miércoles, 30 de diciembre de 2015

"Dios puso eternidad en su corazón", L. Cervantes-O.

31 de diciembre, 2015


Salvador Dalí, Relojes blandos o la perseverancia de la memoria (1930)



…todo lo hizo hermoso y a su tiempo, e incluso les hizo reflexionar sobre el sentido del tiempo, sin que el ser humano llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin.
Eclesiastés 3.11, La Palabra (Hispanoamérica)

Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.
Eclesiastés 3.11, RVR 1960

Una cadena de intentos de aforismos inspirados en la lectura cristiana de Qohélet

Según el Eclesiastés, la comprensión divina del tiempo fue sembrada por el Creador en la conciencia humana, lo que obliga a ésta a indagar y profundizar en su espíritu y sentido.

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Cuando el tiempo avanza, la figura de Dios, que proviene de su eternidad inmutable, se transforma paulatinamente en un ser cercano, siempre invisible, pero susceptible de ser experimentado todos los días.

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La hermosura de cada instante del tiempo recibido de la mano de Dios consiste en la forma en que Él mismo se va desdoblando ante nosotros en los momentos significativos, es decir, todos los que conforman nuestra vida.

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“La eternidad está enamorada de las obras del tiempo” (William Blake): tal vez por eso Dios se enamoró de la existencia, de la historia, de cada vida humana que transcurre, en su pequeñez, condicionada por los relojes, las horas y los minutos.

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Las semillas de eternidad sembradas por Dios en la mente humana se reproducen lentamente en las gotas de tiempo.

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La eternidad nos produce vértigo, según Borges, porque su cercanía saca a la luz el riesgo constante de no dotar a nuestra vida de un sentido continuo y permanente.

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“Ver un mundo en un grano de arena / y un cielo en una flor silvestre,/ toma el infinito en la palma de la mano / y la eternidad en una hora” (William Blake, “Augurios de inocencia”, 1803, citado invariablemente por Rubem Alves): atisbar la inmensidad en lo más pequeño, la inmensidad en un fragmento de belleza, lo trascendente en lo cotidiano, lo interminable en un tiempo limitado. El milagro de cada día.

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Y después de todo: profundizar en las entrañas del tiempo para asomarse a los linderos de la eternidad… sin entender gran cosa, sin ser capaces de dominar el misterio, el futuro que sólo está al lado de Dios.

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El tiempo, esa entidad nebulosa, es lo que nos constituye. Ahora es Borges: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho./ El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río;/ es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre;/ es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego./ El mundo, desgraciadamente, es real;/ yo, desgraciadamente, soy Borges” (“Nueva refutación del tiempo”, en Otras inquisiciones, 1952).

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Y si todo tiene su tiempo, también el encuentro con la eternidad, en medio de las estrecheces y mezquindades (hebel) de la vida, es una ventana para asomarse al misterio que rebasa todas las cosas.

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Para salir del laberinto del tiempo y de la vida vacía, la eternidad sembrada en el corazón humano es la posibilidad cierta de la esperanza al fundamentar toda la existencia en el origen de todas las cosas, las finitas y las eternas.

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En esta vida efímera una de las mayores bendiciones cristianas es la capacidad espiritual de percibir a Dios con los brazos abiertos para invitarnos a entrar en su eternidad.

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Jorge Luis Borges
Eclesiastés I, 9* (La cifra, 1981)

Lo que fue es lo que será.
Lo que se hizo es lo que se hará.
Nada hay nuevo bajo el sol. (Qo 1, 9)

Si me paso la mano por la frente,
si acaricio los lomos de los libros,
si reconozco el Libro de las Noches,
si hago girar la terca cerradura,
si me demoro en el umbral incierto,
si el dolor increíble me anonada,
si recuerdo la Máquina del Tiempo,
si recuerdo el tapiz del unicornio,
si cambio de postura mientras duermo,
si la memoria me devuelve un verso,
repito lo cumplido innumerables
veces en mi camino señalado.
No puedo ejecutar un acto nuevo,
tejo y torno a tejer la misma fábula,
repito un repetido endecasílabo,
digo lo que los otros me dijeron,
siento las mismas cosas en la misma hora
del día o de la abstracta noche.
Cada noche la misma pesadilla,
cada noche el rigor del laberinto.
Soy la fatiga de un espejo inmóvil
o el polvo de un museo.
Sólo una cosa no gustada espero,
una dádiva, un oro de la sombra,
esa virgen, la muerte. (El castellano
permite esta metáfora).

