27 de enero, 2008
1. La esperanza en una nueva humanidad
La década de los 60 del siglo pasado tuvo entre algunos de sus debates, precisamente el relacionado con la posibilidad de la nueva humanidad, especialmente desde algunas experiencias sucedidas en América Latina: Cuba y Nicaragua para ser exactos. Ambas revoluciones se plantearon en algún momento, con cierto triunfalismo, el acceso real a esa esperanza anunciada por el cristianismo pero no muy visible que digamos. El debate alcanzó niveles álgidos pues se especulaba acerca de cómo esos y otros regímenes, que alcanzaron el poder mediante la violencia, podrían establecer las bases para algo que solamente podría partir del interior de los hombres y mujeres convencidos de verdad de que es posible renovar la existencia y las mentalidades. Desde espacios religiosos, la reacción fue agresiva contra los alardes de que en esas sociedades estaba “naciendo” la nueva humanidad o, como se decía entonces, “el hombre nuevo”, frase que incluso apareció en libros de teoría política y en algunos textos literarios. Con todo, esas afirmaciones llamaron la atención hacia el hecho de que la nueva humanidad seguía (y sigue siendo) una utopía que busca realizarse de múltiples maneras en la historia.
Separados por el tiempo y el espacio, el profeta-sacerdote Ezequiel y el apóstol Pablo soñaban con una nueva humanidad. El primero, inmerso en la situación del exilio, expone la necesidad de que el pueblo de Dios esté compuesto por personas con “corazón de carne”, es decir, sensibles a las nuevas intervenciones de Dios en la historia para recomponer la vida del pueblo y reiniciar las relaciones instauradas por el pacto antiguo. La proyección futura de esa realización es intuida en medio de una crisis social, religiosa y política que obligó al pueblo a enfrentar una nueva situación, pero que por sí sola no le haría cambiar el rumbo de su fe. La nostalgia divina que traslucen las palabras de Ezequiel se transforma en un anuncio de restauración plena en la que la nueva humanidad es condición sine qua non para el reinicio de la vida y la reorientación de las creencias de miles de seres humanos que esperaban respuesta a su situación crítica. Es notable, además, la forma en que la gloria de Dios abandona Jerusalén y el templo para acompañar al pueblo en fidelidad a su pacto, pero como signo de que las condiciones del pacto se habían trastocado radicalmente.
2. La afirmación paulina de la nueva humanidad en Cristo
En el marco de su reflexión acerca de la unidad de la Iglesia, el apóstol Pablo, preso por el testimonio de Jesucristo, delinea en trazos enérgicos los rasgos de la nueva humanidad, una de las consecuencias más inquietantes dela obra de Dios por medio de su Hijo en el mundo. Cristo, como primogénito y representante de la Nueva Humanidad, posibilita que quienes han aprendido de él (vv. 20-21) sean capaces de desprenderse, como de una vieja piel, de la antigua humanidad, ligada a los criterios y valores ajenos y contrarios al Reino de Dios, en vistas de los “vicios y deseos engañosos” (v. 22). Despojarse de la vieja humanidad significa asumir, existencialmente, la novedad de vida prometida por Jesús y vestirse de la nueva humanidad, creada por Dios en la justicia y santidad de la verdad (v. 24). La renovación de la mente (nous) alude a la conversión (metanoia), es decir, al reencauzamiento de la vida completa y a entrar en el camino marcado por Jesús en relación con el Reino de Dios. Llama poderosamente la atención que Pablo no insta a sus lectores a cumplir preceptos o leyes religiosas moralizantes, sino a invadir la cotidianidad con los valores y prácticas propios del Reino de Dios.
Por ello, Pablo observa esta propuesta divina como propia del horizonte de las acciones del Espíritu Santo en el mundo. La renovación del lenguaje, de las acciones encaminadas al beneficio común y, sobre todo, el primado de la verdad en todas las relaciones, constituye el centro de la predicación escrita del apóstol. La exhortación específica, en ese sentido, es a hacer presente en la vida de todos los días la nueva humanidad como signo efectivo de la aurora del nuevo mundo prometido por Jesús. La fuerza del perdón otorgado por Dios, agrega Pablo, debería trascender el ámbito meramente religioso para propiciar nuevas condiciones de entendimiento entre las personas. El contexto de los efesios era particularmente exigente para quienes, incorporados a la comunidad cristiana, debían afrontar, desde su cultura, el reto de encarnar el Evangelio.
