Karl Barth
Instantes.
Santander, Sal Terrae, 2005, p. 105.
Vosotros
servís al Señor, no a los hombres.
Efesios 6.7
N
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ada ha cambiado: el cristiano en su entorno —por más que éste sea
supuestamente cristiano, quizá incluso muy conscientemente cristiano— siempre
será un bicho raro y amenazado. El camino del cristiano, por solidario que éste
pueda ser con el mundo, no puede en modo alguno ser el camino del mundo, y
menos aún de un mundo supuestamente cristianizado. Tendrá que seguir, en lo
grande y en lo pequeño, su propio camino desde el lugar que lo mueve, y por
eso, en todo cuanto piensa, dice y defiende —abiertamente en unos casos, menos
abiertamente en otros, pero siempre, en realidad— será un extraño que dará
muchas ocasiones de escándalo.
A unos les parecerá demasiado
ascético, y a otros demasiado optimista o demasiado despreocupado; unas veces
le tacharán de individualista, y otras de colectivista; unas veces de
autoritario, y otras de librepensador; unas veces de burgués, y otras de
anarquista... Rara vez se le podrá encuadrar en la mayoría que predomina en su
entorno. En cualquier caso, nunca se dejará llevar por la corriente. Las
grandes evidencias no tendrán nunca para él validez absoluta, aunque tampoco la
tendrá la absoluta negación de las mismas, de manera que difícilmente se le
podrá contar tampoco entre quienes aplauden a los revolucionarios de turno. Y
no cultivará su libertad de pensamiento a escondidas, sino que la manifestará
con sus obras y con una conducta libre que nunca será del agrado de la gente.
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LA ALEGRÍA DE ENSEÑAR
Educar es
enseñar a soñar: “de los sueños salen pájaros salvajes que ninguna educación
puede domesticar".
Rubem Alves
Recuerdo muy bien el día que descubrí a Rubem
Alves. Estaba leyendo un libro sobre historia de la educación (Historia de
las ideas pedagógicas, de Moacir Gadotti) en la biblioteca de la Ibero
Tijuana, frente al ventanal que mira al mar. Había ya pasado los grandes
autores: los griegos, San Agustín, Santo Tomás, Comenio, Rousseau, Spencer,
Durkheim, Dewey, Freinet, Rogers, y casi al final del libro describían el
aporte educativo de algunos educadores brasileños: Fernando de Azevedo, Laurenço
Filho, Alvaro Vieira, Freire y en medio de ellos se mencionaba a un autor
brasileño que presentaba una mezcla poco común, ecléctico y muy interesante:
pastor presbiteriano, psicoanalista, teólogo de la liberación, escritor de
cuentos para niños, poeta, académico y educador, ¿su nombre? Rubem Alves. Lo
poquísimo que leí me hizo volar con la imaginación por un buen rato. Pensé que
si alguien podía llevar a la realidad de las escuelas las ideas de Alves, el
mundo podría ser totalmente otro. Desde entonces he querido ser ese alguien.
Este
encuentro fortuito con Alves me hizo buscar información sobre él en internet y
encontré muy poco en español y casi nada en inglés. No fue sino hasta la feria
del libro de Tijuana (debió haber sido 2007) que me encontré con su primer
libro en español: La alegría de enseñar: un libro lúcido, revolucionario
y profundo. En él critica la obsesión de las escuelas actuales, tanto en Brasil
como en Latinoamérica, por lograr niveles de “excelencia”, y afirma que cuando
la maquinaria educacional es más eficiente es cuando se perfecciona la deformación
que produce en los jóvenes. Tal deformación consiste en convertir a los seres
humanos en instrumentos de producción.
Alves nos
recuerda que los aprendizajes son en realidad la respuesta a desafíos que la
vida presenta diariamente y no lo que se produce artificialmente siguiendo un
programa diseñado por un burócrata que no conoce la realidad de los alumnos o
de los maestros. Por lo tanto, es necesario revalorar la vida diaria por su
capacidad de proporcionar oportunidades para crecer como persona. Esta revaloración
tiene que incluir los saberes adquiridos en la calle, con los amigos, en los
espacios en los que transcurre la vida: tiene que ver con volver a recordar
aquello que se nos ha hecho olvidar en los procesos educativos que solo buscan
producir hombres y mujeres productivos y rentables. ¡Es necesario regresar a la
vida real!
Aquí pongo
algunas citas:
...que en las escuelas se enseñara el horror
absoluto a la violencia y a las armas de cualquier tipo. Quién sabe si algún día
tendremos una Escuela Superior de Paz, que se encargue de hablar del error de
las espadas y la belleza de los arados, el dolor de las lanzas y el placer de
las tijeras de podar. Que los niños aprendieran también sobre la naturaleza que
está siendo destruida por el lucro, y las lecciones del dinosaurio que fue
destruido por causa de su proyecto de crecimiento, mientras las lagartijas
sobrevivieron...
El programa de la escuela, aquel conjunto de
saberes que las profesoras intentan enseñar, representa los deseos de otro, que
no es un niño. Quizá un burócrata que entiende poco los deseos de los niños. Es
necesario que la escuela enseñe a los niños a tomar conciencia acerca de sus
propios sueños.
Educar es mostrar la vida a quien aún no la ha
vivido. El educador dice: ¡Atento, apunta! El alumno lee la dirección apuntada
y ve lo que nunca vio. Su mundo se expande, se ve más rico...
