ACEPTAR LOS LÍMITES
Karl Barth, Predigten
1954-1967, pp. 215-217
Instantes.
Santander, Sal Terrae, 2005, p. 95.
Cada cosa
tiene su tiempo.
Qohélet 3.1
Q
|
ue la criatura puede pervivir gracias
a que es sustentada por Dios, significa que puede, como tal criatura, existir dentro
de sus límites. Puede tener su lugar en el espacio, su plazo en el tiempo.
Puede empezar aquí y acabar allá. Puede llegar, permanecer y partir de nuevo.
Puede comprender la tierra y no comprender el cielo. Puede estar aquí libre, y
allí atada; aquí abierta, y allí cerrada. Puede entender esto y no lo de más
allá; ser capaz de tal cosa y no de otra; Puede realizar esto y no aquello...
No es se debe a ninguna imperfección ni a ningún hado funesto el que pueda
existir así, dentro de esos límites. Tiene la libertad de experimentar y
realizar lo suyo, de hacer lo que pueda, y de tener bastante con ello.
Precisamente en esa libertad la
conserva Dios y está inmediatamente referida a Dios como origen y como meta.
Precisamente en esa libertad está preparada para hacer realidad su destino, es
decir, para vivir de la gracia de Dios en virtud de su gracia. Su oportunidad estriba
precisamente en que existe aquí y ahora, en que es así y no de otra manera. Y
precisamente pudiendo admitir esta oportunidad suya y haciendo de ella el
debido uso, alaba a su Creador. “Quiero cantar al Señor toda mi vida, tocar
para mi Dios mientras exista”. La criatura sólo tropieza con la imperfección,
con el hado funesto, cuando quiere alabar a Dios por su cuenta, cuando no
quiere reconocer o aceptar sus límites.
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2ª sesión vespertina
MODELOS DE IGLESIA PARA HOY (II)
LA VIDA EN COMUNIDAD: MATEO 18
Gustavo Gutiérrez, RIBLA, núm 27
Les
aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y
todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Algo les digo
también: si dos de ustedes se ponen de acuerdo, aquí en la tierra, para pedir
cualquier cosa, mi Padre que está en el cielo se la concederá. Pues allí donde
dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Mateo
18.18-20, LPH
Los
seguidores de Jesús deben vivir en comunidad su fe en el Dios de la vida. Mateo
es atento a la riqueza, pero también a las dificultades de esa convivencia; al
recordarlo reflexiona la experiencia eclesial que sustenta su evangelio. Por
ello da normas muy precisas para ese compartir.
1. Atención a los pequeños
El v. 5 indica
ya un primer requisito para la vida en comunidad: dejar de lado toda búsqueda
de privilegios y toda preferencia por personas de alto rango social (cf. la
carta de Santiago). El mayor en el Reino es el menor en este mundo, el
despreciado. Aquellos que siguen esta norma de conducta no deben preocuparse
más por saber quién es ‘el más grande’ en la comunidad cristiana, en la
Iglesia. Colocando al niño ante sus discípulos, Jesús le quita el piso a esa
inquietud desorientadora.
Pero,
además, cuando, contrariamente al pedido de acogida hecho por el Señor, se
rechaza a los pequeños escandalizándolos, el resultado para quienes lo provocan
será el opuesto al que Jesús promete. Quienes así proceden en lugar de entrar
en el Reino serán separados definitivamente de él (cf. v. 6). ‘Pequeños’ (mikroi)
es un término muy usado por Mateo; se trata de la gente sencilla que los
“sabios e inteligentes” menosprecian y tienen por ignorantes, pero a quienes
Dios se revela complaciente (cf. 11,25). Ellos son los personajes dominantes de
los vv. 6-14; son creyentes en los que se resalta su pequeñez, su fragilidad en
la sociedad; vale decir, la misma realidad a la que apuntaba el término niño.
