Walter Brueggemann
El salmo 119 no sólo es el más extenso de los
cantos de la Toráh sino el más largo de todos los salmos. Si no se reconoce su
intento estructural puede llamar la atención por su monotonía y aburrida redundancia.
Pero su creación es, de hecho, una realización intelectual masiva. Es un salmo
acróstico maravillosamente labrado. (El mismo mecanismo del salmo 45, donde se
usa sucesivamente una letra al inicio de cada línea hasta recorrer todo el
alfabeto. En aquel salmo la estructura pretendía capacitar para una plena
alabanza, aquí, para ofrecer plena obediencia.) La característica notable aquí
es que cada letra del alfabeto contiene ocho versos sucesivos antes de que el
poema pase a la siguiente letra. En términos artísticos, es como si tuviéramos aquí
ocho poemas acrósticos simultáneos. Eso hace al salmo tan largo y tan
estilizado. Es una lástima que tal logro se pierda inevitablemente en la
traducción.
Para apreciar el
salmo, nos debemos preguntar por qué habría alguien de trabajar tan intensa y
rigurosamente este tema. Se nos ocurren tres razones posibles: primera, el
salmo es deliberadamente didáctico. Refleja el trabajo de un maestro de clase.
Su objetivo no es casual. Pretende instruir al joven en el abc de la obediencia
a la Toráh. Segunda, el salmo quiere hacer una afirmación comprensiva de la
adecuación de una vida orientada por la Toráh. Afirma que la Toráh cubrirá
todas las facetas de la existencia humana, de la A a la Z. No hay crisis humana
o tema en el que necesitemos salir fuera del campo de la obediencia de la Toráh
para vivir plenamente. Tercero, el intento dramático es encontrar una forma
proporcional al mensaje. El mensaje es que la vida es segura y plenamente
simétrica cuando se respeta la Toráh. Así, el salmo proporciona una experiencia
literaria pedagógica de seguridad y plena simetría. Una vida ordenada por la
Toráh es segura, previsible y completa como la dinámica del salmo.
Cuando somos conscientes de la forma, no necesitamos decir mucho más
sobre la sustancia. Pero podemos hacer dos observaciones. Primera, la Torán no
es una letra muerta (II Cor 3.2-6), sino un agente activo vivificador. Esto es,
la Toráh no es sólo una serie de reglas sino un modo de presencia del Dios que
da la vida (Cf. Dt 4.7-8). La obediencia a la Toráh es fuente de luz, de vida,
de alegría, de satisfacción, de deleite. Ciertamente, “deleite” (shaíaí) es una repetida respuesta a la
Toráh (vv. 16, 24, 47, 70, 77, 92, 143, 174). La Toráh no es una carga sino un
modo de existencia gozosa. El poder activo vivificador de la Toráh se refleja también en el salmo 19.7-9, en
el que la Toráh es restauradora de vida.
Los
maestros de este salmo no están preocupados o seducidos por el legalismo. No
consideran que los mandamientos sean restrictivos o pesados. Más bien son
personas que han decidido algunos básicos compromisos de vida. Saben a quién
les compete, y responderán. Por tanto, saben quiénes son y han establecido, en
buena parte, la postura moral hacia la vida, que asumirán. Hay un enfoque de la
vida, una ausencia de frenético dilema moral. Un sentido de prioridades
acompañado de ausencia de ansiedad. En un mundo bien ordenado, tal decisión
puede salvarnos de un desgastante e interminable reinventar la decisión moral.
Debido a que el mundo se mantiene unido la forma de obediencia es segura y el
resultado no es la opacidad o la amargura sino la libertad. Dos veces usa el
salmo la palabra rehob, “lugar
grande”: “Corro por el camino de tus mandamientos,/ pues tú mi corazón dilatas”
(v. 32). “Y andaré por camino anchuroso,/ porque tus ordenanzas voy buscando”
(v. 45).
Aquí se
contraría nuestro prejuicio moderno que ve los mandamientos como algo
restrictivo. Éstos liberan y dan a la gente espacio en el cual ser humanos.
Este salmo nos instruye en la necesidad, posibilidad y deleite de establecer
los temas fundamentales de identidad y vocación. La Toráh viviente nos exige
mantener abiertas opciones sobre quiénes seremos.
