27 de diciembre, 2015
La
encarnación consiste en que Dios se hizo un ser humano para salvarnos (Filipenses
2:6-11). Al hacerse hombre no sólo adquiere un cuerpo sino asume también
nuestras debilidades y limitaciones, menos el pecado. Cristo vive en carne
propia lo que es un dolor, la injusticia, la amistad, el amor de una madre, el
ser juzgado injustamente, el ser humillado, el ser torturado, la misma
tentación, etcétera (Hebreos 2:18). La encarnación implica que Dios asume totalmente
la humanidad (Juan 1:14). Nuestro Dios es eterno, es un Dios encarnado y un
Dios glorificado (I Timoteo 3:16).
Redimir es rescatar o sacar de la esclavitud al
cautivo mediante un precio, dejar libre algo que estaba en deuda y librarse de
una obligación o extinguirla. El que redime paga un precio por la libertad del
otro y deja libre al que estaba en deuda. Nosotros fuimos esclavos del pecado;
el pecado produce muerte y el que tenía el imperio de la muerte era Satanás. Pero
Cristo venció con su muerte y resurrección a quien tenía el imperio de la
muerte (Hebreos 2:14-15).
Cristo venció la muerte, la tentación, el odio y
el rencor (I Juan 4:1-6). Cristo nos redimió de la esclavitud del pecado, nos
libró del Engañador, pagó por nuestra libertad un precio, nos hizo “hijos,
reyes y sacerdotes”. Además, nos dio el discernimiento para saber quiénes son
de Dios y quiénes no lo son. Cuidémonos de los engañadores, de los que usan la
Palabra de Dios para hacer daño y para destruir. Se ha tomado el nombre de Dios
para matar y cometer atrocidades, pero si escudriñamos la Palabra de Dios y
tenemos un mayor conocimiento de Él podremos vencer los engaños, las
tentaciones y los malos sentimientos con la ayuda de nuestro Salvador.
Vencer es ser como Cristo, pues al recibir un mal
otorgó el perdón. Ante la tentación, venció con la Palabra de Dios. Ante el
miedo, vence con la confianza depositada en Dios. Incluso en la agonía siguió
depositando su confianza en Dios, sin dudar. Y pidió por aquellos que lo
estaban agraviando y no dejó que su corazón se consumiera de odio y rencor.
¿Quiénes somos? Somos aquellas personas que
siendo esclavas del pecado y del Engañador fuimos amados por Dios desde la
eternidad. Dios decidió encarnarse para redimirnos de esa esclavitud, pagando
nuestra deuda con su sangre bendita, haciéndonos hijos de Dios, reyes y sacerdotes:
“Ahora así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob y Formador tuyo, oh Israel: No
temas, porque yo te redimí, te puse nombre, mío eres tú” (Isaías 43:1). “Él es
quien perdona todas tus dolencias, el que rescata del hoyo tu vida, el que te
corona de favores y misericordias, el que sacia de bien tu boca de modo que te
rejuvenezcas como el águila” (Salmo 103: 3-5).
¿Nos parecemos a Cristo? El amor es el que
predomina en él. El amor es lo que caracteriza a un Hijo de Dios: “Porque este
es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros” (I
Juan 3:11, 16, 18).
¿Sentimos suficiente amor por nuestro prójimo? ¿Estamos
en paz con aquellos que amamos? ¿Con los que viven dentro de nuestra casa? ¿Estamos
en paz con aquellos que nos rodean? ¿Con los vecinos, los maestros, tíos,
primos, hermanos, padres, hijos, etcétera? ¿Hemos perdonado? ¿Nuestro corazón
está libre de rencores?
Cristo vino a redimirnos, a darnos libertad de la
esclavitud del pecado, pero muchas veces vivimos con cadenas que nosotros
mismos nos ponemos, cadenas de dolor, rencor, sufrimiento, tristeza,
indiferencia, falta de aliento por el don de la vida. A veces hasta la misma
vejez pareciera una cadena para algunos, poniendo peros acerca de la situación
física en la que se encuentran, poniendo peros por la edad, quejándose porque
ya son lentos para algunas actividades, ¡pero la vejez misma es una bendición
que Dios nos concede! ¡Cada año de la vida es una bendición que Dios nos da!
¡No tengamos miedo a la vejez! El mismo Dios que nos cuidó desde el vientre de nuestra
madre es el mismo que nos cuidará en la vejez y hasta llevarnos a su presencia.
“Oídme, oh casa de Jacob y todo el resto de la casa de Israel, los que sois
traídos por mí desde el vientre, los que sois llevados desde la matriz y hasta
la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo
soportaré, yo guardaré” (Isaías 46:3-4).
No permitamos que las cadenas nos estorben, pues
somos más que vencedores en el nombre de Jesucristo. Busquemos a Dios mientras
puede ser hallado, pidamos que nos libere de lo que nos oprime y llevemos la
alegría de esa victoria a nuestro alrededor y compartámosla con los que no
conocen a Cristo. Cristo nos hizo vencedores, nos redimió, nos hizo libres. Vivamos,
pues, como libres y no como esclavos.
Vivamos con la alegría del amor y la paz que Cristo
da cuando confiamos en Él y tengamos la esperanza diaria de que estaremos en la
gloria eterna con nuestro Redentor junto con todos los redimidos (Apocalipsis
5:8-10).
Llevemos en nuestro corazón las palabras de Job: “Yo
sé que mi Redentor vive y al fin se levantará sobre el polvo; y después de
deshecha esta mi piel, en mi carne he ver a Dios, al cual veré por mí mismo, y
mis ojos lo verán y no otro” (Job 19:25-26). Amén.
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