DINOSAURIOS Y PROFETAS
Sergio Ramírez
La Jornada, 15 de febrero de 2008, www.sergioramirez.com
Que la Tierra tiene apenas 6000 años de edad, que el mundo fue creado en exactamente siete días con sus noches, y que los hombres de las cavernas y los dinosaurios convivían juntos, como en las historietas de los Picapiedra, son creencias que no deberían quitarle el sueño a ningún científico de un país como Estados Unidos, que tiene la cota más alta de premios Nobel en Biología, Química y Física. Si no fuera por el creacionismo.
Esta corriente religiosa pertenece al credo oficial de multitud de iglesias sureñas, en el extenso territorio llamado “el cinturón bíblico”, y hay una pugna para que sea materia de enseñanza en las aulas en muchos estados, lo que hace que la comunidad científica ponga el grito en el cielo: “tampoco enseñamos la astrología como alternativa a la astronomía, o la brujería como alternativa a la medicina”, dice el doctor Francisco Ayala, profesor de ciencias biológicas en la Universidad de California.
Pero, además, no se trata de teorías extravagantes salidas de la nada social, a como salió el mundo de la nada física según los creacionistas; 47 por ciento de los ciudadanos, según las encuestas, cree que realmente ocurrió así con el nacimiento del mundo, algo que comparte el propio presidente Bush; del otro lado, quienes creen que los seres humanos son el resultado de la evolución en un proceso de millones de años, según fue establecido por Darwin desde el siglo XIX, ganan por una escasa mayoría.
Por si fuera poco, uno de los abanderados religiosos del creacionismo, el pastor bautista Mike Huckabee, ex gobernador de Arkansas, disputa en las elecciones primarias la candidatura a la presidencia por el Partido Republicano, lo que ha vuelto a abrir el debate sobre la influencia que las convicciones religiosas de un presidente de Estados Unidos pueden tener sobre la enseñanza pública, y el desarrollo de las investigaciones científicas; ya se ha visto cómo Bush se ha opuesto tajantemente a asignar fondos federales a los experimentos para la clonación de embriones humanos, aunque sea con propósitos médicos, lo que amenaza con dejar a Estados Unidos a la zaga de la vanguardia tecnológica.
El fundamentalismo religioso, con todas sus consecuencias políticas, está más presente que nunca, esta vez en el debate electoral. En el mismo espectro de Huckabee, pero con matices propios, y a veces contradictorios, se halla el ex gobernador de Massachussets, Mitt Romney, que pertenece a la Iglesia mormona, igual que sus ancestros, y de la que ha sido obispo. Al contrario de los bautistas, que forman congregaciones muy extendidas, los mormones no representan sino a 1.9 por ciento de la población creyente de Estados Unidos. El propio Huckabee y sus partidarios les niegan la condición de cristianos y los acusan de proclamar que Jesús y Lucifer son hermanos, y de rechazar la cruz como símbolo.
Las elecciones en Estados Unidos ya se sabe que son un asunto mundial. Y mientras los bautistas se han extendido por todo el planeta, los mormones sólo tienen una presencia exigua, de modo que un presidente mormón vendría a ser una verdadera novedad, el único credo que no llegó a Estados Unidos desde Europa con los inmigrantes, sino que tuvo su origen en el año de 1830, en su propio territorio.
Su fundador, Joseph Smith, anunció que había recibido del ángel Moroni el Libro de Mormón escrito en lengua egipcia sobre planchas de oro, una suerte de nuevo testamento en el que se establece que Jesús volvió a nacer en el continente americano, al que sus habitantes originarios habían llegado desde Israel por mar, apenas 600 años antes del nacimiento de Cristo. Establecieron una civilización floreciente, luego desaparecida, pues sabían fundir el acero para fabricar espadas y ruedas, y criaban caballos, vacas, corderos y cabras y no sólo aves de corral, sino también cisnes, y por si no bastara, elefantes.
