sábado, 2 de mayo de 2015

Letra 416, 3 de mayo de 2015

EL INSTANTE DE LA MIRADA
Karl Barth
Instantes. Santander, Sal Terrae, 2005, p. 101.

“¿Qué quieres?”. “Que vea”.
Marcos 10.51


Éste es el sentido humano del ojo: que el ser humano se haga visible al ser humano cara a cara. La expresión “eso no es asunto mío” o “eso no es asunto tuyo” resulta desagradable casi en cualquier circunstancia, porque en casi todos los casos significa que el ser de tal o cual semejante no es cosa mía, y que mi ser no es cosa de tal o cual semejante; ni quiero verlo ni quiero dejarme ver por él, porque mi apertura de espíritu tiene sus límites en lo que a él respecta.
En la medida en que salimos de nosotros mismos y no nos negamos, por tanto, a reconocer al otro, ni tememos ser también reconocidos por él, existimos humanamente, y existimos por lo demás en las más abisales profundidades de la humanidad. (No tiene por qué ser así, pero es un hecho de experiencia que allí donde se cree percibir más de la profundidad que de las alturas de la humanidad, ¡se es, sin embargo, mucho más humano que en esas supuestas alturas!).
La participación que uno permite al otro de la manera más simple con el hecho de verse y dejarse ver es el primer paso imprescindible hacia la humanidad, sin el cual los siguientes no pueden llegar a darse. ¡Instante grande, solemne, incomparable, en el que entre ser humano y ser humano se llega quizá al “instante de la mirada”, a saber, a mirarse a los ojos y descubrirse mutuamente!
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CELEBRAR CON ARTE, EMOCIÓN Y COMPROMISO: UN INTENTO DE RESPUESTA A LA PREGUNTA: ¿CÓMO INCLUIR DE NUEVO LA BELLEZA Y EL ARTE EN NUESTROS CULTOS? (I)
Lusmarina Campos Garcia

La esperanza del desierto es el árbol,
el deseo de la tierra arrasada es la lluvia,
la voluntad profunda de la gente es tener alegría
con integridad,
ser tocada por un pedazo de belleza
que haga vibrar, temblar,
trayendo lágrimas a los ojos
y sonrisas a la boca
en un momento de abandono de las palabras y un vacío sin fin.
Pero el vacío no es sólo vacío,
es espacio
de encuentro
con nuestras profundidades
y con aquello que nos hace reír y llorar.

Bello es lo que nos reconcilia con nosotros mismos, lo que nos expande y nos revela partícipes de la humanidad y del universo en expansión. Bello es lo que nos hace temblar por dentro, lo que nos aproxima con intensidad de intimidad. Bello es lo que nos hace sentir enteros.

¿Nuestros cultos y celebraciones litúrgicas tienen esa capacidad? La capacidad de movernos, reconciliarnos, revelarnos? ¿Traen lágrimas a nuestros ojos y sonrisas a la boca con una calidad y significado profundos? ¿Hacen una hermenéutica de las Escrituras y de la vida que nos fortalece, desafía, consuela y libera? ¿Son cuidadosos al equilibrar género, edad, orientación sexual, color, capacidades físicas e intelectuales diferenciadas? ¿Evocan nuestras profundidades o se contentan con la superficie? ¿Son bonitos?
Luis Maldonado dice que “la belleza es un atributo divino, una energía divina, una de las áreas fundamentales de la presencia de Dios en su creación; la belleza es el ‘éxtasis’ de Dios” (“Símbolo y arte en el culto”). Me gusta ese concepto. El diccionario Aurelio dice que el éxtasis es “arrebatamiento íntimo, elevación, arrobamiento, encanto; admiración de las cosas sobrenaturales, pasmo, asombro”. Eso es: lo bello es aquello que nos captura, arrebata, roba la respiración; nos conecta con nuestras profundidades de modo que parece que la gente no está allí sino afuera de sí misma. Lo bello es aquello que rasga el momento histórico en el cual estamos situados y nos lleva hacia otro lugar y otro tiempo. Pero, finalmente, no es otro tiempo, es el nuestro propiamente. Y es que la gente gana ojos para ver lo que no veía antes, para escuchar lo que no era audible y sentir de una manera nueva, recién inaugurada.
Maldonado dice que “necesitamos redescubrir la ‘belleza última’ que trae el soplo y el fuego del Espíritu hasta nosotros”. Y agrega. “El Espíritu es la hypotasis (la esencia) de la belleza. La belleza absoluta es la belleza del rostro de Dios en las personas, el ícono de Cristo resucitado; y la belleza de los rostros de las personas en Dios […] Por medio del Espíritu de la belleza Dios sale de sí mismo, la tierra se vuelve receptiva y el cielo deja de existir”.

La estética es “local” y “ajena”
El sentido de la estética varía de lugar a lugar, de persona a persona, de comunidad a comunidad. Colores y formas, olores y materiales que nos rodean, el sentido del orden o el caos que desarrollamos, construyen nuestra noción de belleza o fealdad. Pero también nuestra capacidad de imaginar lo desconocido y entrar en “universos ajenos” nos impulsa a crear otras formas y a expandir nuestras percepciones, y así nuestros valores estéticos se van ampliando, modificando, renovando, afinando. Lo bello no necesita ser complejo; es simple. La sofisticación no es cuestión de pompa o finura sino de afinidad.
Porque lo bello no es igual en todos los lugares y para todas las personas, la misma celebración litúrgica tendrá un valor estético distinto en lugares diferentes. Lo que es bello en Río de Janeiro no lo es necesariamente en Río Grande del Sur o en el Maranhão. Lo que hace a mi comunidad “temblar por dentro” puede no hacerlo en la suya. Por eso, el culto necesita tener raíces locales, estar afinado con expresiones, sonidos, colores y formas que tengan significado para una localidad determinada, una comunidad específica. Se ha trabajado mucho el tema de la “inculturación”, mayoritariamente del Evangelio, sino también de la liturgia. Pienso que hay mucho que trabajar aún. Los procesos de creatividad se han instalado en el seno de numerosas iglesias y congregaciones, seminarios y conferencias. Se forman grupos de liturgia. Un grupo es mejor que una persona, en el sentido de que el grupo tiene mayores posibilidades de expresar más adecuadamente la complejidad de la comunidad. Una persona con habilidad artística puede ser quien “afine” lo que el grupo creó.

Mientras tanto, es importante no confundir creatividad con improvisación y el arte en la liturgia con amateurismo. La inspiración que inicia un proceso creativo puede acontecer rápidamente, pero la expresión artística es resultado de un proceso intenso que requiere tiempo de gestación y estructura. No estoy diciendo que sólo los artistas profesionales pueden producir liturgia con arte, sino que es preciso trabajar con cuidado, delicadeza, competencia y sensibilidad, alcanzando más y más una determinada expresión —un gesto, una oración, la lectura de un texto, una canción.

(Versión: LC-O)

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