* En el versículo de referencia algunos han visto una alusión al tiempo circular de los pitagóricos. Creo que tal concepto es del todo ajeno a los hábitos del pensamiento hebreo.

Culto de fin de año, 31 de diciembre de 2015

Introito                                       Salmo 91.1-4

Tú que habitas al amparo del Altísimo,
tú que vives al abrigo del Todopoderoso,
di al Señor: “tú eres mi refugio,
mi baluarte, mi Dios en quien confío”.
Él te librará de la red del cazador
y de la peste asoladora;
con sus plumas te resguardará,
bajo sus alas te dará cobijo.

Preludio al piano: Jacobo Núñez C.

Nuestro Dios nos acompaña

Ministro: No temerás el terror de la noche,
ni la flecha que ondea de día,
ni la peste que surca la niebla,
ni la plaga que devasta a pleno día. […]

Congregación: No vendrá sobre ti la desgracia,
ni mal alguno alcanzará tu tienda,
pues él ordenará a sus ángeles
protegerte en todas tus sendas.

Todos/as: Te llevarán en las palmas de sus manos
para que tu pie no tropiece en la piedra.
Caminarás sobre el león y la víbora,
pisarás al león y al dragón.
Voy a salvarlo pues se acogió a mí;
lo protegeré, pues me conoce.

* Oración de ofrecimiento

* Himno: “Soberano Señor de los mundos” (60)

Con la mirada hacia adelante

Ministro: Ésta es la alianza que voy a pactar con Israel después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mi ley en su interior, la escribiré en sus corazones y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
Jeremías 3l.33

Confesión comunitaria. (En silencio; el ministro termina con oración audible)

Todos/as: Nadie enseñará a nadie diciendo: “Conozcan al Señor”, porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande —oráculo del Señor—; perdonaré sus culpas y ya no me acordaré de sus pecados.

* Himno “Me guía Él” (346, lª y 2ª estrofas)

Unidos/as en su amor

* Salutaciones: “El Señor es mi fuerza” (l46)

No callamos sus obras en nosotros

Momento de testimonios

* Himno “Tu fidelidad” (52)

Un mensaje firme y duradero

* Lectura del Antiguo Testamento: Eclesiastés 3.l-l5

* Lectura del Nuevo Testamento: I Pedro l.l7-25

Reflexión

"Puso eternidad en su corazón"

Llamados/as su mesa

* Himno “El que habita al abrigo de Dios” (683)

Celebración de la Santa Cena

Ofertorio: Así que en todo momento ofrezcamos a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza que no es otro sino la ofrenda de unos labios que bendicen su nombre. Hebreos l3.l5

En el Señor confiaremos siempre

* Bendición pastoral

Que el Señor te acompañe al salir de este lugar. Que vaya delante tuyo para iluminar tu camino. Que camino a tu lado para ser siempre tu amigo. Que vaya detrás tuyo para protegerte de cualquier daño. Que sus brazos cariñosos estén debajo tuyo para sostenerte cuando el camino sea duro y estés muy cansado. Que esté sobre ti para cuidarte y cuidar a todos los que amas. Y sobre todo, que viva dentro de tu corazón, para darte su alegría y su paz para siempre. Amén.

* Bendición congregacional

Himno: “Que no caiga la fe” (634)


Postludio

sábado, 26 de diciembre de 2015

Letra 450, 27 de diciembre de 2015

JERUSALÉN ES UN MONTÓN DE ESCOMBROS (SALMO 78)
Ernesto Cardenal
Salmos. México-Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1969.

He Qi, El arca del pacto

Oh Dios
Jerusalén es un montón de escombros
La sangre de tu pueblo se derramó en las calles
y corrió por las cunetas
y se fue por las alcantarillas
La propaganda se burla de nosotros
y slogans de odio nos rodean
¿Hasta cuándo Señor estarás airado con nosotros?
¿Arderá tu furor
como el fuego nuclear que no se apaga con agua?
¿Por qué han de decir los ateos
“¿Dónde está su Dios?”
Llegue a tus oídos el gemido de los presos
y la oración de los condenados a trabajos forzados
y los condenados a muerte
y la oración en el campo de concentración
Y nosotros
tu pueblo
Te alabaremos eternamente
y te cantaremos
                            de generación
                                                     en generación

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LA VERDAD DE LA NAVIDAD
Roberto Blancarte
Diciembre de 2006

