domingo, 1 de agosto de 2021

Tema semanal, viernes, 20 hrs.: Lectura contemplativa de las Escrituras

Lectura contemplativa de las Escrituras

El estudio de la Biblia es uno de los recursos más poderosos de que dispone el pueblo creyente en su jornada hacia la encarnación de Cristo en el mundo. Es también una de las prácticas que más se presta para ejercer control humano e imponer nuestros propios objetivos y metas. 

Sujeto y objeto

M. Robert Mulholland, profesor de Interpretación del Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Asbury en Kentucky, EE.UU., dice en la página 21 de su libro Shaped by the Word {Formados por la Palabra], que los seres humanos tenemos una forma de leer profundamente arraigada, en la cual nosotros somos los amos del material que leemos (énfasis suyo). Nos enfrentamos al texto con nuestra propia agenda firmemente establecida, por lo general inconscientemente. 

En el momento en que abriste (un) libro para leerlo, entró en operación una serie poderosa de dinámicas preacondicionadas de percepción. Eres la “víctima” de un modo de aprendizaje de toda la vida, pedagógicamente realzado, que te establece a ti como el poder controlador (lector) que busca dominar un cuerpo de información (texto) que puede ser usado por ti (técnica, método, modelo) para adelantar tus propios propósitos (en este caso, la formación espiritual). 

El comentario del doctor Mulholland resume adecuadamente la forma en que la mayoría de las veces nos enfrentamos al texto sagrado. Leemos la Biblia para buscar un pasaje del cual predicar, para encontrar un versículo apropiado para escribirlo en una tarjeta postal, para reafirmarnos en lo que creemos de antemano, como una devoción rutinaria, y con propósitos afines. Todas estas razones válidas; en todas el lector o lectora tiene la opción de asumir el papel de sujeto que manipula el texto como objeto inanimado. 

Algunas personas usan la Biblia como un talismán. Antes de que existieran la televisión por cable o las transmisiones vía satélite, tuve unos vecinos que cada vez que su aparato de televisión tenía problemas con la señal, le colocaban una Biblia grande encima. La imagen mejoraba considerablemente. Nunca se les ocurrió pensar que no era el libro sagrado, sino el contacto con un artículo pesado, lo que lograba el efecto. Eran “creyentes fervientes” y sabían que la Biblia era un objeto al que se le atribuían virtudes portentosas. 

Recientemente fui a visitar a una anciana enferma quien se frotaba el pecho con una Biblia abierta en el Salmo 23 y sentía alivio. La relación causa y efecto era cuestionable, pero no para ella.

Por otro lado están quienes ven la Biblia como un ídolo. Antes de que nuestra familia se convirtiera al evangelio, un hermano mío dejó una Biblia en la casa paterna. Mis padres la guardaron bajo llave en el baúl donde conservaban documentos importantes tales como certificados de nacimiento y escrituras de la propiedad. Si alguno de los hijos se aventuraba a leerla, era reprendido, porque esa era “la Palabra Santa de Dios”. A veces uno pensaba, sin atreverse a decirlo, por supuesto: “Si es de Dios, ¿por qué no se la devolvemos, ya que nosotros no la usamos para nada?”. 

Estos son ejemplos llevados al extremo; pero no dejan de ilustrar el concepto mágico que algunas personas tienen de las Escrituras. Si contralas la magia, tienes el poder. 

Entre el corazón y la cabeza

Hace muchos años, mientras trabajaba como libretista y productor de televisión educativa, tuve la oportunidad de ver una serie de programas donde enseñaban a nadar. Me interesó el tema y aprendí muchas técnicas del deporte. En poco tiempo sabía cómo mover las manos, cómo impulsarme con los pies, cómo controlar la respiración y así sucesivamente. Podía enseñar a otros y de hecho lo hice. Tenía todo ese conocimiento en la cabeza, pero no sabía y hasta ahora no sé nadar. 

La explicación es sencilla. De niño tuve una experiencia en el río. Donde estuve a punto de ahogarme en una corriente de agua que me arrastró hasta un remolino. Los hermanos y primos que estaban conmigo no se dieron cuenta de la desgracia que estuvo a punto de suceder. Así pues, pasé el trauma solito y ni siquiera me atreví a confesarlo por miedo a un regaño. Me sentía culpable de haberme aventurado en la corriente peligrosa sin saber nadar.

