jueves, 7 de febrero de 2008

Creer como parte de una nueva generación, L. Cervantes-Ortiz

3 de febrero, 2008

Deuteronomio 6.4-25; II Timoteo 2.1-13
1. Las nuevas generaciones del pueblo de Dios en la Biblia
Tal como dan testimonio los textos bíblicos, las nuevas generaciones de integrantes del pueblo de Dios reciben un llamado específico de Dios para ubicarse en el marco de la historia de la salvación. El Deuteronomio ofrece un panorama triple de la situación de Israel ante su Dios libertador. En primer lugar, el libro remite a los acontecimientos iniciales, fundadores, cuando Moisés, el gran líder religioso y político, dirige los destinos de la comunidad. En segundo término, Dt 6 se anticipa a la siguiente generación que vendría después y preguntaría por los actos liberadores de Dios. En tercer lugar, la época del rey Josías es la etapa histórica en que se redescubre la Ley de Dios y que demanda también una liga con los acontecimientos previos.
Moisés y sus contemporáneos vieron con sus ojos la salvación de Dios: fueron protagonistas y testigos de una acción extraordinaria de Dios, acaso la más notable del Antiguo Testamento. Ante sucesos así, la fe no tiene argumentos para declinar su observancia y, por el contrario, funda una auténtica tradición de cambio. Con todo, la consolidación de dicha experiencia debía contemplar la capacitación psicológica, espiritual y cultural para poder entrar a la tierra prometida por Dios. La gran tragedia es que ni siquiera Moisés lo logró porque ella representaba nuevas condiciones para las cuales la nueva generación dirigida por Josué estaba más capacitada. Pero éste debía también estar a la altura de las circunstancias, pues luego de la liberación vendría la construcción de una nueva sociedad.
Pero la tercera lectura de los hechos es la que quizá expone un mayor conflicto, pues las condiciones del pueblo luego de la monarquía hicieron que la ley divina pasara a un plano diferente. Josías intentó recuperar no sólo la estabilidad política de su nación, sino también confrontar a las nuevas generaciones con el pasado glorioso de las acciones de Dios en la historia. Algo nada fácil, pues los sedimentos de vida del pueblo y, sobre todo, el surgimiento de clases dominantes que prácticamente habían apostatado de la fe, habían puesto en entredicho la fe originaria que ahora los profetas se encargaban de desempolvar, sin mucho éxito en ocasiones. Josías fracasó, la monarquía ligada a David desapareció y el pueblo marchó al exilio para comenzar a reconstruirse de otra manera. El maridaje ideológico de esa generación con los impulsos autoritarios de la monarquía hizo que Dios los desarraigara por completo.