Por distraído, siempre me pasan estas cosas. Con motivo de las fiestas de fin de año, preparé unos pequeños regalos, con motivos navideños, para obsequiárselos a mis colaboradores más cercanos. Y en el momento que le entregué uno de estos obsequios, una de mis colaboradoras más cercanas, me dijo: "muchas gracias, doctor, aunque usted ya sabe que yo no festejo la Navidad". Que bruto soy –pensé- pues en efecto, en las prisas, no sólo asumí que todo mundo celebra las fiestas navideñas, como si todos en este país fuesen cristianos, sino que además se me olvidó que algunos de ellos, entre los cuales los testigos de Jehová, no lo hacen. En nuestra sociedad damos muchas cosas por descontadas y casi nunca nos ponemos a pensar de dónde nos vienen ciertas tradiciones. Ya no digamos el arbolito de navidad o Santa Claus, sino la fecha misma del nacimiento del Cristo.

Lo anterior tiene que ver con la manera de interpretar las escrituras y de reproducir la tradición cristiana. En efecto, en ningún lado en los Evangelios aparece que el nacimiento de Jesús haya sido el 25 de diciembre. De hecho, está claro hoy que los cálculos del año de su nacimiento están equivocados y que el verdadero inicio de nuestra era debería ser otro. Las fechas más probables que dan los especialistas se sitúan entre el año siete y el año cuatro antes de nuestra era. Lo que quiere decir que en realidad el tercer milenio, si se quiere contar a partir del verdadero nacimiento de Jesús, comenzó entre 1994 y 1997. Esta conclusión se basa en el hecho que los evangelios de Lucas y Mateo sitúan el nacimiento de Jesús durante el reinado de Herodes el Grande, quien murió en marzo del año cuatro antes de nuestra era. Mateo, de hecho señala que el nacimiento ocurrió algunos años antes de la muerte de Herodes.

La principal fuente de este periodo es la del historiador judío Flavio Josefa, gracias a quien se tienen noticias de ese tiempo e incluso la primera cita de la existencia de Jesús. Flavio Josefo narra que Arquelao, hijo de Herodes, quien gobernó alrededor de una década, fue depuesto en el año seis después de nuestra era y las luchas internas en Judea condujeron a la intervención del emperador romano y a que en última instancia el territorio fuese anexado a la provincia romana de Siria. En esa época, el procónsul de dicha región era Sulpicius Quirinius, a quien el emperador romano le encargó que tomara posesión de los bienes de Arquelao y que elaborara un censo del pueblo de Judea, con propósitos fiscales. Esto significaba que por primera vez se establecía el dominio directo de Roma sobre esa zona, puesto que mientras existiera un rey no era necesario dicho censo, ya que él se encargaba directamente de recogerlo. El historiador Flavio Josefo nos cuenta que el censo impositivo fue la chispa que inició la primera rebelión anti-romana, dirigida por un líder local llamado Judas el Galileo, también identificado como el fundador del movimiento Zelote, el cual muchas décadas después (entre el 66 y el 70 de nuestra era, iniciaría la gran revuelta contra Roma. Sin embargo, el autor del Evangelio de Lucas y de los Hechos, sitúa el nacimiento de Jesús en la época del censo de Quirinius y por lo tanto mucho después de la muerte de Herodes.

Esto significa que la historia, también narrada por Mateo el evangelista, de Herodes mandando matar a todos los niños menores de dos años, es falsa o por lo menos incorrecta. Al parecer, para el momento del censo (seis de nuestra era) Jesús tendría ya alrededor de doce años y Herodes habría muerto una década antes. De hecho, no hay evidencia histórica de alguna matanza de niños ordenada por el rey Herodes, lo cual no quiere decir tampoco que era un santo, pues de hecho sí hay indicios de que mandó matar a una de sus esposas y a más de un hijo adulto, por conflictos de poder. Herodes, de hecho, es reconocido por haber gobernado con crueldad (aunque no más de la usual en su época), pero sin duda por ser un hombre inteligente, distinguiéndose por la expansión de sus dominios y por las grandes obras urbanas que ejecutó con ayuda de ingenieros griegos y romanos, tales como el templo de Jerusalén y el puerto de Cesarea Marítima.

