sábado, 23 de junio de 2012

Ejercer la ciudadanía como un deber cristiano, L. Cervantes-O.


24 de junio, 2012

Amados hermanos en Cristo, les hablo como si ustedes fueran extranjeros y estuvieran de paso por este mundo. […]
Para que nadie hable mal de nuestro Señor Jesucristo, obedezcan a todas las autoridades del gobierno. Obedezcan al emperador romano, pues él tiene la máxima autoridad en el imperio. Obedezcan también a los gobernantes. El emperador los ha puesto para castigar a los que hacen lo malo, y para premiar a los que hacen lo bueno. Dios quiere que ustedes hagan el bien, para que la gente ignorante y tonta no tenga nada que decir en contra de ustedes.
I Pedro 2.11, 13-15

1. La ciudadanía en la Biblia
Ciertamente estamos ante un concepto que no se encuentra como tal en buena parte de la Biblia, pues en la antigüedad no se manejó de la misma manera en que hoy lo hacemos, pues el sentido de pertenencia social e igualdad política no se experimentó como ha sucedido desde los inicios de la época moderna. Aun así, es posible delimitar sus contornos en el marco de una participación comunitaria que siempre se dio como parte de una comunidad étnica y racial que incorporaba a las personas sin una etiqueta social adicional a la establecida por el nacimiento por lo que todos eran hermanos/as, en igualdad de condiciones y derechos, aunque en la práctica esto no se cumpliera del todo. A esto se le añadió, cuando surgió la monarquía, el carácter de súbditos que vino a alterar el esquema de igualdad y colocó diferencias que se acentuaron durante los gobiernos de los reyes, sobre todo en el caso de los que asumieron el control del mismo modo que los monarcas de los pueblos vecinos.
Con la desaparición de la monarquía, los integrantes del pueblo continuaron en el esquema de súbditos, con el agregado de que ahora lo serían de gobernantes extranjeros, pues el grado variable de dependencia política que experimentaron sólo cambió de matices según la hegemonía de turno. En el libro de Daniel, aunque es fruto de otra época histórica, se aprecia claramente cómo los exiliados tenían ya la conciencia de que detrás de cualquier imperio estaba presente el gobierno divino, lo cual servía para esbozar formas de resistencia simbólica, cultural y espiritual mientras se abrigaba la esperanza de una transformación que volviese las cosas a su situación normal. La comprensión apocalíptica de los asuntos políticos fue una suerte de refugio y
Ya entrando al Nuevo Testamento, la práctica de la ciudadanía estaba dominada por el trasfondo social y cultural del ámbito griego, del cual proceden la palabra ciudadano (polités), emparentada directamente con política, dada su relación con la vida de las ciudades (polis). De ahí que el uso que encontramos en todo el NT depende del contexto socio-político de la época:

1. […] Los cristianos, que no tienen aquí morada permanente, están esperando esa ciudad futura (Heb 13.14; cf. Ap 3.12; 22, 4). La Jerusalén terrenal es sólo esbozo y sombra (Heb 8.5; 10.1), símbolo (Heb 9.9), de esa ciudad futura, pero que ya existe ahora en el cielo. Los que salen victoriosos de las persecuciones tienen en ella derecho de ciudadanía (Ap 3.12). La nueva Jerusalén descenderá sobre la tierra renovada (Ap 21.2.10 ss).
2. Politēs se presenta 4 veces en el NT, pero sin acento “político”, salvo en Hech 21.39, donde Pablo dice que él es ciudadano de Tarso.
3. Sympolitēs aparece en Ef 2.19 e indica que los étnico-cristianos gracias a Cristo tienen parte como conciudadanos en la llamada hecha a Israel, el pueblo de Dios.
4. Politeía se refiere en Hech 22, 28 al derecho de ciudadano romano, que poseía Pablo. En Ef 2.12 significa la posición privilegiada de Israel, desde el punto de vista histórico-salvífico, a la que ahora tienen acceso también los étnico-cristianos por la fe en Jesucristo.
5. Politēuma se presenta solamente en Flp 3.20: los cristianos pertenecen a una mancomunidad en el cielo; son “ciudadanos de derecho público” del reino de Cristo y de la ciudad celestial. De ahí brota la exhortación a no dejarse seducir por la ciudad terrenal.
6. Politeúomai se halla sólo en Hech 23.1 y Flp 1.27, donde se habla (según el modo de hablar judeo-helenístico) de un vivir de acuerdo con la fe.[1]

