12 de agosto, 2012
Yo
estoy a tu servicio;/ trátame bien, y cumpliré tus órdenes./ Estoy de paso en
este mundo;/ dame a conocer tus mandamientos./ ¡Ayúdame a entender/ tus
enseñanzas maravillosas!
Salmo 119-17-19
El Salmo 119 es
el gran monumento a la revelación escrita de Dios en la historia. Es, además,
una suma de reconocimientos a la Ley divina que brotó de un amplio conjunto de corazones
agradecidos. Es también, el testimonio de fe que a través de mucho tiempo los
lectores/as asiduos de los textos sagrados expresaron para afirmar la
centralidad de su mensaje en las situaciones que vivieron. La voz lírica se une
a la celebración y se desdobla en una serie de consideraciones acumuladas en la
conciencia de las comunidades acerca de la manera en que los decretos eternos
de Dios, que aún se encontraban en el proceso de redacción, habían interactuado
con los sucesos históricos y habían dado luz para la fe, la acción y el
pensamiento de los y las creyentes.
Tal vez ha sido el biblista Walter Brueggemann quien en lo últimos tiempos
mejor ha resumido la forma y el espíritu que caracterizan a esta obra maestra
de la fe poética inspirada por la revelación divina, cuando explica,
inicialmente:
El
salmo 119 no sólo es el más extenso de los cantos de la Toráh sino el más largo
de todos los salmos. Si no se reconoce su intento estructural puede llamar la
atención por su monotonía y aburrida redundancia. Pero su creación es, de
hecho, una realización intelectual masiva. Es un salmo acróstico
maravillosamente labrado. (El mismo mecanismo del salmo 45, donde se usa
sucesivamente una letra al inicio de cada línea hasta recorrer todo el
alfabeto. En aquel salmo la estructura pretendía capacitar para una plena
alabanza, aquí, para ofrecer plena obediencia.) La característica notable aquí
es que cada letra del alfabeto contiene ocho versos sucesivos antes de que el
poema pase a la siguiente letra. En términos artísticos, es como si tuviéramos
aquí ocho poemas acrósticos simultáneos. Eso hace al salmo tan largo y tan
estilizado. Es una lástima que tal logro se pierda inevitablemente en la
traducción.
Para apreciar el salmo, nos debemos preguntar por qué
habría alguien de trabajar tan intensa y rigurosamente este tema. Se nos
ocurren tres razones posibles: primera, el salmo es deliberadamente didáctico.
Refleja el trabajo de un maestro de clase. Su objetivo no es casual. Pretende
instruir al joven en el abc de la obediencia a la Toráh. Segunda, el salmo
quiere hacer una afirmación comprensiva de la adecuación de una vida orientada
por la Toráh. Afirma que la Toráh cubrirá todas las facetas de la existencia
humana, de la A a la Z.[1]
Las primeras palabras del salmo, el pórtico con que se introduce la
vasta celebración, es elocuente. “Dios, tú bendices/ a los que van por buen
camino,/ a los que de todo corazón/ siguen tus enseñanzas./ Ellos no hacen nada
malo:/ sólo a ti te obedecen./ Tú has ordenado/ que tus mandamientos/ se
cumplan al pie de la letra” (vv. 1-4). Dan por sentado que el contacto estrecho
con las Sagradas Escrituras siempre será motivo de bendición y que el
detenimiento con que se lean, aprendan y reflexión continuamente producirá
buenos frutos, primeramente en la conciencia: “Quiero corregir mi conducta/ y
cumplir tus mandamientos./ Si los cumplo,/ no tendré de qué avergonzarme./ Si
me enseñas tu palabra,/ te alabaré de todo corazón/ y seré obediente a tus
mandatos./ ¡No me abandones!” (vv. 5-8). La persona amante de la ley de Dios
interioriza el mensaje y se pregunta sobre sí mismo, además de que sabe que
quien le habla allí constantemente desea lo mejor para él o ella.
Como agrega Brueggemann:
No hay crisis humana o tema en el que necesitemos salir fuera del campo de la obediencia de la Toráh para vivir plenamente. Tercero, el intento dramático es encontrar una forma proporcional al mensaje. El mensaje es que la vida es segura y plenamente simétrica cuando se respeta la Toráh. Así, el salmo proporciona una experiencia literaria pedagógica de seguridad y plena simetría. Una vida ordenada por la Toráh es segura, previsible y completa como la dinámica del salmo.