Algunos historiadores han querido argumentar acerca de la posibilidad de otro censo, elaborado con anterioridad por Quirinius, lo cual salvaría la contradicción de los evangelios. Sin embargo, se tiene registro de los gobernadores de la Siria romana, con la excepción de algunos huecos entre el 13 y 11, así como entre el 4 y el 2 antes de nuestra era. Sin embargo, se sabe que Quirinius era cónsul en Roma en el primer periodo y gobernador de Panfilia-Galatea (Armenia) en el segundo. Así que no pudo haber dirigido un censo en Judea antes del año seis.

En suma, el asunto de la fecha del nacimiento de Jesús, luego llamado el Cristo, es algo que se definió por cálculos erróneos en algún momento de la historia de la cristiandad. Y como se podrá usted imaginar, la fecha del 25 de diciembre (o 24 en la noche) es evidentemente arbitraria. Ya no digamos otras costumbres que suelen tomarse como genuinas y exactas, pero que no tienen que ver más que con el folclor y las bonitas (aunque históricamente cuestionables) tradiciones establecidas por la Iglesia. Lo cual no debería impedir el desearnos y pasar una ¡feliz navidad!

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CARNE DEL CIELO, LA NAVIDAD HECHA VERSO
Protestante Digital, 24 de diciembre de 2015

Bajo la coordinación de los poetas evangélicos Alfredo Pérez Alencart y Luis Cruz-Villalobos, se ha lanzado el libro digital Carne del cielo, una antología en la que participan 47 poetas compartiendo 83 poemas inéditos, que se acompañan con ilustraciones del pintor Miguel Elías. Alencart presentó este miércoles la edición física en Salamanca. “Era necesaria una antología de poetas vivos que ampliara a las recopilaciones tradicionales, magníficas todas pero que no incluyen a poetas de estas décadas precedentes”, explica el poeta y colaborador de Protestante Digital.

La antología empieza con la cubana Fina García Marruz (1923), Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, y termina con el mexicano Juan Ángel Torres Rechy (1983), doctorando de la Universidad de Salamanca, sumando cuarenta y siete voces que, desde distintos enfoques, hacen de Carne del cielo un magno testimonio no sólo sobre el nacimiento de Jesús, sino también sobre la tradición navideña en el único continente de las dos lenguas ibéricas. Hay una excepción a este ámbito geográfico, y es el de Violeta Boncheva, hispanista y destacada poeta búlgara, traductora de Pedro Salinas, entre otros. También, al final, se ha incluido un aporte en prosa y en verso de Araceli Sagüillo, viuda de Andrés Quintanilla Buey, poeta de calidad y cristiano ejemplar.

Entre los poetas incluidos, todos con textos inéditos, están los portugueses António Salvado, Albano Martins, Maria do Sameiro Barroso y Carlos Lopes Pires; los chilenos Juan Antonio Massone, Luis Cruz Villalobos y Marcelo Gatica; los peruanos Carlos Germán Belli y Alfredo Pérez Alencart; los ecuatorianos Xavier Oquendo, Bruno Sáenz, Ana Cecilia Blum y Jorge Dávila Vázquez; el salvadoreño David Escobar Galindo; los brasileños Carlos Nejar, Álvaro Alves de Faria y Cyro de Mattos; la cubana Lilliam Moro y así hasta 47 autores, donde son mayoría los poetas españoles, como los catalanes Pedro Casaldáliga, Carles Duarte, José Luis García Herrera y Manuel Corral. También Carlos Aganzo (Madrid), Jesús Fonseca y Enrique Villagrasa (Aragón), Helena Villar Janeiro (Galicia), José Antonio Santano y José Pulido (Andalucía), Pedro Tarquis (Canarias), Xenaro Ovín (Asturias), Luis Guillermo Alonso (La Rioja), Juan Carlos Rodríguez Búrdalo (Extremadura), y los castellano-leoneses José María Muñoz Quirós (Ávila), José Antonio Valle Alonso (Zamora), Máximo Cayón (León), Araceli Sagüillo (Palencia), Luis Carnicero (León), Julio Collado (Ávila), Quintín García (Valladolid), Leopoldo L. Samprón (León). Por Salamanca están incluidos Verónica Amat, Isaura Díaz, José Amador y Luis Frayle Delgado.

JESÚS, EL MEJOR POEMA
Para Pérez Alencart, “Jesús es el mejor Poema de Dios, y su Tiempo condensa las horas del mundo, la otra Historia desde su presencia hecha carne, humanísimo y ya preparado para el martirio. Hay un antes y un después de Cristo, agrade o no a quienes discrepan tras estos veinte milenios”. Y estima que “siendo Jesús Poeta y profeta, bien merecía una ofrenda de autores de ambas orillas del castellano y el portugués, todos vivos. Con Jesús reluce el misterio del Verbo y renace el Amor sin edad”.

