3 de enero, 2016
…pues lo que en Dios parece absurdo [morón] es mucho más sabio que lo humano, y lo que en Dios parece
débil [asthenós] es más fuerte [isjyrós] que lo humano.
I Corintios 1.25, La
Palabra (Hispanoamérica)
Las dos epístolas a los Corintios del apóstol Pablo contienen uno de los
abordajes más sólidos a la realidad del par fortaleza-debilidad, pues en la
búsqueda de reforzar la primera en la conciencia de los creyentes que formaban
esa comunidad cristiana, su referencia a la debilidad es paradójica y
dialéctica, a la vez. Eso manifiesta una reflexión muy profunda acerca del
significado de lo que ambas situaciones y condiciones representaban al interior
de la misma, pues en varias ocasiones la fortaleza tiene el sentido de riqueza
económica o social, y en otras más se proyecta hacia la práctica y vivencia de
una espiritualidad firme y, sobre todo, madura. Al afrontar pastoralmente el
problema, Pablo muestra su capacidad espiritual y teológica, pues como señala
Irene Foulkes: “No basta comprender
por qué surge un determinado problema en una iglesia; hay que descubrir además
los criterios teológicos que nos permitan analizarlo y enfrentarlo”.[1]
Como un “laboratorio eclesiológico” extraordinario y, en cierta medida,
modelo de comunidad cristiana para diversas épocas, la de Corinto representó un
espacio de convivencia sumamente diverso y contradictorio en el que encontraron
lugar los grupos de los llamados “débiles” y “fuertes”, cuya existencia vino a reforzar
las observaciones sobre ese par que el apóstol lleva a cabo en la carta a los
Romanos, en la que se refiere a la “debilidad de la carne”, a la caducidad de
lo creado y a la impotencia legal y la incapacidad humana frente a Dios. En
otro nivel coloca a los fuertes y a los débiles “en la fe” (14.1, 15.1) para
designar grupos de creyentes con actitudes diferentes ante las exigencias
rituales, litúrgicas y morales. En Corintios, específicamente, los primeros
saben ya que no existe nada impuro, y los segundos aún tienen “la conciencia
débil” (I Co 8.7) ante esas y otras exigencias, pues todavía no alcanzan el
conocimiento pleno de la fe (I Co 8.11).
La fuerza o fortaleza es una posición bien definida y con suficiente
criterio ante los asuntos de la fe, pero también puede ser una actitud
arrogante basada en elementos materiales que busca imponerse por encima de cualquier
discusión o acuerdo equitativo. “Debilidad es el concepto contrario a fuerza y
abarca las dimensiones de la incapacidad física, psíquica, social, económica y
finalmente espiritual”.[2]
“Pablo, por una parte, presentó la asthéneia
como el dominio propio de la caducidad de lo creado, de la impotencia legal y
de la incapacidad humana frente a Dios, mientras que, por otra, en un segundo
momento, la entiende como el lugar propicio para que se patentice el poder de
Dios”.[3]
La presencia de ambas posturas generaba una tensión comunitaria, ideológica y
teológica que debía resolverse, dado que lo que estaba en juego no era
solamente la sobrevivencia física de la comunidad sino, sobre todo, el peso
específico de su testimonio en la ciudad que pudiera garantizar la adecuada
transmisión del Evangelio de Jesucristo.
La argumentación de Pablo en Corintios sobre el par fuerza-debilidad es
consistente y enérgica pues coloca a cada una en su justa dimensión dentro del
escenario de la salvación:
Defendiéndose contra los adversarios de Corinto, que
están orgullosos de su fuerza y de la riqueza de sus dones (1 Cor 4.10 [“Así
que nosotros somos unos locos a causa de Cristo; ustedes, en cambio, un modelo
de sensatez cristiana; nosotros somos débiles, ustedes fuertes; ustedes se llevan la estima, nosotros el
desprecio”, LPH]), contrapone Pablo a
la fuerza, la debilidad y la impotencia. Los
hombres están ellos mismos sometidos a la debilidad de Dios, de tal manera que
Dios abochorna a la fuerza, en cuanto que elige la debilidad (1 Cor 1.25).
Los hombres no son más fuertes que Dios (1 Cor 10.22). Pablo mismo ha de oírse
el reproche de que sus cartas son duras y fuertes, pero que él es débil (2 Cor
10.10). Sin embargo, el apóstol no ve como una desventaja el no ser fuerte.[4]
Las palabras finales del primer capítulo traslucen la gran preocupación
paulina para situar el conflicto entre fuertes y débiles y no teme tomar
partido por los segundos aunque, evidentemente, pertenece al primer grupo. Su énfasis
pastoral es directo y sin concesiones, de modo que su argumentación, centrada
en la “locura de la cruz”, preside todas sus aseveraciones: “Pablo insiste ante
los corintios que no pueden prescindir del elemento medular, la cruz, que
fundamenta su fe y dicta su estilo de vida. Sin ella el grupo cristiano, entregado
a una exaltación carismática, no sea otra cosa que una variante más de las
tantas religiones mistéricas de Corinto”.[5]
Al mismo tiempo, marcó una clara distancia de los “fuertes ricos” a fin de que
con toda libertad pudiera “reclamarles sus actuaciones antievangélicas”,[6]
un compromiso que a veces seduce y atrapa a algunos.
Si Dios optó en Cristo por la cruz, no existe otra muestra más clara de
su elección de la debilidad para asociarse de manera inmediata e intrínseca a
la salvación humana. “El lenguaje de la cruz” (1.18) es un absurdo, una
irracionalidad total, el escándalo mayúsculo, pero es el “formato” que Dios le
ha dado a la salvación y no hay manera de eludirlo y ninguna forma de
conocimiento humano puede quedar en pie ante semejante manifestación (vv. 19-21):
“Dios salva a los que
confían no en despliegues de poder o de conocimiento (1.21-22) sino en un Dios
que se ha identificado con la debilidad de los seres humanos”.[7]
Todo ello sin hacer distinciones raciales o culturales (vv. 22-24). Por eso es
que lo débil de Dios es más fuerte que lo humano (1.25).
El Dios que salva
es aquel que se introduce en la historia humana como nunca esperó ser conocido:
mediante una debilidad asumida conscientemente, de tal forma que de allí en
adelante ese acto pueda ser aceptado como la suprema demostración de amor, que
ahora deberá reproducirse en la comunidad, precisamente donde conviven esas dos
tendencias. La fortaleza de una comunidad cristiana no radica en su propia fuerza
(orgullo, más bien) sino en la manera en que procesa la debilidad de Dios tal
como ha sido revelada en Cristo. “Por encima del diverso conocimiento de los
fuertes y de los débiles sitúa Pablo el amor que une a ambos grupos”.[8]
[1] I. Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1
Corintios. San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1996, p. 72.
[2] H.G. Link, “Debilidad”, en L.
Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento.
Vol. II. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1990,
p. 9.
[3] Ibíd.,
p. 10.
[4] G. Braumann, “Fuerza”, en L. Coenen, op. cit., pp. 222-223. Énfasis agregado.
[5] I. Foulkes, op.
cit., p. 77.
[6] Ibíd.,
p.
88.
[7] Ibíd.,
pp.
79-80.
[8] G. Braumann, op.
cit., p. 11.
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