sábado, 14 de marzo de 2015

Letra 411, 15 de marzo de 2015

ACEPTAR LOS LÍMITES
Karl Barth, Predigten 1954-1967, pp. 215-217
Instantes. Santander, Sal Terrae, 2005, p. 95.

Cada cosa tiene su tiempo.
Qohélet 3.1

Q

ue la criatura puede pervivir gracias a que es sustentada por Dios, significa que puede, como tal criatura, existir dentro de sus límites. Puede tener su lugar en el espacio, su plazo en el tiempo. Puede empezar aquí y acabar allá. Puede llegar, permanecer y partir de nuevo. Puede comprender la tierra y no comprender el cielo. Puede estar aquí libre, y allí atada; aquí abierta, y allí cerrada. Puede entender esto y no lo de más allá; ser capaz de tal cosa y no de otra; Puede realizar esto y no aquello... No es se debe a ninguna imperfección ni a ningún hado funesto el que pueda existir así, dentro de esos límites. Tiene la libertad de experimentar y realizar lo suyo, de hacer lo que pueda, y de tener bastante con ello.
Precisamente en esa libertad la conserva Dios y está inmediatamente referida a Dios como origen y como meta. Precisamente en esa libertad está preparada para hacer realidad su destino, es decir, para vivir de la gracia de Dios en virtud de su gracia. Su oportunidad estriba precisamente en que existe aquí y ahora, en que es así y no de otra manera. Y precisamente pudiendo admitir esta oportunidad suya y haciendo de ella el debido uso, alaba a su Creador. “Quiero cantar al Señor toda mi vida, tocar para mi Dios mientras exista”. La criatura sólo tropieza con la imperfección, con el hado funesto, cuando quiere alabar a Dios por su cuenta, cuando no quiere reconocer o aceptar sus límites.

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2ª sesión vespertina

MODELOS DE IGLESIA PARA HOY (II)
LA VIDA EN COMUNIDAD: MATEO 18
Gustavo Gutiérrez, RIBLA, núm 27

Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Algo les digo también: si dos de ustedes se ponen de acuerdo, aquí en la tierra, para pedir cualquier cosa, mi Padre que está en el cielo se la concederá. Pues allí donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Mateo 18.18-20, LPH

Los seguidores de Jesús deben vivir en comunidad su fe en el Dios de la vida. Mateo es atento a la riqueza, pero también a las dificultades de esa convivencia; al recordarlo reflexiona la experiencia eclesial que sustenta su evangelio. Por ello da normas muy precisas para ese compartir.

1. Atención a los pequeños
El v. 5 indica ya un primer requisito para la vida en comunidad: dejar de lado toda búsqueda de privilegios y toda preferencia por personas de alto rango social (cf. la carta de Santiago). El mayor en el Reino es el menor en este mundo, el despreciado. Aquellos que siguen esta norma de conducta no deben preocuparse más por saber quién es ‘el más grande’ en la comunidad cristiana, en la Iglesia. Colocando al niño ante sus discípulos, Jesús le quita el piso a esa inquietud desorientadora.
Pero, además, cuando, contrariamente al pedido de acogida hecho por el Señor, se rechaza a los pequeños escandalizándolos, el resultado para quienes lo provocan será el opuesto al que Jesús promete. Quienes así proceden en lugar de entrar en el Reino serán separados definitivamente de él (cf. v. 6). ‘Pequeños’ (mikroi) es un término muy usado por Mateo; se trata de la gente sencilla que los “sabios e inteligentes” menosprecian y tienen por ignorantes, pero a quienes Dios se revela complaciente (cf. 11,25). Ellos son los personajes dominantes de los vv. 6-14; son creyentes en los que se resalta su pequeñez, su fragilidad en la sociedad; vale decir, la misma realidad a la que apuntaba el término niño.
Escándalo significa tropiezo en un caminar. En esta ocasión estamos ante un tropiezo a la fe, y por consiguiente a la vida en comunidad. No se trata en nuestro texto de un hecho aislado y accidental, de una falla individual; sino de una realidad sistemática presente también en el tiempo de la Iglesia. Señalarlo es una de las preocupaciones, y advertencias, de Mateo. El mal es para él un elemento constitutivo de la historia humana. Es una realidad, pero no debe ser algo fatal (cf. v. 7), hay responsabilidad personal en el escándalo. De allí la dureza de las expresiones de los vv. 8-9.
Escandalizar a los pequeños es un impedimento para entrar en el Reino, llamado aquí significativa y escuetamente, sin añadir ningún adjetivo, “la vida”. La sinonimia (presentada varias veces en los evangelios) es particularmente dicente. El párrafo concluye con una norma clara para la convivencia comunitaria y para más allá de ella: “cuídense de menospreciar a uno de estos pequeños” (v. 10). El término empleado para decir menospreciar tiene el matiz de un desdén notorio e insultante, observable por cualquiera. Mirarlos así, ya lo sabemos, es ofender a Dios. Esta conducta no está dictada necesariamente por los méritos morales de la gente sencilla, sino porque son personas sin mayor significación social; en última instancia porque se debe amar como Dios, gratuitamente.
Lo dicho es ilustrado por la célebre parábola de la oveja perdida. El pequeño animal extraviado, necesitado de ayuda, debe ser la primera preocupación del pastor, que hará bien en ir a buscarlo —el texto subraya su iniciativa— dejando momentáneamente a las 99 ovejas. No es una cuestión de números y de mayorías, sino de necesidades y urgencias. Aquella que se encuentra en peligro y distante pasa antes de las 99 que están en resguardo. Aquí no se habla de los pequeños en plural, uno solo es suficiente para motivar el comportamiento aludido. Cada persona tiene un valor decisivo. Otra expresión de la gratuidad, que esta vez impulsa, dejando el terreno seguro y conocido, a una búsqueda inquieta.
La parábola recuerda cuál debe ser la prioridad pastoral de la ecclesia: los pequeños. No sólo no escandalizarlos, se debe también ir en busca de ellos. Se cierra así el círculo abierto en el v. 6 acerca de no poner obstáculos en el camino de la fe de la gente sencilla: “no es voluntad de su Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños” (v. 14). Pero es posible ir más lejos, la parábola tiene también un sesgo misionero. Si bien la Iglesia debe cuidar de los que están dentro de ella, es imperativo igualmente ir más allá de sus fronteras. La Iglesia es misión, Jesús es pastor universal.

