9 de abril, 2017
Esto quiero de ti:
que abras los ojos de los ciegos,
que des libertad a los presos,
y que hagas ver la luz
a los que viven en tinieblas.
Isaías 42.7, TLA
El primer Cántico del Siervo Sufriente de la segunda parte del libro de
Isaías establece las líneas generales del proyecto conocido como Luz de las
Naciones, es decir, una serie de anuncios del Dios de Israel para proclamar la
salvación universal para todos los pueblos. El tema central es la impartición
de justicia como premisa básica para la convivencia humana.
La misión del Siervo de implantar la justicia
pone de relieve un componente prioritario del mensaje deuteroisaiano y subraya
decididamente un aspecto protagónico en la enseñanza bíblica. que un poema
biogr4fico o autobiográfico, este primer Cántico presenta el fundamento
misionero de las personas que desean contribuir a la paz: la misión del Siervo
desafía a las personas de bien a que trabajen para la implantación de la
justicia, que ciertamente no es una tarea hipotética ni una labor teórica;
alude, en efecto, al establecimiento real de las estructuras sociales, políticas,
educativas y espirituales necesarias para el disfrute pleno de la vida.[1]
En la segunda parte, el Cántico se refiere a Dios como creador (v. 5, tema
fundamental en Isaías 40-55) y a Él como divinidad única y profundamente interesada
en que se haga justicia en el mundo, con el Siervo como señal de la misma (v.
6). El interés por los más necesitados (v. 7: ciegos, presos, los que viven en
la oscuridad) no es gratuito, pues forma parte del plan de revelación para todo
el mundo de las bondades divinas. Un representante de este tipo por parte de
Dios únicamente podría traer beneficio y bienestar para todo el pueblo, en la
línea de una sana interpretación mesiánica, restringida todavía al Israel
antiguo.
En la misma tradición teológica de “la
personalidad corporativa”, el Rey-Mesías de Israel era concebido no como un
nuevo David histórico que llegaría al trono ni como la culminación de la
dinastía davídica en el pueblo. De acuerdo con esta percepción hermenéutica, el
Rey-Mesías esperado por Israel cumpliría todas las aspiraciones políticas,
religiosas y sociales del pueblo, además de poseer todas las cualidades ideales
del monarca (por ejemplo, capacidad para la implantación de la justicia y la
paz). Representa de esta forma lo mejor de las aspiraciones y los deseos más
nobles del pueblo.[2]
El anuncio de Dios se cumplirá, según se sugiere, contra todos los pronósticos
en contra, y a pesar de los vaivenes históricos, algo que el pueblo estaba experimentando
en carne propia. No habrá lugar para el politeísmo ni la idolatría (v. 8). La
novedad de sucesos es la marca propia del Dios de la vida y del pacto, una
serie de sucesos que modificarían la historia y reencaminarían la esperanza de
salvación para Israel y todas las naciones. Esa ilusión es la que expresaron los contemporáneos de Jesús cuando llegó a Jerusalén, últim etapa de su destino histórico.
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