ESCRITURA Y PALABRA Y EL PADRE NUESTRO, DE JEAN ZUMSTEIN
(Comunidad Teológica de México, 2008)
Los estudios bíblicos producidos en América Latina están marcados por una búsqueda permanente de contextualización social o política del mensaje de los textos sagrados ante situaciones urgentes que demandan respuestas inmediatas. Quizá por ello, el perfil teórico de las y los biblistas pareciera, visto desde otras latitudes, limitado por esta necesidad. Trabajos como En la dispersión, el texto es patria, de Hans de Wit, han demostrado la vigencia de este tipo de estudio en su ambiente, a pesar de su inevitable militancia eclesiástica y social. Por ello, como complemento de esta perspectiva, algunos eruditos europeos han escrito obras muy valiosas para reflexionar sobre el papel de la Biblia en el mundo actual. Es el caso del profesor suizo Jean Zumstein, quien con Escritura y Palabra, primero de sus dos trabajos incluidos en este volumen, lleva a cabo una serie de observaciones minuciosas que responden, inicialmente, a la problemática bíblica que su país comparte con el resto de Europa.
Zumstein observa, con mucha sensibilidad los enormes desafíos que la época actual plantea al lugar de la Biblia como texto sagrado del cristianismo y encuentra que la cultura contemporánea la ha hecho a un lado progresivamente, de manera paralela a la disminución de la presencia social de las iglesias. Aunque la inmigración latinoamericana hacia el Viejo Mundo está cambiando el rostro de algunas comunidades cristianas, la problemática que aborda Zumstein toca de lleno el abandono de la Biblia que se vive también en América Latina. Por razones diversas, muchas iglesias evangélicas han trasformado el eje de la liturgia, vida y misión, que anteriormente eran las Sagradas Escrituras y ahora esa función la cumplen prácticas mágicas e incluso chamánicas. Las iglesias históricas, a su vez, comparten algo de la experiencia de sus pares europeas y enfrentan, sobre todo en las nuevas generaciones de militantes, una enorme indiferencia hacia el estudio serio de la Biblia, aunado esto a la crónica falta de lectura en general que aqueja a nuestros países.
De los vicios de lectura e interpretación bíblicas que analiza Zumstein (el fundamentalismo, el psicologismo, el biblicismo de algunos documentos ecuménicos y la especialización excesiva), acaso los dos primeros sean los más visibles entre las comunidades latinoamericanas, y no porque el ecumenismo no esté presente o deje de crecer el número de instituciones dedicadas al estudio serio de la Biblia, sino porque en el nivel más popular están más de moda ideologías y modas como la llamada guerra espiritual, las teologías de la prosperidad y otras más que se sirven de un manejo excesivamente superficial del contenido de la Biblia. El fundamentalismo sigue muy vivo, sobre todo porque de ese campo religioso procede la bibliografía estadounidense más traducida al español. El psicologismo, a su vez, se aprovecha de las necesidades más urgentes de las personas para aplicar recetas bíblicas inmediatas que hacen a un lado, simultáneamente, la seriedad terapéutica especializada y una hermenéutica bíblica contextual y crítica.
La cuádruple propuesta de lectura renovada que propone Zumstein es aplicable en todo el espectro cristiano porque asume de frente las complicaciones culturales de la posmodernidad y el carácter poscristiano de la cultura occidental. Así, la valentía para afrontar las distancias espacio-temporales, la honestidad intelectual, la búsqueda de pertinencia y el respeto por la universalidad del lenguaje son herramientas indispensables para lograr que la Biblia siga vigente, sin colocarla en el altar de la idolatría (a espaldas de los avances científicos) ni tirarla en el desván de las cosas inútiles por anticuadas.
