sábado, 2 de enero de 2016

"Lo débil de Dios es más fuerte que lo humano", L. Cervantes-O.

3 de enero, 2016

…pues lo que en Dios parece absurdo [morón] es mucho más sabio que lo humano, y lo que en Dios parece débil [asthenós] es más fuerte [isjyrós] que lo humano.
I Corintios 1.25, La Palabra (Hispanoamérica)

Las dos epístolas a los Corintios del apóstol Pablo contienen uno de los abordajes más sólidos a la realidad del par fortaleza-debilidad, pues en la búsqueda de reforzar la primera en la conciencia de los creyentes que formaban esa comunidad cristiana, su referencia a la debilidad es paradójica y dialéctica, a la vez. Eso manifiesta una reflexión muy profunda acerca del significado de lo que ambas situaciones y condiciones representaban al interior de la misma, pues en varias ocasiones la fortaleza tiene el sentido de riqueza económica o social, y en otras más se proyecta hacia la práctica y vivencia de una espiritualidad firme y, sobre todo, madura. Al afrontar pastoralmente el problema, Pablo muestra su capacidad espiritual y teológica, pues como señala Irene Foulkes: “No basta comprender por qué surge un determinado problema en una iglesia; hay que descubrir además los criterios teológicos que nos permitan analizarlo y enfrentarlo”.[1]

Como un “laboratorio eclesiológico” extraordinario y, en cierta medida, modelo de comunidad cristiana para diversas épocas, la de Corinto representó un espacio de convivencia sumamente diverso y contradictorio en el que encontraron lugar los grupos de los llamados “débiles” y “fuertes”, cuya existencia vino a reforzar las observaciones sobre ese par que el apóstol lleva a cabo en la carta a los Romanos, en la que se refiere a la “debilidad de la carne”, a la caducidad de lo creado y a la impotencia legal y la incapacidad humana frente a Dios. En otro nivel coloca a los fuertes y a los débiles “en la fe” (14.1, 15.1) para designar grupos de creyentes con actitudes diferentes ante las exigencias rituales, litúrgicas y morales. En Corintios, específicamente, los primeros saben ya que no existe nada impuro, y los segundos aún tienen “la conciencia débil” (I Co 8.7) ante esas y otras exigencias, pues todavía no alcanzan el conocimiento pleno de la fe (I Co 8.11).

La fuerza o fortaleza es una posición bien definida y con suficiente criterio ante los asuntos de la fe, pero también puede ser una actitud arrogante basada en elementos materiales que busca imponerse por encima de cualquier discusión o acuerdo equitativo. “Debilidad es el concepto contrario a fuerza y abarca las dimensiones de la incapacidad física, psíquica, social, económica y finalmente espiritual”.[2] “Pablo, por una parte, presentó la asthéneia como el dominio propio de la caducidad de lo creado, de la impotencia legal y de la incapacidad humana frente a Dios, mientras que, por otra, en un segundo momento, la entiende como el lugar propicio para que se patentice el poder de Dios”.[3] La presencia de ambas posturas generaba una tensión comunitaria, ideológica y teológica que debía resolverse, dado que lo que estaba en juego no era solamente la sobrevivencia física de la comunidad sino, sobre todo, el peso específico de su testimonio en la ciudad que pudiera garantizar la adecuada transmisión del Evangelio de Jesucristo.

La argumentación de Pablo en Corintios sobre el par fuerza-debilidad es consistente y enérgica pues coloca a cada una en su justa dimensión dentro del escenario de la salvación:

Defendiéndose contra los adversarios de Corinto, que están orgullosos de su fuerza y de la riqueza de sus dones (1 Cor 4.10 [“Así que nosotros somos unos locos a causa de Cristo; ustedes, en cambio, un modelo de sensatez cristiana; nosotros somos débiles, ustedes fuertes; ustedes se llevan la estima, nosotros el desprecio”, LPH]), contrapone Pablo a la fuerza, la debilidad y la impotencia. Los hombres están ellos mismos sometidos a la debilidad de Dios, de tal manera que Dios abochorna a la fuerza, en cuanto que elige la debilidad (1 Cor 1.25). Los hombres no son más fuertes que Dios (1 Cor 10.22). Pablo mismo ha de oírse el reproche de que sus cartas son duras y fuertes, pero que él es débil (2 Cor 10.10). Sin embargo, el apóstol no ve como una desventaja el no ser fuerte.[4]

Las palabras finales del primer capítulo traslucen la gran preocupación paulina para situar el conflicto entre fuertes y débiles y no teme tomar partido por los segundos aunque, evidentemente, pertenece al primer grupo. Su énfasis pastoral es directo y sin concesiones, de modo que su argumentación, centrada en la “locura de la cruz”, preside todas sus aseveraciones: “Pablo insiste ante los corintios que no pueden prescindir del elemento medular, la cruz, que fundamenta su fe y dicta su estilo de vida. Sin ella el grupo cristiano, entregado a una exaltación carismática, no sea otra cosa que una variante más de las tantas religiones mistéricas de Corinto”.[5] Al mismo tiempo, marcó una clara distancia de los “fuertes ricos” a fin de que con toda libertad pudiera “reclamarles sus actuaciones antievangélicas”,[6] un compromiso que a veces seduce y atrapa a algunos.

Si Dios optó en Cristo por la cruz, no existe otra muestra más clara de su elección de la debilidad para asociarse de manera inmediata e intrínseca a la salvación humana. “El lenguaje de la cruz” (1.18) es un absurdo, una irracionalidad total, el escándalo mayúsculo, pero es el “formato” que Dios le ha dado a la salvación y no hay manera de eludirlo y ninguna forma de conocimiento humano puede quedar en pie ante semejante manifestación (vv. 19-21): “Dios salva a los que confían no en despliegues de poder o de conocimiento (1.21-22) sino en un Dios que se ha identificado con la debilidad de los seres humanos”.[7] Todo ello sin hacer distinciones raciales o culturales (vv. 22-24). Por eso es que lo débil de Dios es más fuerte que lo humano (1.25).

El Dios que salva es aquel que se introduce en la historia humana como nunca esperó ser conocido: mediante una debilidad asumida conscientemente, de tal forma que de allí en adelante ese acto pueda ser aceptado como la suprema demostración de amor, que ahora deberá reproducirse en la comunidad, precisamente donde conviven esas dos tendencias. La fortaleza de una comunidad cristiana no radica en su propia fuerza (orgullo, más bien) sino en la manera en que procesa la debilidad de Dios tal como ha sido revelada en Cristo. “Por encima del diverso conocimiento de los fuertes y de los débiles sitúa Pablo el amor que une a ambos grupos”.[8]



[1] I. Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1 Corintios. San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1996, p. 72.
[2] H.G. Link, “Debilidad”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Vol. II. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1990, p. 9.
[3] Ibíd., p. 10.
[4] G. Braumann, “Fuerza”, en L. Coenen, op. cit., pp. 222-223. Énfasis agregado.
[5] I. Foulkes, op. cit., p. 77.
[6] Ibíd., p. 88.
[7] Ibíd., pp. 79-80.
[8] G. Braumann, op. cit., p. 11.

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