sábado, 14 de agosto de 2021

Letra núm. 730, 15 de agosto de 2021

RESPUESTAS AL RELATO DE JUECES 19-21

Phyllis Trible, Textos de terror. Lecturas literarias y feministas de relatos bíblicos (1984) 

 





 

1.

De las tribus de Israel. El segundo (Jue 20) y tercero actos (Jue 21) son una respuesta inmediata. Todos los hombres, desde Dan hasta Beerseba se reunieron “como un solo hombre (´ish)… delante del Señor, en Mizpa”. Sin duda, esta respuesta fe desmesurada. El mismo Dios, que antes estuvo totalmente ausente, ahora participa en la reunión de los 400 mil hombres para pedirle una explicación al levita de Efraín. Su respuesta (20.2.4-7) comienza sin ningún rodeo: “Yo llegué a Gabaa de Benjamín con mi concubina, para pasar allí la noche. Y levantándose contra mí los de Gabaa, rodearon contra mí la casa por la noche”. Entonces prosigue con una interpretación que luego explica las intenciones de los gabaonitas: “con idea de matarme”. Pero, como se vio, ellos querían “conocerlo”. Aun cuando tal interpretación del levita fuera legítima, las siguientes palabras oscurecen la verdad: “Con idea de matarme; y a mi concubina la humillaron de tal manera que murió”. Él omite completamente lo que hizo que tomó a su mujer, la sacó fuera y se la entregó a los hombres.

Callando sospechosamente, busca absolverse. Incluso se cuida con la atente frase: “de tal manera que murió”, en vez de decir que ellos la mataron, lo cual refuerza la sospecha de que él sea tanto asesino como traidor. Pero el escarmiento de la mujer es referido después como obra del levita. “entonces tomando yo mi concubina, la corté en pedazos, y la envié por todo el territorio de la posesión de Israel”. Ciertamente, el levita no recibió ningún castigo por haberla descuartizado. Era un aceptable acto de venganza. Desde ahí, la ira de todo Israel se levanta contra los benjaminitas. Es grande la indignación por el perjuicio causado a la propiedad de aquel hombre, pero todos se olvidan de la violencia contra la mujer. Una vez más, habiendo logrado su propiedad de aquel hombre, pero todos se olvidan de la violencia contra la mujer. Una vez más, habiendo logrado su propósito, el levita sale de la escena.

A continuación, las tribus de Israel exigen a la tribu de Benjamín que les entregue a los depravados gabaonitas, “para que los matemos y quitemos el mal de Israel” (20.13). Pero los benjaminitas se niegan y la guerra comienza. Con riqueza de detalles, se narra el conflicto de grandes e increíbles dimensiones. El propio Yahvé se une a los hombres que va a luchar contra Benjamín. Luego de dos fracasos iniciales, las tribus salen victoriosas mediante una emboscada. La matanza fue enorme: las bajas de los benjaminitas suman cerca de 25 mil hombres en un solo día. Gabaa, y las demás ciudades de Benjamín, fueron incendiadas. No escaparon ni siquiera las mujeres (21.16), ni los niños o los animales (20.48). La tribu de Benjamín fue virtualmente aniquilada, pues sólo escaparon apenas unos 600 hombres.

Esa cascada de violencia provoca algunas reflexiones. Los vencedores no podían quedar conformes con eso, porque “hoy falta una tribu de Israel” (21.3). A fin de recuperarse, Benjamín necesitaba mujeres para los 600 sobrevivientes. Un juramento complicó las cosas y otro lo resolvió. Habiendo jurado que nadie daría a sus mujeres en casamiento a los de Benjamín (21.1), las otras tribus también habían jurado que matarían a quien no tomase parte en la batalla (21.5). De ese modo atacaron a la ciudad de Jabes de Galaad, matando a todos sus habitantes, excepto a las mujeres vírgenes (21.10-12). Luego entregaron estas mujeres a los sobrevivientes benjaminitas, de la misma forma como el levita había entregado su concubina a los malvados gabaonitas. La violación de una mujer se convirtió en la de 400 más. Incluso los benjaminitas estaban insatisfechos porque aún quedaban 200 sin mujer. Esta vez, las que ocuparon esos lugares fueron las hijas de Siló. Para satisfacer a los 200 benjaminitas, los hombres de Israel aprobaron el secuestro de 200 doncellas que iban a bailar en la fiesta anual del Señor (21.23). En total, lo sucedido a una mujer, ocasionó el secuestro de 600.