Como una muestra de la lectura renovada que practica Zumstein, el segundo libro es un estudio breve, pero profundo del Padre Nuestro, la Oración del Señor. Sabedor de su peso específico en la teología y la tradición espiritual de la Iglesia de todos los tiempos, comienza su estudio subrayando algunos aspectos lingüísticos básicos (especialmente las diferencias entre Mateo y Lucas), la manera en que se relaciona con otras plegarias judías, para que, poco a poco, encuentre aplicaciones sumamente pertinentes en cada análisis de las peticiones específicas. Particular profundidad logra Zumstein cuando relaciona cada una de ellas con el horizonte propio de Jesús y su mensaje global y, sobre todo, cuando insiste en superar la recitación convencional para alcanzar nuevamente la frescura y el impacto transformador de esta oración sin par, origen y raíz de la espiritualidad de los Evangelios. En ese sentido, el análisis proyecta una aplicación espiritual muy notable cuando se refiere a la forma en que la Iglesia antigua optaba por concluir la oración, dado su carácter de oración abierta, esto es, como propuesta de acercamiento a Dios para expresar las necesidades humanas coyunturales.
La sección sobre el pan cotidiano tiene un tono muy especial, a la luz de las condiciones paupérrimas de muchas comunidades que rezan el Padre Nuestro mecánicamente sin percibir suficientemente el potencial liberador y revolucionario de las palabras con que Jesús enseñó a orar a sus seguidores. Lo mismo se puede decir del concepto de tentación que maneja Zumstein, tan lejano de la espiritualidad epidérmica y anecdótica de tantos predicadores populares. Su visión global es impecable, pues como señala el subtítulo, está oración está en el corazón de nuestra vida, por lo que pronunciarla resulta todo un evento de evocación y conexión con Jesús, el Salvador.
En nuestro continente, han sido algunos poetas quienes mejor han sintonizado y tratado de actualizar las dimensiones de esta plegaria. Entre los más valiosos está el Padrenuestro desde Guatemala, de la teóloga guatemalteca Julia Esquivel, todo un clásico en el ambiente ecuménico. También puede citarse el poema de Juan Gelman (“Oración de un desocupado”) que Leonardo Boff colocó como epígrafe de su libro sobre este tema. Los Padres Nuestros latinoamericanos, toda una tradición popular, reflejan el apego a las palabras de Jesús que la gente siente como más suyas, en medio de tantas ofertas religiosas alienantes.
Por todo lo expuesto, saludamos este volumen doble de Zumstein con gratitud y expectación.
Los estudios bíblicos producidos en América Latina están marcados por una búsqueda permanente de contextualización social o política del mensaje de los textos sagrados ante situaciones urgentes que demandan respuestas inmediatas. Quizá por ello, el perfil teórico de las y los biblistas pareciera, visto desde otras latitudes, limitado por esta necesidad. Trabajos como En la dispersión, el texto es patria, de Hans de Wit, han demostrado la vigencia de este tipo de estudio en su ambiente, a pesar de su inevitable militancia eclesiástica y social. Por ello, como complemento de esta perspectiva, algunos eruditos europeos han escrito obras muy valiosas para reflexionar sobre el papel de la Biblia en el mundo actual. Es el caso del profesor suizo Jean Zumstein, quien con Escritura y Palabra, primero de sus dos trabajos incluidos en este volumen, lleva a cabo una serie de observaciones minuciosas que responden, inicialmente, a la problemática bíblica que su país comparte con el resto de Europa.
Zumstein observa, con mucha sensibilidad los enormes desafíos que la época actual plantea al lugar de la Biblia como texto sagrado del cristianismo y encuentra que la cultura contemporánea la ha hecho a un lado progresivamente, de manera paralela a la disminución de la presencia social de las iglesias. Aunque la inmigración latinoamericana hacia el Viejo Mundo está cambiando el rostro de algunas comunidades cristianas, la problemática que aborda Zumstein toca de lleno el abandono de la Biblia que se vive también en América Latina. Por razones diversas, muchas iglesias evangélicas han trasformado el eje de la liturgia, vida y misión, que anteriormente eran las Sagradas Escrituras y ahora esa función la cumplen prácticas mágicas e incluso chamánicas. Las iglesias históricas, a su vez, comparten algo de la experiencia de sus pares europeas y enfrentan, sobre todo en las nuevas generaciones de militantes, una enorme indiferencia hacia el estudio serio de la Biblia, aunado esto a la crónica falta de lectura en general que aqueja a nuestros países.