Desde entonces me produce pánico meter la cabeza debajo del agua. Me parece que el líquido va a penetrar por los oídos y la nariz y me voy a morir. Con la razón sé que no es así; pero el pánico es irracional. 

Para aumentar la desdicha de mi antipatía a la natación, mi bautismo en agua tuvo lugar en el mismo río y en la misma charca donde años antes había tenido la experiencia traumática. Cuando el pastor me sumergió, me inundó una ansiedad espantosa. Sin pensarlo dos veces, abrí la boca grande para respirar ¡debajo del agua! Tengo el privilegio de decir que fui bautizado por dentro y por fuera en el mismo acto. Cuando fui pastor y tenía que bautizar a alguien, siempre le advertía: “Tengo confianza, que no le va a suceder nada. La inmersión sólo toma unos instantes. No trate de respirar debajo del agua”. Esto, por si acaso el candidato o candidata era tan cobarde cono yo. 

Mi nieto mayor, Felipe, ha ganado varios trofeos como experto nadador. Su sueño actual es obtener una beca de natación en la universidad. Me gusta mucho verlo deslizarse en el agua como un pez. El hermano de Felipe, Natán, también compite en el deporte. 

A veces hago la lucha, a ver si ya perdí el miedo absurdo que me priva de tan interesante diversión. Pero cada vez que me aventuro a entrar en una piscina, una playa, o una charca, empiezo a luchar contra el agua, agitando las manos rápidamente como hacen los perros con las patas delanteras. Indefectiblemente, el agua gana y me hundo. 

Sé muy bien que el agua puede sostener mi peso. Si dejo de luchar y literalmente me acuesto sobre la superficie líquida, puedo flotar. El agua tiene poder para sostener a un trasatlántico; ¿cómo no va a sostenerme a mí? De hecho, si me ahogo floto, porque los muertos no pelean contra el agua. Todo esto lo sé con el intelecto, pero no lo creo con las entrañas ni lo practico con la voluntad. 

El poder de la Palabra

Mi experiencia con el agua es una metáfora extendida de la forma típica en que muchas personas se enfrentan al estudio de la Biblia. Intelectualmente, saben que es la Palabra de Dios, viviente, penetrante y transformadora. Pero en la práctica la tratan como letra muerta a la cual pueden manipular para que diga lo que quieren que diga sin más consecuencia.

El escritor de la carta a los Hebreos afirma: "Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta". (Hebreos 4. 12-13). 

Dice Mulholland, en la página 39 de su libro, que “viva y eficaz” significa que la Palabra es una presencia activa y creadora en nuestras vidas la cual procura realizar en nosotros los propósitos de Dios. La expresión “más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos” es una traducción adecuada, pero en realidad no transmite la raíz de las palabras griegas. 

“Coyunturas y tuétanos” son significados secundarios de los términos en el idioma original. En su significado esencial, coyuntura es aquello que une las cosas, la dinámica unificadora que mantiene las partes de algo en su relación apropiada. Tuétano, en su significado básico, es aquello que está en el centro, en la esencia de algo. Lo que el autor de Hebreos dice es que la Palabra de Dios llega al mismo centro de lo que somos. Penetra hasta lo que nos unifica y nos integra como persona. Toca lo que forma la mismísima esencia de nuestro ser. Y por si acaso todavía no captamos la idea, añade que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón, y que no hay cosa creada que se esconda de su presencia. 

Como mil Niágaras celestiales, la Palabra tiene poder para saciar la sed de eternidad de la humanidad. Pero en el empeño por controlarla, cometemos traición contra nuestro propio corazón y nos quedamos sin escuchar lo que el Autor tiene que decirnos. En palabras del profeta Jeremías, a pesar de tener acceso a la Fuente de agua viva, nos cavamos cisternas rotas que no retienen agua (Jeremías 2. 13). 

