14 de abril, 2017
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Isaías 53.5, RVR 1960
Mas él
herido fue por nuestras rebeliones,
molido por
nuestras iniquidades.
El castigo
que merecíamos por nuestro bienestar
cayó sobre
él,
y por sus
cicatrices fuimos curados.[1]
Versión de Samuel
Pagán
Un
sufrimiento sustitutivo y liberador (Is 53.5-6)
El cuarto Cántico del Siervo Sufriente de Yahvé, el más conocido, es
todo un compendio de profecía contextual y prospectiva. Profundiza las
afirmaciones de los cánticos anteriores y establece, como una auténtica novedad
teológica el tema del sufrimiento sustitutivo o vicario, ajeno hasta ese
momento a la fe del antiguo Israel. El origen de los sufrimientos y
humillaciones de este personaje no fue su propio pecado “sino que se enfrentó a la vida cruel y al
trato despiadado por los pecados de la humanidad”.[2]
Se revela en esta estrofa el corazón del mensaje del Siervo: para restaurar a Israel
y santificar a las naciones, el Siervo tendría que sufrir en sustitución de los
seres humanos: “El Siervo del Señor soportó nuestros sufrimientos y cargó con
nuestros dolores; fue traspasado por nuestras rebeliones y triturado por
nuestros crímenes; además, soportó el castigo que merecíamos. ¡Dios mismo cargo
sobre sí todos nuestros delitos!”.[3]
Ésa es la razón por
la cual los pueblos se admiran y los reyes quedan sorprendidos y mudos (52.15):
el sufrimiento vicario (palabra extraña al mundillo evangélico, pero tan
necesaria en este caso) del Siervo. ¿Cómo tratar de entender la reacción de los
poderes humanos ante este acto sustitutivo que no pasa por las ofertas políticas
del momento? ¿Cómo no afirmarlo como la respuesta divina a cualquier intento
por domesticar y controlar el sentido de la vida de las personas? Si se
presenta como un ofrecimiento gratuito, superior y efectivo, dado su origen (nada
menos que la gracia de Dios), todo lo demás se vuelve relativo, pues, aunque los
conceptos de salvación y liberación han llegado a ser casi
incomprensibles para las sociedades actuales, tan secularizadas y dominadas por
las leyes del mercado, la propuesta esbozada por Isaías sigue vigente y es
capaz de devolver el significado profundo de la existencia humana digna a
quienes se han alejado de ella.
Por todo esto, dicho
en la clave presente, el texto bíblico presenta la necesidad del padecimiento
sustituto del Siervo para la redención Israel y las demás naciones en medio de
una historia que arrastraba grandes conflictos y que iba mostrando su dinámica
para exigir a las personas de fe una interpretación sólida de la misma y de las
acciones de Dios:
El Siervo sufre en sustitución de los pecados de la humanidad, no como
resultados de las acciones humanas: ya el pueblo de Israel había sufrido las
penurias del exilio en Babilonia y las naciones habían experimentado sus crisis
políticas y sociales. El Siervo se presenta en el poema con una actitud de
solidaridad, compromiso y encamación. Este Cántico es la culminación del tema
de salvación que comienza a presentarse en la obra isaiana en los capítulos 49-52,
y que posteriormente continuará en 54-55. El Siervo se identifica con “el brazo
del Señor” que lleva a efecto la liberación del pueblo, que ciertamente tema
componentes físicos, políticos, económicos y sociales, como también importancia
religiosa y espiritual.[4]
La imagen pastoril
del v. 6 afirma categóricamente que Dios cargó sobre el Siervo “todos nuestros
pecados”. Tal como las ovejas se desorientan y pueden extraviarse, Israel y las
naciones han caminado sin dirección por senderos negativos y con consecuencias
nefastas. “Únicamente la intervención de un buen pastor es capaz de reorientar las
ovejas y llevarlas sanas al redil; y así el Señor, mediante los sacrificios y humillaciones
del Siervo, logrará su propósito restaurador con la humanidad”.[5]
Una
entrega callada y no violenta (respondida estruendosamente y con violencia) (Is
53.7-8)
La entrega del Siervo