De los vicios de lectura e interpretación bíblicas que analiza Zumstein (el fundamentalismo, el psicologismo, el biblicismo de algunos documentos ecuménicos y la especialización excesiva), acaso los dos primeros sean los más visibles entre las comunidades latinoamericanas, y no porque el ecumenismo no esté presente o deje de crecer el número de instituciones dedicadas al estudio serio de la Biblia, sino porque en el nivel más popular están más de moda ideologías y modas como la llamada guerra espiritual, las teologías de la prosperidad y otras más que se sirven de un manejo excesivamente superficial del contenido de la Biblia. El fundamentalismo sigue muy vivo, sobre todo porque de ese campo religioso procede la bibliografía estadounidense más traducida al español. El psicologismo, a su vez, se aprovecha de las necesidades más urgentes de las personas para aplicar recetas bíblicas inmediatas que hacen a un lado, simultáneamente, la seriedad terapéutica especializada y una hermenéutica bíblica contextual y crítica.
La cuádruple propuesta de lectura renovada que propone Zumstein es aplicable en todo el espectro cristiano porque asume de frente las complicaciones culturales de la posmodernidad y el carácter poscristiano de la cultura occidental. Así, la valentía para afrontar las distancias espacio-temporales, la honestidad intelectual, la búsqueda de pertinencia y el respeto por la universalidad del lenguaje son herramientas indispensables para lograr que la Biblia siga vigente, sin colocarla en el altar de la idolatría (a espaldas de los avances científicos) ni tirarla en el desván de las cosas inútiles por anticuadas.
Como una muestra de la lectura renovada que practica Zumstein, el segundo libro es un estudio breve, pero profundo del Padre Nuestro, la Oración del Señor. Sabedor de su peso específico en la teología y la tradición espiritual de la Iglesia de todos los tiempos, comienza su estudio subrayando algunos aspectos lingüísticos básicos (especialmente las diferencias entre Mateo y Lucas), la manera en que se relaciona con otras plegarias judías, para que, poco a poco, encuentre aplicaciones sumamente pertinentes en cada análisis de las peticiones específicas. Particular profundidad logra Zumstein cuando relaciona cada una de ellas con el horizonte propio de Jesús y su mensaje global y, sobre todo, cuando insiste en superar la recitación convencional para alcanzar nuevamente la frescura y el impacto transformador de esta oración sin par, origen y raíz de la espiritualidad de los Evangelios. En ese sentido, el análisis proyecta una aplicación espiritual muy notable cuando se refiere a la forma en que la Iglesia antigua optaba por concluir la oración, dado su carácter de oración abierta, esto es, como propuesta de acercamiento a Dios para expresar las necesidades humanas coyunturales.
La sección sobre el pan cotidiano tiene un tono muy especial, a la luz de las condiciones paupérrimas de muchas comunidades que rezan el Padre Nuestro mecánicamente sin percibir suficientemente el potencial liberador y revolucionario de las palabras con que Jesús enseñó a orar a sus seguidores. Lo mismo se puede decir del concepto de tentación que maneja Zumstein, tan lejano de la espiritualidad epidérmica y anecdótica de tantos predicadores populares. Su visión global es impecable, pues como señala el subtítulo, está oración está en el corazón de nuestra vida, por lo que pronunciarla resulta todo un evento de evocación y conexión con Jesús, el Salvador.
En nuestro continente, han sido algunos poetas quienes mejor han sintonizado y tratado de actualizar las dimensiones de esta plegaria. Entre los más valiosos está el Padrenuestro desde Guatemala, de la teóloga guatemalteca Julia Esquivel, todo un clásico en el ambiente ecuménico. También puede citarse el poema de Juan Gelman (“Oración de un desocupado”) que Leonardo Boff colocó como epígrafe de su libro sobre este tema. Los Padres Nuestros latinoamericanos, toda una tradición popular, reflejan el apego a las palabras de Jesús que la gente siente como más suyas, en medio de tantas ofertas religiosas alienantes.
Por todo lo expuesto, saludamos este volumen doble de Zumstein con gratitud y expectación.
