29 de agosto de 2021
En este mes hemos, sin duda, seguido la secuencia de reflexiones en torno a la Biblia que normalmente tenemos presente al refrendar nuestro gusto por leer la palabra de Dios, encontrarla a través de las páginas de la Biblia y dejarnos sorprender por las historias bíblicas, dejarnos también guiar por la instrucción de la palabra. Es un mes sin duda especial y hoy, en este último domingo de mes, concluimos con el día de la Biblia. ¿Cómo se habrán integrado todos esos libros que denominamos Biblia? En realidad, esa palabra es un plural. La castellanización del nombre le puso la Biblia, pero en realidad, la palabra Biblia es un plural neutro. No es femenino, como pareciera para nosotros en español. Y es “los libros”, un conjunto de libros, los que comprenden el Antiguo Testamento y la secuencia que sigue, el Nuevo Testamento. De ahí nosotros nos preguntamos acerca de que hubo toda una historia, un proceso que conformó este volumen que para nosotros es el libro sagrado. Sin duda, la historia fue compleja y de muchos años. Fue una historia que abarcó cientos y hasta miles de años.
En ese proceso en transcurrió el origen de
la escritura, por ejemplo, en los procesos de escribir. Antes de la escritura,
pues todo era hablado, era oral. Después comenzó a escribirse, se escribía en
diversos materiales: en arcilla, después en pieles y poco a poco, comenzó a
surgir el papel en los papiros. La mezcla de fibras que se hacían pulpa y
después se extendían en un papel al secarse. ¿Era posible escribir en eso?
Bueno, eso en cuanto a la escritura. Todavía más complejo fueron las copias. Y
considerar esa escritura sagrada también llevó su proceso. Y no fue sino
justamente en la vida del pueblo del Antiguo Testamento, como también del
pueblo del Nuevo Testamento, la Iglesia. Y grosso modo, hemos de decir que algo
que influyó, sin duda, sin poner ningún cuestionamiento al respecto, fue su
calidad de palabra. Sobre todo, del Antiguo Testamento, podemos decir que había
una serie de requisitos que, cuando los judíos deseaban establecer los límites
de qué cantidad de libros eran los que habrían de reconocerse como sagrados pues
pusieron múltiples de ellos, por ejemplo, el que los libros sagrados habrían de
tener de incluir el nombre de Dios. ya fuera Yahvé o Jehová, según se pronunciara.
O el conjunto de las cuatro letras sin vocales para no pronunciar. Pero resulta
que, por ejemplo, Esther no lo tiene. No contiene el tetragrama y solamente
dice una vez la palabra Dios. Parece más un texto secular.
Otro requisito es que los libros habrían
de haber sido escritos por personajes distinguidos y reconocidos en la historia
bíblica. Y cuando se estudia eso, pues se da uno cuenta de que no todos los
libros fueron escritos. En la actualidad se hacen análisis a conciencia de los
autores, pues sinceramente muchos de estos textos no pueden ser acreditados
como de la autoría de quien tradicionalmente se han reconocido. Por lenguaje,
por precisión de fechas, en un análisis todo eso se descubre que es imposible que
lo haya escrito fulano o zutano. Un requisito más será la fecha: que el texto
en cuestión habría de haber sido escrito previo a la muerte del último profeta,
Zacarías. Aquí digamos, aproximadamente el año 400 antes de Cristo. No es Malaquías
sino Zacarías el último profeta. Sobre aquél no sabemos nada, ni su nombre,
porque en realidad Malaquías no fue el nombre del profeta, es un nombre que
adquirió el texto, un apodo que le pusieron al profeta que lo escribió porque
se perdió el dato. Y su época tampoco es fácil precisar. El último de los
profetas, Zacarías, murió lapidado. A partir de ahí hay una tradición judía que
dice que Dios guardó silencio, un silencio profético y por eso el requisito
sería que los libros habrían de ser escritos antes de esa fecha. Pues, resulta
que igual cuando se analizan los textos, uno se da cuenta de que muchos de
estos textos son bastante más cercanos.
