esta visión. Al vidente: “El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra y de los siete candeleros de oro”. “Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias. Y los siete candeleros que has visto son las siete iglesias”. Es la visión de Cristo en medio de esos siete candeleros. Son las siete iglesias. Es Cristo majestuoso sosteniendo siete estrellas en su mano. La plenitud de la Iglesia, del número 7, pleno, total, completo. Y en medio el Salvador que sostiene esas siete estrellas. La luz, los candeleros. Y así nos lo dijo nuestro Señor Jesucristo: “Ustedes son la luz del mundo”, y eso es la Iglesia. Pero también las estrellas son luz, dice el relato de la creación, en Génesis 1, que Dios puso las dos grandes lámparas o lumbreras, el sol, la luna y las estrellas, para que iluminaran. Y las estrellas representan también luz, y es la tarea de la Iglesia, la manifestación del Cristo majestuoso sacerdotal, resplandeciente con autoridad. Que lo que sale de su boca es como una espada. Y su rostro resplandece. Ese resplandor también es el resplandor de la Iglesia representada. en los siete candeleros.

Pero Ángel, Ángelos, es “mensajero”. Pensamos en ángeles y pudiera ser que estamos pensando en seres sobrenaturales, celestiales, alados. ¿Por qué no quedarnos con los pastores? El ángel es el mensajero de cada comunidad, de cada Iglesia. Eso es el pastor, el que trae el mensaje. “Feliz el que lee y felices los que escuchan”. Y hoy que también celebramos el día del pastor, hay que decirlo, también es luz, es parte de esa luz. Cristo está en medio de la Iglesia y sustenta con su mano a sus ministros, a sus mensajeros, a cada ministro. Como aquel momento terrible y fuerte que vivió Juan. Que esa experiencia tiene como causa la palabra y el testimonio. Hoy hacemos un reconocimiento aquí a nuestro querido hermano Leopoldo Cervantes-Ortiz, ¿pastor por cuántos años?: 14 años, dos veces siete es simbólico, cabalístico. Así que en este tiempo en que se cumplen 14 años y se concluye un ciclo, que el camino sigue adelante y que, como esas estrellas en la mano del Señor, siga resplandeciendo. El Señor está en medio de su Iglesia. Feliz Día de la Biblia, feliz Día del Pastor, feliz día también a las abuelitas y los abuelitos. Que Dios les bendiga.

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