9 de abril, 2017
¡Miren a mi elegido,
al que he llamado a mi servicio!
Él cuenta con mi apoyo;
yo mismo lo elegí,
y él me llena de alegría.
He puesto en él mi espíritu,
y hará justicia entre las naciones.
Isaías 42.1, TLA
El
Siervo Sufriente: del exilio judío a la vida de Jesús de Nazaret
La figura que aparece en los llamados Cánticos del Siervo Sufriente de
la segunda sección del profeta Isaías (42. 1-9; 49.1-7; 50. y 52.13-53) es enigmática
y sumamente atrayente. La época en que surgieron fue de mucho sufrimiento y
desolación para el pueblo de Israel, amenazado por la destrucción y el exilio. Ubicados
en el ambiente de destierro, reflejan el ánimo de toda una generación que
anhelaba con expectación la intervención de Dios en la situación del momento. El
pueblo necesitaba una palabra de esperanza ante el impacto del sometimiento
inevitable a un imperio extranjero. “Los cuatro cánticos son una especie de cartilla
o itinerario. Indican los cuatro pasos del caminar del pueblo como siervo de Dios.
Son un espejo para que el pueblo pueda tomar conciencia de su misión un ideal
para ser realizado por todos los que quieren pertenecer al pueblo de Dios”.[1]
El minucioso análisis de Samuel Pagán permite apreciar los diversos
acercamientos a esa figura emblemática del Antiguo Testamento, que al ser
retomada siglos después iluminó tanto la fe de las comunidades cristianas. Él
insiste en la necesidad de advertir ambos enfoques en la comprensión del
Siervo: la individual y la colectiva, pues como bien se ha afirmado esa figura
es encarnada por la totalidad del pueblo de Dios, aunque existe una evolución
hacia la concentración de su labor en una sola persona.[2]
Esa figura ha sido relacionada tradicionalmente con Jesús de Nazaret. Tal
interpretación aparece varias veces en el Nuevo Testamento, cuyos autores estaban
muy impresionados por la forma en que el personaje podía comprenderse como un
antecedente directo de Jesús en su papel mesiánico y redentor. Pero antes de
llegar a ella, es necesario atravesar buena parte del itinerario interpretativo
e histórico que permitió llegar hasta el punto de identificar a este siervo con
Jesús. Incluso existe la teoría de que los cantos se refieren al profeta
Jeremías como modelo de fe y acción, pues “nunca bajó la cabeza delante de sus
opresores” e hizo mucho “para mantener en el pueblo la esperanza”.[3]
“Estos textos del libro de Isaías tienen importancia capital para los
creyentes, tanto judíos como cristianos, porque presentan la vida, humillación,
sufrimientos, muerte y glorificación de un importante profeta judío. De la
comunidad judía, un gran sector ha interpretado los poemas como una referencia
al pueblo de Israel que ha vivido las penurias históricas y los dolores de
guerras, exilios y deportaciones, experiencias que han marcado permanentemente
sus vidas y teologías”.[4]
Un
camino de sufrimiento y servicio
A diferencia de la primera parte del libro de Isaías (caps. 1-39), la
segunda (“Libro de la consolación” o Déutero-Isaías) comienza con palabras de
esperanza encaminadas a llevar al pueblo de regreso a su tierra en una especie
de “segundo éxodo”. Luego de la pésima experiencia de la monarquía, marcada por
los excesos de los diferentes reyes en ambos reinos, el contexto espiritual y
moral de la sociedad israelita era sumamente deprimente. La degradación de los
sacerdotes y profetas también fue una constante que atenazó la vida social y
tribal hasta llegar a un punto en que la fe en el Dios de la alianza no fue más
que una ficción sostenida por los espíritus más tradicionales y poco atendidos.
“Ése era el contexto religioso, moral y espiritual de Jerusalén: una comunidad
judía desmoralizada y desanimada, que permitió una práctica religiosa
superficial, sin afirmar, entender, celebrar o compartir los grandes postulados
éticos y morales de la fe de los profetas clásicos de Israel, tales como Isaías,
Jeremías y Ezequiel, entre otros. Tanto la realidad política como espiritual requerían
cambios fundamentales, reformas radicales, transformaciones profundas”.[5]
En ese ambiente de búsqueda de una salida, Isaías 42.1-9 hace un “retrato
hablado” del Siervo del Señor en el que se describen sus rasgos más característicos.
La palabra “siervo” aparece
20 veces en el Déutero-Isaías (una vez en plural); 13 veces se relaciona con el
pueblo de Israel y las restantes siete se incluyen en los Cánticos del Siervo y
pasajes relacionados. “La idea que generalmente se pone de manifiesto en círculos
religiosos, y también se evoca en el estudio ponderado de los textos, es la
imagen de un discípulo del Señor cuya misión fundamental es proclamar y afirmar
la verdadera fe, soportar una serie intensa de padecimientos para expiar los pecados
del pueblo, para finalmente ser glorificado por el Señor”.[6]
El primer cántico se refiere a la elección y presentación del Siervo, así como a la naturaleza y
extensión de su misión. Es presentado ante los ojos del pueblo y del mundo como
portador de una misión centrada en la liberación del pueblo.
En primer lugar, se
indica que el oficio del Siervo está fundado sólidamente en la elección divina
(42.1a). Se le presenta “como particularmente identificado, llamado,
seleccionado y comisionado por el Señor para desempeñar una serie importante de
responsabilidades” (42.1b-). Se subraya, además, la extensión y naturaleza de
su empresa: implantar la justicia en las naciones y afirmar la ley de Dios a la
humanidad entera (42.1b, 3-4). “Esa tarea equivale a decir que la función básica
del Siervo es difundir y afirmar la revelación del Señor, que llegará, de acuerdo
con este pasaje, a las naciones —no al pueblo de Israel—, pues su misión tiene
unas muy claras implicaciones universales”.[7]
Todo ello lo realizará, no por la fuerza de las armas o la autoridad sino por
medio de la disuasión y el convencimiento, aunque, por otro lado, también
demostrará firmeza y autoridad y no vacilará ni se detendrá ante las
dificultades y desafíos inherentes a su misión (42.4).
Finalmente, se
tratará de hacer llegar a todas las naciones el proyecto general de Dios: Luz
de las Naciones (v. 6b), una iniciativa amplia para iluminar con ella a todos
los pueblos y, así, dar a conocer la justicia de Dios y su interés por mejorar la
vida de todos los seres humanos (sobre todo, los más débiles, v. 7) y de la
creación, pues esta sección de Isaías también se preocupa por ella. “El
objetivo ineludible de la gente de Dios es contribuir a que se establezcan los
fundamentos necesarios para que la justicia no sea el ideal remoto, utópico e
inalcanzable, sino que se manifieste como la realidad existencial para la
humanidad, particularmente para que la gente más necesitada y marginada pueda
disfrutar de la voluntad divina”.[8]
[1] Carlos Mesters, La misión del pueblo que sufre. Los cánticos
del Siervo de Dios en el libro del profeta Isaías. México, Palabra, 1991, www.mercaba.org/Mesters/los_canticos_del_siervo_de_dios_.htm.
[2] Samuel Pagán, Experimentado en quebrantos. Estudio en los cánticos del Siervo del Señor.
Nashville, Abingdon Press, 2000, pp. 61-64.
[3] C. Mesters, op.
cit.
[4] S. Pagán, op.
cit., p. 9.
[5] Ibíd.,
p. 25.
[6] Ibíd.,
p.
57.
[7] Ibíd.,
p.
83.
[8] Ibíd.,
p.
88.
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