NICOLÁS VON AMSDORF, AMIGO
Y FIEL DEFENSOR DE LUTERO
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Nacido de
una noble familia sajona, Nicolás von Amsdorf estudió teología primeramente en
Leipzig y luego fue uno de los primeros estudiantes en la recientemente fundada
Universidad de Wittenberg. Allí obtuvo su maestría y un cargo como profesor. A
menudo también sirvió como rector. Fue entrenado y enseñó teología escolástica
hasta que fue ganado para la causa de la Reforma por su colega Martín Lutero, a
quien acompañó al debate de Leipzig y a la Dieta de Worms. La amistad con
Lutero sería el aspecto más saliente de la actividad teológica de Amsdorf.
Luego de visitar Magdeburgo con Lutero en 1524, Amsdorf fue alentado
por Lutero a aceptar un llamado allí, donde sirvió por casi dos décadas. En
Magdeburgo batalló contra los radicales y los papistas a través de sus sermones
y folletos redactados de forma simple, y fue fundamental para convertir la
ciudad y sus alrededores en un bastión para el luteranismo.
A petición de su príncipe, Juan Federico, y contra los deseos del
emperador, Amsdorf fue hecho obispo de Naumberg-Zeitz en 1542. Debido a la
oposición del clero en su obispado, su tarea tuvo poco éxito y su trabajo fue
frustrado. Luego de que la guerra de Esmalcalda estallara en 1546, Amsdorf fue
expulsado de su cargo. Tras la captura de Juan Federico por las fuerzas
imperiales en la batalla de Mühlberg, Amsdorf sirvió por un corto período de
tiempo como consejero de los hijos de su príncipe en Weimar. Después de eso,
Amsdorf se retiró a Magdeburgo, donde fue una voz rectora contra las
concesiones hechas por Melanchthon y sus seguidores para el Ínterin de Augsburgo
impuestos sobre Sajonia por el Emperador Carlos I.
De 1552 en adelante, Amsdorf vivió en Eisenach, donde, aunque retirado,
estuvo involucrado en asuntos de la iglesia y la academia, incluyendo la
fundación de la Universidad de Jena. Hasta su muerte en 1565, él estaba
involucrado en una serie de controversias teológicas y prodigiosamente publicó
trabajos polémicos. Entre las más famosas de estas controversias estaba su
disputa con Jorge Major, quien discutía que “las buenas obras eran necesarias para
la salvación.” Amsdorf empujaba por el otro extremo y proclamaba que las
“buenas obras” eran perjudiciales para la salvación, refiriéndose a aquellas
“buenas obras” que son vistas como contribuyentes para la salvación. Los
escritos de Amsdorf, aunque buscan reproducir el legado de Lutero, son simples,
poco originales y les falta la profundidad e intensidad del trabajo
de Lutero. En algunos casos,
Amsdof perdió la sutileza de la teología de Lutero, como se puede ver en
el tratamiento sistemático de la predestinación, el cual es similar a las
opiniones de los seguidores de Calvino. Sin embargo, el enfoque casi singular
de Amsdorf en la exclusiva acción de Dios en Cristo para nuestra salvación y el
prestigio que él disfrutó como un amigo cercano de Lutero evitó que el
movimiento luterano se ahogara en un mar de concesiones en los tumultuosos años
que le siguieron a la muerte de Lutero.
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ISABEL, MADRE TARDÍA (I)
Margot Kässmann
T
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ener hijos no es algo que ocurra sin más, por mucho que algunas parejas
lo deseen. La Biblia nos recuerda el sufrimiento de algunas mujeres por no
tener hijos: Isabel en el Nuevo Testamento, y Sara y Ana en el Antiguo
Testamento. Igual que hoy, también antiguamente el tema “Hijos, ¿sí o no?”
preocupaba a la gente a lo largo de sus vidas. Al menos en el sentido de la
libertad de elección.
Isabel y su esposo Zacarías son descritos como
personas piadosas, intachables y «de edad avanzada»; en el caso de Isabel, se
añade que es «estéril». Tal y como suena en la Biblia, parece que nos
encontramos ante una pareja anciana encantadora que ya se ha hecho a la idea de
no tener niños. Seguro que la «edad avanzada» tenía un significado muy distinto
en los tiempos en que la esperanza de vida era limitada; tal vez tuvieran entre
cuarenta y cincuenta años.
Zacarías es sacerdote y un día se le aparece
un ángel en el templo. Este le dice que sus plegarias han sido escuchadas; su
mujer tendrá un hijo, al que él debe poner el nombre de Juan. Zacarías no puede
creerlo. El ángel se lo repite; Zacarías se quedará mudo hasta que tenga lugar
el nacimiento del hijo...
