24 de enero, 2016
Por eso me satisface soportar por Cristo flaquezas,
ultrajes, dificultades, persecuciones y angustias, ya que, cuando me siento
débil, es cuando más fuerte soy.
II Corintios 12.10, La
Palabra (Hispanoamérica)
Dado que a los corintios los entusiasmaban los sucesos relacionados con
experiencias carismáticas (visiones y hablar en lenguas, sobre todo), pues con
ello pretendían legitimar el mensaje, el apóstol Pablo sacó a relucir su
vertiente “mística”. En I Co 14.18 afirma que habla en lenguas, pero que
prefiere “decir cinco palabras inteligibles e instructivas, a pronunciar diez
mil en un lenguaje ininteligible” (v. 19). Estaba consciente de que las
visiones y revelaciones no llevaban el peso del ejercicio continuo del apostolado.
No obstante, se refirió a algo sucedido 14 años antes de su llegada a la región
de Acaya a fin de demostrar que no fue el ambiente de Corinto el que la propició.
Esta observación es muy relevante porque el apóstol elimina cualquier
posibilidad de imitación o “contagio” de las prácticas que tenían lugar allí. Las
implicaciones sociológicas de esta salvedad son cruciales: el ambiente religioso
y psicológico puede influir en la frecuencia y características de esas
manifestaciones. Como la comunidad comparaba su capacidad con la de los
adversarios, Pablo menciona varias visiones y revelaciones que el Señor le
había concedido (II Co 12.1), aunque tiene muy claro que “la exaltación de las
visiones y revelaciones no es el camino de la edificación”:[1]
“aunque me parezca totalmente inútil” (v. 1b).
Para tal propósito, no recordó el episodio de su llegada a Damasco,
acontecimiento fundador, pero que no debía ser repetitivo, sino que habla de sí
mismo en tercera persona (“un creyente en Cristo”, v. 2a), igual que los relatos
de ascensión de algunos videntes a los cielos. “A Pablo le interesa menos el ‘cómo’ que el
resultado: ¿en su cuerpo?, ¿fuera de su cuerpo? Fue llevado al cielo más
elevado, aquel en donde se encuentra la morada de Dios”.[2]
“Tercer cielo” (2b) y paraíso en este caso son sinónimos, pues en las creencias
judías (tres, cinco o siete cielos), el cielo superior es donde Dios habita. Se
trataba, nada menos, del contacto “con la plenitud del poder divino, y esto en
el mismo momento en que sólo resulta visible la debilidad de Pablo. En un
lenguaje similar al de las religiones de los misterios, él escucha palabras
inefables, es decir, secretos divinos, realidades escatológicas”,[3]
más allá de los sucesos humanos presentes: “palabras misteriosas que a ningún
humano le está permitido pronunciar” (4b). Él se preocupó de distinguir claramente entre su acción apostólica
y sus experiencias místicas de tono apocalíptico, que relata sin referirse a él
mismo ni a “nosotros”.
Y sorpresivamente,
agrega, como obligando a sus lectores a pasar al plano que verdaderamente le
interesa: “De alguien así podría presumir; pero en lo que me atañe, sólo presumiré de mis flaquezas (astheneías)”
(5b). Lo que está en juego verdaderamente es el apostolado, es decir, el
encargo del Señor Jesucristo para una misión concreta en el mundo, algo que
chocaba frontalmente con las experiencias místicas que podían apartar a
cualquiera de la situación humana normal y que para sus enemigos sería la
confirmación de su labor apostólica. Pero para Pablo no es así: únicamente la
debilidad (de la cual ha dicho en 12.9 que permite “transparentar” el poder de
Cristo, nada menos) “la que inserta en la condición humana, la que recuerda apostólicamente
la pertenencia a Cristo en este mundo y la que constituye realmente la hazaña espiritual
por excelencia”. Él tenía bastantes razones para “presumir”: hablaba en
lenguas, tenía visiones celestiales y hasta hizo milagros, pero no basó en ello
la sustancia de su labor cristiana (vv. 6-7a).
A continuación,
desveló al “Pablo oscuro”, por decirlo así, al atormentado por un aguijón, “una
espina en la carne”, un agente de Satanás que lo abofetea (7, las teorías sobran
(¡son 167!): ¿dolores de cabeza, de gota o reumatismo, de ciática, dolor de
muelas, cálculos con cólicos, lepra, enfermedad de la vista, epilepsia, fiebres
palúdicas, enfermedad nerviosa, histeria, fiebre de Malta?), puesto por el
propio Dios para someter su orgullo y egolatría. Allí es donde surge el motivo
de la verdadera fortaleza. La triple oración de Pablo [8] recuerda la triple
plegaria de Jesús en Getsemaní (Mc 14,32-42), cuyo resultado consistió en tener
fuerzas para soportar la prueba”.[4]
La respuesta del Señor, que el apóstol se atreve a afirmar como directamente
recibida de su parte, es todo un postulado teológico sobre la genuina
experiencia de fe requerida para seguir adelante: “Te basta mi
gracia, porque mi fuerza se realiza plenamente en lo débil” (9a). Mediante la
construcción gramatical (tiempo perfecto) se subraya la validez permanente de
esa afirmación en dos enunciados: la suficiencia de la gracia (tema tan
ampliamente expuesto por el apóstol: 6.1, por ejemplo) y la fuerza del Señor
realizada totalmente desde la debilidad y la enseñanza inmediata es diáfana: “La verdadera debilidad de Pablo consiste en
reproducir la debilidad de Cristo y allí es donde está la gracia que le concede
el Señor”. El apóstol no se ha apropiado de la frase ni a pedirle al Señor que
sea su gracia suficiente. El vigor de la respuesta consiste precisamente en de
quien viene, quien asume el lenguaje sobre la debilidad usado por Pablo en las
dos cartas y en la de Romanos.
El remate de la argumentación
muestra cómo valora Pablo su propia debilidad humana y apostólica a la luz de
la fortaleza que Cristo le daba con base en las palabras recibidas en tres
ocasiones. “Con gusto”, afirma, “presumiría de sus flaquezas” para poder sentir
entonces esa fortaleza (9b). La paradoja brilla nuevamente en toda su
intensidad, pues si la fuerza de Cristo reposa sobre él, es la única garantía
de su ministerio. La satisfacción es plena al soportar por Él cualquier clase
de oprobios, ofensas, rechazos y angustias (10a), porque precisamente al
vivirlas como una realidad continua, la fortaleza se activará y avivará (10b) para
no solamente sobrevivir, con cierto patetismo o incluso resentimiento y
amargura, sino para llevar una vida al servicio de Dios llena de compromiso,
alegría y creatividad. Así es como contribuye positivamente a resolver el “problema
pastoral” de la comunidad: “Pablo hace del conflicto el espacio creativo para
profundizar su teología, y para sostener su militancia. No lo busca ni lo crea
(por lo menos esa es su intención), pero tampoco lo evita: lo vive como una
oportunidad de mostrar la obra del Espíritu en él y en la comunidad”.[5]
[1] Maurice Carrez, La segunda carta a los corintios. Estella, Verbo Divino, 1986
(Cuadernos bíblicos, 51), p. 53.
[2] Ídem.
[3] Ibíd.,
p.
154.
[4] Ídem.
[5] Néstor O. Míguez, “Pablo, el compromiso de la fe.
Para una “Vida de Pablo”, en RIBLA, núm.
20, 1995, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla#14-25.
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