Segundo,
los maestros en este salmo no son simplistas o reduccionistas. No imaginan que
la vida pueda reducirse a un mandamiento de vida monodimensional. Más bien, la
obediencia a la Toráh es un punto de partida, una plataforma de lanzamiento,
desde donde montar una conversación progresiva con Dios a través de la experiencia
cotidiana. Así, el salmo no es estrechamente inegnuo acerca de la Toráh como
podría indicar un primer vistazo. Explora una variedad de temas relacionados
con la fe. Cumplir la Toráh no es toda la fe bíblica pero sí el punto
indispensable de partida. A partir de una sólida orientación en la obediencia
el salmo explora luego otros temas. Incluye una queja contra Dios que pregunta:
“¿Cuánto tiempo?” (vv. 82-86). Le pide a Dios que actúe con amor firme hacia el
siervo de la alianza (vv. 76, 124, 149; cf. 33.5, 18, 22). Anticipa la paz (v.
165). Para entrar en la piedad de este salmo debemos romper ese estereotipo de
retribución regularmente asignada aquí. No es un salmo de regateo sino un salmo
de plena confianza y sumisión. En cierto modo se equipara a la prosa narrativa
de Job 1-2 que lucha contra el mismo estereotipo. En esa narrativa tampoco se
arguye que “la gente buena prosperará y la mala sufrirá”. Más bien, es
simplemente una afirmación de una declaración de confianza y sumisión a un Dios
que ha resultado ser bueno y generoso.
El
salmo 119 es estructurado así, con sofisticación delicada sobre la vida del
espíritu. Por un lado, entiende que la vida con Yahvé es una calle de doble
sentido. Los que guardan la Toráh tienen derecho a esperar algo de Yahvé. La
obediencia da entrada a buscar la atención de Dios, y el don de Dios. Aunque
muy cercano a ello este salmo no regatea. Este es el lenguaje de alguien que
tiene acceso no por arrogancia sino por sumisión. El lenguaje no es
indebidamente irrespetuoso y sí no-estridente. Es vincular una expectativa
legítima entre socios que han aprendido a confiar mutuamente.
Por otro lado, estas
legítimas expectativas de Dios tienen un tinte evangélico. Finalmente,
habiéndose ganado el derecho a hablar, no obstante el autor se arroja en la
misericordia de Dios y espera un impulso divino —impulso libre, destrabado, sin
coerción, proveniente de Dios. Hay, por supuesto, cierta comodidad y
conveniencia en recordar la Toráh (v. 52). Pero finalmente, el salmo no
sobrevalora la Toráh: la herencia del que habla es Yahvé, no la Toráh (v. 57),
ni ésta lo es del que la guarda. Así la Toráh se convierte en punto de entrada
para explorar toda la gama de interacciones con Yahvé. Claramente este salmo
prueba, más allá de la formulación simplista del salmo 1. Una vida de plena
obediencia no es una conclusión de fe: es punto de partida y acceso a una vida
plena de comunión múltiple con Dios. Una vida así vive por misericordia y no
por obediencia (v. 77).
El mensaje de los salmos. México, Universidad Iberoamericana, 1998 (Palabra viva, 2), pp. 54-58.
El mensaje de los salmos. México, Universidad Iberoamericana, 1998 (Palabra viva, 2), pp. 54-58.
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“EN AMÉRICA LATINA SE HA CAMBIADO LA PROCLAMACIÓN POR LA
ADORACIÓN”: ENRIQUE MONTENEGRO
Protestante Digital, 9 de agosto de 2012
Pese a llevar 23 años viviendo en España, Enrique
Montenegro, pastor y misionero argentino, mantiene vínculos con numerosas
iglesias evangélicas en Latinoamérica. Sigue ministrando en diferentes naciones
y viaja más de 100.000 millas aéreas anuales. “Mi trabajo con la Cooperación Misionera
Iberoamericana (Comibam Internacional) me ha dado el privilegio de conocerles y
ser conocido, exceptuando Cuba, Ecuador y Nicaragua, donde no he tenido la
oportunidad de ministrar, frecuentemente estoy ministrando en todas las demás
naciones”, explica. […]
La iglesia
latinoamericana
Considera Montenegro que la mayor fortaleza de la Iglesia
Latinoamericana es “su gran expansión, su inmenso crecimiento numérico y su
mayor compromiso social”. Como reflejo de esto último menciona “el servicio al prójimo supliendo
las necesidades básicas, y los innumerables centros de rehabilitación, trabajo
social, orfanatos, hogares de ancianos, escuelas, universidades, etcétera, que
se han levantado por el obrar de la iglesia en América Latina”.
