—¿Acaso
eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó con otra pregunta:
—¿Se
te ocurrió a ti esa idea, o alguien te ha hablado de mí? Pilato le contestó:
—¿Me
ves cara de judío? La gente de tu mismo país y los sacerdotes principales son
los que te han entregado. ¿Qué fue lo que hiciste?
Jesús le respondió:
—Yo no soy como los reyes de este mundo. Si lo fuera, mis ayudantes habrían
luchado para que yo no fuera entregado a los jefes de los judíos.
—Entonces
sí eres rey —replicó Pilato.
Y
Jesús le contestó: —Si tú lo dices... Yo, por mi parte, vine al mundo para
hablar acerca de la verdad. Y todos los que conocen y dicen la verdad me
escuchan.
—¿Y
qué es la verdad? —preguntó Pilato. […]
Cuando
Pilato oyó lo que decían, sintió más miedo. Volvió a entrar en el palacio,
llamó a Jesús y le preguntó: —¿De dónde eres?
Pero
Jesús no le contestó. Entonces Pilato le dijo: —¿No me vas a contestar? ¿Acaso
no sabes que tengo poder para mandar que te dejen libre, o para que mueras
clavado en una cruz?
Jesús le respondió:
—No tendrías ningún poder sobre mí, si Dios no te lo hubiera dado.
El hombre que me entregó es más culpable de pecado que tú.
A
partir de ese momento, Pilato buscó la manera de dejar libre a Jesús, pero la
gente gritó: —¡Si dejas libre a ese hombre, no eres amigo del emperador romano!
¡Cualquiera que quiera hacerse rey, es enemigo del emperador!
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