2. Timoteo y la segunda o tercera generación de cristianos
Pueden rastrearse varias generaciones de cristianos en el Nuevo Testamento. El primer estrato, relacionado con el ímpetu inicial de la vida y obra de Jesús de Nazaret, es difícil de reconstruirse y entenderse, si no es a la luz de las mentalidades azotadas, por un lado, por el espíritu apocalíptico, es decir, de cansancio y desencanto espiritual ante la supuesta falta de intervenciones divinas en la historia del pueblo. Los apocalípticos no creían ya en el advenimiento de políticos mesiánicos en la estela del mito de David y su linaje. Hasta que se escriben los textos (en una segunda generación) se recupera el lenguaje y la imaginería davídica, pero para aplicarla a la figura de Jesús: su mensaje es leído en la clave de la introducción de un Reino calcado de las esperanzas mesiánicas de una parte importante del Antiguo Testamento.
Por ello, el advenimiento de nuevos grupos de creyentes, nuevos en muchos sentidos, porque a la segunda generación de seguidores de Jesús les correspondió, por ejemplo, ser testigos de la destrucción de Jerusalén en el año 70, suceso que marcó para siempre su conciencia. Con todo, esos mismos desafíos hicieron que la generación de escritores de los primeros textos, comenzando con Pablo, interpretaran el compromiso cristiano de manera que pudieron dar un paso adelante en la respuesta de la fe en medio del Imperio Romano, condenado también a caer, según se lee en Apocalipsis 18. Pero la vida cotidiana de los nuevos/as creyentes era un asunto fundamental para los apóstoles y pastores. De ahí que hay que ver la forma en que los discípulos de los apóstoles (primero, los Padres Apostólicos y luego los Padres de la Iglesia) se propusieron fortalecer los contenidos éticos de la fe para no dar la razón a los perseguidores acerca de los excesos de las comunidades.
Las dos cartas a Timoteo, ubicadas en el espectro del legado paulino, manifiestan la profunda preocupación de aquella generación por que no queden desprotegidos de una estructura teológica, espiritual y moral sólida que responda a las demandas del régimen de vida de ese momento. Por eso, el lenguaje de Pablo a Timoteo es específico, diáfano y directo para hacerle saber el grado de responsabilidad que tendría como parte de una nueva generación de creyentes. Tomar la estafeta de líderes como Pablo no debió ser muy sencillo, especialmente ante los conflictos que se vivían en el interior de las comunidades que luchaban por darle lugar a todos los miembros, incluyendo a las mujeres. Sólo que la propia descendencia espiritual de Pablo radicalizó algunos postulados de tendencia autoritaria y centralizadora. Pero, en medio de todo, la continuidad se dio para actualizar la fe en nuevos tiempos.

3. Cristianos evangélicos de tercera o cuarta generación: ¿qué hacer?
Porque esa es la disyuntiva para nosotros hoy también: continuidad o discontinuidad, en varios sentidos. Si la experiencia de fe que vivieron los primeros evangélicos en este país les hizo consolidar una perspectiva sólida ante el ambiente, resultaba casi inevitable que los sucesores, al no ser exigidos por la fuerte oposición, moderaran la intensidad del fervor, al grado de que el contacto con la religión mayoritaria resulta hoy más tolerable. De ahí que los desafíos deberían ubicarse en otros terrenos, pues el acomodo cultural de la fe cristiana heterodoxa no es tan sencillo para los grupos más jóvenes. Porque el otro aspecto es la actitud sectaria o de diferenciación, que en una época se concentró en el moralismo y en las prohibiciones, que hoy no resultan más que un estereotipo. Estos dos aspectos negativos, precisamente por eso, tendieron a agotarse con el paso del tiempo, y ahora la exigencia es hacia la positividad de la presencia evangélica, es decir, sus aportaciones reales a la vida social.
El cristianismo, como religión histórica, enfrenta el dilema de que al brotar de un encuentro transformador, el impacto de éste en las vidas de los sujetos no puede reproducirse automáticamente en los hijos o nietos, pues la experiencia es insustituible, de ahí la importancia de la educación para desarrollar una genuina cultura bíblica que permee el ambiente evangélico, pues ya es tiempo de subrayar los aspectos éticos de la fe evangélica o protestante. Por ello, los y las jóvenes evangélicos requieren reubicar su identidad para salir de los estereotipos que se esperan de ellos y están en posibilidades de sorprender con un horizonte ético más fresco y auténtico. Porque, al compartir las características y expectativas propias del momento, o sea, la carencia de ilusiones en general, el refugio más sencillo es someterse a los dictados de las modas y la ideología predominante, como siempre, pero con el agravante de que puedan ser desmovilizados precozmente. La tercera o cuarta generaciones de evangélicos latinoamericanos tenemos la responsabilidad de hacer visible el Evangelio de Jesucristo, pero sólo a partir de un auténtico encuentro con él mediante la Palabra y el testimonio.
Pero el reto sigue ahí: conseguir que la eficacia del Evangelio se manifieste en su capacidad de traspasar el tiempo y que nosotros seamos el filtro vital por medio del cual se traslade a las vidas de las nuevas generaciones de creyentes para que asuman el lugar que Dios espera de cada uno.

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