13 de abril, 2017
Como se
asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su
parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres,
Isaías 52.14, RVR 1960
Futuro
y presente del Siervo sufriente
El cuarto Cántico de Isaías describe a un siervo de Dios paciente y
humillado, sufriente y glorificado. ¿Cómo se compagina semejante combinación de
experiencias en la existencia y misión de este personaje que cada vez adquiere
rasgos mesiánicos más intensos? ¿Con qué propósito el profeta presenta estos
rasgos concentrados todos en la misma persona? El elemento adicional del poema
más conocido es precisamente el sufrimiento asumido por la causa del Señor. “Las
consecuencias universales de la misión del Siervo, luego de su aparente fracaso,
junto a su firme decisión de enfrentar el dolor y el sufrimiento con valentía y
autoridad, ya se incluyen en los Cánticos previos. El entorno emocional que
trasmite el poema revela urgencia y pasión; evoca el tema de la justicia
divina; y pone de manifiesto el valor y la autoridad moral del Siervo”.[1]
El cántico comienza con un anuncio divino pletórico de entusiasmo, pues
dice que el Siervo será prosperado, engrandecido y exaltado, además de que será
puesto muy en alto (52.1), a pesar de que atravesará por momentos críticos y
muy dolorosos, su destino es de gloria y aceptación, en medio de la desolación
que ha experimentado el pueblo. La idea central del poema muestra ese gran
contraste, pues el rechazo de que había sido objeto el Siervo relanzaría su
labor como parte del anuncio de la nueva voluntad de Dios: “El corazón del
asunto descrito en el Cantico es que un hombre inocente y humilde debe sufrir
por las maldades, los delitos y los pecados de personas culpables y rebeldes;
posteriormente el individuo humillado triunfa de forma extraordinaria, pues
recibe el honor y la vida para disfrutar su victoria aun después de haber
muerto”. [2]
Aunque el horizonte final es de una victoria final, el reconocimiento y
la exaltación sólo se alcanzarían mediante el sacrificio, el sufrimiento y la
humillación. No se esconden estas duras realidades para la persona descrita en
el cántico, anunciada desde los tres primeros, y a continuación se reflexiona sobre
la percepción que se tiene del Siervo: la gente se asombrará luego de la gran deformación
que se ha hecho sobre su persona (52.14) y él se manifestará desde la novedad
más radical, que instalará en el mundo lo nunca visto, nunca contado, nunca
escuchado (52.15). la disposición del Siervo está encaminada a la liberación
plena de su pueblo: “…los sufrimientos liberadores del Siervo trastocan todas
las dimensiones físicas, espirituales y emocionales de su vida. Se afirma que
el Siervo, antes de parecer ‘desfigurado’, era la revelación de Dios para
transformar la humanidad”.[3]
Su carácter misionero lo conecta directamente con la intención divina de proporcionar
salvación a todos los seres humanos.
El
Siervo vive los sufrimientos y humillaciones en perspectiva liberadora
Lo anunciado es increíble (53.1) y el profeta retoma su mensaje para
proyectarlo hacia un presente que sigue siendo complejo y exigente. La falta de
atractivo del Siervo plantea una situación paradójica, puesto que no es posible
disociar su persona de su mensaje mediante una transposición que lo coloca
delante del pueblo en situación de indefensión, al mismo tiempo que aparece
como su única esperanza de salvación. La
apariencia del Siervo entra en profunda contradicción con su mensaje: lo atractivo
debe ser precisamente lo que trae como anuncio novedoso al pueblo, es decir, la
liberación total de toda forma de opresión, lo que le atrajo el rechazo:
El mensaje del poema es claro y directo: Dios se
ha propuesto liberar a su pueblo del cautiverio político y de la alienación
religiosa para convertirlos en verdaderos siervos de la humanidad”. […]
El
poeta se admiraba del Siervo que estaba desfigurado e inclusive indica que ¡no
tenía aspecto humano! Destaca el texto de esta manera que el Siervo no tenía
una apariencia hermosa o una presencia agradable que pudiera atraer seguidores
y ganarle adeptos. Por el contrario, el Siervo, que tenía una misión universal
de liberación, no tenía las características físicas de una persona atrayente:
no tenía belleza, y las personas al verlo “se ocultaban sus rostros” o “se
tapaban la cara”. El Siervo no atraía con su presencia; provocaba reacciones
adversas al ser evitado por su comunidad.[4]
No obstante, se trata de un renuevo, una raíz que la tierra apenas podrá
alimentar (53.2). El Siervo nace y se desarrolla en un ambiente completamente
hostil y si su propio pueblo lo rechaza, la realización de su mensaje será aún
más complicada. Desde que creció experimentó “el golpe rudo del rechazo” y fue marginado,
continuamente “despreciado, evitado y subestimado”. Fue por eso que las
adversidades le enseñaron a ser un “varón de dolores”, un hombre “experimentado
en quebrantos”, lo que significa “que las complejidades existenciales que
rodearon su desarrollo físico y emocional le hicieron ser una persona curtida
en sufrimientos y experta manejando situaciones de dolor extremo. […] El Siervo
era ciertamente un profesional del conflicto”.[5]
Los puntos de contacto con la noche en que Jesús de Nazaret atravesó por
los momentos más angustiosos de su vida, previos a la crucifixión, son
directos, aunque no del todo claros, pues si existe algo difícil de plantear es
el procesamiento y la interpretación del sufrimiento gratuito. El Nuevo
Testamento se atrevió decididamente a identificar todos los elementos
enigmáticos del Siervo de Dios con la experiencia de Jesús y aplicó a su
persona el caudal de sufrimientos mencionado en el cántico. Cada expresión fue
vista a través de él con la certeza de que encarnó plenamente el servicio a
favor de los demás. Las palabras de Jesús durante la Cena, sobre todo las
palabras sobre el cáliz aluden también a “la vida entregada por una multitud”,
y que consigue el perdón de los pecados. La manera en que afrontó el
sufrimiento vicario se convertiría en un modelo de fe y acción para sus
seguidores.
Recordemos que la gran revolución religiosa de Jesús —en seguimiento de
los profetas de Israel— consistió en proclamar que la relación del hombre con
Dios se juega en las relaciones humanas, y no en las prácticas, usos u
obligaciones religiosas. Éstas pueden ser útiles si ayudan al hombre para
aquellas; pero Dios no las necesita: “¿qué templo podréis darme o qué lugar
para mí descanso? Todo lo hicieron mis manos, todo es mío” había escrito otro
discípulo de Isaías (Is 66.1.2). Por esta revolución Jesús fue condenado como
blasfemo, y el Padre lo resucitó “sentándole a su derecha”.[6]
[1] Samuel Pagán, Experimentado en quebrantos. Estudio en los Cánticos del Siervo del
Señor. Nashville, Abingdon Press, 2000, p. 118.
[2] Ídem.
[3] Ibíd.,
p.
121.
[4] Ibíd., p. 123.
[5] Ibíd.,
p.
124.
[6] José
Ignacio González Faus, Servir para una
espiritualidad de la lucha por la justicia en los “cantos del siervo” de Isaías.
Cuadernos Cristianismo y Justicia 96, p. 16, www.cristianismeijusticia.net/files/es96.pdf.
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