3. Los desafíos para hoy
La nueva humanidad sigue siendo un enorme desafío, especialmente cuando hoy se promueve y practica una manera de ser humanos que no necesariamente coincide con las expectativas bíblicas que, en rigor, plantean la necesidad de recuperar permanentemente el sentido de solidaridad colectiva para la sobrevivencia de la especie. Hoy se nos ve más como números y como consumidores pasivos de productos de alta tecnología que, supuestamente, han venido a resolvernos la vida para siempre. La dictadura ideológica del mercado ha cambiado, efectivamente, nuestra manera de vivir y amenaza seriamente nuestra manera de pensar y asumir la existencia como don de Dios. Pablo y su comprensión de la fe con un rostro antropológico que respete los valores sagrados de la vida y la coexistencia pacífica. Nos hace falta, como miembros de la Iglesia de hoy, traducir los postulados esperanzadores de las Escrituras a acciones concretas que manifiesten con claridad la forma en que el Evangelio rehumaniza y lucha, mediante estas vidas transformadas por el poder del Espíritu divino, por restablecer la imagen de Dios que portamos, incluso en medio de las peores circunstancias.
La nueva humanidad será posible en la medida en que los portadores del mensaje cristiano se dejen modelar por la figura de Jesucristo, quien introdujo al mundo los rasgos de una forma coherente de ser humanos, esto es creadores conscientes, maduros y críticos de una civilización que no se sienta cristiana únicamente por haber nacido en la era que lleva ese nombre. Quienes conducen el destino de la humanidad deberán recordar que el modelo de humanidad querido por Dios está todavía muy lejos de cumplirse y que es su responsabilidad la abdicación de millones de personas de ese ideal inconcluso.
1. La esperanza en una nueva humanidad
La década de los 60 del siglo pasado tuvo entre algunos de sus debates, precisamente el relacionado con la posibilidad de la nueva humanidad, especialmente desde algunas experiencias sucedidas en América Latina: Cuba y Nicaragua para ser exactos. Ambas revoluciones se plantearon en algún momento, con cierto triunfalismo, el acceso real a esa esperanza anunciada por el cristianismo pero no muy visible que digamos. El debate alcanzó niveles álgidos pues se especulaba acerca de cómo esos y otros regímenes, que alcanzaron el poder mediante la violencia, podrían establecer las bases para algo que solamente podría partir del interior de los hombres y mujeres convencidos de verdad de que es posible renovar la existencia y las mentalidades. Desde espacios religiosos, la reacción fue agresiva contra los alardes de que en esas sociedades estaba “naciendo” la nueva humanidad o, como se decía entonces, “el hombre nuevo”, frase que incluso apareció en libros de teoría política y en algunos textos literarios. Con todo, esas afirmaciones llamaron la atención hacia el hecho de que la nueva humanidad seguía (y sigue siendo) una utopía que busca realizarse de múltiples maneras en la historia.
Separados por el tiempo y el espacio, el profeta-sacerdote Ezequiel y el apóstol Pablo soñaban con una nueva humanidad. El primero, inmerso en la situación del exilio, expone la necesidad de que el pueblo de Dios esté compuesto por personas con “corazón de carne”, es decir, sensibles a las nuevas intervenciones de Dios en la historia para recomponer la vida del pueblo y reiniciar las relaciones instauradas por el pacto antiguo. La proyección futura de esa realización es intuida en medio de una crisis social, religiosa y política que obligó al pueblo a enfrentar una nueva situación, pero que por sí sola no le haría cambiar el rumbo de su fe. La nostalgia divina que traslucen las palabras de Ezequiel se transforma en un anuncio de restauración plena en la que la nueva humanidad es condición sine qua non para el reinicio de la vida y la reorientación de las creencias de miles de seres humanos que esperaban respuesta a su situación crítica. Es notable, además, la forma en que la gloria de Dios abandona Jerusalén y el templo para acompañar al pueblo en fidelidad a su pacto, pero como signo de que las condiciones del pacto se habían trastocado radicalmente.