Cuando somos conscientes de la forma, no necesitamos
decir mucho más sobre la sustancia. Pero podemos hacer dos observaciones.
Primera, la Torán no es una letra muerta (II Cor 3.2-6), sino un agente activo
vivificador. Esto es, la Toráh no es sólo una serie de reglas sino un modo de
presencia del Dios que da la vida (Cf. Dt 4.7-8). La obediencia a la Toráh es
fuente de luz, de vida, de alegría, de satisfacción, de deleite. Ciertamente,
“deleite” (shaíaí) es una repetida
respuesta a la Toráh (vv. 16, 24, 47, 70, 77, 92, 143, 174). La Toráh no es una
carga sino un modo de existencia gozosa. El poder activo vivificador de la
Toráh se refleja también en el salmo 19.7-9, en el que la Toráh es restauradora
de vida. (pp. 55-56)
En la siguiente sección, las palabras se modulan para avanzar en la
reflexión sobre los mandatos divinos: “Sólo obedeciendo tu palabra/ pueden los
jóvenes corregir su vida./ Yo te busco de todo corazón/ y llevo tu palabra en
mi pensamiento./ Manténme fiel a tus enseñanzas/ para no pecar contra ti./ ¡Bendito
seas, mi Dios!/ ¡Enséñame a obedecer tus mandatos!” (vv. 9-12). Ahora se
plantea el horizonte vital, la forma en que la Ley puede conducir la vida desde
un principio, de ser posible, y de cómo habrá múltiples satisfacciones en ello.
Con todo, la perspectiva dominante no es la del legalismo:
Los
maestros de este salmo no están preocupados o seducidos por el legalismo. No
consideran que los mandamientos sean restrictivos o pesados. Más bien son
personas que han decidido algunos básicos compromisos de vida. Saben a quién
les compete, y responderán. Por tanto, saben quiénes son y han establecido, en
buena parte, la postura moral hacia la vida, que asumirán. Hay un enfoque de la
vida, una ausencia de frenético dilema moral. Un sentido de prioridades
acompañado de ausencia de ansiedad. En un mundo bien ordenado, tal decisión
puede salvarnos de un desgastante e interminable reinventar la decisión moral.
Debido a que el mundo se mantiene unido la forma de obediencia es segura y el
resultado no es la opacidad o la amargura sino la libertad. Dos veces usa el
salmo la palabra rehob, “lugar grande”: “Corro por el camino de tus
mandamientos,/ pues tú mi corazón dilatas” (v. 32). “Y andaré por camino
anchuroso,/ porque tus ordenanzas voy buscando” (v. 45). (p. 56)
En la siguiente sección, las palabras se modulan para avanzar en la
reflexión sobre los mandatos divinos: “Sólo obedeciendo tu palabra/ pueden los
jóvenes corregir su vida./ Yo te busco de todo corazón/ y llevo tu palabra en
mi pensamiento./ Manténme fiel a tus enseñanzas” (vv. 9-12). “Llevar la palabra
en el pensamiento” es una de las mejores definiciones de la familiaridad y el
amor por la palabra divina, pues no basta con encariñarse con ella sino hay que
sentirse desafiados por ella. La corrección de la vida no es un esfuerzo
transitorio: es intensivo y autocrítico. Los mandamientos divinos son
liberadores y genuinamente esperanzadores sobre el presente y el futuro:
Aquí
se contraría nuestro prejuicio moderno que ve los mandamientos como algo
restrictivo. Éstos liberan y dan a la gente espacio en el cual ser humanos.
Este salmo nos instruye en la necesidad, posibilidad y deleite de establecer
los temas fundamentales de identidad y vocación. La Toráh viviente nos exige
mantener abiertas opciones sobre quiénes seremos.
Segundo, los maestros en este salmo no son simplistas
o reduccionistas. No imaginan que la vida pueda reducirse a un mandamiento de
vida monodimensional. Más bien, la obediencia a la Toráh es un punto de
partida, una plataforma de lanzamiento, desde donde montar una conversación
progresiva con Dios a través de la experiencia cotidiana. Así, el salmo no es
estrechamente inegnuo acerca de la Toráh como podría indicar un primer vistazo.
Explora una variedad de temas relacionados con la fe. Cumplir la Toráh no es
toda la fe bíblica pero sí el punto indispensable de partida. A partir de una
sólida orientación en la obediencia el salmo explora luego otros temas. Incluye
una queja contra Dios que pregunta: “¿Cuánto tiempo?” (vv. 82-86). Le pide a
Dios que actúe con amor firme hacia el siervo de la alianza (vv. 76, 124, 149;
cf. 33.5, 18, 22). Anticipa la paz (v. 165). Para entrar en la piedad de este
salmo debemos romper ese estereotipo de retribución regularmente asignada aquí.