Alencart resaltó que también se quiso honrar la voz de cuatro poetas fallecidos, poniendo tres citas iniciales del peruano César Vallejo, del chileno Miguel Arteche y del español Andrés Quintanilla Buey, quien decía: “Quisiera ser la paja, mullirme en el Pesebre,/ hacerme casi lumbre en su primer rocío/ y calentar su frío con mi calor de fiebre”. También hay una cita final, a modo de colofón, del cubano Gastón Baquero. Finalmente, Alencart destacó que “En los versos que hemos acopiado se recuerda lo que germinó desde lo divino, pero también aquello que atañe al hombre de hoy Celebrar Navidad desde lo sencillo y humilde, no desde el grosero consumismo o la superficialidad. Justicia y verdad, fraternidad y gozo, sin olvidar nunca a quien luego anunció el reino a los pobres, los sanó y defendió de sus opresores”.

En la edición ha trabajado también Luis Cruz Villalobos, poeta chileno y pastor presbiteriano. “Para mí ha sido un agrado trabajar con Alfredo en la edición de esta antología, él es ejemplo de fraternidad y rigor artístico... el proceso ha sido arduo y veloz, pero considero que hemos sido una buena dupla de albañiles”, expresa. Luis Cruz Villalobos destaca asimismo “las pinturas de Miguel Elías... un privilegio para los ojos y el corazón”. “Agradezco a todos los participantes de esta antología, que amablemente han compartido sus poemas e incluso han elaborado algunos para este libro. Anima muchísimo realizar este tipo de obras, editando a tan buenos/as poetas que donan sus armónicos y silentes cantos. Especialmente en este caso, que hacen honor a aquel amoroso y potente Jesús, el Cristo, vocación última de la vida de quienes hemos experimentado su amor.

Ha sido una alegría ser testigo directo del proceso de recolección de tesoros poéticos tan dulces en esta arca, la cual ha quedado abierta para quienes quieran indagarla y nutrirse”, concluye el coeditor de la obra.

El libro puede descargarse completo en este sitio:

La encarnación redime a los seres humanos, A.I. Edith Martínez Vázquez

27 de diciembre, 2015

La encarnación consiste en que Dios se hizo un ser humano para salvarnos (Filipenses 2:6-11). Al hacerse hombre no sólo adquiere un cuerpo sino asume también nuestras debilidades y limitaciones, menos el pecado. Cristo vive en carne propia lo que es un dolor, la injusticia, la amistad, el amor de una madre, el ser juzgado injustamente, el ser humillado, el ser torturado, la misma tentación, etcétera (Hebreos 2:18). La encarnación implica que Dios asume totalmente la humanidad (Juan 1:14). Nuestro Dios es eterno, es un Dios encarnado y un Dios glorificado (I Timoteo 3:16).

Redimir es rescatar o sacar de la esclavitud al cautivo mediante un precio, dejar libre algo que estaba en deuda y librarse de una obligación o extinguirla. El que redime paga un precio por la libertad del otro y deja libre al que estaba en deuda. Nosotros fuimos esclavos del pecado; el pecado produce muerte y el que tenía el imperio de la muerte era Satanás. Pero Cristo venció con su muerte y resurrección a quien tenía el imperio de la muerte (Hebreos 2:14-15).

Cristo venció la muerte, la tentación, el odio y el rencor (I Juan 4:1-6). Cristo nos redimió de la esclavitud del pecado, nos libró del Engañador, pagó por nuestra libertad un precio, nos hizo “hijos, reyes y sacerdotes”. Además, nos dio el discernimiento para saber quiénes son de Dios y quiénes no lo son. Cuidémonos de los engañadores, de los que usan la Palabra de Dios para hacer daño y para destruir. Se ha tomado el nombre de Dios para matar y cometer atrocidades, pero si escudriñamos la Palabra de Dios y tenemos un mayor conocimiento de Él podremos vencer los engaños, las tentaciones y los malos sentimientos con la ayuda de nuestro Salvador.

Vencer es ser como Cristo, pues al recibir un mal otorgó el perdón. Ante la tentación, venció con la Palabra de Dios. Ante el miedo, vence con la confianza depositada en Dios. Incluso en la agonía siguió depositando su confianza en Dios, sin dudar. Y pidió por aquellos que lo estaban agraviando y no dejó que su corazón se consumiera de odio y rencor.

