EL INSTANTE DE LA MIRADA
Karl Barth
Instantes.
Santander, Sal Terrae, 2005, p. 101.
“¿Qué quieres?”. “Que vea”.
Marcos 10.51
Éste es el sentido humano del ojo: que el ser humano se haga visible al ser humano cara a cara. La expresión “eso no es asunto mío” o “eso no es asunto tuyo” resulta desagradable casi en cualquier circunstancia, porque en casi todos los casos significa que el ser de tal o cual semejante no es cosa mía, y que mi ser no es cosa de tal o cual semejante; ni quiero verlo ni quiero dejarme ver por él, porque mi apertura de espíritu tiene sus límites en lo que a él respecta.
En la medida en que salimos de nosotros
mismos y no nos negamos, por tanto, a reconocer al otro, ni tememos ser también
reconocidos por él, existimos humanamente, y existimos por lo demás en las más
abisales profundidades de la humanidad. (No tiene por qué ser así, pero es un
hecho de experiencia que allí donde se cree percibir más de la profundidad que
de las alturas de la humanidad, ¡se es, sin embargo, mucho más humano que en
esas supuestas alturas!).
La participación que uno permite al
otro de la manera más simple con el hecho de verse y dejarse ver es el primer
paso imprescindible hacia la humanidad, sin el cual los siguientes no pueden
llegar a darse. ¡Instante grande, solemne, incomparable, en el que entre ser
humano y ser humano se llega quizá al “instante de la mirada”, a saber, a mirarse
a los ojos y descubrirse mutuamente!
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CELEBRAR CON ARTE, EMOCIÓN Y COMPROMISO: UN INTENTO DE
RESPUESTA A LA PREGUNTA: ¿CÓMO INCLUIR DE NUEVO LA BELLEZA Y EL ARTE EN
NUESTROS CULTOS? (I)
Lusmarina Campos Garcia
La
esperanza del desierto es el árbol,
el deseo de
la tierra arrasada es la lluvia,
la voluntad
profunda de la gente es tener alegría
con
integridad,
ser tocada
por un pedazo de belleza
que haga
vibrar, temblar,
trayendo
lágrimas a los ojos
y sonrisas
a la boca
en un
momento de abandono de las palabras y un vacío sin fin.
Pero el
vacío no es sólo vacío,
es espacio
de
encuentro
con
nuestras profundidades
y con
aquello que nos hace reír y llorar.
Bello es lo
que nos reconcilia con nosotros mismos, lo que nos expande y nos revela
partícipes de la humanidad y del universo en expansión. Bello es lo que nos
hace temblar por dentro, lo que nos aproxima con intensidad de intimidad. Bello
es lo que nos hace sentir enteros.
¿Nuestros
cultos y celebraciones litúrgicas tienen esa capacidad? La capacidad de
movernos, reconciliarnos, revelarnos? ¿Traen lágrimas a nuestros ojos y
sonrisas a la boca con una calidad y significado profundos? ¿Hacen una
hermenéutica de las Escrituras y de la vida que nos fortalece, desafía,
consuela y libera? ¿Son cuidadosos al equilibrar género, edad, orientación
sexual, color, capacidades físicas e intelectuales diferenciadas? ¿Evocan
nuestras profundidades o se contentan con la superficie? ¿Son bonitos?
Luis
Maldonado dice que “la belleza es un atributo divino, una energía divina, una
de las áreas fundamentales de la presencia de Dios en su creación; la belleza
es el ‘éxtasis’ de Dios” (“Símbolo y arte en el culto”). Me gusta ese concepto.
El diccionario Aurelio dice que el éxtasis es “arrebatamiento íntimo, elevación,
arrobamiento, encanto; admiración de las cosas sobrenaturales, pasmo, asombro”.
Eso es: lo bello es aquello que nos captura, arrebata, roba la respiración; nos
conecta con nuestras profundidades de modo que parece que la gente no está allí
sino afuera de sí misma. Lo bello es aquello que rasga el momento histórico en
el cual estamos situados y nos lleva hacia otro lugar y otro tiempo. Pero,
finalmente, no es otro tiempo, es el nuestro propiamente. Y es que la gente
gana ojos para ver lo que no veía antes, para escuchar lo que no era audible y
sentir de una manera nueva, recién inaugurada.
Maldonado dice
que “necesitamos redescubrir la ‘belleza última’ que trae el soplo y el fuego
del Espíritu hasta nosotros”. Y agrega. “El Espíritu es la hypotasis (la
esencia) de la belleza. La belleza absoluta es la belleza del rostro de Dios en
las personas, el ícono de Cristo resucitado; y la belleza de los rostros de las
personas en Dios […] Por medio del Espíritu de la belleza Dios sale de sí
mismo, la tierra se vuelve receptiva y el cielo deja de existir”.
La estética es “local” y “ajena”
El sentido de la estética varía de lugar a
lugar, de persona a persona, de comunidad a comunidad. Colores y formas, olores
y materiales que nos rodean, el sentido del orden o el caos que desarrollamos,
construyen nuestra noción de belleza o fealdad. Pero también nuestra capacidad
de imaginar lo desconocido y entrar en “universos ajenos” nos impulsa a crear
otras formas y a expandir nuestras percepciones, y así nuestros valores
estéticos se van ampliando, modificando, renovando, afinando. Lo bello no
necesita ser complejo; es simple. La sofisticación no es cuestión de pompa o
finura sino de afinidad.
Porque lo
bello no es igual en todos los lugares y para todas las personas, la misma
celebración litúrgica tendrá un valor estético distinto en lugares diferentes.
Lo que es bello en Río de Janeiro no lo es necesariamente en Río Grande del Sur
o en el Maranhão. Lo que hace a mi comunidad “temblar por dentro” puede no
hacerlo en la suya. Por eso, el culto necesita tener raíces locales, estar
afinado con expresiones, sonidos, colores y formas que tengan significado para
una localidad determinada, una comunidad específica. Se ha trabajado mucho el
tema de la “inculturación”, mayoritariamente del Evangelio, sino también de la
liturgia. Pienso que hay mucho que trabajar aún. Los procesos de creatividad se
han instalado en el seno de numerosas iglesias y congregaciones, seminarios y conferencias.
Se forman grupos de liturgia. Un grupo es mejor que una persona, en el sentido
de que el grupo tiene mayores posibilidades de expresar más adecuadamente la
complejidad de la comunidad. Una persona con habilidad artística puede ser
quien “afine” lo que el grupo creó.
Mientras
tanto, es importante no confundir creatividad con improvisación y el arte en la
liturgia con amateurismo. La inspiración que inicia un proceso creativo puede
acontecer rápidamente, pero la expresión artística es resultado de un proceso
intenso que requiere tiempo de gestación y estructura. No estoy diciendo que
sólo los artistas profesionales pueden producir liturgia con arte, sino que es
preciso trabajar con cuidado, delicadeza, competencia y sensibilidad,
alcanzando más y más una determinada expresión —un gesto, una oración, la lectura
de un texto, una canción.
(Versión: LC-O)
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