17 de febrero, 2008
Un viejo conflicto
Si hay una palabra satanizada en el ambiente evangélico latinoamericano es tradición, porque se asocia, inevitablemente, a un práctica religiosa anquilosada y carente de frescura y autenticidad. Se asocia también a la presencia de cinco siglos de catolicismo hispanocatólico, el cual incluso no se ha visto como otra forma de cristianismo en el afán de subrayar la diferencia de la fe evangélica o protestante. Sin embargo, con esta manera de pensar se pasa por alto el hecho de que toda religión se articula y transmite mediante tradiciones que, con el paso del tiempo, expresan con mayor o menor intensidad creencias específicas que producen y norman las conductas y hábitos de las y los creyentes.
Los evangélicos hemos experimentado el añejo conflicto entre tradición y novedad a partir de la insistencia misionera en la realidad bíblica de la conversión, entendida como condición sine qua non para afirmar el compromiso con el Evangelio de Jesucristo y, sobre todo, las consecuencias existenciales del mismo. Así, la labor evangelizadora del protestantismo ha subrayado su rechazo frontal de las formas tradicionalistas de aceptar y vivir la fe, y a cuestionado permanentemente la transmisión automática de la fe a las nuevas generaciones. Sólo que eso mismo le ha sucedido a las iglesias evangélicas, que ahora, luego de casi 200 años de presencia en América Latina, enfrentan la necesidad de hacer inteligible la experiencia original de encuentro con Jesús a los nuevos contingentes que las conforman. En medio de todo ello, estos espacios litúrgicos, educativos y misioneros han sido el escenario de fuertes confrontaciones entre ambas tendencias: las tradicionales y las renovadoras, pues los viejos estilos eclesiásticos se resisten a transformarse, a contracorriente de la crítica, que interpretaba la actitud conservadora como cerrazón ante las intenciones divinas de cambio. En suma, que se incurrió en lo mismo que se criticaba, y la institucionalización de las nuevas iglesias poco a poco las dotó de un rostro tradicional, incluso en el sentido más positivo del término.
Jesús y la tradición
Como explica John H. Leith, la fe cristiana es inseparable de la tradición, puesto que ésta puede y debe ser vivida por su herederos de la manera más creativa posible, sin menoscabo de la fuerza y el impacto de sus contenidos. De este modo, el Evangelio de Jesucristo se hace presente en cada generación o etapa histórica, reclamando para sí lo mejor de la cultura para hacerse comprensible a las personas. El respeto de Jesús por algunos aspectos de la tradición judía no fue obstáculo para que, a partir de ella, sentara las bases de una nueva relación con Dios, marcada por el acceso a la libre gracia de Dios, y en conflicto con las autoridades religiosas de su tiempo.
Actualizar la tradición cristiana
Rechazar el tradicionalismo es una postura esencialmente correcta que debe medirse por aquello que se proponga para sustituirlo, pues de lo contrario sólo se tratará de intercambiar tradiciones y ponerse en riesgo de repetir experiencias o situaciones cuyas pretensiones de absoluto siempre deberán denunciarse con energía, máxime cuando quienes las promuevan sean determinados grupos de poder interesados en perpetuarse.
La fe cristiana siempre se transmite mediante tradiciones de mayor o menor valor, las cuales prueban su capacidad para vehicular el contenido del Evangelio de Jesucristo únicamente en los frutos que produce. Por ello es preciso revisarlas para reforzar los aspectos que presenten mejor los valores del Reino de Dios y, al mismo tiempo, cuestionar y abandonar los que pretendan sustituirlo. Esta es una tarea ineludible para cada generación de creyentes comprometidos con su fe. (LC-O)
Un viejo conflicto
Si hay una palabra satanizada en el ambiente evangélico latinoamericano es tradición, porque se asocia, inevitablemente, a un práctica religiosa anquilosada y carente de frescura y autenticidad. Se asocia también a la presencia de cinco siglos de catolicismo hispanocatólico, el cual incluso no se ha visto como otra forma de cristianismo en el afán de subrayar la diferencia de la fe evangélica o protestante. Sin embargo, con esta manera de pensar se pasa por alto el hecho de que toda religión se articula y transmite mediante tradiciones que, con el paso del tiempo, expresan con mayor o menor intensidad creencias específicas que producen y norman las conductas y hábitos de las y los creyentes.
Los evangélicos hemos experimentado el añejo conflicto entre tradición y novedad a partir de la insistencia misionera en la realidad bíblica de la conversión, entendida como condición sine qua non para afirmar el compromiso con el Evangelio de Jesucristo y, sobre todo, las consecuencias existenciales del mismo. Así, la labor evangelizadora del protestantismo ha subrayado su rechazo frontal de las formas tradicionalistas de aceptar y vivir la fe, y a cuestionado permanentemente la transmisión automática de la fe a las nuevas generaciones. Sólo que eso mismo le ha sucedido a las iglesias evangélicas, que ahora, luego de casi 200 años de presencia en América Latina, enfrentan la necesidad de hacer inteligible la experiencia original de encuentro con Jesús a los nuevos contingentes que las conforman. En medio de todo ello, estos espacios litúrgicos, educativos y misioneros han sido el escenario de fuertes confrontaciones entre ambas tendencias: las tradicionales y las renovadoras, pues los viejos estilos eclesiásticos se resisten a transformarse, a contracorriente de la crítica, que interpretaba la actitud conservadora como cerrazón ante las intenciones divinas de cambio. En suma, que se incurrió en lo mismo que se criticaba, y la institucionalización de las nuevas iglesias poco a poco las dotó de un rostro tradicional, incluso en el sentido más positivo del término.
Jesús y la tradición
Como explica John H. Leith, la fe cristiana es inseparable de la tradición, puesto que ésta puede y debe ser vivida por su herederos de la manera más creativa posible, sin menoscabo de la fuerza y el impacto de sus contenidos. De este modo, el Evangelio de Jesucristo se hace presente en cada generación o etapa histórica, reclamando para sí lo mejor de la cultura para hacerse comprensible a las personas. El respeto de Jesús por algunos aspectos de la tradición judía no fue obstáculo para que, a partir de ella, sentara las bases de una nueva relación con Dios, marcada por el acceso a la libre gracia de Dios, y en conflicto con las autoridades religiosas de su tiempo.
Actualizar la tradición cristiana
Rechazar el tradicionalismo es una postura esencialmente correcta que debe medirse por aquello que se proponga para sustituirlo, pues de lo contrario sólo se tratará de intercambiar tradiciones y ponerse en riesgo de repetir experiencias o situaciones cuyas pretensiones de absoluto siempre deberán denunciarse con energía, máxime cuando quienes las promuevan sean determinados grupos de poder interesados en perpetuarse.
La fe cristiana siempre se transmite mediante tradiciones de mayor o menor valor, las cuales prueban su capacidad para vehicular el contenido del Evangelio de Jesucristo únicamente en los frutos que produce. Por ello es preciso revisarlas para reforzar los aspectos que presenten mejor los valores del Reino de Dios y, al mismo tiempo, cuestionar y abandonar los que pretendan sustituirlo. Esta es una tarea ineludible para cada generación de creyentes comprometidos con su fe. (LC-O)
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