¿Quiénes somos? Somos aquellas personas que siendo esclavas del pecado y del Engañador fuimos amados por Dios desde la eternidad. Dios decidió encarnarse para redimirnos de esa esclavitud, pagando nuestra deuda con su sangre bendita, haciéndonos hijos de Dios, reyes y sacerdotes: “Ahora así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí, te puse nombre, mío eres tú” (Isaías 43:1). “Él es quien perdona todas tus dolencias, el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias, el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila” (Salmo 103: 3-5).

¿Nos parecemos a Cristo? El amor es el que predomina en él. El amor es lo que caracteriza a un Hijo de Dios: “Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros” (I Juan 3:11, 16, 18).

¿Sentimos suficiente amor por nuestro prójimo? ¿Estamos en paz con aquellos que amamos? ¿Con los que viven dentro de nuestra casa? ¿Estamos en paz con aquellos que nos rodean? ¿Con los vecinos, los maestros, tíos, primos, hermanos, padres, hijos, etcétera? ¿Hemos perdonado? ¿Nuestro corazón está libre de rencores?

Cristo vino a redimirnos, a darnos libertad de la esclavitud del pecado, pero muchas veces vivimos con cadenas que nosotros mismos nos ponemos, cadenas de dolor, rencor, sufrimiento, tristeza, indiferencia, falta de aliento por el don de la vida. A veces hasta la misma vejez pareciera una cadena para algunos, poniendo peros acerca de la situación física en la que se encuentran, poniendo peros por la edad, quejándose porque ya son lentos para algunas actividades, ¡pero la vejez misma es una bendición que Dios nos concede! ¡Cada año de la vida es una bendición que Dios nos da! ¡No tengamos miedo a la vejez! El mismo Dios que nos cuidó desde el vientre de nuestra madre es el mismo que nos cuidará en la vejez y hasta llevarnos a su presencia. “Oídme, oh casa de Jacob y todo el resto de la casa de Israel, los que sois traídos por mí desde el vientre, los que sois llevados desde la matriz y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré, yo guardaré” (Isaías 46:3-4).

No permitamos que las cadenas nos estorben, pues somos más que vencedores en el nombre de Jesucristo. Busquemos a Dios mientras puede ser hallado, pidamos que nos libere de lo que nos oprime y llevemos la alegría de esa victoria a nuestro alrededor y compartámosla con los que no conocen a Cristo. Cristo nos hizo vencedores, nos redimió, nos hizo libres. Vivamos, pues, como libres y no como esclavos.

Vivamos con la alegría del amor y la paz que Cristo da cuando confiamos en Él y tengamos la esperanza diaria de que estaremos en la gloria eterna con nuestro Redentor junto con todos los redimidos (Apocalipsis 5:8-10).

Llevemos en nuestro corazón las palabras de Job: “Yo sé que mi Redentor vive y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he ver a Dios, al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán y no otro” (Job 19:25-26). Amén.

I Juan 4.1-6


1 Queridos, andan por ahí muchos pretendidos profetas que presumen de poseer el Espíritu de Dios. Antes de fiarse de ellos, comprueben si verdaderamente lo poseen. 2 Si reconocen que Jesucristo ha venido como verdadero hombre, es que poseen el Espíritu de Dios. 3 Pero si no reconocen a Jesús, es que su espíritu no es de Dios, sino del anticristo, del cual ustedes han oído que estaba a punto de llegar; y, en efecto, ya está en el mundo.

4 En cuanto a ustedes, hijos míos, pertenecen a Dios y han vencido a esos falsos profetas, pues el que está con ustedes es más fuerte que el que está con el mundo. 5 Ellos, como son mundanos, hablan de cosas mundanas, y la gente mundana les presta atención. 6 Pero nosotros pertenecemos a Dios, y nos escuchan los que conocen a Dios. No nos escuchan, en cambio, los que no conocen a Dios. Ahí tienen la piedra de toque para discernir dónde está el error y dónde la verdad.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Dios se hizo una criatura para salvarnos, L. Cervantes-O.