Niveles de profundidad

El doctor Justo González afirma que leer la Biblia es entrar en un diálogo interactivo con el texto, en el cual la Palabra nos habla y nosotros le hablamos a ella desde nuestro propio contexto y perspectiva. Leemos para obtener información, para recibir dirección en las decisiones del diario vivir y para encontrar percepción y fortaleza mientras le encontramos sentido a nuestra realidad. Interpretamos la Biblia y ella nos interpreta en forma radicalmente nueva y en última instancia afirmativa. 

Otra manera de articular los enfoques de la lectura bíblica es en términos de niveles de profundidad. Podemos leer desde las perspectivas de información, contexto, mensaje del autor humano, intención divina, o voz del Espíritu. Obviamente, estos niveles no son mutuamente exclusivos ni están en realidad nítidamente enmarcados en compartimentos intelectuales separados, sino que se intersectan y afectan entre sí. 

El primer nivel, como dice el doctor González, es de información. Leemos para saber qué sucedió, quién mató a quien y dónde; de qué color eran los ojos de Nehemías o cuántos metros cúbicos medía el arca de Noé. En el sentido de lectura devocional, éste es el nivel más elemental de estudio bíblico. Desafortunadamente, algunos lectores y lectoras nunca van más profundos.

El segundo nivel es de contexto, esto es, el ambiente histórico, cultural, político y socioeconómico en que ocurre la narración bíblica. Leemos para conocer las costumbres de la época, cómo la gente vestía, qué comían, cómo eran las relaciones matrimoniales y familiares, cómo resolvían las crisis de la vida diaria. Éste es un nivel interesante y a menudo nos ayuda a encontrarles sentido a nuestras propias costumbres y valores. 

Un tercer nivel tiene que ver con el mensaje del autor humano. Investigamos cuál era el mensaje del escritor para su audiencia inmediata y qué pertinencia tiene dicho mensaje para nosotros que vivimos en otra época y otro entorno.

En este nivel procuramos contestar preguntas como cuál era el mensaje del autor del libro de Jonás a un pueblo israelita responsable de transmitir a todas las naciones del mundo la noción de un Dios único, verdadero y misericordioso. O qué le decía Juan, el visionario de Patmos, a una iglesia perseguida debido a su fe en el señorío absoluto de Cristo, por el monstruo aparentemente invencible del imperio romano, y qué pertinencia tiene ese mensaje para hoy. 

Un cuarto nivel, aún más profundo que los anteriores, es el de la intención divina que trasciende el propósito del autor humano. Si la Biblia es en verdad la Palabra de Dios, entonces hay en ella un mensaje divino de proporciones universales y permanentes, del cual en ocasiones el escritor ni siquiera estaba consciente. Por ejemplo, Pablo escribe a los creyentes de la iglesia en Corinto para atender situaciones particulares que afectaban a esa congregación. Hoy estudiamos las cartas paulinas y encontramos discernimiento de parte de Dios para percibir, juzgar, interpretar y responder a realidades harto diferentes de las de los corintios. Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz. 

Hay un quinto nivel, que a falta de un concepto más adecuado, podemos llamar la voz del Espíritu. Es lo que la Palabra me dice a mí, en mi situación personal actual, independientemente de lo que le diga o le haya dicho a otras personas en otros contextos. Es lo que podría llamarse lectura contemplativa de las Escrituras, donde me enfrento al texto sin ideas preconcebidas de lo que me va a decir, sin intentos de control. Es “flotar en el agua”, con la confianza plena de que se va a sostener y guiar a la mismísima presencia del Trono de la Gracia. 

Ésta es la forma más difícil de dialogar con la Palabra. En cierto sentido es “contra natura”, por cuanto se opone a la tendencia natural de estar en control. No obstante, es la que más podría identificarse como disciplina espiritual. Contrario a lo que la descripción sugiere, no es lectura de interpretación individualista y privada, sino que resalta mi participación activa en la comunión de los santos. 

Como dice Cassese en la página 162 de su libro: “La Biblia fue escrita para ser leída en comunidad. Y la primera faceta que la Escritura transforma es nuestro sentido de comunidad. Esto quiere decir que incluso cuando la leemos devocionalmente, es decir, en un profundo recogimiento espiritual, la palabra de Dios siempre nos impulsa hacia Dios y el prójimo”. 

