viernes, 27 de agosto de 2021

Letra núm. 732, 29 de agosto de 2021

 DIOS E HISTORIA (2009)

Jorge Pixley (Estados Unidos, 1937) 


 


 

V

amos a procurar mostrar cómo en diversos textos bíblicos el Dios de Israel es presentado como una divinidad que responde a la historia e incide en ella. Y esto significa un Dios que crece con cada nuevo suceso histórico. Por tanto, un Dios que no es incambiable, porque un Dios incambiable no podría conocer una historia que está en constante flujo. Para ello recurriremos a la filosofía de organismo o procesual, de una manera que, pienso yo, ilumina lo que dice la Biblia.

Comencemos con un texto que es fundante para la fe de la Biblia, Exodo 3.7: “Bien vista tengo la aflición de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos”. Aquí tenemos, en la base de la fe de Israel, una afirmación que Dios “percibe”, es influenciado por, los eventos que suceden en la historia. Esto, que para el creyente parece natural, no lo es para la tradición filosófica. Aristóteles, el primero en sistematizar el pensamiento sobre Dios, argumenta en el Libro X de su Física, que Dios no conoce al mundo. Cualquier conocimiento implicaría un cambio en la divinidad, que pasaría de ignorancia a conocimiento del suceso en cuestión.

Por lo tanto, Dios, ni conoce ni responde a los sucesos en esta esfera inferior que es la Tierra. Esta doctrina de la inmutabilidad de Dios pasó a ser parte de la teología natural cristiana, aunque los grandes teólogos como Tomás de Aquino encontraron modos de acomodarla a las historias bíblicas donde Dios evidentemente responde a los sucesos de la historia terrenal. Estos cambios exigieron que se forzara el esquema de la inmutabilidad de Dios.

Tomemos algunos ejemplos más del conocimiento divino y la respuesta de Dios a los eventos terrenales: “Bajó Yahveh Dios a ver la ciudad y la torre que habían construido los humanos, y dijo Yahveh: He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y éste es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundiremos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo” (Gn 11,5-7).

Alguien puede objetar: “Pero esto es un mito; en un mito no se aplican las reglas convencionales”. Y, efectivamente, es un mito. También los griegos, cuya filosofía creía demostrar que la divinidad no conoce cuanto sucede en la tierra, en sus mitos narran las reacciones de los dioses a los sucesos terrenales.

Pero sigamos: “Dijo, pues, Yahveh, El clamor de Sodoma y Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Ea, voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo” (Gn 18,20-21). “Entonces habló Yahveh a Moisés, y dijo: ¡Anda, baja! Porque tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, ha pecado. Bien pronto se han apartado del camino que yo les había prescrito. ... Y dijo Yahveh a Moisés: Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz” (Ex 32,7.9). […]

Cualquier lector de la Biblia sabe que estos ejemplos pueden multiplicarse con facilidad. El Dios de la Biblia es, como decimos, un Dios de la historia. Y esto significa que sabe lo que sucede y responde a los gritos de los oprimidos y las plegarias de los enfermos o presos. Esto es evidente para los/las creyentes, pero no siempre hemos sacado las conclusiones teóricas que son evidentes.

Aquí podemos recurrir a Charles Hartshorne (1899-2002), discípulo de Whitehead y gran filósofo del siglo XX. Hartshorne enseña que Dios es absolutamente relativo, es decir, conoce todo cuanto sucede en el universo y responde a él. Esto es lo que llama el lado concreto de Dios, que está sujeto a constantes cambios. Esto requiere un poco de explicación.

En la teología clásica, cuyo máximo representante es Tomás de Aquino, Dios es inmutable. No es relativo a su creación, aunque la creación es relativa a Dios. Esto, como bien señala Hartshorne, es un grave error de lógica. Siempre, quien conoce es relativo a lo conocido, aunque lo conocido no tiene que ser relativo al que conoce. Así, a mí me puede conmover una sinfonía de Mozart cuando la escucho, pero la sinfonía y Mozart en nada son afectados por mi emoción. Yo puedo admirar un hermoso paisaje; es decir, el paisaje deja en mí un efecto, y no soy igual a como era antes de contemplarlo; sin embargo, el paisaje en nada queda alterado por mi admiración. Generalizando, el conocedor es relativo a lo conocido y no tiene que suceder lo inverso, que lo conocido sea relativo al conocedor. Igualmente, Leibnitz es afectado por su lectura de Platón, y su filosofía demuestra el efecto de esta lectura. Platón no fue en nada afectado por el hecho que unos veintitantos siglos después su obra entraría como factor en la filosofía de Leibnitz. Leibnitz y muchos más son afectados por Platón en los últimos cuatro siglos; Platón, para nada es afectado por ellos en sus lecturas del maestro.