Isabel queda encinta. ¿Qué clase de
experiencia fue un embarazo en esas condiciones? ¿Tal vez su marido le contó, por
gestos o por escrito, algo de la experiencia que él había tenido? ¿Tal vez se
le había interrumpido el periodo y pensó que se trataba del principio de la
menopausia, lo que hacía que el embarazo no entrase ya en sus expectativas? ¿O
tal vez había descartado ya sencillamente de su vida esa perspectiva? El asombro
ante tal milagro terminará abriéndose paso en su interior.
La historia cuenta que Isabel “se oculta”
durante cinco meses. Es bien comprensible. ¿Durante cuánto tiempo se estuvo
preguntado - en tiempos en que no era posible acudir a la ecografía - si
realmente debía creer que estaba embarazada? Nunca lo había estado antes, de
modo que no sabía lo que se sentía. Y seguro que desconfiaba de todas las señales
que le emitía su cuerpo. Probablemente más tarde fue consciente de los peligros
que amenazan a un embarazo en sus primeros pasos: Isabel temía que el embarazo acabara
en un aborto involuntario prematuro. Su esposo, Zacarías, había enmudecido desde
la aparición del ángel que le anunciara el nacimiento. ¡Qué miedo debieron de pasar
los dos! Pero, ¡qué alegría experimentarían también!
Estos primeros meses son especialmente
críticos. Y cuando ya les has hablado a todos del embarazo, aumentan las
preocupaciones y la humillación, si este se interrumpe antes de tiempo. ¡Con
qué prudencia manejó Isabel la situación! La carga que le suponía el que su
deseo de tener hijos no se hubiese cumplido solo se refleja en las escasas palabras
que pronuncia a lo largo de esos meses: “Así me ha tratado el Señor cuando dispuso
remover mi humillación pública” (Lucas 1.25).
Ella sintió la humillación. Por eso Isabel
representa a todas las mujeres que, a lo largo de los siglos y por todo el
mundo, han ansiado ser madres y no se han quedado embarazadas o han sufrido
abortos involuntarios. Hasta nuestros días, este es un tema tabú incluso en los
países industrializados. ¿Con quién hablar de ello, qué significa ver cochecitos
para niños, a madres con sus hijos en los parques infantiles, a mujeres embarazadas,
a padres que parecen tan felices, cuando tú misma anhelas un hijo con todas tus
fuerzas, tal vez esperanzada un mes tras otro de que llegue por fin ese embarazo,
del que también un mes tras otro tienes que olvidarte decepcionada? En ese punto
puede aparecer la amargura: “¿Por qué pueden quedarse embarazadas las demás, y
yo no?”. Un deseo tan profundo que no llega a cumplirse daña también a la
pareja, y puede sugerir una vida sin perspectivas. Los buenos consejos de los
demás son muchas veces otro peso que soportar. Además, en países como el
nuestro, donde la natalidad ha disminuido, las mujeres se sienten presionadas y
tienen que justificarse: “¿Por qué no tienes hijos?”. Todo ello puede dar lugar
a un círculo vicioso de ansiedad, frustración y búsqueda de respuestas que hipoteca
toda la vida, desgasta y humilla.
En Alemania, uno de cada siete matrimonios no
tiene hijos, aunque desearía tenerlos. Las parejas que buscan descendencia con
tanto fervor deben llevar una vida de continua desilusión. Con la esperanza de
quedar embarazadas, las mujeres se someten actualmente con frecuencia a
complicados y dolorosos tratamientos, como la extracción de un óvulo, la
fecundación in vitro o las relaciones sexuales regladas por una planificación.
Todo empieza con una idea que se mete en la cabeza: "Si tuviera un hijo...".
Los tratamientos para lograr tener niños no son un programa de salud y bienestar,
y la mayoría de las veces implican un desgaste anímico y económico
considerable.
Isabel no conocía todavía todos estos métodos
clínicos. Pero el ansia de tener un hijo, la infelicidad asociada a la propia
infecundidad y la percepción básica de estos sentimientos eran entonces las
mismas que tienen las mujeres actuales. Si se presenta una maternidad tardía,
casi siempre es un motivo especial para sentirse feliz. Me parece duro que haya
quienes se muestran críticos con las mujeres que se convierten en madres a una edad
tardía, porque personas que no tienen nada que ver con esos embarazos piensan que
son demasiado mayores, y que tal vez sean incapaces de responder a los retos
que supone acompañar a un hijo en su desarrollo, sobre todo en su pubertad. Sin
duda, el riesgo para estas madres tardías es mayor, en principio; por eso
muchas “madres jóvenes” más maduras pierden menos los estribos y son más pacientes
con sus hijos. Las madres que han esperado un embarazo durante mucho tiempo lo
viven con mayor conciencia. De hecho, en nuestro país son cada vez más las
mujeres que se convierten en madres por primera vez a una edad mayor, porque
primero se forman y desarrollan una carrera profesional, o porque las parejas
muestran una tendencia clara a casarse más tarde. Antes se sentía lástima de
las madres mayores; a partir de los 36 años, se consideraba a una mujer
demasiado mayor para tener un hijo. Hoy, la maternidad tardía es más bien algo
normal. Muchas madres mayores irradian tranquilidad, ya han vivido muchas
experiencias y no suelen tener miedo a perderse nada importante.