El profesor David Stanley, del Colegio Regis en Ontario, Canadá, dice que mediante el estudio contemplativo de las Escrituras uno puede “escuchar” lo que Cristo le dice en su propia situación existencial, o puede “ver” lo que Dios quiere realizar a través de uno en el mundo contemporáneo. A través de la participación en el diálogo con Dios, uno aprende a responder adecuadamente en su tiempo y con los recursos a su disposición. 

Esta respuesta mía, aunque es intensamente personal, no es de ninguna manera un acto de individualismo rústico. Respondo necesariamente como miembro del pueblo de Dios, o mejor aún, como hijo en la familia de Dios. La frase célebre [de Ignacio de Loyola], familiaritas cum Deo in oratione [familiaridad con Dios en oración] puede traducirse como la adquisición en oración de un sentido de familia, la familia de Dios. (Stanley, p. 6)

La Palabra hecha carne

James B. Smith, capellán e instructor de teología práctica en Friends University, Wichita, Kansas, EE.UU., describe su experiencia desesperante de aprender lo que él llama “exégesis del corazón”, es decir, escuchar la Biblia con el corazón en vez de controlarla con el intelecto. 

Smith, mejor conocido como Jim, era estudiante de seminario. En su segundo año de estudios, asistió a un retiro silencioso de cinco días en un monasterio episcopal. Lo hizo con el fin de rescatar el calor espiritual que creía haber perdido. En el monasterio le asignaron como mentor a un monje quien sería su director espiritual durante una hora cada día. Éste le dio una sola tarea para el día: meditar en un pasaje bíblico conocido. 

Jim pasó el día en un pequeño cuarto sin ventanas, con un profundo sentido de soledad, desmenuzando exegéticamente el pasaje al revés y al derecho. Al día siguiente, el monje no se impresionó con los hallazgos teológicos. Le asignó el mismo pasaje, con instrucciones de leerlo no tanto con la cabeza, sino con el corazón. Lo mismo el otro día y el otro. 

Jim confiesa que la experiencia le provocó desilusión, enojo, gritos y hasta lágrimas. Cuando finalmente se rindió y dejó de luchar con el texto, pudo escuchar claramente la voz amorosa de Dios hablándole al corazón. 

Tuve que reaprender que la Biblia es un libro dirigido primordialmente a la voluntad del lector. Tenía miedo de oír lo que la Biblia podría decir porque sospechaba que podría pedirme que cambiara mi vida. Lo hizo. Cuando yo estaba “dirigiendo el juego”… podía esquivar la contemporaneidad de la Biblia… Finalmente, reaprendí que leer la Biblia requiere lo que los santos de antaño llamaban “contemplación”. Fue En la soledad y el silencio que el ruido y la prisa del mundo finalmente cesaron el tiempo suficiente para que yo escuchara. (Smith, p. 13). 

Jim afirma que la contemplación requiere reflexión profunda, repetición, paciencia y persistencia. Pero sobre todo requiere “renunciar a dirigir el juego”, a controlar la dirección del ejercicio espiritual, y dejar que sea Dios quien dirija. Por supuesto, puede haber un matrimonio feliz entre el estudio textual y la contemplación, mirándolos no como competencia, sino en colaboración. Uno sin el otro se siente incompleto, concluye Jim. 

Una forma de “escuchar la Biblia con el corazón”, de leerla como disciplina espiritual, es escoger un pasaje en oración y leerlo una y otra vez paciente y persistentemente, hasta entrar en diálogo dinámico con el Autor, expresando honestamente lo que sentimos y escuchando activamente lo que él tiene que decir. Para este ejercicio es vital obviar lo que dicen los Comentarios bíblicos y especialmente las notas en las Biblias Anotadas, ya que estos tienden a “contaminar” lo que uno es capaz de escuchar en el texto. 

Como sucedió en el caso de Smith, éste puede ser un ejercicio a la vez desesperante e iluminador. Paradójicamente, un obstáculo muy común es esforzarse demasiado por oír, por “luchar contra el agua”. En forma metafórica, hay que “morir al intelecto” para poder flotar. El resultado siempre es sorprendente, una experiencia de “¡Wow!”, como diría mi profesor de Antiguo Testamento. 

