Cada nueva generación de creyentes enfrenta nuevas pruebas y desafíos ante los que debe, como dice el apóstol Pedro, “dar razón de su esperanza”. Y es que parecería que con la mera repetición de argumentos, ideas o creencias basta para demostrar que se está a la altura de los tiempos, pero lamentablemente no es así. En el antiguo Israel, cada nueva generación debía confrontarse, primero, con la voluntad de Dios, y, después, con las exigencias del momento. Así, el libro de Deuteronomio, escrito muchos siglos después de los sucesos que narra, intenta que el pueblo reoriente su experiencia y afine las perspectivas de su fe. Por ello, reaparece el relato de la entrega de la Ley de Dios, pero ahora a una generación de creyentes que ha pasado la prueba de un régimen monárquico que se ha dividido por su incapacidad para gobernar de acuerdo con los designios divinos, es decir, con justicia y pleno derecho para todos los miembros de la comunidad. El rey Josías trató de conducir al pueblo por las sendas que indicaba la antigua palabra de Dios, pero enfrentó, como siempre, la oposición de las clases dominantes y de un sacerdocio acostumbrado a los privilegios y comodidades de la repetición monótona y poco actualizada de la tradición religiosa
Semejante situación puso al pueblo de Dios al borde del colapso, pues a la situación interna, plagada de corrupción e indiferencia por la voluntad de Dios transmitida por los profetas, se le agregaba el peligro externo, la inminente ocupación por parte de las hegemonías políticas y militares del momento: Asiria y Babilonia. De manera similar, la Iglesia de hoy enfrenta problemas internos y externos. En particular, hacia dentro, la necesidad de fortalecer la fe de sus nuevas generaciones, porque a veces se pretende culpar al “mundo” de los problemas que la propia Iglesia se crea cuando no sabe cómo y por dónde conducir la fe de sus nuevos o mas jóvenes miembros. La reiteración de fórmulas que tal vez funcionaron en el pasado no necesariamente responde a la manera en que hoy las juventudes cristianas se sitúan en la sociedad para afirmar su fe en el Evangelio de Jesucristo.
Semejante situación puso al pueblo de Dios al borde del colapso, pues a la situación interna, plagada de corrupción e indiferencia por la voluntad de Dios transmitida por los profetas, se le agregaba el peligro externo, la inminente ocupación por parte de las hegemonías políticas y militares del momento: Asiria y Babilonia. De manera similar, la Iglesia de hoy enfrenta problemas internos y externos. En particular, hacia dentro, la necesidad de fortalecer la fe de sus nuevas generaciones, porque a veces se pretende culpar al “mundo” de los problemas que la propia Iglesia se crea cuando no sabe cómo y por dónde conducir la fe de sus nuevos o mas jóvenes miembros. La reiteración de fórmulas que tal vez funcionaron en el pasado no necesariamente responde a la manera en que hoy las juventudes cristianas se sitúan en la sociedad para afirmar su fe en el Evangelio de Jesucristo.
La situación actual
Las nuevas generaciones de creyentes reciben de las generaciones anteriores un legado que prueba su eficacia ante otras circunstancias, y aun cuando el contenido de la fe sigue siendo el mismo, lo que se ha transformado es el sentido y la orientación que debe tener la fe, pues, por ejemplo, el ambiente de mayor libertad y tolerancia que se vive hoy, contrasta bastante con la época de represión y autoritarismo con que se vivía al interior de la Iglesia. Además, el mayor nivel educativo de la actualidad obliga a expresar las creencias mediante recursos que consideren seriamente los nuevos paradigmas de pensamiento y acción.
Las sociedades juveniles, que en otro tiempo aglutinaron a los contingentes de renovación eclesiástica, afrontan hoy enromes problemas de identidad, misión y ubicación en las filas de la Iglesia. Concebidas, en parte, como mecanismos de control de la energía juvenil en el ambiente eclesiástico de antaño, ahora se encuentran agobiadas por la necesidad de redefinir su función eclesiástica para que, efectivamente, canalicen el ímpetu característico de la juventud y lograr superar el esquema que las hace ser, en ocasiones, meros clubes o espacios de esparcimiento y recreación.Una gran exigencia en este terreno es la fuerte lucha que la Iglesia debe librar para que sus nuevos miembros, por un lado, asuman de la mejor manera la lid espiritual de quienes les han precedido y, por el otro, vayan más allá de la banalidad propia de la juventud actual, sometida como está al bombardeo de las modas tecnológicas y de pensamiento que han sustituido las ilusiones de cambio de otras épocas. (LC-O)
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