sábado, 23 de enero de 2016

"Cuando soy débil, entonces soy fuerte", L. Cervantes-O.

24 de enero, 2016

Por eso me satisface soportar por Cristo flaquezas, ultrajes, dificultades, persecuciones y angustias, ya que, cuando me siento débil, es cuando más fuerte soy.
II Corintios 12.10, La Palabra (Hispanoamérica)

Dado que a los corintios los entusiasmaban los sucesos relacionados con experiencias carismáticas (visiones y hablar en lenguas, sobre todo), pues con ello pretendían legitimar el mensaje, el apóstol Pablo sacó a relucir su vertiente “mística”. En I Co 14.18 afirma que habla en lenguas, pero que prefiere “decir cinco palabras inteligibles e instructivas, a pronunciar diez mil en un lenguaje ininteligible” (v. 19). Estaba consciente de que las visiones y revelaciones no llevaban el peso del ejercicio continuo del apostolado. No obstante, se refirió a algo sucedido 14 años antes de su llegada a la región de Acaya a fin de demostrar que no fue el ambiente de Corinto el que la propició. Esta observación es muy relevante porque el apóstol elimina cualquier posibilidad de imitación o “contagio” de las prácticas que tenían lugar allí. Las implicaciones sociológicas de esta salvedad son cruciales: el ambiente religioso y psicológico puede influir en la frecuencia y características de esas manifestaciones. Como la comunidad comparaba su capacidad con la de los adversarios, Pablo menciona varias visiones y revelaciones que el Señor le había concedido (II Co 12.1), aunque tiene muy claro que “la exaltación de las visiones y revelaciones no es el camino de la edificación”:[1] “aunque me parezca totalmente inútil” (v. 1b).

Para tal propósito, no recordó el episodio de su llegada a Damasco, acontecimiento fundador, pero que no debía ser repetitivo, sino que habla de sí mismo en tercera persona (“un creyente en Cristo”, v. 2a), igual que los relatos de ascensión de algunos videntes a los cielos. “A Pablo le interesa menos el ‘cómo’ que el resultado: ¿en su cuerpo?, ¿fuera de su cuerpo? Fue llevado al cielo más elevado, aquel en donde se encuentra la morada de Dios”.[2] “Tercer cielo” (2b) y paraíso en este caso son sinónimos, pues en las creencias judías (tres, cinco o siete cielos), el cielo superior es donde Dios habita. Se trataba, nada menos, del contacto “con la plenitud del poder divino, y esto en el mismo momento en que sólo resulta visible la debilidad de Pablo. En un lenguaje similar al de las religiones de los misterios, él escucha palabras inefables, es decir, secretos divinos, realidades escatológicas”,[3] más allá de los sucesos humanos presentes: “palabras misteriosas que a ningún humano le está permitido pronunciar” (4b). Él se preocupó de distinguir claramente entre su acción apostólica y sus experiencias místicas de tono apocalíptico, que relata sin referirse a él mismo ni a “nosotros”.

Y sorpresivamente, agrega, como obligando a sus lectores a pasar al plano que verdaderamente le interesa: “De alguien así podría presumir; pero en lo que me atañe, sólo presumiré de mis flaquezas (astheneías)” (5b). Lo que está en juego verdaderamente es el apostolado, es decir, el encargo del Señor Jesucristo para una misión concreta en el mundo, algo que chocaba frontalmente con las experiencias místicas que podían apartar a cualquiera de la situación humana normal y que para sus enemigos sería la confirmación de su labor apostólica. Pero para Pablo no es así: únicamente la debilidad (de la cual ha dicho en 12.9 que permite “transparentar” el poder de Cristo, nada menos) “la que inserta en la condición humana, la que recuerda apostólicamente la pertenencia a Cristo en este mundo y la que constituye realmente la hazaña espiritual por excelencia”. Él tenía bastantes razones para “presumir”: hablaba en lenguas, tenía visiones celestiales y hasta hizo milagros, pero no basó en ello la sustancia de su labor cristiana (vv. 6-7a).

A continuación, desveló al “Pablo oscuro”, por decirlo así, al atormentado por un aguijón, “una espina en la carne”, un agente de Satanás que lo abofetea (7, las teorías sobran (¡son 167!): ¿dolores de cabeza, de gota o reumatismo, de ciática, dolor de muelas, cálculos con cólicos, lepra, enfermedad de la vista, epilepsia, fiebres palúdicas, enfermedad nerviosa, histeria, fiebre de Malta?), puesto por el propio Dios para someter su orgullo y egolatría. Allí es donde surge el motivo de la verdadera fortaleza. La triple oración de Pablo [8] recuerda la triple plegaria de Jesús en Getsemaní (Mc 14,32-42), cuyo resultado consistió en tener fuerzas para soportar la prueba”.[4] La respuesta del Señor, que el apóstol se atreve a afirmar como directamente recibida de su parte, es todo un postulado teológico sobre la genuina experiencia de fe requerida para seguir adelante: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se realiza plenamente en lo débil” (9a). Mediante la construcción gramatical (tiempo perfecto) se subraya la validez permanente de esa afirmación en dos enunciados: la suficiencia de la gracia (tema tan ampliamente expuesto por el apóstol: 6.1, por ejemplo) y la fuerza del Señor realizada totalmente desde la debilidad y la enseñanza inmediata es diáfana: “La verdadera debilidad de Pablo consiste en reproducir la debilidad de Cristo y allí es donde está la gracia que le concede el Señor”. El apóstol no se ha apropiado de la frase ni a pedirle al Señor que sea su gracia suficiente. El vigor de la respuesta consiste precisamente en de quien viene, quien asume el lenguaje sobre la debilidad usado por Pablo en las dos cartas y en la de Romanos.

El remate de la argumentación muestra cómo valora Pablo su propia debilidad humana y apostólica a la luz de la fortaleza que Cristo le daba con base en las palabras recibidas en tres ocasiones. “Con gusto”, afirma, “presumiría de sus flaquezas” para poder sentir entonces esa fortaleza (9b). La paradoja brilla nuevamente en toda su intensidad, pues si la fuerza de Cristo reposa sobre él, es la única garantía de su ministerio. La satisfacción es plena al soportar por Él cualquier clase de oprobios, ofensas, rechazos y angustias (10a), porque precisamente al vivirlas como una realidad continua, la fortaleza se activará y avivará (10b) para no solamente sobrevivir, con cierto patetismo o incluso resentimiento y amargura, sino para llevar una vida al servicio de Dios llena de compromiso, alegría y creatividad. Así es como contribuye positivamente a resolver el “problema pastoral” de la comunidad: “Pablo hace del conflicto el espacio creativo para profundizar su teología, y para sostener su militancia. No lo busca ni lo crea (por lo menos esa es su intención), pero tampoco lo evita: lo vive como una oportunidad de mostrar la obra del Espíritu en él y en la comunidad”.[5]



[1] Maurice Carrez, La segunda carta a los corintios. Estella, Verbo Divino, 1986 (Cuadernos bíblicos, 51), p. 53.
[2] Ídem.
[3] Ibíd., p. 154.
[4] Ídem.
[5] Néstor O. Míguez, “Pablo, el compromiso de la fe. Para una “Vida de Pablo”, en RIBLA, núm. 20, 1995, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla#14-25.

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