Pero decíamos que lo que no podemos dudar
es el crédito que los textos tienen como palabra, y como palabra de Dios. Lo
mismo sucede en el Nuevo Testamento. Podemos decir que, de manera sencilla, sin
profundizar demasiado, que la integración del Nuevo Testamento tiene
básicamente ese criterio, el uso que en la Iglesia fueron teniendo los textos.
Y como entonces su crédito, su uso, les dio esa categoría de palabra, palabra
inspirada. Prácticamente el único texto del Nuevo Testamento que reclama para
sí mismo su carácter de revelación es el libro de Apocalipsis, desde un
principio. Cuando leemos el versículo uno dice: “La revelación de Jesucristo que
Dios le dio para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto y
las declaró enviándola por medio de su Ángel a su siervo Juan”. El único texto
que realmente reclama para sí ese carácter de revelación es el Apocalipsis,
pero en realidad el resto de los libros fueron acreditándose por su uso hasta
que se fue definiendo cuáles eran los libros que lo integraban o que habrían de
integrar el canon del Nuevo Testamento y así hasta llegar a tener lo que hoy
hay: dos cánones, es decir, dos historias. Hay un momento en que la historia se
divide y existen dos cánones: el griego, sobre todo el Antiguo Testamento y el
canon hebreo con dos contenidos distintos, pero con dos historias respetables y
reconocibles. Ojalá algún día mutuamente ambas tradiciones se concilien más y
más aún en las iglesias. Que podamos reconocer no como apócrifos a los libros deuterocanónicos
como eso, como deuterocanónicos, o sea, parte de otro canon.
Hablar del texto bíblico implica hablar de
historias, de experiencias de vida. Ahí es donde se va dando la revelación de
Dios. Si pensamos en el Antiguo Testamento, es la experiencia de un pueblo. En el
Nuevo Testamento es la vivencia de la Iglesia, su integración, y la predicación
del Evangelio. Una de esas experiencias es la que nosotros encontramos justo en
Juan de Patmos, aquel Juan que se encuentra en una isla inhóspita. Posiblemente
el paralelo a la isla de Patmos serían las islas Marías aquí en México. Una
cárcel. Yo no las conozco, pero lo que escuchado de ellas es una referencia a
un lugar bonito. Finalmente, unas islas que tienen playas y en las que se puede
vivir. En realidad, eso no sucedió en Patmos. Era una isla pedregosa e inhóspita,
difícil para la estancia y ahí está. Y es ahí donde recibe esta revelación que,
como toda la palabra, habríamos de entenderla así. También como signo, el gran
signo, escribe un autor refiriéndose a la vida. Y así es como recibe el vidente
de Patmos esta revelación. Eso son los apocalipsis, de hecho. Y los
apocalipsis, que son varios.
¿Qué textos apocalípticos tenemos? Uno en
el Nuevo Testamento y es nuestro texto de referencia. Y otro en el Antiguo
Testamento. El libro de Daniel es el otro texto apocalíptico. Y de ahí tenemos
algunos textos sueltos en Isaías, de carácter apocalíptico, Zacarías. Y la
apocalíptica se distingue por los signos, por hablar en señales, por hacer
referencias simbólicas. Y entonces queda la tarea de quienes atienden a su
mensaje, de poder descifrar. Y esa sería una labor de la comunidad, la tarea de
leer el texto, de comprender no sólo el apocalipsis, sino el texto bíblico en
una labor comunitaria como iglesia. Porque justamente es ahí donde la palabra se
hace relevante, donde su autoridad se puede reconocer y se puede vivir a
plenitud. Por eso, el texto dice en el versículo 3: “Bienaventurado el que lee
y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella
escritas. Porque el tiempo está cerca. Bienaventurado el que lee y los que oyen”.