2. Nuevo Testamento, política y ciudadanía actual
En la segunda parte de la Biblia es posible esbozar al menos cuatro etapas en del desarrollo de la comprensión del Estado como realidad política y de la actitud que los creyentes pueden tener ante él. Ninguna de ellas es predominantemente normativa y todas forman parte, más bien, de una práctica que implicó a los protagonistas de los sucesos bíblicos de manera coyuntural aunque como resultado de sus profundas convicciones. En primer lugar, Jesús, con su actitud mesiánica, así fuera velada y hasta clandestina, entró a la arena política al ser visto como un adversario del César y sus representantes. Pero él se encargó, como se dice hoy, de “deslindarse” de la labor estrictamente política: si su labor al servicio del reino lo llevó a ese conflicto, no fue su propósito central, si bien sus acciones y afirmaciones proponían el cambio social de fondo. Por lo tanto, Jesús, sin ser apolítico, no se enfundó ninguna casaca y más bien entró en el esquema de cierto anarquismo, ante su sospecha sobre las autoridades civiles y religiosas. El momento más álgido del riesgo político para su labor fue la tentación sobre el poder (Mt 4.8-10).[2]
San Pablo, por su parte, recomienda en Ro 13.1-7 reconocer al Estado como establecido por Dios y señala que oponerse a él sería como oponerse a Dios. Esta postura aparentemente “gobiernista” estaba dominada por su autocomprensión como ciudadano (polités) que fue (Hch 22.25-29) y que le hizo percibir muy bien tal hecho como un recurso para ponerlo al servicio de la predicación del Evangelio. Pero el apóstol estaba muy consciente de que el Imperio Romano no podía estar al servicio de la misma, pues su propósito es eminentemente “policiaco” (Ro 13.3-5). Roberto Zwetsch encuentra en las epístolas varias orientaciones sobre el ejercicio cristiano de la ciudadanía:

En la car­ta a los Fi­li­pen­ses, Pa­blo es­cri­be cómo, a su mo­do de ver, una per­so­na cris­tia­na par­ti­ci­pa en la lu­cha por la ciu­da­da­nía. Así di­ce: “So­la­men­te pro­cu­ren or­de­nar su vi­da (¡po­li­teúest­he!) de acuer­do con la Bue­na Nue­va de Cris­to” [1.27]. Pa­blo, en pri­mer lu­gar, rea­fir­ma su con­vic­ción: el pue­blo cris­tia­no par­ti­ci­pa de la ciu­dad co­mo ciu­da­da­no. No es­tá afue­ra o más allá de la vi­da en so­cie­dad. Es­tá en­vuel­to en ella y en sus que­ha­ce­res. Par­ti­ci­pa de la ges­tión de la so­cie­dad ci­vil, de la ciu­dad  y del go­bier­no. Es­te re­co­no­ci­mien­to del va­lor de la ciu­da­da­nía co­mo vo­ca­ción cris­tia­na es de vi­tal im­por­tan­cia pa­ra la en­car­na­ción de la fe en la ac­tua­li­dad. Es­to quie­re de­cir, por ejem­plo, que si los cris­tia­nos par­ti­ci­pan de las or­ga­ni­za­cio­nes que lu­chan con­tra el ham­bre y la mi­se­ria o de los con­se­jos mu­ni­ci­pa­les que tra­tan del te­ma de la ni­ñez  y del ado­les­cen­te o que tra­tan de la sa­lud, ha­cen lo que co­rres­pon­de a la vi­ven­cia con­cre­ta de la fe en el mun­do. No es al­go op­cio­nal. Es com­pro­mi­so de acuer­do con la fe.[3]

Y agrega otros dos principios:

Así, en se­gun­do lu­gar, la per­so­na cris­tia­na de­be­rá ejer­cer su ciu­da­da­nía en co­he­ren­cia con el evan­ge­lio, de tal for­ma que su par­ti­ci­pa­ción en los des­ti­nos de la so­cie­dad ci­vil sea un tes­ti­mo­nio del amor de Cris­to. Ser dig­no del evan­ge­lio im­pli­ca  asu­mir pos­tu­ras éti­cas de res­pe­to al otro, de la ver­dad y de la hu­mil­dad. La per­so­na cris­tia­na sa­brá oír y con­tri­buir, es­ta­rá siem­pre lis­ta a arre­man­gar­se y en­su­ciar sus pies en el ba­rro de las lu­chas his­tó­ri­cas, aun­que es­to pue­da sig­ni­fi­car, en al­gu­nos ca­sos, pér­di­da de pres­ti­gio, ata­que al ho­nor per­so­nal, o en ca­sos lí­mi­te, ame­na­za a la vi­da (per­se­cu­ción y muer­te). Tal ejer­ci­cio de la ciu­da­da­nía no es al­go ape­nas in­di­vi­dual, co­mo si que­da­ra al cri­te­rio de ca­da uno lo qué ha­cer; es an­te to­do un es­fuer­zo co­mu­ni­ta­rio. En es­te sen­ti­do es que la co­mu­ni­dad es­tá ca­li­fi­ca­da y bus­ca per­ma­nen­te­men­te ca­li­fi­car­se pa­ra par­ti­ci­par, de for­ma or­ga­ni­za­da, de la ges­tión y de la trans­for­ma­ción de la vi­da en so­cie­dad.
En ter­cer lu­gar, tal par­ti­ci­pa­ción ten­drá co­mo cri­te­rio el evan­ge­lio de Cris­to. Es­to quie­re de­cir: a par­tir del evan­ge­lio, la ciu­da­da­nía es un de­re­cho vi­tal que orien­ta la ac­ción. Y es­te cri­te­rio es­tá con­subs­tan­cia­do en el men­sa­je de la li­ber­tad cris­tia­na, de la prác­ti­ca de la jus­ti­cia, del amor y del per­dón.[4]

Pedro, al parecer, secunda la idea paulina de que los gobiernos proceden de Dios y (I P 2.13) y de que su labor es “castigar a los malhechores”, aunque también alabar “a los que hacen bien” (2.14). Y aunque parte del principio de la extranjería o el peregrinaje del creyente en este mundo (2.11), su exhortación vale como un llamado a la práctica permanente de la justicia, a fin de no hacerse acreedores a sanciones por parte de las autoridades “seculares”, lo cual  representaría una “vergüenza” en el sentido ético, pues de los hijos/as de Dios sólo deben esperarse cosas buenas. En el Apocalipsis, finalmente, aparece la alternativa crítica y “opositora” hacia gobiernos injustos y totalitarios, pues la comprensión “moderada” del Estado como “árbitro social” o “policía” es sustituida por una actitud profundamente profética que señala y enjuicia a un Estado criminal y anti-cristiano. El anuncio de que ese modelo estatal caerá (Ap 18) es señal de la evolución del pensamiento cristiano hacia posturas intransigentes en el terreno político, las cuales procedían de un claro enfrentamiento ideológico y espiritual con el Imperio Romano. Esta orientación, que no siempre fue leída así, implica que la fe puede tener resonancias políticas no necesariamente previstas en la afirmación de las creencias y que las comunidades pueden verse “orilladas” a una toma de postura clara en situaciones concretas. Los/as creyentes que refleja el Apocalipsis lo hicieron así y algunos de ellos pagaron con su vida tal opción, aunque otros negociaron con el poder, como sucede en ocasiones también.[5]



[1] H. Bietenhard, “Polis, polités…”, L. Coenen et al., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Vol. III. Salamanca, Sígueme, 1990, p. 448.
[2] Cf. O. Cullmann, Jesús y los revolucionarios de su tiempo. Culto, sociedad, política. Madrid, Studium, 1973, pp. 54-56; e Idem, El Estado en el Nuevo Testamento. Madrid, Taurus, 1966. El que la actitud de los primeros cristianos ante el Estado no sea acorde, sino que parece ser contradictoria, guarda relación con el concepto complejo de [que el Estado es] ‘provisional’. Hago hincapié: parece ser así. Pensemos, por ejemplo, en Rom 13, 1: "Sométase toda persona a las autoridades superiores"; y junto a esto, el Apocalipsis de Juan 13, 1ss, donde el Estado es la bestia que sale del abismo".

[3] R. Zwetsch, “Bi­blia y ciu­da­da­nía. Re­fle­xio­nes, sin ma­yo­res pre­ten­sio­nes, acer­ca de un te­ma can­den­te”, en RIBLA, núm. 32, www.claiweb.org/ribla/ribla32/biblia%20y%20ciudadania.html.

[4] Idem.
[5] Jorge Pixley, “Las persecuciones: El conflicto de algunos cristianos con el Imperio”, en RIBLA, núm. 7, http://www.claiweb.org/ribla/ribla7/las%20persecuciones.htm.

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