Resumen

La Biblia es un recurso extraordinario para el cultivo de una relación de intimidad con Dios y con la comunidad de fe. Leemos la Biblia para obtener información, dirección y fortaleza en la práctica de la vida cristiana. Sobre todo, para involucrarnos en conversación contemplativa, interactiva y transformadora con el Creador. 

Como ocurre con otras disciplinas espirituales, el estudio contemplativo no es la única manera válida de acercarse al texto. Ni siquiera es la más fácil. Pero si se cultiva como un hábito, puede enriquecer inmensamente la vida cristiana tanto personal como comunitaria. 

En la primera Navidad, la Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros llena de gracia y de verdad (1Juan 1. 14). Hoy la Palabra encarna de nuevo en nosotros y nosotras. Dios “nos pronuncia” a una vida nueva llena de gracia y de verdad, donde tenemos comunión constante con Dios en la realización anticipada del reino escatológico prometido de justicia y paz. 

Dios puede hablarnos desde cualquier nivel o enfoque con que nos acerquemos a las Escrituras. Es su Palabra y es viva y eficaz. Nuestra actitud y sensibilidad hacia su voz pueden facilitar o interferir con el proceso de comunicación del mensaje divino. 

ALGO EN QUÉ PENSAR

Meditación comunitaria

Algunas personas se sorprenden cuando oyen decir que la Biblia fue escrita para ser escuchada en público y no tanto para ser leída en privado. Se les olvida que la invención de la imprenta, que hizo posible la distribución extensa del libro, ocurrió muchos siglos después del cierre del canon. 

El Reverendo Rowan Williams, arzobispo de Canterbury de la Iglesia Anglicana, comentaba sobre esto en un artículo que publicó recientemente en la revista The Christian Century [El siglo cristiano]. 

Decía Williams que los cristianos y cristianas de la tradición protestante tienden a pensar en la Biblia como si fuera ante todo un libro que la gente lee en privado. En su opinión, ésta es una reacción comprensible a una situación en la que no se estimulaba a los individuos a leer en privado y dependían totalmente de una elite clerical para contarles acerca del mensaje escritural. 

Aunque comprensible, ésta fue una reacción un tanto exagerada, como el movimiento de un péndulo que va de un extremo a otro. En el principio de la vida de la iglesia cristiana, añade Williams, la Biblia era definitivamente un libro leído en comunidad, del mismo modo que las Escrituras hebreas, que nosotros conocemos como el Antiguo Testamento, eran leídas en las sinagogas. 

En esos primeros siglos del cristianismo muy poca gente podía darse el lujo de tener una biblioteca de varias docenas de rollos copiados a mano. Así pues, por lo menos hasta principios de la Edad Media, la Biblia era una colección de libros leídos por y en comunidades. La lectura se hacía en el contexto de oración e interpretación meditativa regular. El Arzobispo de Canterbury piensa que lo que salió mal, más tarde en la Edad Media, parece haber sido que la Biblia fue dividida en segmentos minúsculos, textos utilizados para probar un punto más que para abrir la historia de la obra de Dios. 

Inicialmente, la Reforma fue un intento de poner la Biblia en el corazón de la iglesia de nuevo y no entregarla en las manos de lectores privados. Desafortunadamente, hoy parece predominar la tendencia extrema de individualizar el estudio del libro sagrado y dedicar muy poco tiempo a la lectura pública comunitaria. 

Capítulo 4: Lectura contemplativa de las Escrituras.

Objetivo: Disfrutar del estudio contemplativo de la Biblia.

Preguntas para discusión y reflexión

1. Mencione algunas razones comunes para leer la Biblia.

2. Comente sobre la idea de usar la Biblia como un ídolo.

3. Explique el problema del autor con la natación y cómo el mismo sirve de metáfora del estudio de la Biblia.

4. Explique el significado esencial de la fase “coyunturas y tuétanos” (Hebreos 4. 12) y cómo se aplica al estudio de la Biblia.

5. Identifique y explique diferentes niveles de profundidad en el estudio de la Biblia.

6. Explique el concepto “exégesis del corazón”. Comente sobre alguna experiencia personal con este tipo de lectura bíblica.

7. ¿Cómo se encarna la Palabra hoy día?

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