(LC-O)
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POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA (II)
Guillermo Sánchez Vicente
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POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA (II)
Guillermo Sánchez Vicente
http://javzan.freehostia.com/resennas/rl_porquesoycristiano.htm
En lo relativo a la ciencia, y sobre todo tras Kuhn y Feyerabend, ya no resulta tan plausible hablar de “la verdad científica”, al menos dotándola de superioridad epistemológica sobre cualquier otra clase de “verdad”; hay axiomas e incluso paradigmas que se aceptan por fe.
En cuanto a la ética, hablar de “doble verdad” (tanto en el sentido epistemológico como en el moral) parece peligroso: es un planteamiento que suele conducir al desprecio de una de las dos “verdades” (en el enfoque de JAM, la religiosa, claro) y/o a la hipocresía. Si la “verdad religiosa” no tiene el mismo rango que la otra, entonces es fácil caer en la tentación de pensar que no es aplicable en todos los casos (pero el que sea una “verdad privada”, en tanto que es personal, no implica que su aplicación haya de restringirse a ámbitos privados; lo que implica es que no puede imponerse al resto de las personas).
Desde una perspectiva bíblica no se puede hablar de una doble verdad, sino de una única verdad manifestada en planos distintos, pero no necesariamente siempre separados en la vivencia cristiana. Lo relevante es comprender que en ambos planos el cristiano genuino funciona con los mismos valores: los del Reino, por supuesto. Estos valores incluyen el respeto radical hacia aquél que no los comparte, es decir, quien sólo vive en el mundo y con los valores del mundo.
Aborda Marina el problema de la resurrección de Jesús. Sin pronunciarse al respecto, esboza los enfoques teológicos propuestos en la teología a partir de Bultmann, reconociendo que el estado actual de la cuestión, desde el punto de vista académico, es «muy confuso» (p. 99). Concluye que «la inevitable tensión entre experiencia personal y canon acaba resolviéndose siempre en una apelación a la experiencia» (p. 100), experiencia que Marina confía en que venza finalmente entre tanto lío teológico. Se deduce así que el autor se alinea en las corrientes que espiritualizan todo lo sobrenatural en el Jesús de los evangelios, a pesar de que él mismo recuerda la rotunda afirmación de Pablo: «Si Cristo no está resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe» (1 Corintios 15: 14). Una afirmación categórica tristemente olvidada (junto con la profunda argumentación que la acompaña) o, peor aún, manipulada por no pocos teólogos modernos, y que merecería más atención al abordarse el tema, ya que en ella reside la impresionante síntesis entre sana teología e imparable impulso ético de la fe cristiana.
El ensayo aclara con sabiduría algunos conceptos religiosos, tradicionalmente pervertidos. La fe, en la Biblia, es básicamente confianza: «El fiel tiene que ser Jesús, o Dios, es decir, quien hace la promesa. Así pues, el cristiano lo que tiene que ser es confiado» (p. 112). En realidad, «el “acto de fe” que estudia la teología no es un fenómeno real, sino un constructo teológico» (p. 113). Y su explicación sobre el concepto bíblico de amor es de lo más acertada: «Cuando los cristianos primitivos repiten insistentemente “Dios es amor”, tendemos a interpretar esta frase en clave sentimental. Nos equivocamos porque el cristianismo es muy poco patético. Amar no es un sentimiento, sino una acción. Una acción creadora de lo bueno» (pp. 121, 122).
Dos cristianismos
El capítulo IV, “Pretensiones de verdad de las religiones”, es especialmente interesante. Marina analiza la tensión provocada por los dos grandes modelos de interpretación de la experiencia cristiana: la que él denomina “gnóstica” (vinculada a la especulación teológica, a la ortodoxia, a lo eclesiástico, y no necesariamente a la corriente religiosa conocida como gnosis) y la moral (asociada a la ortopraxia y la acción). En un sintético repaso a la historia del cristianismo, concluye que es la primera corriente la que se ha impuesto a lo largo de la historia. La exposición de JAM, tan atractiva por otro lado, no deja de resultar confusa, pues no vislumbra con nitidez el indisociable vínculo que en el pensamiento bíblico une el pensamiento y la acción, si bien él mismo reconoce la permanente interpenetración de ambos modelos, la relación dialéctica e interdependiente de Verdad y Bien.