es callada y no violenta, y la de Jesús de Nazaret ante el tormento y el
suplicio sigue esa misma consigna. Su actitud de reconciliación, incluso en los
peores momentos (la oreja herida del soldado romano [Jn 18.10], por ejemplo) y
hasta en la cruz misma (“Perdónalos, porque no saben lo que hacen”, Lc 23.34)
no deja lugar a dudas. Estamos ante un caso más de “silencio místico obligado”,
anclado en la obediencia total, pero que no dudó ni un segundo en romperse al
estar frente a individuos como Pilato, que se arrogaron la posibilidad de
decidir sobre la vida o la muerte. Los evangelios fueron muy sensibles a la
dignidad mesiánica con la que Jesús respondió a la arrogancia del representante
imperial. El lenguaje sacrificial y litúrgico se combina con el del campo para
mostrar al Siervo-Mesías como un cordero inocente (también, la imagen de la
oveja ante sus trasquiladores) que es llevado a la muerte sin proferir nada. Se
da por sentado que acepta la inmediatez de su muerte como parte de un
holocausto personal que nada evitará, pues todas las cosas están en su contra. No
es solamente un decreto divino el que se la venido encima, sino que también las
infames fuerzas históricas se han confabulado para acabar con él.
El Siervo isaiano no
responde las injurias recibidas y enfrenta su suerte con humildad extrema. Como
escribe Enrique Dussel: “El Siervo no se sostiene, es sostenido (42.1); no se
elige, es elegido; no inventa su doctrina, sino que la recibe (50.4); no se
defiende, es Dios quien lo ayuda (50.7); ha sido llamado a una función (49.1) y
ha sido investido de las actitudes necesarias (49.2); él no va en nombre
propio, es enviado (49.3-6) y será glorificado (52.13) por Yahveh”.[6]
El lenguaje personal (¿y divino?) reaparece: “El Siervo es herido por los
pecados de ‘mi pueblo’ Israel (53.8) y es asesinado, aunque no había cometido
crímenes ni era un engañador. El Siervo se sometió a un sistema humano injusto no
por sus propios delitos, sino en un acto de autohumillación que conllevaba a ser
enterrado entre “malhechores’”.[7]
¡Cuántos paralelismos es posible encontrar en la historia de la humanidad y en
la historia de los testigos sufrientes de la fe! Un sumario simple, pero
bastante desconocido de mártires protestantes latinoamericanos bastaría para
destrabar la memoria política y social de las iglesias: Rubén Jaramillo,
Mauricio López, Noel Vargas, Elisabeth Käsemann, Iván Dias, Paulo Wright y
otros más[8]),
sin olvidar a Ignacio Ellacuría o a los obispos Óscar Arnulfo Romero en El
Salvador, Juan Gerardi en Guatemala o Jorge Angelelli en Argentina.[9]
Pero no nos
engañemos, la pasividad de Jesús, encarnación del Siervo de Isaías, asumida
ante las ofensas, la humillación y la tortura, a diferencia de lo que escribió
Nietzsche fue una protesta silenciosa, una indignación radical contra el estado
de cosas imperante, una voz profética intensa, situada en la espiritualidad del
cambio promovido por Dios, pero de ninguna manera conformista. Como explica
Juan José Tamayo:
De ser cierta la versión de Nietzsche, Jesús habría huido del conflicto
como de la quema y se habría instalado en una religión conformista, sin que
nada ni nadie le turbara. Pero nada más lejos de la realidad. Jesús fue un
Indignado que adoptó una actitud de rebeldía frente al sistema y se comportó
como un insumiso frente al orden establecido. El conflicto, nacido de la
indignación, define su modo de ser, caracteriza su forma de vivir y constituye
el criterio ético de su práctica liberadora. La insumisión y la resistencia fueron
las opciones fundamentales durante los años de su actividad pública, tanto en
el terreno religioso como en el político, ambos inseparables en una teocracia y
la clave hermenéutica que explica su trágico final.[10]
Los poderes políticos y religiosos del momento dictaron una (no) sentencia
inapelable: Jesús, como el Siervo Sufriente, debía morir irremediablemente. No
habría cárcel ni juicio para él; fue en sentido estricto, un juicio sumarísimo.
