jueves, 7 de febrero de 2008

Letra 61, 3 de febrero de 2008

POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA (I) Guillermo Sánchez Vicente http://javzan.freehostia.com/resennas/rl_porquesoycristiano.htm

En el panorama intelectual español el conocimiento del hecho religioso está tradicionalmente reservado a autores cercanos a los ámbitos eclesiásticos, y los pensadores “laicos” manifiestan por lo general una ignorancia pasmosa sobre estos asuntos; en el mejor de los casos, exhiben conocimientos secundarios que, a modo de tópicos o eslóganes, toman prestados de otros autores. Reconforta por tanto encontrar que un ensayista tan solvente como José Antonio Marina (“JAM”, según se identifica en su libro) se haya documentado prolijamente, estudiando de primera mano a los principales teólogos de la historia del cristianismo y buceando en los textos bíblicos.
A fin de aligerar la lectura del ensayo, ha decidido prescindir de notas en la edición impresa, pero se pueden leer, a modo de bibliografía comentada por apartados, en su página web, donde también encontraremos un resumen del libro:
www.joseantoniomarina.net. Marina considera imprescindible abordar la cuestión del cristianismo: «Mi idea de la filosofía como servicio público me impide elegir los temas», afirma (p. 13); de modo que ante el “problema” que constituye la religión en el mundo actual, se propone tratarlo con su habitual rigor analítico, claridad divulgativa y honestidad intelectual. Porque Marina “se moja” y responde abiertamente a la pregunta que formula en el título de su obra (a diferencia de lo que hiciera en Dictamen sobre Dios, que ya reseñamos en su día).

Jesús y la verdad
Comienza su ensayo ofreciendo una breve pero jugosa vislumbre del Jesús de los evangelios, tanto a la luz de lo que éstos nos ofrecen, como a partir de las principales interpretaciones teológicas. No oculta los problemas epistemológicos que plantea Jesús como personaje histórico, pero tampoco algunos de los excesos de la crítica autoerigida en oráculo de la verdad histórica, esa crítica que de forma prepotente (y sin consenso entre los autores, por supuesto), decide qué ha de creerse y qué no en el texto bíblico. Señala, por ejemplo, cómo las dataciones que tan categóricamente atribuyen algunos autores a los evangelios «representan más una hipótesis erudita que una constatación documental» (p. 25), o lo ridículo de ciertas teorías sobre los supuestos orígenes legendarios de Jesús.
En el inicio del cristianismo hay una experiencia: «La fe en Jesús es –desde el punto de vista psicológico– fe en la experiencia contada por sus discípulos» (p. 40). De ahí que resulte imprescindible explorar el concepto de experiencia. Según JAM, «la inteligencia humana es un dinamismo imparable y expansivo» (p. 46). «No sé de dónde proceden esos grandes designios, diseños o proyectos» (p. 47), dice. Entre ellos incluye la religión, en una curiosa versión de la teoría de la proyección de Feuerbach: «Al hombre se le ocurrió la posibilidad de que hubiera Dios o dioses, lo mismo que se le ocurrió el triángulo isósceles y la teoría de la relatividad» (p. 48). Parece negar así cualquier revelación, pero acepta la religión en la medida en que la función moralizadora de las religiones «ha supuesto una benéfica limitación de la arbitraria acción del poderoso… hasta que ellas se convirtieron en poderosas» (pp. 50, 51). Marina las contempla en su dimensión histórica y evolutiva, de ahí que las considere «una creación compartida y coral» (p. 51).
De la relatividad de la experiencia surge el problema de la verdad, que analiza en su teoría de la doble verdad (subtítulo del libro). Marina diferencia verdades universales y verdades privadas. Al primer campo pertenecerían la ciencia y la ética, y al segundo la estética y la religión. A la adecuación entre el contenido de una afirmación y la realidad la denomina “verdad material”; ésta sólo se convertirá en “verdad formal” cuando se haya demostrado experimentalmente, alcanzando un «estado suficiente de verificación» (p. 55). Sin caer en el relativismo subjetivista, Marina acepta, siguiendo a Popper, que toda afirmación científica puede y debe ser susceptible de una refutación. Pero su excesiva confianza en la ciencia y en la autofundamentación de la ética le conduce a otorgar a éstas un estatus de cierta infalibilidad que parece contradecir su propia teoría: «El campo de la aplicación de una verdad privada es estrictamente privado. Una persona religiosa puede acomodar su vida a sus creencias, puede explicarlas, pero en lo que afecta a los demás tiene que someterse a los dos grandes niveles de verdades universales: La verdad científica, La verdad ética» (p. 62; cursiva añadida).
Marina ha dedicado gran parte de su producción intelectual a justificar la universalidad de estos ámbitos del saber humano. Hay que valorar positivamente su defensa de unos valores absolutos, sobre todo en el plano ético, pues de lo contrario se incurre en un paradójico absolutismo del relativismo. Aun así, hablar de someterse a verdades científicas y éticas podría resultar peligroso, como trataremos de mostrar.
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MARCIAL MACIEL (1920-2008): “UN HOMENAJE A LA ESQUIZOFRENIA”