Y para empeorar las cosas, del Libro de Mormón no quedaron rastros, pues el profeta Smith tuvo que devolverlo al ángel Moroni una vez leído. En sus láminas de oro constaba también que los negros no podían llegar a ser sacerdotes mormones, porque su piel se oscureció por causa de su desobediencia a Dios. Parte de su credo ha sido también la poligamia, y el bautismo de los muertos, razón esta última por la que exploran por todo el mundo los registros civiles y parroquiales, para inscribir a todos los difuntos en frondosos árboles genealógicos que pretenden ser totales.
La condición de profeta fue heredada por John Smith a todos sus sucesores, que reciben revelaciones divinas, y gobiernan de por vida su Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días asistidos por un consejo de 12 apóstoles; y aunque reducidos en número en cuanto a fieles, su influencia política ha sido importante en las administraciones republicanas, y tienen, además, desde su sede pontificia en Salk Like City, poderío económico y presencia en las grandes corporaciones. Romney, millonario él mismo, abrió su campaña con un aporte personal de 17 millones de dólares.
Aunque Huckabee el bautista se identifica como un “conservador social”, su discurso es idéntico al de Romney el mormón, en cuanto a las políticas radicales contra la inmigración latina, empezando por su oposición a la amnistía a los indocumentados, y comparten el respaldo a la presencia militar en Irak y la hostilidad con Irán, que representa para ambos “el terrorismo atómico”; rechazan el aborto, las uniones entre homosexuales, y el tratado de control de emisiones de gases de Kyoto; y apoyan la pena de muerte y la existencia del campo de prisioneros de Guantánamo, adhesiones de las que el otro candidato republicano, el senador John McCain, se aleja con prudencia.
Como se ve, en este paisaje compartido por el pastor creacionista y el obispo mormón se juntan los dinosaurios con los profetas.
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POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA (IV)
Guillermo Sánchez Vicente
Sergio Ramírez
La Jornada, 15 de febrero de 2008, www.sergioramirez.com
Que la Tierra tiene apenas 6000 años de edad, que el mundo fue creado en exactamente siete días con sus noches, y que los hombres de las cavernas y los dinosaurios convivían juntos, como en las historietas de los Picapiedra, son creencias que no deberían quitarle el sueño a ningún científico de un país como Estados Unidos, que tiene la cota más alta de premios Nobel en Biología, Química y Física. Si no fuera por el creacionismo.
Esta corriente religiosa pertenece al credo oficial de multitud de iglesias sureñas, en el extenso territorio llamado “el cinturón bíblico”, y hay una pugna para que sea materia de enseñanza en las aulas en muchos estados, lo que hace que la comunidad científica ponga el grito en el cielo: “tampoco enseñamos la astrología como alternativa a la astronomía, o la brujería como alternativa a la medicina”, dice el doctor Francisco Ayala, profesor de ciencias biológicas en la Universidad de California.
Pero, además, no se trata de teorías extravagantes salidas de la nada social, a como salió el mundo de la nada física según los creacionistas; 47 por ciento de los ciudadanos, según las encuestas, cree que realmente ocurrió así con el nacimiento del mundo, algo que comparte el propio presidente Bush; del otro lado, quienes creen que los seres humanos son el resultado de la evolución en un proceso de millones de años, según fue establecido por Darwin desde el siglo XIX, ganan por una escasa mayoría.
Por si fuera poco, uno de los abanderados religiosos del creacionismo, el pastor bautista Mike Huckabee, ex gobernador de Arkansas, disputa en las elecciones primarias la candidatura a la presidencia por el Partido Republicano, lo que ha vuelto a abrir el debate sobre la influencia que las convicciones religiosas de un presidente de Estados Unidos pueden tener sobre la enseñanza pública, y el desarrollo de las investigaciones científicas; ya se ha visto cómo Bush se ha opuesto tajantemente a asignar fondos federales a los experimentos para la clonación de embriones humanos, aunque sea con propósitos médicos, lo que amenaza con dejar a Estados Unidos a la zaga de la vanguardia tecnológica.