Era una condena anunciada de antemano en la que sus jueces y verdugos se sumaron
inconscientemente al complejo designio divino y personal, que él mismo asumió,
de entregarse a la injusticia total del mundo para purgar los pecados de todos
y arrostrar en su persona la totalidad del mal y la aparente supremacía de la muerte
violenta instituida como solución inmediata. Como todo poder material, el
Imperio no alcanzó a ver la significación salvífica de tan terrible suceso.
Un
asesinato del poder soberbio y criminal (Is 53.9-10a)
Sin embargo, como
bien destaca Pagán, el Siervo “no se veía a sí mismo como una víctima más de
las injusticias de la vida. Posiblemente entendía su misión a la luz de la
voluntad divina que le impelía [lo empujaba] a enfrentar el sufrimiento y el
martirio con sentido de misión (53.10). Y como su humillación era parte del
propósito de Dios para la humanidad, se acercaba al dolor y a la muerte con
confianza y mucha seguridad. Estaba seguro que el sufrimiento por el pueblo
traería consecuencias positivas para la humanidad (52.15).[11]
Ante este inquietante planteamiento, ¿cómo debería entonces interpretarse la
muerte violenta de Jesús?: ¿como resultado de la voluntad providente de Dios o,
más bien, de la dinámica interna de un sistema imperial decidido a mantenerse
en el poder? Porque está bien claro que Roma no iba a permitir que un excéntrico
profeta con ideas y prácticas apocalípticas, surgido de las orillas geográficas
del imperio, pusiera en entredicho todo el aparato ideológico, militar y
cultural que lo sostenía. Imposible. El sistema (en sus dos vertientes) tenía
que preservarse a costa de lo que fuere y si para ello habría que asesinar a
veintenas o miles de judíos, lo harían sin ninguna duda. Y así sucedió en el
año 70, tal y como lo anunció el propio Jesús.
De ahí que la interpretación
“satisfaccionista”, la más favorecida y repetida por todas partes, debe ser
reconsiderada en profundidad, porque Dios (el Padre, se entiende) ni fue sádico,
para disfrutar la muerte de su Hijo, ni era un señor feudal que debía recibir
la satisfacción por la ofensa recibida, como se repite hasta el cansancio en
tantos púlpitos ahora mismo. José Antonio Pagola lo ha discutido bien en su polémico
libro Jesús. Aproximación histórica:
Jesús no buscaba el martirio. No era ese el
objetivo de su vida. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para los demás.
El sufrimiento es malo […] No huye ante las amenazas; tampoco modifica su
mensaje; no lo adapta ni suaviza […] Prefería morir antes que traicionar la
misión para la que se sabía escogido […] Era inevitable [sin embargo] que, en
su conciencia, se despertaran no pocas preguntas: ¿cómo podía Dios llamarlo a
proclamar la llegada decisiva de su reinado, para dejar luego que esta misión
acabara en un fracaso? ¿Es que Dios se podía contradecir? ¿Era posible
conciliar su muerte con su misión? (361)…
Al
parecer, Jesús no elaboró ninguna teoría sobre su muerte, no hizo teología
sobre su crucifixión […] Jesús no interpretó su muerte desde una perspectiva
sacrificial. No la entendió como un sacrificio de expiación ofrecido al Padre.