24 de diciembre, 2015



P.P. Rubens, Adoración de los magos (1620)

Pero, al llegar el momento cumbre de la historia [pléroma tou kronou], Dios envió a su Hijo, nacido [genómenon] de mujer, nacido [genómenon] bajo el régimen de la ley, para liberarnos del yugo de la ley y alcanzarnos la condición de hijos adoptivos de Dios.
Gálatas 4.4-5, La Palabra (Hispanoamérica)

Dios ha tomado carne en él. En sus palabras, sus gestos y su vida entera nos estamos encontrando con Dios. Dios es así, como dice Jesús; mira a las personas como las mira él; acoge, cura, defiende, ama, perdona como lo hace él. Dios se parece a Jesús. Más aún. Jesús es Dios hablándonos desde la vida frágil y vulnerable de este ser humano.[1]
J.A. Pagola

La afirmación de la realidad de la encarnación del Hijo de Dios en el mundo adquiere, en los escritos de San Pablo, una dimensión situada en el marco de la acción divina para aplicar la filiación de su Hijo a los seres humanos ligados a él. En tres lugares ligados a su tradición escritural aparecen sólidos argumentos para referirse a ella: Gálatas 4, Filipenses 2 y I Tim contienen afirmaciones en las que se destaca la manifestación divina en el Jesús histórico: “I Tim 3.16 dice del modo más bello que el gran misterio de piedad ‘se ha manifestado como hombre’”.[2] En Fil 2.5-11, “Pablo une al descenso del Verbo de Dios en la encarnación el anonadamiento del Verbo de Dios en la cruz”.[3] La encarnación consiste en que “el Padre se comunica diciendo su Palabra a la humanidad: dando a los hombres esa Palabra. A su vez, la Palabra realiza, en el doble abajamiento y humillación de la encarnación y de la cruz, la obra que le ha encomendado el Padre”.

En Gálatas 4, es donde se habla expresamente de la filiación que el Hijo de Dios encarnado en el mundo transfiere a quienes se ligan a la fe en el Cristo resucitado. La paternidad de Dios es aplicada tanto a judíos como gentiles (3.28-29) y es allí donde la metáfora de la herencia representa el acceso a la filiación de hijos e hijas de Dios. Pasar de la categoría de esclavos a hijos (4.1-2) es un salto enorme en el proceso de la salvación ofrecida por Dios. La “minoría de edad” (4.3) hace referencia a una etapa de la historia de salvación en la que aún existieron diferencias raciales, de género y culturales que impedían el acceso universal a la gracia de Dios. Se requería que la historia llegara a un punto culminante para que eso cambiase radicalmente. Ése fue el gran trasfondo necesario para arraigar, por así decirlo, al Hijo de Dios en la historia. La plenitud (pléroma) del tiempo, de la historia, (4.4a) es el punto crucial del devenir humano y cósmico, puesto que “no sólo significa que se ha cumplido un plazo o que se ha llegado a un instante fijado, sino más bien que, en la economía salvífica divina, el tiempo humano ha llegado a su término”.[4] De ahí que “en Ef 1.9b-10a [‘Los designios que benévolamente/ había decidido realizar/ por medio de Cristo,/ llevando la historia/ a su punto culminante’], pone Pablo en relación la oikonomía con el pléroma de los tiempos (kairós), es decir, el proyecto que Dios tenía, con la plena realización de la historia humana”.[5]

A todo ello alude el hecho de que ni las condiciones ni las posibilidades humanas (desgaste social y espiritual, esperanzas mesiánicas acumuladas, manejo materialista y cínico del poder para asesinar inocentes) pudieron producir (o impedir, en su caso) el acontecimiento de Cristo, sino únicamente el designio de Dios (descenso del Espíritu en María; virginidad materna; ninguna intervención paterna y, por ende, patriarcal; interacción con seres sobrenaturales; victoria real y simbólica sobre los poderes imperialistas): “…la vida de Jesús, desde su Encarnación hasta la donación de su propio Espíritu, es el acontecer de la misma Trinidad comunicada o ‘económica’”.[6] San Pablo afirma que, con el nacimiento de Cristo en el mundo, la historia humana dio un salto descomunal para manifestarse abiertamente y de manera universal como una auténtica historia de salvación abierta para todos los seres humanos sin ninguna distinción. La oferta de salvación sería capaz, a partir de entonces, de desbordar las barreras nacionalistas para afianzarse como una llamada general para que cualquier ser humano aprehendiese y se situase en la órbita de la antigua promesa a Abraham: “La bendición de Abraham alcanzará así, por medio de Cristo Jesús, a todas las naciones y nosotros recibiremos, mediante la fe, el Espíritu prometido” (3.14). Hay, pues, una línea directa de salvación que va desde el “padre de la fe” (no olvidar las religiones abrahámicas) hasta Jesús de Nazaret, “nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley” para obtener la libertad de ese yugo y ganar la condición de hijos/as para todos sus seguidores (4.5), manifestación efectiva de la nueva vida en el mundo. El siguiente logro fue la presencia del Espíritu de hijos en cada creyente (4.6). Con ello, se habrá tenido acceso a la herencia plena, con el derecho completo que otorga esa filiación.