En la tradición machista de Israel, la historia de la concubina justifica la escalada de violencia contra las mujeres. Aquello que los hombres parecían condenar, horrorizados, lo volvieron a hacer por venganza. Capturaron, llevaron, violaron y dispersaron a 400 vírgenes de Jabes y a 200 de Siló. Además, maltrataron y mataron a todas las mujeres de Benjamín y a todas las mujeres casadas de Jabes. Los hombres de Israel desmembraron la corporación de mujeres de su pueblo. Lo que antes se cometió contra una de las mujeres más humildes, se hizo contra centenares. El Israel tribal no había realmente vuelto su corazón hacia la concubina asesinada.

2. Del redactor del libro. Una segunda respuesta es la del redactor de libro de los Jueces, cuya voz parece confundirse con la del narrador de la historia. Al comienzo del primer acto, él describe la época: “En aquel tiempo, cuando no había rey en Israel”. Al concluir el tercer acto, repite la misma sentencia y agrega: “Cada quien hacía lo bueno delante de sus ojos”. Esta expresión incluye las mismas palabras que el anciano le dijo a los malvados gabaonitas (19.24). La ausencia de un rey parecía una invitación a la anarquía y a la violencia. De esta forma, el redactor usa los horrores que acaba de contar para promover una monarquía que pusiese orden y ley en Israel. Esta historia y todo el libro concluyen con esta acusación formal, preparando a los lectores para ver con buenos ojos la institución de la realeza. ¡Qué ironía vendrá más tarde, cuando Saúl, el primer rey de Israel, proceda de Benjamín y establezca su capital en Gabaa, librando a Jabes de los amonitas! (1 Sam 9.1-2; 10.26; 11.1-11; 15.34; 22.6; 23.19). Pero la intención del redactor puede ser justamente rebajar la figura de Saúl para darle realce a la monarquía davídica, la cual traería sus atrocidades propias: David se apropió de Betsabé; Amnón violó a Tamar; y Absalón violó a las concubinas de su padre (2 Sam 11.2-27; 13.1-22; 16.20-23). Para esas fechas, ya había rey en Israel, y la realeza hacía lo bueno delante de sus ojos. Queda claro, entonces la ineficacia de la solución política para la historia de la concubina. Tal perspectiva no dirige el corazón hacia aquella mujer.

3. De los organizadores del canon. Es posible encontrar una tercera respuesta a partir de la disposición del canon bíblico: la de la yuxtaposición. En la Biblia hebrea, la historia de Ana sigue inmediatamente después de la historia de la concubina asesinada y descuartizada (1 Sam 1.1-2.21). Aunque también se ubica en las montañas de Efraín, con un viaje hacia otra región, este relato retrata un mundo muy distinto habitado por gente muy diferente: Elcaná, el marido cariñoso que oye las quejas de su mujer estéril; Elí, el sacerdote bueno que bendice a la mujer y solicita el favor divino; Yahvé, la divinidad benévola que atiende las lágrimas y oraciones otorgando fertilidad; y Samuel, el hijo extraordinario que honra a su madre sirviendo al Señor en Siló. En todo el relato, Ana recibe constante atención y mucha simpatía. Es una mujer que tiene nombre y voz, llena de piedad y de perseverancia, fiel y magnánima. Los hombres, incluyendo al narrador, le reconocen sus méritos y su fe. Y todo eso ocurre también en la época de los jueces. ¡Qué contraste entre Ana y la concubina! De igual modo, la respuesta por yuxtaposición se presenta en la Biblia griega. Tal como en la primera escena de este relato, la historia de Rut acontece en Belén y también se trata de un estudio sobre la hospitalidad, pero esta vez en versión femenina. A través de sus mujeres, toda la ciudad acoge a la viuda Noemí, que regresa de Moab con su nuera Rut, moabita. Bajo la bendición de Dios, ambas mujeres consiguen la salvación. El patriarca Booz coopera, sustentando y desposando a Rut. Cuando los bondadosos ancianos de Belén amenazan con subordinar los intereses de esas mujeres de Belén inician un nuevo tipo de relación con los hombres. Y todo eso sucede “durante el gobierno de los jueces” de Israel (Rut 1.1). ¡Qué contraste en el tratamiento dado a Rut y Noemí y el que se dio a la concubina!