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¿LLEGÓ LA REFORMA LUTERANA A AMÉRICA LATINA?
(I)
http://m.dw.com
El panorama
luterano en América Latina es diverso. No se trata de una, sino de varias
iglesias con diferentes historias, desde la inmigración alemana hasta las
nuevas misiones. En un continente dominado por el catolicismo -allí vive el 49
por ciento de los más de 1 280 millones de católicos del mundo-, la iglesia
protestante enfrenta el desafío de hacerse visible, a pesar de ser minoría. La conmemoración
del aniversario de la Reforma es una gran oportunidad.
La
mayoría de las comunidades están reunidas en la Federación Luterana Mundial
(FLM). "En América Latina y el Caribe tenemos alrededor de 850 000
miembros, en 17 iglesias de 15 países”, indica a DW la reverenda Patricia
Cuyatti, secretaria de la región en la FLM. Muchas de ellas tienen una larga
tradición, ligada a las migraciones principalmente alemanas y de otros países
europeos. Las iglesias más antiguas, las de Guyana y de Surinam, tienen 275
años de existencia.
Donde
la migración fue mayor, el luteranismo es más numeroso, como ocurre en
Argentina con la Iglesia Evangélica del Río de la Plata y en Brasil con la
Iglesia Evangélica de Confesión Luterana. No obstante, en los últimos años
Patricia Cuyatti observa un crecimiento en algunos países: "Hay una fuerte
presencia luterana en países de Centroamérica, como Nicaragua, El Salvador y
Costa Rica, con una iglesia líder en la construcción de la paz frente a la
violencia social. También hay gran fuerza en Colombia y Perú, liderando importantes
diálogos ecuménicos por los 500 años de la Reforma, y una iglesia indígena en
Bolivia con una presencia sólida y un trabajo diaconal muy respetado”.
México,
aunque con una presencia luterana menor, está en la vanguardia en la formación
teológica junto con los centros de formación en Brasil. En Colombia, lidera un
proceso ecuménico que ha involucrado a iglesias, universidades y gobierno,
generando interés académico por el aporte de la Reforma a las ciencias y el
desarrollo. "Eso habla de la fuerza, el impacto, el reconocimiento y la
visibilidad de las iglesias luteranas" apunta Cuyatti. "Sean pequeñas
o grandes, su fortaleza está siendo visible y reconocida".
Iglesia de origen migrante
"La
iglesia luterana en América Latina tiene una historia muy compleja", indica
a DW el teólogo luterano y politólogo Daniel Lenski. "Está la iglesia que
viene de la inmigración alemana, como la de Chile, Argentina y Brasil, pero
también hay grupos que llegaron desde Europa o Estados Unidos, como el Sínodo
de Missouri, que empezó con una misión propia. Ambas corrientes fundaron
iglesias y no siempre han tenido contacto entre sí. Eso explica la
fragmentación del paisaje luterano en América Latina”.
No
todas las iglesias son miembros de la FLM. Un ejemplo es la Iglesia Evangélica
Luterana Argentina (IELA), que se formó a partir de inmigrantes ruso-alemanes
del Volga, que llegaron a Argentina y Brasil en la segunda mitad del siglo XIX.
Luego se vinculó con el Sínodo de Missouri, "formado a partir de alemanes
que emigraron a Estados Unidos disconformes con la unificación religiosa
protestante de la unión prusiana. Nuestra iglesia es conservadora moderada”,
dice a DW su presidente, el pastor Carlos Nagel, de padre alemán y madre
lituana, llegados a Argentina en los años 20.
En
sus inicios, las comunidades religiosas de inmigrantes eran bastante cerradas,
lo que les impidió crecer. "En Brasil y Argentina, los moldes culturales,
sanguíneos y étnicos han sido como un chaleco de fuerza. Siempre se cuidó mucho
de preservar la historia, la cultura, la fe, las costumbres, y no era fácil
abrirse hacia quienes no eran de sangre alemana”, indica el reverendo Nagel.
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