La comunidad encontrándose con la palabra. Esta expresión: “Bienaventurado el
que lee y los que oyen”. “Los que oyen” puede estar también haciendo referencia
a algo que sucedía allá en los tiempos antiguos y que puede ser que tampoco sea
tan lejano de nuestros tiempos. ¿Quién sabía leer? No era tan fácil poder
acceder al texto y entonces eran pocos los que sabían leer. Digo, no
necesariamente. ¿Habría de sonarnos tan lejano? Porque pienso en mi propia
comunidad hay gente adulta que no sabe leer. Hace algunos años platicaba yo con
un hermano de la Iglesia y le pregunté por qué no se había hecho miembro, si toda
la vida habías estado allí. Y lo que dijo fue eso: “Es que no sé leer”. Y lo
hicimos miembro a través de un curso especial para él.
Pero sin duda que, en el contexto
histórico de la Iglesia naciente, eso sería recurrente. ¿Y entonces? “Feliz es
el que lee, pero también felices son los que oyen”. Y ahí se da el intercambio,
el diálogo y ahí se da que la comunidad lee la palabra. La palabra es motivación,
sin duda. Porque en la palabra nosotros hallamos justo lo que deseamos.
Hallamos revelación, revelación de ese Dios que se aproxima a la humanidad y
que está cerca. Que en Jesucristo se encarna. Y ahí encontramos al testigo fiel.
el primogénito de los muertos. el soberano de los reyes de la tierra. Al que
nos amó y nos lavó nuestros pecados con su sangre y ahí hallamos, revelado en
Jesús, al Dios cercano. Ese Dios que es próximo, que es el que se nos revela a
lo largo del libro sagrado que es la Biblia toda.
Es, entonces, un Dios presente, es el que
se revela en la zarza ardiente a Moisés. Que al cuestionamiento, a la duda: “Bueno,
¿quién les digo que me manda? Pues Yo Soy el que te manda. Yo soy el que estoy,
el presente. Yo soy el que acompaña, que libera, que sustenta”. Y es lo que
acontece en la historia del éxodo: ese Dios que está. Ese Dios que hace
presencia es el que lidera y que los acompaña y que se hace presente después en
el tabernáculo y se muestra en aquella nube que se manifestaba en el
tabernáculo y que en las noches se hacía luminiscente. Se veía como la luz y como
fuego, y que se manifestaba justo en el Tabernáculo. Cuando desaparecía era que
se tenían que mover y les iba guiando. Y ese Dios se hacía presente y los
sustentaba. Ese Dios presente, de relación íntima, de compañía. Nos queda mucho
más claro en Jesús, ese testigo fiel que muestra no sólo compañía sino amor
pleno, dando su vida por nosotros. Así que decir Palabra no solamente es decir
algo por decirlo. Es decir, una palabra que revela, que motiva, que alienta, que
da esperanza. Y podemos entonces, entender la expresión que Juan de Patmos hace
cuando dice que estaba en esa isla por causa de la palabra y el testimonio de
Jesús. Ahí está la motivación, pero también la experiencia. Quienes hemos
recibido esa palabra tenemos experiencia. Y ése es el texto. Lo que nos ha acontecido,
lo que hemos vivido, las experiencias de fe que tenemos. Si bien en el caso de
Juan, aquí en el Apocalipsis, se nos describen como algo extremo. Sin embargo,
cada una, cada uno, podemos hablar. Que el testimonio propio a partir del
encuentro, de la motivación que da la palabra.