Escándalo
significa tropiezo en un caminar. En esta ocasión estamos ante un tropiezo a la
fe, y por consiguiente a la vida en comunidad. No se trata en nuestro texto de
un hecho aislado y accidental, de una falla individual; sino de una realidad
sistemática presente también en el tiempo de la Iglesia. Señalarlo es una de
las preocupaciones, y advertencias, de Mateo. El mal es para él un elemento
constitutivo de la historia humana. Es una realidad, pero no debe ser algo
fatal (cf. v. 7), hay responsabilidad personal en el escándalo. De allí la
dureza de las expresiones de los vv. 8-9.
Escandalizar
a los pequeños es un impedimento para entrar en el Reino, llamado aquí
significativa y escuetamente, sin añadir ningún adjetivo, “la vida”. La
sinonimia (presentada varias veces en los evangelios) es particularmente
dicente. El párrafo concluye con una norma clara para la convivencia
comunitaria y para más allá de ella: “cuídense de menospreciar a uno de estos
pequeños” (v. 10). El término empleado para decir menospreciar tiene el matiz
de un desdén notorio e insultante, observable por cualquiera. Mirarlos así, ya
lo sabemos, es ofender a Dios. Esta conducta no está dictada necesariamente por
los méritos morales de la gente sencilla, sino porque son personas sin mayor
significación social; en última instancia porque se debe amar como Dios,
gratuitamente.
Lo
dicho es ilustrado por la célebre parábola de la oveja perdida. El pequeño
animal extraviado, necesitado de ayuda, debe ser la primera preocupación del
pastor, que hará bien en ir a buscarlo —el texto subraya su iniciativa— dejando
momentáneamente a las 99 ovejas. No es una cuestión de números y de mayorías,
sino de necesidades y urgencias. Aquella que se encuentra en peligro y distante
pasa antes de las 99 que están en resguardo. Aquí no se habla de los pequeños
en plural, uno solo es suficiente para motivar el comportamiento aludido. Cada
persona tiene un valor decisivo. Otra expresión de la gratuidad, que esta vez
impulsa, dejando el terreno seguro y conocido, a una búsqueda inquieta.
La
parábola recuerda cuál debe ser la prioridad pastoral de la ecclesia: los
pequeños. No sólo no escandalizarlos, se debe también ir en busca de ellos. Se
cierra así el círculo abierto en el v. 6 acerca de no poner obstáculos en el
camino de la fe de la gente sencilla: “no es voluntad de su Padre celestial que
se pierda uno solo de estos pequeños” (v. 14). Pero es posible ir más lejos, la
parábola tiene también un sesgo misionero. Si bien la Iglesia debe cuidar de
los que están dentro de ella, es imperativo igualmente ir más allá de sus
fronteras. La Iglesia es misión, Jesús es pastor universal.
2. El amor al hermano
Siguen tres
perícopas que nos recuerdan que la Iglesia está formada por justos y pecadores,
o más exactamente por personas que son las dos cosas a la vez. El acento ahora
está puesto en la vida dentro de la comunidad. La primera de ellas nos habla de
la corrección fraterna. El tratamiento es detallado, sólo puede venir de una
experiencia eclesial interna. La vida en comunidad no puede basarse en
actitudes fáciles y componedoras. El amor cristiano rechaza el amiguismo que se
traduce en una especie de coexistencia pacífica. Nada más lejos de una
auténtica comunidad, ésta supone fraternidad pero también exigencia mutua.
Si
un hermano, un miembro de la Iglesia comete una falta, por ejemplo, la señalada
anteriormente como desprecio u olvido de los pequeños, hay que hablarle con
franqueza acerca de su alejamiento del Evangelio de Jesús. Para ello es
conveniente proceder por etapas que protejan al hermano en dificultad y eviten
toda precipitación. Tal vez haya en esto una polémica contra el rigorismo que
se vivía en ese entonces en la sinagoga judía. Lo primero es un discreto pero
eficaz tú a tú, un diálogo; si se es escuchado, se “ha ganado a un hermano” (v.