2. La afirmación paulina de la nueva humanidad en Cristo
En el marco de su reflexión acerca de la unidad de la Iglesia, el apóstol Pablo, preso por el testimonio de Jesucristo, delinea en trazos enérgicos los rasgos de la nueva humanidad, una de las consecuencias más inquietantes dela obra de Dios por medio de su Hijo en el mundo. Cristo, como primogénito y representante de la Nueva Humanidad, posibilita que quienes han aprendido de él (vv. 20-21) sean capaces de desprenderse, como de una vieja piel, de la antigua humanidad, ligada a los criterios y valores ajenos y contrarios al Reino de Dios, en vistas de los “vicios y deseos engañosos” (v. 22). Despojarse de la vieja humanidad significa asumir, existencialmente, la novedad de vida prometida por Jesús y vestirse de la nueva humanidad, creada por Dios en la justicia y santidad de la verdad (v. 24). La renovación de la mente (nous) alude a la conversión (metanoia), es decir, al reencauzamiento de la vida completa y a entrar en el camino marcado por Jesús en relación con el Reino de Dios. Llama poderosamente la atención que Pablo no insta a sus lectores a cumplir preceptos o leyes religiosas moralizantes, sino a invadir la cotidianidad con los valores y prácticas propios del Reino de Dios.
Por ello, Pablo observa esta propuesta divina como propia del horizonte de las acciones del Espíritu Santo en el mundo. La renovación del lenguaje, de las acciones encaminadas al beneficio común y, sobre todo, el primado de la verdad en todas las relaciones, constituye el centro de la predicación escrita del apóstol. La exhortación específica, en ese sentido, es a hacer presente en la vida de todos los días la nueva humanidad como signo efectivo de la aurora del nuevo mundo prometido por Jesús. La fuerza del perdón otorgado por Dios, agrega Pablo, debería trascender el ámbito meramente religioso para propiciar nuevas condiciones de entendimiento entre las personas. El contexto de los efesios era particularmente exigente para quienes, incorporados a la comunidad cristiana, debían afrontar, desde su cultura, el reto de encarnar el Evangelio.
3. Los desafíos para hoy
La nueva humanidad sigue siendo un enorme desafío, especialmente cuando hoy se promueve y practica una manera de ser humanos que no necesariamente coincide con las expectativas bíblicas que, en rigor, plantean la necesidad de recuperar permanentemente el sentido de solidaridad colectiva para la sobrevivencia de la especie. Hoy se nos ve más como números y como consumidores pasivos de productos de alta tecnología que, supuestamente, han venido a resolvernos la vida para siempre. La dictadura ideológica del mercado ha cambiado, efectivamente, nuestra manera de vivir y amenaza seriamente nuestra manera de pensar y asumir la existencia como don de Dios. Pablo y su comprensión de la fe con un rostro antropológico que respete los valores sagrados de la vida y la coexistencia pacífica. Nos hace falta, como miembros de la Iglesia de hoy, traducir los postulados esperanzadores de las Escrituras a acciones concretas que manifiesten con claridad la forma en que el Evangelio rehumaniza y lucha, mediante estas vidas transformadas por el poder del Espíritu divino, por restablecer la imagen de Dios que portamos, incluso en medio de las peores circunstancias.
La nueva humanidad será posible en la medida en que los portadores del mensaje cristiano se dejen modelar por la figura de Jesucristo, quien introdujo al mundo los rasgos de una forma coherente de ser humanos, esto es creadores conscientes, maduros y críticos de una civilización que no se sienta cristiana únicamente por haber nacido en la era que lleva ese nombre. Quienes conducen el destino de la humanidad deberán recordar que el modelo de humanidad querido por Dios está todavía muy lejos de cumplirse y que es su responsabilidad la abdicación de millones de personas de ese ideal inconcluso.
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