¿Cómo es que Dios se nos ha hecho
presentes? ¿Cómo es que Dios se nos ha revelado? Y se nos ha revelado también
cuando nos encontramos con ese Dios. A veces las experiencias no son sencillas,
no son fáciles, pero Él siempre está presente. Estamos acostumbrados a leer el
salmo 23 sólo en su primera parte. Cuando todos nos representa delicados pastos
y aguas de reposo. Y no leemos la secuencia: “Aunque ande en valle de sombra de
muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”. Nos quedamos con la
parte bonita y la parte que dice: “Cuando me vaya de espanto, entonces, no
temeré, porque tú vas a estar conmigo”, y así. Cuando nosotros nos encontramos
con el Dios de la Escritura, no con las promesas falsas de algunos
predicadores, no, sino con el Dios de la Escritura. Sabemos que, cuando nos va
bien, Dios está presente y cuando es complicada la situación, también Dios está
presente. Y eso es lo que nosotros podemos decir por testimonio, y eso es lo
que también nos está comunicando Juan de Patmos. Al compartir su experiencia, experiencia
de la Iglesia.
Y aquí voy a hacer una maroma,
discúlpenme. Este porque me habría de someter sólo al versículo hasta el
versículo 11. Pero enseguida está lo que ve el apóstol. ¿Qué ve? En medio de
los siete candeleros a uno semejante al hijo del hombre vestido de una ropa que
llegaba hasta los pies y ceñido por el pecho con un cinto de oro, una ropa
sacerdotal. En una manifestación divina. Y me salto hasta el versículo 16 en
donde dice que tenía en su diestra siete estrellas y de su boca salía una
espada aguda de dos filos y su rostro era como el sol cuando resplandece en su
fuerza. La majestad manifestada en él. La espada es la palabra que también sale
de su boca. Con un rostro resplandeciente que sólo puede ser divino. Y entonces
le es revelado el mensaje, el signo de esta visión. Al vidente: “El misterio de
las siete estrellas que has visto en mi diestra y de los siete candeleros de
oro”. “Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias. Y los siete
candeleros que has visto son las siete iglesias”. Es la visión de Cristo en
medio de esos siete candeleros. Son las siete iglesias. Es Cristo majestuoso sosteniendo
siete estrellas en su mano. La plenitud de la Iglesia, del número 7, pleno, total,
completo. Y en medio el Salvador que sostiene esas siete estrellas. La luz, los
candeleros. Y así nos lo dijo nuestro Señor Jesucristo: “Ustedes son la luz del
mundo”, y eso es la Iglesia. Pero también las estrellas son luz, dice el relato
de la creación, en Génesis 1, que Dios puso las dos grandes lámparas o lumbreras,
el sol, la luna y las estrellas, para que iluminaran. Y las estrellas
representan también luz, y es la tarea de la Iglesia, la manifestación del
Cristo majestuoso sacerdotal, resplandeciente con autoridad. Que lo que sale de
su boca es como una espada. Y su rostro resplandece. Ese resplandor también es
el resplandor de la Iglesia representada. en los siete candeleros.
Pero Ángel, Ángelos, es “mensajero”. Pensamos en ángeles y pudiera ser que estamos pensando en seres sobrenaturales, celestiales, alados. ¿Por qué no quedarnos con los pastores? El ángel es el mensajero de cada comunidad, de cada Iglesia. Eso es el pastor, el que trae el mensaje. “Feliz el que lee y felices los que escuchan”. Y hoy que también celebramos el día del pastor, hay que decirlo, también es luz, es parte de esa luz. Cristo está en medio de la Iglesia y sustenta con su mano a sus ministros, a sus mensajeros, a cada ministro. Como aquel momento terrible y fuerte que vivió Juan. Que esa experiencia tiene como causa la palabra y el testimonio. Hoy hacemos un reconocimiento aquí a nuestro querido hermano Leopoldo Cervantes-Ortiz, ¿pastor por cuántos años?: 14 años, dos veces siete es simbólico, cabalístico. Así que en este tiempo en que se cumplen 14 años y se concluye un ciclo, que el camino sigue adelante y que, como esas estrellas en la mano del Señor, siga resplandeciendo. El Señor está en medio de su Iglesia. Feliz Día de la Biblia, feliz Día del Pastor, feliz día también a las abuelitas y los abuelitos. Que Dios les bendiga.
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