En conclusión, si Dios conoce al mundo, y un creyente no puede negar que así sea, ese conocimiento afecta a Dios. Dijo Jesús: “¿No se venden dos pajarillos por dos ases? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, valeis más que muchos pajarillos” (Lc 12,7).

Esto no es algo único en la Biblia. Todo lo que acontece es conocido por Dios. Dios oye el clamor de sus criaturas y atiende a sus plegarias. Definitivamente, Dios conoce al mundo. Lo inverso no es nesariamente cierto. Los creyentes son afectados por saber que Dios les conoce; viven bañados por esa seguridad. Pero el incrédulo puede perfectamente vivir su vida sin darse por enterado ni ser afectado.

Lo que sucede con el conocimiento es también cierto del amor. Quien ama es conmovido por su amor y la amada viene a ser parte de su configuración personal. Si la amada no se entera del amor de quien la ama, en nada queda afectada. En cambio, si lo sabe, puede sentirse conmovida por ese amor. Igual sucede en el amor de Dios hacia su creación. Dios ama las hormigas, pero ellas (suponemos) no se enteran ni son afectadas por ese amor —si el amor no conduce a conductas divinas que alteren la vida de las hormigas—.

Concluimos que la lógica nos obliga a pensar que el conocimiento que Dios tiene de los sucesos históricos afecta a Dios, y si Dios actúa en la historia por efecto de ese conocimiento, sus conocimientos-acciones afectan a sus criaturas. En este sentido Dios es, como hemos afirmado en la teología latinoamericana, un Dios de la historia. Pero esta confesión no la hemos sistematizado. Es lo que propongo comenzar con este librito.

Esto no significa que Dios no sea absoluto y que en ello no se distinga de todos los demás seres. Todos los seres criados son relativos, y sus relaciones son internas. Las relaciones internas son aquellas que nos constituyen. Somos lo que somos en virtud de las múltiples relaciones que disfrutamos. La relación con la amada es, obviamente, una relación interna, por cuanto altera la personalidad y la vida de quien ama. Igual sucede con un buen libro o un filme. Quien lo leyó o lo vio quedará marcado para siempre. Lo que afirman Whitehead y Hartshorne es que todas las relaciones humanas son internas.

En contraste, una relación externa es la que existe o parece existir entre dos bolas de billar. Aunque las bolas choquen no quedan en nada afectadas, aparentemente. La verdad es que se afecta su posición y su distancia de los bordes de la mesa de jugar, y se puede discutir si la posición relativa es una relación interna. Pero se entiende la diferencia entre la relación (interna) que produce en mí una bella sinfonía y el efecto (externo) que produce en la bola el choque con otra bola.

Es evidente que en la Biblia Dios tiene también relaciones internas. “Odio, detesto vuestras fiestas... no me complazco en vuestras oblaciones” (Am 5,21-22). Aunque la imagen es metafórica, refleja una realidad. Dios rechaza con repulsión interna los sacrificios de Israel en este momento de grave injusticia. Su “disposición” queda afectada por los hechos de Israel. No es exctamente el mismo Dios de lo que fue antes de los susodichos sacrificios.

Esto no significa que Dios es como las criaturas en sus relaciones. Las criaturas son afectadas en su ser por las circunstancias en las que existen. Dios es afectado por todo: “Yahveh, tu me escrutas y conoces,
sabes cuándo me siento y cuándo me levanto,
mi pensamiento calas desde lejos;
esté yo en camino o acostado, tu lo adviertes,
familiares te son todas mis sendas (Sl 139,1-3).

