22 de marzo, 2015
Por
entonces, al crecer extraordinariamente el número de los discípulos, surgió un
conflicto entre los creyentes de procedencia griega y los de origen hebreo.
Aquellos se quejaban de que estos últimos no atendían debidamente a las viudas
de su grupo cuando distribuían el sustento diario. […] El mensaje de Dios se
extendía y el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén.
Incluso fueron muchos los sacerdotes que abrazaron la fe.
Hechos 6.1, 7, La Palabra (Hispanoamérica)
Toda comunidad cristiana es un “laboratorio de eclesiología” y, como
tal, reproduce, en su tiempo y circunstancia, los pasos de las primeras
comunidades del Nuevo Testamento, socialmente y en el esquema cristológico de
vida-muerte-resurrección. La “eclesiogénesis” es un proceso de formación, reproducción
e inserción de las formas comunitarias cristianas en medio de las diversas
sociedades históricas, las cuales no siempre reaccionan favorablemente a dicho
proceso. La eclesiogénesis es “hacer nacer a la Iglesia”, un “recomenzar de la
Iglesia”. En palabras de Leonardo Boff: “No se trata de la expansión del
sistema eclesiástico vigente, asentado sobre el eje sacramental y clerical,
sino de la emergencia de una forma distinta de ser Iglesia, basada sobre el eje
de la Palabra y del seglar [laico/a]. Es previsible que de este movimiento que
se está adueñando de la Iglesia universal surja un nuevo tipo de presencia
institucional del cristianismo en el mundo”.[1]
Como protestantes, con frecuencia olvidamos que en el ámbito
hispano-católico venimos de una muy prolongada era (la llamada Cristiandad) en
la que ser creyente o no nunca fue una opción real para las personas Fue
necesario que esa forma de ser creyentes en comunidad corporativa, autoritaria
e impuesta por la fuerza de la costumbre y hasta de las armas, literalmente muriera
para dar paso, entonces, al “nacimiento de la iglesias”. Así lo planteó desde
los años 70 una magnífica obra del pensador chileno Pablo Richard. La muerte de
la Cristiandad significó, por tanto, que la iglesia tenía, por fin, la
posibilidad de desenvolverse en el mundo con sus propias armas y recursos y ya
no depender de las imposiciones derivadas de su maridaje con los poderes
políticos y económicos del momento. Así se lo preguntaba muchos años después: “¿Cómo
nosotros, desde los pobres y sin poder alguno, podremos superar un modelo de
cristiandad que tiene tanta estructura y poder? Ése es el reto. Aunque desde ya
podemos decir, para trabajar con esperanza, que el modelo de cristiandad
tridentino tiene mucha estructura y poder, pero poco Espíritu y Teología”.[2]
Habiendo discutido ya los dilemas del crecimiento numérico
de la iglesia y esbozado los problemas que plantea la necesidad actual, y a
veces hasta obsesiva, por tal crecimiento, es necesario confrontarse con los
elementos escriturales y la historia misma de la iglesia para observar,
analizar y preguntarle a los textos sagrados en qué momento surgió esa
necesidad y si responde efectivamente a la dinámica planteada por ellos en
algún momento. Precisamente Richard se ha ocupado de buscar en el libro de los
Hechos el transcurrir del movimiento de Jesús antes de convertirse en iglesia
institucional y encuentra que el énfasis no se encuentra, aunque se consigna
(6.1, 7) en el crecimiento numérico de la comunidad sino en la manera en que
estaba construyéndose a sí misma sobre la base de sus nuevas características
raciales, sociales y culturales, como es el caso del conflicto entre las
familias griegas y hebreas, conflicto obligado podría decirse, en un contexto
intercultural. Richard lo comenta así: “No es, por tanto, un problema práctico
de falta de servidores a las mesas, sino un problema profundo de discriminación
de los Helenistas. […] La
solución al problema de la discriminación de los Helenistas no es, por ende,
aumentar el número de los servidores de las mesas, sino legitimar y organizar
el grupo de los Helenistas”.[3]
La comunidad crece, en todos los sentidos, cuando está
bien alimentada por la Palabra y la presencia del Espíritu. En Hechos 6 aparece
claramente la voluntad incluyente de la comunidad al abrir sus puertas, no sin
dificultades, a los que cada vez eran más diferentes a ellos. El cosmopolitismo
de los helenistas desafiaba a los de origen judío a seguir en el camino de la
inclusión motivada e instalada por el Espíritu, de modo que el crecimiento numérico
de las comunidades, ayer y hoy, no necesariamente es un criterio para
establecer juicios de valor sobre la calidad o la intensidad con que se viva la
fe. Decir esto no es “curarse en salud” ante la realidad de las comunidades
pequeñas sino, más bien, marcar una sana distancia con los énfasis triunfalistas
y tratar de asumir el crecimiento integral, tal como aparece en las Escrituras.
Al mundo a veces no le conviene que las iglesias crezcan, en otras no le
importa en lo más mínimo, pero de cualquier manera los conflictos aflorarán
tarde o temprano según se logre el ideal de este “crecimiento integral” al que
somos llamados.
[1] L. Boff, Eclesiogénesis. Las
comunidades de base reinventan la iglesia. 4ª ed. Santander, Sal Terrae,
1984 (Presencia teológica, 2), p. 10.
[2] P. Richard, “40
años de Teología de la Liberación en América Latina y El Caribe
(1962–2002)”, en Rebilac, http://ar.geocities.com/rebilac_coordcont/richardtdl.
[3] P. Richard, El movimiento de Jesús antes de la iglesia.
Interpretación liberadora de los Hechos de los Apóstoles. Santander, Sal
Terrae, 1998 (Presencia teológica, 105), pp. 76-77.
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