La total ausencia de misoginia, violencia y venganza en las dos historias yuxtapuestas a las tradiciones benjaminitas, pronuncia una palabra salvadora en la época de los jueces. El perfil de las mujeres acentúa mejor aún el mensaje. En contraste con la concubina, las mujeres de Benjamín, las vírgenes de Jabes y las doncellas de la fiesta de Siló, tenemos las edificantes figuras de Ana y Noemí, Rut y las mujeres de Belén. A pesar de que la presencia de estas otras mujeres no puede borrar totalmente el recuerdo de los sufrimientos de sus hermanas, muestra un camino muy superior para el Omnipotente y para el establishment machista de Israel. Dirigir el corazón de estas historias a la concubina, es el consejo redentor.

4. De los profetas. Hay todavía una cuarta respuesta a esta historia, la que aparece en la literatura profética, especialmente en Oseas. Las dos alusiones que hay en ese libro muestran que el recuerdo de Gabaa persistirá durante siglos. Al anunciar los días de castigo que vendrán sobre Israel, el profeta declara: “Ellos se corrompieron profundamente como en los días de Gabaa. Él (Dios) se acordará de su falta y castigará sus pecados” (Os 9.9). Y en otra oportunidad afirma: “¡Desde los días de Gabaa tú pecaste, Israel!” (Os 10.9). Dos alusiones son una escasa remembranza de los crímenes de Gabaa. ¡La tradición profética recordó muy poco a la concubina asesinada y descuartizada!

5. Del resto de la Escritura. Un impresionante y opresivo silencio es la quinta respuesta a este texto, y procede tanto del antiguo Israel como del cristianismo primitivo. Si el levita alteró la historia al contársela a las demás tribus de Israel, ¡cuánto más la tradición canónica no se iba a olvidar del episodio! Las palabras mordaces y sarcásticas del profeta Amós captan muy bien el espíritu de esta quinta respuesta: “Por eso, el sabio se calla acerca de este tiempo, porque es un tiempo de desgracia” (Am 5.13). El silencio encubre impotencia y complicidad. Callarse es pecar, porque la historia misma ordena a los que lo oigan: “Considerad esto (volved al corazón) sobre ella, tomad consejo, hablad” (19.30; 20.7).

6. De los/as lectores/as. “¡Volved vuestro corazón (considerad) hacia ella, tomad una decisión y hablad!”. Del antiguo escenario llega ese mandato hasta el día de hoy, desafiándonos a dar nuevamente una respuesta. Así, la sexta respuesta es para despertar a los/as lectores/as actuales y, como consecuencia, hablar por esa mujer es interpretarla en sentido contrario al del escritor, a la trama, a otros personajes en la escena y a la tradición bíblica, porque no mostraron atención ni compasión hacia ella. Si volvemos nuestro corazón, ¿qué decisión podemos tomar?, ¿qué diremos al respecto?, ¿qué podemos decir, nosotros herederos de Israel, ante la presencia de ese horror avasallador e irredento? Antes que nada, tenemos que reconocer que la historia es contemporánea. La misoginia es de todas las épocas, de la nuestra por supuesto. La violencia y la venganza no son únicamente características de un pasado remoto, precristiano; ellas infectan a la comunidad de las y los elegidos/as hasta hoy. La mujer, en cuanto objeto, sigue siendo capturada y llevada, violentada, torturada, asesinada, descuartizada y dispersada. Llevar el corazón a esta historia antigua, entonces, es confesar su realidad presente. Es una historia palpitante de vida en la que hay mucha maldad. Por eso, más allá de la mera confesión, debemos tomar una decisión y declarar: “¡Nunca más!”. Y aún esa declaración resultará ineficaz si no dirigimos el corazón hacia el más comprometedor de todos los mandamientos bíblicos, hablando la palabra no a los/as demás, sino a nosotros mismos: Conviértete, conviértete…                                         

