26 de enero, 2014
Tú, en cambio, has seguido de cerca mi enseñanza, mi estilo
de vida y mis proyectos. Has imitado mi fe, mi mansedumbre, mi amor y mi
paciencia (jupomoné).
II Timoteo 3.10, La Palabra (Hispanoamérica)
La
segunda carta a Timoteo, perteneciente a esa zona de la iglesia cristiana
deudora del esfuerzo de San Pablo por configurar su presencia en el mundo,
muestra una fuerte insistencia en la fidelidad al legado doctrinal recibido. Para
lograrlo, recomienda persistir en los énfasis doctrinales o teológicos paulinos,
puesto que la transmisión de la responsabilidad ejercida por el apóstol era
vista como la concentración del Evangelio mismo, a tal grado que esa labor se
convirtió en un auténtico “paradigma pastoral”, a partir del cual podrían
evaluarse las subsecuentes prácticas de la misma tarea. Se trataba de “releer a
Pablo una generación después” y de resistir la influencia de esas nuevas ideas (haeresis) mediante una intensa enseñanza
de la verdad, valiéndose tanto de las Escrituras (316-17) como de la propia
tradición que Pablo había dejado (1.13-14).Néstor Míguez explica el
contexto de la epístola situándola en su perspectiva social y eclesial:
2 Tim puede
considerarse más “paulina”, en tono, tiempo y en sus líneas teológicas
generales, que las otras pastorales. Es, en alguna medida, como un “testamento
paulino” (4.6-8). Su autor ha reunido en un escrito algunas consideraciones y
recuerdos de su relación con Pablo, ha recuperado los consejos de éste, y les
ha dado forma epistolar. La carta tiene un tono que por momentos se vuelve
íntimo y apela a la cotidianeidad, con abundantes referencias a personas y
hechos que están en la memoria inmediata de los protagonistas. Con todo,
comparte con las otras pastorales un tono más autoritario y una preocupación
por el orden eclesial, que si bien presente en las cartas a las iglesias, aquí
aparece más fuerte. La iglesia ya es un lugar de discusión doctrinal, y la
tarea de enseñanza va adquiriendo un lugar cada vez más importante, lo que
señala la presencia de nuevas generaciones, nacidas en familias donde ya hay
conversos, de la cual el propio Timoteo podría ser un ejemplo (Hch 16.1).[1]
La carta abre con redoblado impulso en la
exhortación a la fidelidad, subrayando los dones recibidos de Dios y
formalizados por la naciente institución de la iglesia (1.6). Pablo, como
maestro transmisor de la “auténtica enseñanza” (1.13) era la autoridad de
referencia para cualquiera que deseara colaborar en el proyecto comunitario
cristiano. En el cap. 2 la exhortación sigue siendo personalizada, aunque ahora
la firmeza y la fidelidad son presentadas como exigencias concretas para
responder ante los riesgos de incurrir en debates innecesarios que solamente
confundan a los creyentes (2.23). En el cap. siguiente aparece un fuerte
lenguaje para describir los peligros mayores, relacionados con la cercanía del
fin de los tiempos: la presencia y actuación de falsos maestros, cuya enseñanza
y moralidad son extremadamente perniciosas. La lista de anti-valores es larga y
contundente, como queriendo abarcar todo el espectro moral y conductual: desde
el egoísmo y la avaricia, hasta la dureza de corazón y la deslealtad, pasando
por el desprecio por los padres y la traición, además de la piedad falsa (3.2-5).
¡En total son 19 acusaciones! Y todavía se agrega una cadena de observaciones sobre
otro aspecto inmoral en su conducta (3.6-7), para finalmente afirmar que tales
personas “son absolutamente incapaces de dar con la verdad” (7b), igual
que los magos charlatanes que compitieron con Moisés en Egipto.
Tanta negatividad doctrinal y ética puede
acechar al nuevo pastor que deberá afrontarla con una fidelidad y paciencia a
toda prueba, aunque la exhortación concreta es a huir de esas personas (v. 5b)
como una medida radical de precaución. El autor de la carta personaliza en sus
siguientes palabras el modelo a seguir para permanecer constante en el
seguimiento y la fidelidad de Jesucristo, reconociendo tres elementos con los
que ha sido posible sostenerse: a) la
enseñanza (doctrina); b) estilo de
vida (conducta); y c) los proyectos (propósito,
10a). En un segundo momento acepta también que Timoteo ha imitado, se ha
mimetizado, y ha mantenido la fe, la mansedumbre (macrothumía, la antigua “longanimidad”), el amor y la paciencia o
perseverancia [jupomoné] (10b), otras
cuatro virtudes del apóstol. Todo ello es la base propuesta para
mantener la fidelidad y la constancia. A la misión conjunta, expresada por el
acompañamiento físico, había que agregar una sólida comprensión e
identificación ideológica y espiritual con el proyecto paulino (v. 11), pues el
verbo utilizado aquí (parekoloúthesas, “”)
refleja un “estudio minucioso”, detenido de las verdades proclamadas por el maestro
que está delegando tamaña responsabilidad. Esta relación entre ambos hacía
mucho tiempo que se había establecido y ahora se trataba de consolidar la
empatía que existía entre ellos para beneficio de la tarea eclesiástica.
De modo que la exhortación a la constancia
tiene un fuerte componente personal, pues las penurias por las que juntos
habían pasado fortalecieron el compromiso de la persona más joven que es
estimulada a seguir, ya sin la presencia física de su maestro, por un sendero
de pruebas, como una garantía de que avanzaba por el rumbo correcto (vv. 11b-12).
A eso mismo somos llamados hoy: a atender activamente las enseñanzas recibidas,
a adaptarlas de manera creativa en nuestras circunstancias específicas y a
divulgarlas de la mejor manera. Así demostraremos, fehacientemente, quiénes han
sido nuestros maestros (v. 14b) y cumpliremos fielmente la tarea que nos ha
sido encomendada.
[1] N. Míguez, “Se
trata de fidelidad. Estudio de
2 Timoteo 2.9-15”, en RIBLA, www.claiweb.org/ribla/ribla50/se%20trata%20de%20fidelidad.html.
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