26 de agosto, 2012
En
efecto, la palabra de Dios es fuente de vida y de eficacia; es más cortante que
espada de dos filos y penetra hasta dividir lo que el ser humano tiene de más
íntimo, hasta llegar a lo más profundo de su ser, poniendo al descubierto los más secretos pensamientos e intenciones.
Hebreos 4.12, La Palabra, SBU
Históricamente,
es posible advertir en las Escrituras sagradas diversos episodios en los que la
revelación de Dios se opuso radicalmente a las intenciones humanas de someter
el designio supremo y eterno a los intereses del momento, políticos o religiosos.
Cada vez que esto sucedía, el ímpetu profético con que se divulgó la voluntad de
Dios entraba en fuerte conflicto con las personas e instituciones que intentaban
sesgar esa voluntad a su favor, incluso en los niveles más sencillos. El choque
inevitable entre esas dos perspectivas tan opuestas en ocasiones tuvo
consecuencias fatales, derivadas de las acciones, sobre todo, de gobernantes
empeñados en hacer prevalecer sus proyectos por encima de los designios
superiores de Dios. En muchos de esos casos, los dilemas provenían de las
diversas interpretaciones de la revelación, pues los rumbos que ésta quería
imponer al pueblo y a las personas en particular no se mostraban inmediatamente
ni de manera unívoca.
Así, es posible ver, por ejemplo, cómo desde los tiempos de Abraham cómo
se intentó modificar el destino de la alianza que Dios había hecho con él, a partir
de las fobias, temores y deseos que lo embargaron tantas veces, sobre todo
cuando estuvo en peligro de muerte. La manera en que pretendió engañar al
faraón acerca de la identidad de su esposa es una muestra de ello (Gn 12.10-20).
Y podrían enumerarse cientos de situaciones en las que los seres humanos
pretendieron enmendar la plana de los caminos de la revelación divina: ¡vaya conflictos
que enfrentaron! Pues si en el nivel personal los hubo, en el comunitario,
social o nacional las cosas fueron más complejas aún y los testimonios están a
la mano para constatarlo: idolatría, mortandad, decisiones equivocadas, confrontaciones
directas entre profetas falsos y verdaderos, humillaciones, crímenes, exilios…
La propia carta sufrió el rechazo de sus primeros lectores.[1]
El autor de la carta los Hebreos (cap. 4) al profundizar en el
simbolismo del sábado y cómo esa realidad es tomada por Dios para “introducir
en su reposo al pueblo”, esto es, proporcionarle bienestar, paz y estabilidad
en todos los sentidos, se refiere, incidentalmente, a las características más
difícilmente tolerables de la Palabra divina, justamente aquellas que ocasionan
los problemas de interpretación, obediencia y aplicación de la voluntad divina
en el mundo. Precisamente el capítulo comienza con una advertencia para
alcanzar el cumplimiento de esa promesa y se recuerda que quienes la escucharon
por primera vez no disfrutaron su cumplimiento (vv. 1-2). Y es que “entrar en el descanso de Dios” significa
la situación más deseable y placentera que se pueda imaginar, pues es una
situación jubilar anunciada como compensación posible de tantas encrucijadas históricas
negativas y decepcionantes. El horizonte del descanso surge después del trabajo
y la lucha constantes. Dios, dicen los vv. 6-7, ofrece una nueva oportunidad
para entrar en él, ahora a través de Jesucristo, por supuesto, en nuevas y
singulares condiciones.
El sábado es leído en circunstancias muy distintas, pues no se busca
reinstalarlo como centro cotidiano de la vida litúrgica sino más bien partir de
él de manera simbólica para apreciar la obra redentora de Dios en Jesucristo. De
ahí surge la exhortación previa a las afirmaciones sobre la Palabra divina: “Esforcémonos,
pues, nosotros por entrar en el descanso que Dios ofrece para que nadie perezca
siguiendo el ejemplo de aquellos rebeldes.” (v. 11). Con eso en mente,
la mención directa sobre las forma en que actúa la revelación escrita de Dios,
que es viva y eficaz, esto es, pertinente siempre ante las necesidades humanas,
y cortante, penetrante e incisiva,
pues ataca los prejuicios, deseos y
mezquindades con que se le quiera imponer a la vida humana en nombre de otros
valores o poderes que nunca serán superiores a ella. Los dos filos a los que alude
el texto aluden a que la proclamación profética de la voluntad de Dios siempre
será anuncio y denuncia, pues la parte positiva y propositiva, para quienes están
deseosos de obedecerla, será un bálsamo y una promesa, pero para quienes se
oponen, juicio y rechazo explícito de su injusticia. Esta dualidad puede
resultar complicada y difícil de aceptar, pero forma parte constitutiva de la
aplicación histórica de los designios divinos, pues los valores del Reino de
Dios son y serán innegociables con los poderes e ideologías dominantes.
La palabra discierne, y para
hacerlo tiene que cortar y mostrar, en el sentido casi negativo de exhibir lo
malo, lo negativo, lo que es opuesto al designio benevolente de Dios.[2] Cuando hace todo eso, tiene que provocar dolores y molestias. Por otra parte, la manera en que penetra la Escritura y es capaz de
desvelar los pensamientos más profundos nos habla de su relación irrestricta
con la verdad y la manifestación presente y futura de la misma, pase lo que
pase y caiga quien caiga. Esta categórica afirmación de que la Palabra no
transige con la mentira ni con la falta de transparencia es un reconocimiento
de su capacidad reveladora en todos los sentidos.
[1]
Cf. Pablo Richard, “Los orígenes del cristianismo en Roma”, en RIBLA, núm. 29, http://claiweb.org/ribla/ribla29/los%20origines%20del%20cristianismo%20en%20Roma.html:
“Hebreos busca que la comunidad de Roma abandone toda forma de adherencia
al judaísmo y busca impedir una judaización levítica del culto y de la teología
de la comunidad cristiana. La tradición del 4º Evangelio irá aún más lejos, al
considerar la Ley como la Ley de los judíos, y el Sábado, Pascua y Tabernáculos
como las fiestas “de los judíos” y propondrá un culto “en Espíritu y en
Verdad”. La carta a los Hebreos de Roma está más allá de la carta de Pablo a
los Romanos, pero no es todavía tan radical como la tradición juanea. La carta
a los Hebreos no fue aceptada por la comunidad de Roma, se dudó de su autenticidad
hasta el siglo IV (en oriente sí fue aceptada). No se la consideraba carta
auténtica de Pablo. Pero tuvo ciertamente un influjo en la comunidad de Roma,
como se ve por las citas que hace de ella 1 Clemente”.
[2] Cf. Samuel Pérez Millos, Comentario exegético al Nuevo Testamento. Hebreos. Terrassa, CLIE,
2009, p. 241.
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