(Versión: LC-O)

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FRAGMENTO DE EL EVANGELIO SEGÚN JESUCRISTO

José Saramago 

E

n este lugar, al que llaman Gólgota, muchos son los que tuvieron el mismo destino fatal, y otros muchos lo tendrán luego, pero este hombre, desnudo, clavado de pies y manos en una cruz, hijo de José y María, Jesús de nombre, es el único a quien el futuro concederá el honor de la mayúscula inicial, los otros no pasarán nunca de crucificados menores. Es él, en definitiva, este a quien miran José de Arimatea y María Magdalena, este que hace llorar al sol y a la luna, este que hoy mismo alabó al Buen Ladrón y despreció al Malo, por no comprender que no hay diferencia entre uno y otro, o, si la hay, no es ésa, pues el Bien y el Mal no existen en sí mismos, y cada uno de ellos es sólo la ausencia del otro. Tiene sobre la cabeza, que resplandece con mil rayos, más que el sol y la luna juntos, un cartel escrito en romanas letras que lo proclaman Rey de los Judíos, y, ciñéndola, una dolorosa corona de espinas, como la llevan, y no lo saben, quizá porque no sangran fuera del cuerpo, aquellos hombres a quienes no se permite ser reyes de su propia persona. No goza Jesús de un descanso para los pies, como lo tienen los ladrones, y todo el peso de su cuerpo estaría suspenso de las manos clavadas en el madero si no le quedara un resto de vida, la suficiente para mantenerlo erguido sobre las rodillas rígidas, pero pronto se le acabará, la vida, y continuará la sangre brotándole de la herida del pecho, como queda dicho. Entre las dos cuñas que aseguran la verticalidad de la cruz, como ella introducidas en una oscura hendidura del suelo, herida de la tierra no más incurable que cualquier sepultura de hombre, hay una calavera, y también una tibia y un omoplato, pero la calavera es lo que nos importa, porque es eso lo que Gólgota significa, calavera, no parece que una palabra sea lo mismo que la otra, pero alguna diferencia notaríamos entre ellas si en vez de escribir calavera y Gólgota escribiéramos gólgota y Calavera. No se sabe quién puso aquí estos restos y con qué fin lo hizo, si es sólo un irónico y macabro aviso a los infelices supliciados sobre su estado futuro, antes de convertirse en tierra, en polvo, en nada. Hay quien también afirme que éste es el cráneo de Adán, ascendido del negror profundo de las capas geológicas arcaicas, y ahora, porque a ellas no puede volver, condenado eternamente a tener ante sus ojos la tierra, su único paraíso posible y para siempre perdido. Atrás, en el mismo campo donde los jinetes ejecutan su última pirueta, un hombre se aleja, volviendo aún la cabeza hacia este lado. Lleva en la mano izquierda un cubo, y una caña en la mano derecha. En el extremo de la caña debe de haber una esponja, es difícil verlo desde aquí, y el cubo, casi apostaríamos, contiene agua con vinagre. Este hombre, un día, y después para siempre, será víctima de una calumnia, la de, por malicia o por escarnio, haberle dado vinagre a Jesús cuando él pidió agua, aunque lo cierto es que le dio la mixtura que lleva, vinagre y agua, refresco de los más soberanos para matar la sed, como en su tiempo se sabía y practicaba. Se va, pues, no se queda hasta el final, hizo lo que podía para aliviar la sequedad mortal de los tres condenados, y no hizo diferencia entre Jesús y los Ladrones, por la simple razón de que todo esto son cosas de la tierra, que van a quedar en la tierra, y de ellas se hace la única historia posible.

J. Saramago, El Evangelio según Jesucristo. Barcelona, Seix Barral, 1992.


Alberto Durero, La crucifixión


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