No era su lenguaje […] Nunca imaginó a su Padre como un Dios que pedía de él su
muerte y destrucción para que su honor, justamente ofendido por el pecado,
quedara por fin restaurado y, en consecuencia, pudiera en adelante perdonar a
los seres humanos. Nunca se le ve ofreciendo su vida como una inmolación al
Padre para obtener de él clemencia para el mundo. El Padre no necesita que
nadie sea destruido en su honor. Su amor a sus hijos e hijas es gratuito, su
perdón, incondicional (362-363).[12]
Dios mismo “quiso
quebrantarlo” agrega el texto (53.10a), es decir, la voluntad divina fue llevar
al Siervo al martirio y a la muerte. En realidad la voluntad del Señor pone de
manifiesto el bien de proporciones extraordinarias que traerían a la humanidad
los hechos heroicos del Siervo, que no enfrenta la muerte como resultado de sus
pecados; lleega al martirio como ofrenda de sacrificio en sustitución de la
humanidad, en un acto de expiación”.[13]
La misión del Siervo, denominado “el Justo”, estará cumplida mediante su enorme
compromiso con la justicia y la voluntad de Dios. Al llevar “las iniquidades” de
muchas personas en un acto extraordinario de solidaridad y compromiso con la
gente, declarará a estas personas justas y libres de culpa. Así se consumará su
grandioso esfuerzo y sacrificio personal, no pedido por Dios, porque Él no sacrifica
a nadie ni desea que otros lo hagan. Acompañamos, pues, al Señor en su Pasión experimentada
por causa nuestra con las palabras del brasileño Tavinho Moura.
Pasión y fe
Ya suena la campana, suena
en la catedral
y su sonido penetra todos
los portales
La iglesia está llamando a
sus fieles
para rezar a su Señor
para cantar la resurrección
Y sale el pueblo por las
calles a cubrir
de arena y flores las
piedras del suelo
En los balcones veo las
jóvenes y los lienzos
en cuanto pasa la procesión
alabando las cosas de la fe
Navegar a vela, navegué
en el mar del Señor
allí yo vi la fe y la
pasión
allá yo vi la agonía de la
barca de los hombres
Ya suena la campana, suena
en el corazón
y el pueblo pone a un lado
su dolor
por las calles variopintas
de todo color
olvida su pasión
para vivir la del Señor.[14]
[1] Samuel Pagán, Experimentado en quebrantos. Estudio en los Cánticos del Siervo del
Señor. Nashville, Abingdon Press, 2000, p. 117.
[2] Ibíd., pp. 124-125.
[3] Ibíd.,
pp.
124-125.
[4] Ibíd,
p.
125.
[5] Ibíd.,
p.
126.
[6] Enrique Dussel, “Habodah en los poemas del Siervo de Yahvéh”
[1963], en Hacia los orígenes de
Occidente. Meditaciones semitas. México, Kanankil Editorial, 2012, p. 195, http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/otros/20120130110342/8apen.pdf.
[7] S. Pagán, op. cit., p. 127.
[8] Cf. Zwinglio M. Dias, ed., Memórias ecumênicas protestantes. Os
protestantes e a ditadura; colaboração e resistência. Río de Janeiro, Koinonia
Presença Ecumênica e Serviço, 2014, http://koinonia.org.br/protestantes/downloads/PDF_Memorias%20Protestantes.pdf.
Video disponible en: www.youtube.com/watch?v=ycWCn7qAOo4.
[9] Cf. Virgil Elizondo, ed., Vía Crucis. La pasión de Cristo en América.
Estella, Verbo Divino, 1992.
[10] Juan José Tamayo, “Jesús de Nazaret,
indignado. Por eso lo mataron”, en El País,
Madrid, 5 de abril de 2012, http://elpais.com/elpais/2012/03/29/opinion/1333034130_795009.html.
[11] S. Pagán, op. cit.,
p. 127.
[12] Véase el sitio: http://centrodeformacion.com.ve/formacionnacional/fraternidad/sesion-I/docs/5.pdf.
[13] S. Pagán, op.
cit., p. 129.
[14] Tavinho Moura, “Pasión y fe”, en Signos de Vida, CLAI, núm. 53, septiembre de 2009, p. 22.
No hay comentarios:
Publicar un comentario