Ha corrido ampliamente la noticia, dentro y fuera de los círculos religiosos: en la ciudad de Houston, a los 87 años, falleció Marciel Maciel, fundador de la orden de los Legionarios de Cristo. Ante esta muerte, una sensación de enorme ambigüedad (en el mejor de los casos), está queriendo ser acallada desde los ambientes afines a su causa, con la amenaza de que en un tiempo perentorio alcanzará los altares debido a que, como Jesús de Nazaret, ¡fue objeto de incomprensión, calumnias y persecución! De suceder esto, se consumaría uno de los mayores fraudes de la historia reciente del catolicismo, pues no suena justo, ni mucho menos razonable, que alguien relacionado, de manera documentada y fehaciente, con la pederastia infantil y el abuso psicológico, además del autoritarismo y el consumo de drogas, se incorpore al santoral católico.
Y es que, más allá de cualquier simpatía o rechazo del significado de la orden religiosa en cuestión, identificada con el legado cristero que representó Maciel (dada su relación familiar con algunos jerarcas que protagonizaron la guerra que azotó a México en los años 20 del siglo pasado), y que siempre se relacionó con las altas esferas del poder político y económico, queda una sensación de profunda indignación, sobre todo a partir de la forma en que empresarios católicos como Lorenzo Servitje (propietario de la fábrica de pan Bimbo) presionaron al Canal 40 de televisión para impedir que algunas víctimas de pederastia dieran su testimonio sobre lo que habían padecido en las escuelas de la orden religiosa (Véase: Jaime Avilés, “Bimbo en el Vaticano y otras minucias”, en La Jornada, 10 de mayo de 1997, www.jornada.unam.mx/1997/05/10/tonto.html).
Su estrecho contacto con la familia del ex presidente Ernesto Zedillo se evidenció cuando de oficinas gubernamentales salieron llamadas para impedir también dichas emisiones. En cuanto a Vicente Fox, se sabe también la manera oportunista en que Maciel se relacionó con la primera y la segunda esposas del ex presidente, según conviniera a sus intereses. En alguna ocasión la señora Martha Sahagún abiertamente salió en defensa de Maciel y su labor religiosa y educativa, dedicada, como tantas otras, a servir a las elites económicas del país, aunque claro, con una actitud abiertamente permisiva, como explica Bernardo Barranco: “Mientras que por un lado se enarbolan los valores de la familia como ‘iglesia doméstica’, se oponen al divorcio, la eutanasia, el aborto, a la ordenación de mujeres sacerdotes, al fin del celibato, etcétera, utilizando paradójicamente todos los medios tecnológicos y publicitarios modernos como la televisión; por otro, son laxos con otro tipo de conductas, como la conducción de las empresas, explotación e impactos ambientales. Se acude a la tradición como fuente de legitimación de los valores pero se aceptan fatalmente comportamientos tácitos a los mismos” (La Jornada, 1 de febrero).
El doctor Fernando M. González, investigador de la UNAM y autor del libro quizá más documentado y crítico sobre Maciel y los Legionarios (Marcial Maciel. Los Legionarios de Cristo: Testimonios y documentos inéditos; un fragmento puede leerse en:
www.nexos.com.mx/articulos.php?id_article=1027 &id_rubrique=364; reseña de Alberto Athié en: www.hojaporhoja.com.mx/ notadeapoyo.php?Identificador=6134&numero=), dijo en una entrevista radiofónica que si dicho personaje, a más de no ser otra cosa que un brillante empresario educativo (que fundó el Instituto Cumbres y la Universidad Anáhuac (1964), así como la Universidad Francisco de Vitoria en España y otros colegios en zonas subdesarrolladas de Bosnia, Chile, Colombia, España, Estados Unidos y Venezuela), es beatificado, se trataría de un auténtico “homenaje a la esquizofrenia”, pues la doble vida que vivió: por un lado, como iniciador, a muy temprana edad (1941), de la orden que lleva el nombre de Cristo, y por el otro, como pederasta y adicto a las drogas, representa uno de los casos conocidos más patológicos al interior del catolicismo.
Además, subrayó González, independientemente de la fe de cada quien, resulta insoportable el hecho de que los delitos cometidos por Maciel y su gente permanezcan impunes. Mencionó también que la complicidad de la curia vaticana se comprueba porque desde fechas tan lejanas como 1948, 1954 y 1956, Maciel fue acusado de robo de documentos, consumo de drogas y pederastia, respectivamente, y nunca se hizo nada al respecto, únicamente para no dañar la imagen de la Iglesia. Sale así a la luz una realidad tristemente negada: la Iglesia Católica toleró los excesos de Maciel por más de medio siglo.
Todo ello es puesto en entredicho por el escritor católico Francisco Prieto, quien en Felonía, una obra de teatro publicada recientemente (México, Jus, 2007), expone literariamente las dimensiones religiosas y espirituales del caso. Él mismo explica que Felonía, obra en dos actos, parte de una molestia profunda de la conciencia de un católico como el autor mismo se asume, “y cuando uno decide escribir el hecho se empieza a imaginar cómo es posible que alguien sea así. Es decir, ¿cómo se puede vivir en esas flagrantes contradicciones. Al menos el tipo de literatura que hago es una literatura que pretende desvelar las luchas en el interior de la persona, todas mis novelas y obras de teatro tiene ese aspecto en común, porque hago una literatura de personajes” (http://www.milenio.com/index.php/2007/06/13/80253/; véase también: www.proceso.com.mx/getfileex.php?nta=53335).
El apoyo que recibió Maciel durante el pontificado de Karol Wojtyla, en nombre de la evangelización, contrasta con la sanción, mínima en opinión de muchos (“sanción eufemizada”, según González), que recibió por parte del Vaticano en mayo de 2006, en el sentido de que no podría oficiar misas y debía dedicarse a la oración (cf. B. Barranco, “La debacle de Marcial Maciel”, www.jornada.unam.mx/2006/05/21/index.php?section=opinion&article=018a1pol), y en 2007, cuando se suprimió el voto de silencio sobre la crítica al funcionamiento interno de la orden, algo que atenta contra el Derecho Canónico católico, según explicó González. La Jornada publicó, en abril de 1997, un reportaje amplio sobre el tema.
Los testimonios de antiguos miembros de la orden, como el de José Barba, profesor del Instituto Tecnológico Autónomo de México, acerca de que enfrentan demandas millonarias en España y Estados Unidos, muestran la forma en que se sigue victimizando a quienes en su adolescencia fueron las víctimas del abuso psicológico y sexual, pues fueron obligadas no sólo a no ventilar lo sucedido, sino también a mentir sobre las virtudes y valores promovidos por la Orden religiosa. Un sitio web (http://www.regainnetwork.org/) está dedicado a la búsqueda de recuperación de quienes sufrieron abusos dentro de los Legionarios de Cristo.
Como se ve, el juicio público al que ha sido y será sometida la figura de Maciel todavía tiene un largo trecho por recorrer. (LC-O)

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