15). Eso es lo que debe buscarse. Si esto no da resultado el asunto debe
comprometer a otros miembros de la comunidad porque es ella la que está en
cuestión. Si la nueva exhortación es desoída será necesario apelar a la
comunidad, la ecclesia dice el texto explícitamente (cf. v. 17). Hemos
llegado a la última instancia.
Después
de ella sólo queda la separación del miembro de la comunidad que se niega a
aceptar la Buena Nueva. La alusión a “gentil y publicano” puede chocar, pero
como en otros pasajes de los evangelios significa aquellos que no son, salvo
cambio
posterior, miembros de la comunidad creyente. El v. 18 deja el esquema
del procedimiento para el tratamiento de estos casos (que ha seguido una pauta
de severidad creciente) y dar el fundamento de estas reglas disciplinarias: lo
que se ate o desate en la tierra, lo será igualmente en el cielo. La actitud
frente al hermano equivocado no es simplemente una cuestión de oportunidad, ni
se limita a una opinión humana; es una exigencia que viene de lejos, ella
expresa la vocación y el papel de la Iglesia en la historia humana. Se trata de
una autoridad acordada a toda la Iglesia, pero de la que ella no puede hacer
uso sino con delicadeza, persuasión y diálogo fraterno.
Plantado
a mitad del capítulo se halla un elemento capital de la vida comunitaria: la
presencia de Jesús en medio de ella. Esa presencia asegura el valor de la
oración en comunidad, ella llegará al Padre. Si nos comportamos como auténticos
hermanos, porque de lo contrario las normas de disciplina recordadas pierden
sentido. La habitación de Dios en la historia que alcanza su punto más alto en
la Encarnación se prolonga en la Iglesia en tanto signo visible del Reino.
La
oración es siempre una experiencia de gratuidad, de una cierta ‘inutilidad’ por
decirlo así; ella debe poner su impronta en el amor por Dios y por los demás.
Sin práctica orante no hay vida cristiana. En ella se da la síntesis de la
gratuidad, marco y sentido de este capítulo, y dimensión comunitaria, tarea de
la Iglesia. Estos versículos (19-20) nos recuerdan que Cristo es el corazón de
la asamblea de los creyentes.
La
exigencia frente al hermano recordada líneas arriba, no excluye, por el
contrario demanda, saber perdonar. A la pregunta, de un matiz cuantitativo del
impulsivo Pedro: ¿“cuántas veces tengo que perdonar”? (v. 21), el propio Pedro
insinúa una respuesta generosa: “¿hasta siete veces?”; generosa, dado que el
número siete simboliza una cierta plenitud. […]
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ALGUNOS DATOS SOBRE EL INICIO DE LA
CONGREGACIÓN (V)
A.I. Hiram Palomino L.
Al mismo tiempo, se ha desarrollado una labor permanente de testimonio y
evangelización en diversas actividades, entre ellas, las reuniones de estudio
bíblico en hogares, reuniones evangelísticas en parques públicos y desayunos.
De la misma manera que cuando iniciamos y no teníamos idea del camino que
habríamos de transitar, hoy, al celebrar estos años, y especialmente este último
año, estamos descubriendo que para cumplir los propósitos de Dios ha sido
necesario cuestionar la sabiduría común y sustituirla por la enseñanza bíblica
del sacerdocio universal de los creyentes.
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Como cristianos reconocemos que nuestro Dios
guía y gobierna los destinos de los pueblos en cumplimiento de sus promesas,
permitiendo que nuevas hermanas hermanos asuman el compromiso de participar en
los procesos no sólo históricos de la iglesia, así como el crecimiento
espiritual y cuidado de cada persona. Es así como los ministerios del ancianato
y diaconado se renovaron y fortalecieron al ser elegidos otras hermanas y
hermanos. Estamos convencidos de que en la búsqueda del desarrollo en el
servicio, cada persona que asume los distintos ministerios debe esforzarse por
ser más que amantes de las novedades, asegurarnos de la dirección del Espíritu
Santo.
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