En lo relativo a la ciencia, y sobre todo tras Kuhn y Feyerabend, ya no resulta tan plausible hablar de “la verdad científica”, al menos dotándola de superioridad epistemológica sobre cualquier otra clase de “verdad”; hay axiomas e incluso paradigmas que se aceptan por fe.
En cuanto a la ética, hablar de “doble verdad” (tanto en el sentido epistemológico como en el moral) parece peligroso: es un planteamiento que suele conducir al desprecio de una de las dos “verdades” (en el enfoque de JAM, la religiosa, claro) y/o a la hipocresía. Si la “verdad religiosa” no tiene el mismo rango que la otra, entonces es fácil caer en la tentación de pensar que no es aplicable en todos los casos (pero el que sea una “verdad privada”, en tanto que es personal, no implica que su aplicación haya de restringirse a ámbitos privados; lo que implica es que no puede imponerse al resto de las personas).
Desde una perspectiva bíblica no se puede hablar de una doble verdad, sino de una única verdad manifestada en planos distintos, pero no necesariamente siempre separados en la vivencia cristiana. Lo relevante es comprender que en ambos planos el cristiano genuino funciona con los mismos valores: los del Reino, por supuesto. Estos valores incluyen el respeto radical hacia aquél que no los comparte, es decir, quien sólo vive en el mundo y con los valores del mundo.
Aborda Marina el problema de la resurrección de Jesús. Sin pronunciarse al respecto, esboza los enfoques teológicos propuestos en la teología a partir de Bultmann, reconociendo que el estado actual de la cuestión, desde el punto de vista académico, es «muy confuso» (p. 99). Concluye que «la inevitable tensión entre experiencia personal y canon acaba resolviéndose siempre en una apelación a la experiencia» (p. 100), experiencia que Marina confía en que venza finalmente entre tanto lío teológico. Se deduce así que el autor se alinea en las corrientes que espiritualizan todo lo sobrenatural en el Jesús de los evangelios, a pesar de que él mismo recuerda la rotunda afirmación de Pablo: «Si Cristo no está resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe» (1 Corintios 15: 14). Una afirmación categórica tristemente olvidada (junto con la profunda argumentación que la acompaña) o, peor aún, manipulada por no pocos teólogos modernos, y que merecería más atención al abordarse el tema, ya que en ella reside la impresionante síntesis entre sana teología e imparable impulso ético de la fe cristiana.
El ensayo aclara con sabiduría algunos conceptos religiosos, tradicionalmente pervertidos. La fe, en la Biblia, es básicamente confianza: «El fiel tiene que ser Jesús, o Dios, es decir, quien hace la promesa. Así pues, el cristiano lo que tiene que ser es confiado» (p. 112). En realidad, «el “acto de fe” que estudia la teología no es un fenómeno real, sino un constructo teológico» (p. 113). Y su explicación sobre el concepto bíblico de amor es de lo más acertada: «Cuando los cristianos primitivos repiten insistentemente “Dios es amor”, tendemos a interpretar esta frase en clave sentimental. Nos equivocamos porque el cristianismo es muy poco patético. Amar no es un sentimiento, sino una acción. Una acción creadora de lo bueno» (pp. 121, 122).
Dos cristianismos
El capítulo IV, “Pretensiones de verdad de las religiones”, es especialmente interesante. Marina analiza la tensión provocada por los dos grandes modelos de interpretación de la experiencia cristiana: la que él denomina “gnóstica” (vinculada a la especulación teológica, a la ortodoxia, a lo eclesiástico, y no necesariamente a la corriente religiosa conocida como gnosis) y la moral (asociada a la ortopraxia y la acción). En un sintético repaso a la historia del cristianismo, concluye que es la primera corriente la que se ha impuesto a lo largo de la historia. La exposición de JAM, tan atractiva por otro lado, no deja de resultar confusa, pues no vislumbra con nitidez el indisociable vínculo que en el pensamiento bíblico une el pensamiento y la acción, si bien él mismo reconoce la permanente interpenetración de ambos modelos, la relación dialéctica e interdependiente de Verdad y Bien.
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