No es un salmo de regateo sino un salmo de plena confianza y sumisión. En
cierto modo se equipara a la prosa narrativa de Job 1-2 que lucha contra el
mismo estereotipo. En esa narrativa tampoco se arguye que “la gente buena
prosperará y la mala sufrirá”. Más bien, es simplemente una afirmación de una
declaración de confianza y sumisión a un Dios que ha resultado ser bueno y
generoso. (pp. 56-57)
En el espíritu del Deuteronomio, quien habla en el salmo practica la
mnemotecnia y la repetición, a sabiendas de que esos ejercicios no son
solamente “calistenia mental”, pues se trata de una reflexión permanente sobre
el significado de los testimonios divinos. Los ecos del salmo 19 son claros: “Siempre
estoy repitiendo/ las enseñanzas que nos diste./ En ellas pongo toda mi
atención,/ pues me hacen más feliz/ que todo el oro del mundo./ Mi mayor placer
son tus mandatos;/ jamás me olvido de ellos” (vv. 13-15).
El
salmo 119 es estructurado así, con sofisticación delicada sobre la vida del
espíritu. Por un lado, entiende que la vida con Yahvé es una calle de doble
sentido. Los que guardan la Toráh tienen derecho a esperar algo de Yahvé. La
obediencia da entrada a buscar la atención de Dios, y el don de Dios. Aunque
muy cercano a ello este salmo no regatea. Este es el lenguaje de alguien que
tiene acceso no por arrogancia sino por sumisión. El lenguaje no es
indebidamente irrespetuoso y sí no-estridente. Es vincular una expectativa
legítima entre socios que han aprendido a confiar mutuamente. (p. 57)
Esta relación con la Palabra conduce inevitablemente al servicio, (“Yo
estoy a tu servicio;/ trátame bien, y cumpliré tus órdenes./ Estoy de paso en
este mundo;/ dame a conocer tus mandamientos./ ¡Ayúdame a entender/ tus
enseñanzas maravillosas!/ Todo el día siento grandes deseos/ por conocerlas”
(vv. 16-20), pues la lucha contra la teoría de la retribución no es nada fácil,
pero existen posibilidades de obtener beneficios reales y legítimos por esta
disposición. De ahí la necesidad de releer el texto en clave neo-testamentaria
y mediante una adecuada concepción de la revelación escrita:
Por
otro lado, estas legítimas expectativas de Dios tienen un tinte evangélico.
Finalmente, habiéndose ganado el derecho a hablar, no obstante el autor se
arroja en la misericordia de Dios y espera un impulso divino —impulso libre,
destrabado, sin coerción, proveniente de Dios. Hay, por supuesto, cierta
comodidad y conveniencia en recordar la Toráh (v. 52). Pero finalmente, el
salmo no sobrevalora la Toráh: la herencia del que habla es Yahvé, no la Toráh
(v. 57), ni ésta lo es del que la guarda. Así la Toráh se convierte en punto de
entrada para explorar toda la gama de interacciones con Yahvé. Claramente este
salmo prueba, más allá de la formulación simplista del salmo 1. Una vida de
plena obediencia no es una conclusión de fe: es punto de partida y acceso a una
vida plena de comunión múltiple con Dios. Una vida así vive por misericordia y
no por obediencia (v. 77). (pp. 57-58)
Finalmente, al voltear la mirada y observar lo que puede ocasionar el
olvido o menosprecio de las Escrituras para la vida diaria, las conclusiones
son ambiguas: quien prosigue en ese camino puede alcanzar bendiciones y obtener
recursos para los días difíciles. Quien no lo haga así, corre más riesgos ante
las contingencias cotidianas: “¡Qué lástima me dan/ los que no cumplen tus
mandamientos!/ ¡Tú reprendes a esos orgullosos!/ No permitas que me desprecien/
pues siempre obedezco tus mandatos./ Los poderosos hacen planes contra mí,/ pero
yo sólo pienso en tus enseñanzas./ Ellas me hacen feliz, y me dan buenos
consejos” (vv. 21-24).
[1] W. Brueggemann, El
mensaje de los salmos. México, Universidad Iberoamericana, 1998 (Palabra
viva, 2), pp. 54-55.
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