Sintiéndose más rico interiormente pude sentir
y compartir mayor alegría...
La primera tarea de la educación es enseñar a
ver. Los niños a través de los ojos tienen el primer contacto con la belleza y
fascinación del mundo... Los ojos tienen que ser educados para que la alegría
aumente.
Distingo en la educación dos partes muy
importantes : Educación de las habilidades. - Educación de las sensibilidades. Sin
la educación de las sensibilidades , todas las habilidades se tornan sin
sentido. Sin la educación de las habilidades, todas las sensibilidades se
quedan sin sentido...
Resalto la
capacidad de los niños de asombrarse al contemplar lo más simple. Para los
niños todo es maravilloso : una lombriz, una concha de caracol, el vuelo de la
mariposa, una peonza en la tierra, una cometa en el cielo... Cosas que los
eruditos no ven.
En la escuela aprendí complicadas
clasificaciones botánicas, muchas fechas señaladas en la historia, nombres
latinos, ya olvidados, pero... no recuerdo ningún profesor que me animara a
prestar atención sobre la belleza de un árbol o lo curioso de la simetría que
muestran las hojas...
Parece que en aquel tiempo las escuelas
estaban más preocupadas porque los alumnos memorizaran palabras que en
comprender las realidades que ellas representan. Las palabras sólo tienen
sentido si nos ayudan a ver mejor el mundo... Aprendemos palabras para mejorar
los ojos...
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“ESE VENERO, ESE MANANTIAL”: PRESENCIA DE LA BIBLIA EN LA
CULTURA DE OCCIDENTE (I)
Me gusta
remojar la palabra divina, amasarla de nuevo, ablandarla con el vaho de mi
aliento, humedecer con mi saliva y con mi sangre el polvo seco de los libros
sagrados y volver a hacer marchar los versículos quietos y paralíticos con el
ritmo de mi corazón. Me gusta desmoronar esas costras que han ido poniendo en
los poemas bíblicos la rutina milenaria y la exégesis ortodoxa de los púlpitos
para que las esencias divinas y eternas se muevan otra vez con libertad.
Después de todo, digo otra vez que estoy en mi casa. El poeta al volver a la
Biblia, no hace más que regresar a su antigua palabra, porque ¿qué es la Biblia
más que una Gran Antología Poética hecha por el Viento y donde todo poeta
legítimo se encuentra? […]
León Felipe,
“Qué es la Biblia?”, en Ganarás la luz (1943)
El impacto de una “literatura
sagrada”
Jorge Luis
Borges, el gran escritor argentino, escribió sobre la extraordinaria riqueza y
diversidad de los documentos reunidos en la Biblia que hacen justicia al
significado original de esta palabra, pues la Biblia es una auténtica
biblioteca:
¡Qué idea
excepcional, la de reunir textos de distintos autores y distintas épocas y
atribuirlos a un autor único, el Espíritu! ¿No es maravilloso? Es decir, obras
tan dispares como el Libro de Job, el Cantar de los Cantares, el Eclesiastés,
el Libro de los Reyes, los Evangelios y el Génesis: atribuirlos todos a un solo
autor invisible. Los judíos tuvieron una magnífica idea. Es como si alguien
pretendiera conjuntar en un solo tomo las obras de Emerson, Carlyle, Melville,
Henry James, Chaucer y Shakespeare, y declarar que todo proviene del mismo
autor.
(“La
literatura de mis días”, 1983).
En
su caso, y como él mismo dio testimonio varias veces, llevaba la Biblia “en la
sangre”. Prueba de ello son las múltiples alusiones a lo largo de su obra y los
prólogos que escribió a las traducciones del libro de Job y del Cantar de los
Cantares, de Fray Luis de León. Asimismo, sus poemas sobre el Eclesiastés y los
Evangelios son magníficos; así, el dedicado a “Juan 1, 14” es ejemplar: “He
encomendado esta escritura a un hombre cualquiera; / no será nunca lo que
quiero decir,/ no dejará de ser su reflejo. / Desde mi Eternidad caen estos
signos”. Y en otro momento, resumió: “La Biblia, más que un libro, es una
literatura”. La variedad de géneros y estilos, de temas y relatos, hacen de la
Biblia un auténtico venero, un océano de posibilidades para ver desplegada la
experiencia humana en todas sus variantes.
Asomarse
a su influencia en la cultura de Occidente, es una magnífica oportunidad para
constatar la manera en que estos textos sagrados han contribuido a modelar el
pensamiento, las creencias y las mentalidades, a tal grado, que resulta impensable
imaginar el mundo, tal como se ha conocido hasta hoy, sin su presencia en todos
los niveles de la existencia. Con ello no se quiere decir que el aprecio que
tiene se refleje necesariamente en las estructuras sociales, políticas o
educativas de los diversos países, sino más bien que el legado bíblico permea
ampliamente su espectro cultural y rebasa, con mucho, los esfuerzos
institucionales que se realizan para promover su lectura e interpretación. Hace
algunas décadas, dos estudiosos evangélicos latinoamericanos indagaron este
tema desde perspectivas diferentes: don Aristómeno Porras (más conocido por su
seudónimo Luis D. Salem) lo hizo en un par de cuadernillos atinados y
sensibles. Más tarde, Luis Rublúo Islas dedicó una columna periodística a dar
cuenta de las aficiones bíblicas de un centenar de estadistas, escritores,
músicos o artistas, y la lista es verdaderamente larga.
(LC-O)
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