El fundamentalismo religioso, con todas sus consecuencias políticas, está más presente que nunca, esta vez en el debate electoral. En el mismo espectro de Huckabee, pero con matices propios, y a veces contradictorios, se halla el ex gobernador de Massachussets, Mitt Romney, que pertenece a la Iglesia mormona, igual que sus ancestros, y de la que ha sido obispo. Al contrario de los bautistas, que forman congregaciones muy extendidas, los mormones no representan sino a 1.9 por ciento de la población creyente de Estados Unidos. El propio Huckabee y sus partidarios les niegan la condición de cristianos y los acusan de proclamar que Jesús y Lucifer son hermanos, y de rechazar la cruz como símbolo.
Las elecciones en Estados Unidos ya se sabe que son un asunto mundial. Y mientras los bautistas se han extendido por todo el planeta, los mormones sólo tienen una presencia exigua, de modo que un presidente mormón vendría a ser una verdadera novedad, el único credo que no llegó a Estados Unidos desde Europa con los inmigrantes, sino que tuvo su origen en el año de 1830, en su propio territorio.
Su fundador, Joseph Smith, anunció que había recibido del ángel Moroni el Libro de Mormón escrito en lengua egipcia sobre planchas de oro, una suerte de nuevo testamento en el que se establece que Jesús volvió a nacer en el continente americano, al que sus habitantes originarios habían llegado desde Israel por mar, apenas 600 años antes del nacimiento de Cristo. Establecieron una civilización floreciente, luego desaparecida, pues sabían fundir el acero para fabricar espadas y ruedas, y criaban caballos, vacas, corderos y cabras y no sólo aves de corral, sino también cisnes, y por si no bastara, elefantes.
Y para empeorar las cosas, del Libro de Mormón no quedaron rastros, pues el profeta Smith tuvo que devolverlo al ángel Moroni una vez leído. En sus láminas de oro constaba también que los negros no podían llegar a ser sacerdotes mormones, porque su piel se oscureció por causa de su desobediencia a Dios. Parte de su credo ha sido también la poligamia, y el bautismo de los muertos, razón esta última por la que exploran por todo el mundo los registros civiles y parroquiales, para inscribir a todos los difuntos en frondosos árboles genealógicos que pretenden ser totales.
La condición de profeta fue heredada por John Smith a todos sus sucesores, que reciben revelaciones divinas, y gobiernan de por vida su Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días asistidos por un consejo de 12 apóstoles; y aunque reducidos en número en cuanto a fieles, su influencia política ha sido importante en las administraciones republicanas, y tienen, además, desde su sede pontificia en Salk Like City, poderío económico y presencia en las grandes corporaciones. Romney, millonario él mismo, abrió su campaña con un aporte personal de 17 millones de dólares.
Aunque Huckabee el bautista se identifica como un “conservador social”, su discurso es idéntico al de Romney el mormón, en cuanto a las políticas radicales contra la inmigración latina, empezando por su oposición a la amnistía a los indocumentados, y comparten el respaldo a la presencia militar en Irak y la hostilidad con Irán, que representa para ambos “el terrorismo atómico”; rechazan el aborto, las uniones entre homosexuales, y el tratado de control de emisiones de gases de Kyoto; y apoyan la pena de muerte y la existencia del campo de prisioneros de Guantánamo, adhesiones de las que el otro candidato republicano, el senador John McCain, se aleja con prudencia.
Como se ve, en este paisaje compartido por el pastor creacionista y el obispo mormón se juntan los dinosaurios con los profetas.
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POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA (IV)
Guillermo Sánchez Vicente
http://javzan.freehostia.com/resennas/rl_porquesoycristiano.htm
A pesar de que planea en la obra cierto agnosticismo, cierta interpretación subjetivista y escéptica sobre la realidad de Jesús como alguien vivo hoy, Marina hace una apuesta pascaliana por la fe (una fe particular, como insiste en recordar): «Jesús hizo también una promesa. La agapé acabará triunfando sobre el mal y sobre la muerte. […] La tarea de los cristianos, como dice la carta de Pedro, es “acelerar la venida del Reino de Dios”» (p. 149).