Si Dios conoce y es afectado por absolutamente todo, Dios es supremamente relativo. Dios es relativo a cuanto existe y a cuanto pudiera existir. Dios conoce cuanto sucede en el universo, y entra en interacción con ello. Pero Dios se distingue de cualquier otro conocedor o actor por cuanto conoce absolutamente todo, no solamente lo que existe, sino lo que pudiera existir. Dios es supremamente relativo. Aunque hay atisbos de este conocimiento en Anselmo, en su Proslogion, ya en el siglo XI, es Hartshorne, en el siglo XX, quien lo expuso con todo rigor.

Las citas bíblicas que hemos enlistado, y muchísimas más que pudiéramos añadir, no solamente aseguran que Dios conoce perfectamente su creación -aun las aves del cielo (Mt 6,24) y los cabellos en todas las cabezas (Lc 12,7)-, sino que actúa en respuesta a las acciones de las personas y de las naciones, siendo afectado por todo y a su vez afectando a todo. Ésta, y no una supuesta inmutabilidad, es la perfección de la divinidad. Podemos afirmar que Dios es Dios por cuanto su relatividad a cualquier otro ente es perfecta. Es, pues, relativo en grado supremo o perfecto. […]


Concepción Urquiza (México, 1910-1945)

SONETOS BÍBLICOS


I. JOB

 

Y vino y puso cerco a mi morada

y abrió por medio della gran carrera

Fray Luis de León, Trad. del Libro de Job

É

l fue quien vino en soledad callada,
Y moviendo sus huestes al acecho
Puso lazo a mis pies, fuego a mi techo
Y cerco a mi ciudad amurallada.

Como lluvia en el monte desatada
Sus saetas bajaron a mi pecho;
Él mató los amores en mi lecho
Y cubrió de tinieblas mi morada.

Trocó la blanda risa en triste duelo,
Convirtió los deleites en despojos,
Ensordeció mi voz, ligó mi vuelo,

Hirió la tierra, la ciñó de abrojos,
Y no dejó encendida bajo el cielo
Más que la obscura lumbre de sus ojos.

19 de julio, 1937


II. LA SULAMITA

 

Pues ya si en el exido
De hoy más no fuere vista ni hallada,
Diréis que me he perdido,
Que andando enamorada...
San Juan de la Cruz, Cántico espiritual

 

A

traída al olor de tus aromas
Y embriagada del vino de tus pechos,
Olvidé mi ganado en los barbechos
Y perdí mi canción entre las pomas.

Como buscan volando las palomas
Las corrientes mecidas en sus lechos,
Por el monte de cíngulos estrechos
Buscaré los parajes donde asomas.

Ya por toda la tierra iré perdida,
Dejando la canción abandonada,
Sin guarda la manada desvalida,

Desque olvidé mi amor y mi morada,
Al olor de tus huertos atraída,
Del vino de tus pechos embriagada.

23 de junio, 1937


III. RUTH

Ego dormio el cor meum vigilat.

Cant., V, 2

 

L

a quieta soledad, el lecho oscuro
De inmortales tinieblas coronado,
El silencio en la noche derramado,
Y el cerco de la paz, ardiente y puro.

Ruth detiene el aliento mal seguro,
Descubre el rostro de dolor turbado,
Y por largos anhelos agitado
Con dura mano oprime el seno duro.

Duerme Booz en tanto; su sentido,
En misterioso sueño sumergido,
La presencia tenaz de Ruth ignora.

Mas su despierto corazón medita...
Y la noche fugaz se precipita
Hacia los claros lechos de la aurora.

1937


IV. DAVID

 

¡O

h Betsabé, simbólica y vehemente!
Con doble sed mi corazón heriste
Cuando la llama de tu cuerpo hiciste
Duplicarse en la onda transparente.

Cerca el terrado y el marido ausente,
¿quién a la dicha de tu amor resiste?
No en vano fue la imagen que me diste
Acicate a los flancos y a la mente.

¡Ay de mí, Betsabé, tu brazo tierno,
traspasado de luz como las ondas,
ligó mis carnes a dolor eterno!

¡Qué horrenda sangre salpicó mis frondas!
¡En qué negrura y qué pavor de invierno
se ahogó la luz de tus pupilas blondas!

25 de agosto, 1944

  



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