2. El amor al hermano
Siguen tres perícopas que nos recuerdan que la Iglesia está formada por justos y pecadores, o más exactamente por personas que son las dos cosas a la vez. El acento ahora está puesto en la vida dentro de la comunidad. La primera de ellas nos habla de la corrección fraterna. El tratamiento es detallado, sólo puede venir de una experiencia eclesial interna. La vida en comunidad no puede basarse en actitudes fáciles y componedoras. El amor cristiano rechaza el amiguismo que se traduce en una especie de coexistencia pacífica. Nada más lejos de una auténtica comunidad, ésta supone fraternidad pero también exigencia mutua.
Si un hermano, un miembro de la Iglesia comete una falta, por ejemplo, la señalada anteriormente como desprecio u olvido de los pequeños, hay que hablarle con franqueza acerca de su alejamiento del Evangelio de Jesús. Para ello es conveniente proceder por etapas que protejan al hermano en dificultad y eviten toda precipitación. Tal vez haya en esto una polémica contra el rigorismo que se vivía en ese entonces en la sinagoga judía. Lo primero es un discreto pero eficaz tú a tú, un diálogo; si se es escuchado, se “ha ganado a un hermano” (v. 15). Eso es lo que debe buscarse. Si esto no da resultado el asunto debe comprometer a otros miembros de la comunidad porque es ella la que está en cuestión. Si la nueva exhortación es desoída será necesario apelar a la comunidad, la ecclesia dice el texto explícitamente (cf. v. 17). Hemos llegado a la última instancia.
Después de ella sólo queda la separación del miembro de la comunidad que se niega a aceptar la Buena Nueva. La alusión a “gentil y publicano” puede chocar, pero como en otros pasajes de los evangelios significa aquellos  que  no  son,  salvo  cambio
posterior, miembros de la comunidad creyente. El v. 18 deja el esquema del procedimiento para el tratamiento de estos casos (que ha seguido una pauta de severidad creciente) y dar el fundamento de estas reglas disciplinarias: lo que se ate o desate en la tierra, lo será igualmente en el cielo. La actitud frente al hermano equivocado no es simplemente una cuestión de oportunidad, ni se limita a una opinión humana; es una exigencia que viene de lejos, ella expresa la vocación y el papel de la Iglesia en la historia humana. Se trata de una autoridad acordada a toda la Iglesia, pero de la que ella no puede hacer uso sino con delicadeza, persuasión y diálogo fraterno.
Plantado a mitad del capítulo se halla un elemento capital de la vida comunitaria: la presencia de Jesús en medio de ella. Esa presencia asegura el valor de la oración en comunidad, ella llegará al Padre. Si nos comportamos como auténticos hermanos, porque de lo contrario las normas de disciplina recordadas pierden sentido. La habitación de Dios en la historia que alcanza su punto más alto en la Encarnación se prolonga en la Iglesia en tanto signo visible del Reino.
La oración es siempre una experiencia de gratuidad, de una cierta ‘inutilidad’ por decirlo así; ella debe poner su impronta en el amor por Dios y por los demás. Sin práctica orante no hay vida cristiana. En ella se da la síntesis de la gratuidad, marco y sentido de este capítulo, y dimensión comunitaria, tarea de la Iglesia. Estos versículos (19-20) nos recuerdan que Cristo es el corazón de la asamblea de los creyentes.
La exigencia frente al hermano recordada líneas arriba, no excluye, por el contrario demanda, saber perdonar. A la pregunta, de un matiz cuantitativo del impulsivo Pedro: ¿“cuántas veces tengo que perdonar”? (v. 21), el propio Pedro insinúa una respuesta generosa: “¿hasta siete veces?”; generosa, dado que el número siete simboliza una cierta plenitud. […]
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ALGUNOS DATOS SOBRE EL INICIO DE LA CONGREGACIÓN (V)
A.I. Hiram Palomino L.

Al mismo tiempo, se ha desarrollado una labor permanente de testimonio y evangelización en diversas actividades, entre ellas, las reuniones de estudio bíblico en hogares, reuniones evangelísticas en parques públicos y desayunos. De la misma manera que cuando iniciamos y no teníamos idea del camino que habríamos de transitar, hoy, al celebrar estos años, y especialmente este último año, estamos descubriendo que para cumplir los propósitos de Dios ha sido necesario cuestionar la sabiduría común y sustituirla por la enseñanza bíblica del sacerdocio universal de los creyentes.

Como cristianos reconocemos que nuestro Dios guía y gobierna los destinos de los pueblos en cumplimiento de sus promesas, permitiendo que nuevas hermanas hermanos asuman el compromiso de participar en los procesos no sólo históricos de la iglesia, así como el crecimiento espiritual y cuidado de cada persona. Es así como los ministerios del ancianato y diaconado se renovaron y fortalecieron al ser elegidos otras hermanas y hermanos. Estamos convencidos de que en la búsqueda del desarrollo en el servicio, cada persona que asume los distintos ministerios debe esforzarse por ser más que amantes de las novedades, asegurarnos de la dirección del Espíritu Santo.

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