Estas palabras muestran que su conocimiento del mensaje de Jesús es insuficiente. Por supuesto que en el núcleo del mismo se encuentra la idea del Reino de Dios irrumpiendo en la historia humana a través de Jesús («el reino de Dios está entre vosotros ya»; Lucas 17: 21). Pero nada en su mensaje induce a creer que esta irrupción se producirá en la historia humana de forma evolutiva (según se entiende modernamente este término). Jesús predice que el Reino se manifestará en el testimonio de sus seguidores a lo largo de la historia, pero no promete éxitos, sino oposición y persecución (Mateo 16: 21-25, etc.); no prevé una mitigación progresiva del mal y un incremento del bien, sino todo lo contrario: «Por el aumento de la maldad, el amor de la mayoría se enfriará» (Mateo 24: 12), hasta tal punto que se pregunta: «Cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?» (Lucas 18: 8). Eso sí, además promete que al “Reino de la gracia”, ya presente y en expansión gracias al Espíritu y a los cristianos que se dejan guiar por él, le acabará sucediendo el “Reino de la gloria” (ver Mateo 13: 31-35; Mateo 24: 30; etcétera).
Es necesario comprender correctamente la escatología de Jesús (y la bíblica en general), que tan sencillamente se encuentra expuesta en los evangelios. Marina se acerca a ella a través de una cita de Schnackenburg: «Hay un desplazamiento de la mirada desde una escatología general a la expectación individual de “ir al cielo” después de la muerte, de llegar al más allá» (p. 142); pero interpreta erróneamente la “escatología general” de Jesús en clave colectivista e inmanentista, cuando Jesús mismo insiste en el carácter individual y trascendente de la salvación; eso sí, en frontal oposición al concepto griego de inmortalidad del alma (ver Dualismo antropológico griego y judeocristianismo). Jesús no concibe al hombre como un compuesto de cuerpo y alma, sino como alguien cuyo ser está integralmente limitado por la muerte, como consecuencia de su naturaleza caída (Mateo 7: 11; Lucas 18: 19). La muerte es un sueño, pero habrá una resurrección (del ser completo) al final de los tiempos, cuando Cristo regrese otra vez y establezca su reino en la tierra (Mateo 22: 31, 32; Lucas 14: 14, etc.).Esta idea del retorno literal y real del Mesías no se menciona en el libro, pese a ser una de las más repetidas por el propio Cristo, como expondremos. En torno a esta enseñanza gira todo el mensaje de Jesús, de ahí su insistencia en estar atentos a la evolución de los tiempos y a la lucha contra el mal (Mateo 25: 13); como muy bien resumía Machado, «Todas tus palabras fueron / una palabra: Velad» (ver “La antisaeta”, de Machado). Jesús anuncia el desarrollo de una espiral de violencia y maldad, no el despliegue progresivo de la bondad entre los hombres. No augura un creciente respeto a los derechos humanos sino, al contrario, advierte de la intolerancia futura, en especial la de raigambre religiosa o pseudocristiana («Viene la hora cuando el que os mate pensará que rinde servicio a Dios»; Juan 16: 2). Ciertamente, sin el mensaje de Jesús no se habrían alcanzado la mayor parte de los logros éticos que hoy en día los hombres somos capaces de concebir y de desear (que no de cumplir, excepto en espacios y tiempos muy limitados). Pero la realidad mundial y las tendencias globales anuncian una deriva hacia el desastre humano y medioambiental, tal y como Jesús previó (ver Mateo 24). Resulta sorprendente comprobar cómo optimistas como Marina (quien además, aunque a su manera, en este libro se profesa “cristiano”) anuncian un mundo cada vez mejor como consecuencia del esfuerzo humano (ver ¿Fin del optimismo humanista?).
