1 de marzo, 2015
Amplía el espacio de tu tienda,
despliega sin reparo tus lonas;
alarga tus cuerdas, afianza tus clavijas,
pues vas a extenderte a derecha e izquierda…
Isaías 54.2-3a, La Palabra (Hispanoamérica)
Amplía el espacio de tu tienda,
despliega sin reparo tus lonas;
alarga tus cuerdas, afianza tus clavijas,
pues vas a extenderte a derecha e izquierda…
Isaías 54.2-3a, La Palabra (Hispanoamérica)
Isaías 54 forma parte de la segunda parte del gran libro profético, la
que ha sido vista “como el mensaje de un profeta ‘misionero’ que convoca a los ‘paganos’
a convertirse a Yavé” o “como una propuesta hacia adentro, al propio Israel. En
el primer caso, el profeta habla desde la superioridad de una fe que los otros
no tienen; en el segundo, lo hace desde la nada, desde el sufrimiento”.[1]
En nuestro medio, se ha leído, ya sea en una fuerte clave individualista o con
énfasis en la existencia y misión de la iglesia, sin considerar que el contexto,
en efecto, puede equipararse al de las comunidades de fe que forman parte del
pueblo de Dios que, en determinados momentos se encuentran en procesos de
reconstrucción, como era el caso de quienes estarían por volver del destierro
de Babilonia. Quienes estaban por experimentar semejante cambio histórico
necesitaban un fuerte aliento que les permitiera retomar el camino y el
contacto con el Dios de sus padres. El profeta que escribe es un “reconstructor
de la utopía” que busca contribuir a sacar de Israel “de en medio de las
naciones, donde vive desmembrado y sin identidad”.[2]
Salir del desencanto para asumir nuevamente los planes de Dios era el enorme
desafío que tenían todos, tanto el pueblo como sus líderes sociales y
espirituales.
Ante ese trasfondo hay que situarse en la actualidad al momento de tomar
las hermosas palabras de los vv. 2 y 3, en el sentido de que se propone una
expansión, un crecimiento necesario que remita a la aceptación de un destino
ligado a los inmensos, pero a veces incomprensibles planes de Dios. El pueblo y
la ciudad, en particular, son una mujer a la cual se dirige el Señor después
del gran cántico del Siervo del capítulo anterior y la metáfora conyugal aparece
como una alegoría que especifica la manera en que se volverá a relacionar Yahvé
con su pueblo como una esposa reencontrada y con quien las cosas volverán a
estar bien para superar los dolores y traumas pasados: “Alégrate estéril, que
no concebías;/ grita de júbilo, tú que no parías,/ pues tiene más hijos la
abandonada/ que la casada, dice el Señor” (v. 1). Israel necesita estar
consciente de la expansión que el Señor espera de él y la figura de la cabaña o
la tienda en crecimiento funciona también como una imagen de la reconstrucción
y la mejoría en todos los sentidos que deberá vivir el pueblo en su conjunto.
La soltería y la viudez (v. 4) son imágenes relacionadas con el aparente
alejamiento de Dios.
Dios vuelve a ser el esposo del pueblo y la visión de universalidad de
esa relación recuperada es magnífica: “Pues tu esposo será tu Creador,/ su
nombre es Señor del universo;/ tu redentor será el Santo de Israel,/ llamado
Dios de toda la tierra” (v. 5). Lo sucedido con anterioridad, una serie de
experiencias sumamente dolorosas asociadas al castigo, el exilio y el sufrimiento,
quedará en el pasado: “Como a esposa abandonada y afligida/ te volverá a llamar
el Señor,/ pues no podrá ser repudiada/ la esposa de la juventud,/ — dice tu
Dios —“ (v. 6). La promesa nueva está llena de afecto y ternura. “Como a esposa
abandonada y afligida/ te volverá a llamar el Señor,/ pues no podrá ser
repudiada/ la esposa de la juventud,/ — dice tu Dios —” (vv. 7-8). En la
segunda parte del cap. (vv. 11-17) domina la imagen de la ciudad:
En el orden físico la ciudad ha de ser reconstruida,
es lo primero. Ahora bien, la ciudad ha de tener un destino, una función que
justifique su existencia. La ciudad ha de ser centro de convivencia justa y pacífica
(Sal 122). La ciudad está amenazada por un peligro interno y otro externo, vinculados
entre sí. […] La justificación del castigo a manos del enemigo es la injusticia
interna (Jr 34)
Eso pasó, y el futuro
inaugura una nueva era que resuelva dichos peligros: primero, la ciudad, será
reconstruida […]; segundo, volverá a ser morada de justicia (Is 1.21); tercero,
el enemigo no podrá acusarla y condenarla […] El Señor garantiza con su acción
las tres cosas.[3]
Como Jerusalén y el pueblo, la iglesia de todos los tiempos está llamada
a crecer en todos los sentidos, a “ampliar el espacio de su tienda”, si es que quiere
participar consistentemente en los planes y proyectos de Dios. Al trasladar las
visiones proféticas antiguas al terreno de la cristiandad, una gran tentación
consiste en igualar todos los sucesos y hacerlos equivalentes, como si no
hubiera diferencias efectivas e importantes, y vaya que las hay. Por ejemplo, la
visión de universalidad de la iglesia supera cualquier reduccionismo
nacionalista anterior. Una iglesia puede crecer, básicamente, cuando adquiere
conciencia de su papel en los planes divinos y cuando se sitúa ante ellos con
humildad para participar en ellos al esperar la manera en que la creatividad
del Espíritu se manifieste en medio de ella. Únicamente podrá crecer en la
medida en que sus condiciones de fe y servicio manifiesten los alcances de la gracia
de Dios en su seno. De ahí que el “éxito” de una iglesia no dependa de su
capacidad económica o aglutinante sino de su disposición para ser un vehículo
efectivo de esa gracia que siempre querrá manifestarse para salvar a quienes,
como dice el texto clásico de Hechos 2.47, el señor desee agregar a la
comunidad: “Por su parte, el Señor aumentaba cada día el grupo de los que
estaban en camino de salvación”.
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