Ése es el enfoque típicamente paulino, en continuidad directa con la apreciación doctrinal y teológica de la iglesia inicial, que colocó el hecho mismo del nacimiento del verbo divino en el marco mayor de la encarnación divina, un suceso supra-temporal que aterrizó, literalmente, en un momento específico de la historia:

Una confesión de Cristo formulada en categorías estáticas puede ayudar a una precisión conceptual, pero puede conducir a ignorar el proceso histórico de la vida de Jesús y la inserción del Hijo de Dios en la historia humana. La encarnación no es una realidad acabada en el seno de María. El Hijo de Dios se va haciendo hombre a lo largo de todo el proceso histórico de la vida de Jesús, que, según testimonio de san Lucas, “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2.52).[7]

Así como los evangelios cuentan cómo Jesús se fue haciendo un hombre mayor en su vida cronológica, es preciso que el Niño de Belén también crezca y madure en los corazones de quienes dicen seguirlo, pues como escribe Pagola: “No basta confesar que Jesús es la encarnación de Dios si luego no nos preocupa saber cómo era, qué vivía o cómo actuaba ese hombre en el que Dios se ha encarnado”.[8] Pues tal como afirma el Cuarto Evangelio, el Logos encarnado y nacido en Belén es el único camino para conocer a Dios como Padre en todas sus manifestaciones a consecuencia de ese esfuerzo encarnacional extraordinario que partió la historia en dos:

El esfuerzo por aproximamos históricamente a Jesús nos invita a creyentes y no creyentes, a poco creyentes o malos creyentes, a acercamos con fe más viva y concreta al Misterio de Dios encarnado en la fragilidad de Jesús. Al ver sus gestos y escuchar sus palabras podemos intuirlo mejor. Ahora “sabemos” que los pequeños e indefensos ocupan un lugar privilegiado en su corazón de Padre. A Dios le gusta abrazar a los niños de la calle y envolver con su bendición a los enfermos y desgraciados. A los que lloran los quiere ver riendo, a los que tienen hambre les quiere ver comer. Dios toca a leprosos e indeseables que nosotros tememos tocar. No discrimina ni excluye a nadie de su amor. Acoge como amigo a pecadores, desviados y gentes de vida ambigua. A nadie olvida, a nadie da por perdido. Él tiene sus caminos para buscar y encontrar a quienes las religiones olvidan. Siente compasión al contemplar a los que viven como ovejas sin pastor y llora ante un mundo que no conoce los caminos de la paz. Dios quiere que en la tierra reine su justicia, que los pueblos pongan su mirada en los que sufren, que las religiones siembren compasión. Él ama a sus criaturas hasta el extremo. Identificado en la cruz con todos los derrotados y crucificados de la historia, Dios nos arrastra hacia sí mismo, a una vida liberada del mal en la que ya no habrá muerte, ni penas, ni llanto, ni dolor. Todo esto habrá pasado para siempre. Por toda la eternidad, Dios hará lo mismo que hacía su Hijo por los caminos de Galilea: enjugar las lágrimas de nuestros ojos y llenar nuestro corazón de dicha plena.[9]






[1] José Antonio Pagola, Jesús: aproximación histórica. Madrid, PPC, 2007, pp. 452-453. Énfasis agregado.
[2] Josep María Rovira Belloso, “Principio de la encarnación”, Nuevo diccionario de catequética, en www.mercaba.org/Catequetica/E/encarnacion_principio_de_la.htm. Cf. José Antonio Pagola, “Encarnación”, en Nuevo diccionario de catequética, en www.mercaba.org/Catequetica/E/encarnacion.htm.
[3] Ídem.
[4] R. Schippers, “Plenitud, sobreabundancia”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Vol. III. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1993, p. 375.
[5] Ídem.
[6] J.M. Rovira Belloso, Introducción a la teología. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1996 (Manuales de teología, 1), p. 23, en estudiosdeteologia.wordpress.com.
[7] J.A. Pagola, “Encarnación”.
[8] J.A. Pagola, Jesús…, p. 5.
[9] Ibíd., pp. 456-457. Énfasis agregado.

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

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