A pesar de que planea en la obra cierto agnosticismo, cierta interpretación subjetivista y escéptica sobre la realidad de Jesús como alguien vivo hoy, Marina hace una apuesta pascaliana por la fe (una fe particular, como insiste en recordar): «Jesús hizo también una promesa. La agapé acabará triunfando sobre el mal y sobre la muerte. […] La tarea de los cristianos, como dice la carta de Pedro, es “acelerar la venida del Reino de Dios”» (p. 149).
Estas palabras muestran que su conocimiento del mensaje de Jesús es insuficiente. Por supuesto que en el núcleo del mismo se encuentra la idea del Reino de Dios irrumpiendo en la historia humana a través de Jesús («el reino de Dios está entre vosotros ya»; Lucas 17: 21). Pero nada en su mensaje induce a creer que esta irrupción se producirá en la historia humana de forma evolutiva (según se entiende modernamente este término). Jesús predice que el Reino se manifestará en el testimonio de sus seguidores a lo largo de la historia, pero no promete éxitos, sino oposición y persecución (Mateo 16: 21-25, etc.); no prevé una mitigación progresiva del mal y un incremento del bien, sino todo lo contrario: «Por el aumento de la maldad, el amor de la mayoría se enfriará» (Mateo 24: 12), hasta tal punto que se pregunta: «Cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?» (Lucas 18: 8). Eso sí, además promete que al “Reino de la gracia”, ya presente y en expansión gracias al Espíritu y a los cristianos que se dejan guiar por él, le acabará sucediendo el “Reino de la gloria” (ver Mateo 13: 31-35; Mateo 24: 30; etcétera).
Es necesario comprender correctamente la escatología de Jesús (y la bíblica en general), que tan sencillamente se encuentra expuesta en los evangelios. Marina se acerca a ella a través de una cita de Schnackenburg: «Hay un desplazamiento de la mirada desde una escatología general a la expectación individual de “ir al cielo” después de la muerte, de llegar al más allá» (p. 142); pero interpreta erróneamente la “escatología general” de Jesús en clave colectivista e inmanentista, cuando Jesús mismo insiste en el carácter individual y trascendente de la salvación; eso sí, en frontal oposición al concepto griego de inmortalidad del alma (ver Dualismo antropológico griego y judeocristianismo). Jesús no concibe al hombre como un compuesto de cuerpo y alma, sino como alguien cuyo ser está integralmente limitado por la muerte, como consecuencia de su naturaleza caída (Mateo 7: 11; Lucas 18: 19). La muerte es un sueño, pero habrá una resurrección (del ser completo) al final de los tiempos, cuando Cristo regrese otra vez y establezca su reino en la tierra (Mateo 22: 31, 32; Lucas 14: 14, etc.).Esta idea del retorno literal y real del Mesías no se menciona en el libro, pese a ser una de las más repetidas por el propio Cristo, como expondremos. En torno a esta enseñanza gira todo el mensaje de Jesús, de ahí su insistencia en estar atentos a la evolución de los tiempos y a la lucha contra el mal (Mateo 25: 13); como muy bien resumía Machado, «Todas tus palabras fueron / una palabra: Velad» (ver “La antisaeta”, de Machado). Jesús anuncia el desarrollo de una espiral de violencia y maldad, no el despliegue progresivo de la bondad entre los hombres. No augura un creciente respeto a los derechos humanos sino, al contrario, advierte de la intolerancia futura, en especial la de raigambre religiosa o pseudocristiana («Viene la hora cuando el que os mate pensará que rinde servicio a Dios»; Juan 16: 2). Ciertamente, sin el mensaje de Jesús no se habrían alcanzado la mayor parte de los logros éticos que hoy en día los hombres somos capaces de concebir y de desear (que no de cumplir, excepto en espacios y tiempos muy limitados). Pero la realidad mundial y las tendencias globales anuncian una deriva hacia el desastre humano y medioambiental, tal y como Jesús previó (ver Mateo 24). Resulta sorprendente comprobar cómo optimistas como Marina (quien además, aunque a su manera, en este libro se profesa “cristiano”) anuncian un mundo cada vez mejor como consecuencia del esfuerzo humano (ver ¿Fin del optimismo humanista?).
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