Respecto al lado más débil de la Iglesia latinoamericana, observa que es
justamente la otra cara de su propia fortaleza. “El gran crecimiento numérico
ha hecho que la mayoría de las iglesias se centren en sí mismas olvidando el
mandato del Señor que nos encomendó alcanzar a todas las naciones. Por causa de
su propia dinámica, las iglesias en América Latina han dado lugar a una
generación de adoradores, a cambio de perder una generación de evangelizadores, y eso es tergiversar
el sentido de la propia existencia de la Iglesia”, señala. Añade también que
“se ha cambiado la proclamación por la adoración, olvidando que hay más gozo en
el cielo por uno que se arrepiente que por noventa y nueve justos que estén
reunidos celebrando cultos de adoración”.
Autoridad impuesta
Un tema
polémico en países de América Latina es la ola de “profetas” y “apóstoles” que
recorre el continente. Al respecto, Enrique Montenegro afirma que cree en la
existencia actual de los cinco ministerios, “pero, lamentablemente, ni todo el
que dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, como tampoco todo el
que se llama (o se hace llamar) Apóstol lo es”.
Montenegro reconoce “el desparpajo de muchos en tratar
de tener el titulo sin el oficio”, lo cual conlleva “tratar de imponer una
autoridad que nadie les ha dado y pretender hacerlo sobre quienes no han
engendrado”. Señala
también que “muchos desvirtúan el oficio ofreciendo su supuesta ‘cobertura’
sobre obreros y congregaciones que ellos no han levantado ni han engendrado. Consecuentemente
esta manera de actuar trae un gran perjuicio para la iglesia local por causa de
las divisiones que se originan con estas actitudes poco éticas y para nada
bíblicas”. Como contrapartida, dice que “muchos obreros locales oportunistas,
ven una ocasión para ‘ponerse bajo una cobertura’ de alguno de estos
ministerios que ejercen a 10.000 Km de distancia, a fin de poder hacer lo que
quieren sin rendir cuentas a nadie localmente”. Señala también que
“lamentablemente esta corriente, ya ha llegado también a España”.
Guerra espiritual territorial
En cuanto a
los profetas, el pastor afirma que cree en la profecía y añade que el papel de
la misma es totalmente claro en las escrituras para con la Iglesia: “Es para
edificación, consolación y exhortación. No para dirección”. Reconoce Montenegro
que “algunos/as pretenden tener una palabra gobernante para la iglesia sin
querer admitir ningún análisis o cuestionamientos sobre sus dichos, siendo que
la Biblia manda examinarlo todo y retener lo bueno, lo que implica que no
siempre todo lo que se dice es lo correcto”.
El
misionero señala como “tema preocupante” la ya famosa guerra espiritual
territorial, que ha tomado el lugar de la evangelización. “Es más fácil decir que ‘batallo sobre los
aires de un país para que sea salvo’, que ir y predicar la palabra a los que
viven bajo ese territorio. Hemos suplantado la predicación por la oración.
Mientras que la Biblia declara que la gente creerá por escuchar la Palabra”.
Grandes ministerios
En cuanto a
los llamados “grandes ministerios” que se han levantado en América Latina,
Enrique Montenegro opina que “los hay de todo tipo” y que “sin duda alguna Dios
está haciendo algo nuevo en el continente”. Afirma tener el privilegio de conocer y tener amistad con muchos de los
que hoy pastorean inmensas congregaciones y reconoce que humildemente valora
muchísimo el trabajo de muchos de ellos.
“El lado
negativo es que el progreso de muchos que han trabajado honestamente, ha
desatado una cierta competencia en otros muchos ministerios por tratar de
demostrar quién tiene la iglesia más grande. Paralelamente, mientras algunos
parecen competir, otros tratan de imitar el modelo sin valorar ni el costo, ni
el llamado peculiar, ni mucho menos la manera de conseguir los resultados”,
explica Montenegro. […]
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